sábado, 25 de mayo de 2013

"Al atardecer"

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Relato de María E.P.
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Capítulo 1.
Madrid.  Noviembre de 1.955.


-Buenos días señor… ¿Me podría dar un vaso de agua, por favor?
Pelayo se quedó mirando a la chica que le suplicaba, mientras terminaba de secar con un paño uno de los platos. Manolita se acercó al ver la escena y reaccionó rápido.
-Claro que sí. Yo la atiendo, suegro.
La chica cogió el vaso con sus manos delgadas y temblorosas  y lo acercó a los labios, apurando su contenido. Pelayo se alejó unos pasos al otro lado de la barra, e hizo como que no la miraba, mientras disimulaba secando un vaso que había cogido.

Era la primera vez que la veían. Delgada, pálida, ojerosa, sus ojos negros y profundos acentuaban su cara de niña. Vestía una falda larga de vuelo un poco arrugada, de color marrón. Los calcetines le quedaban un poco raros con sus alpargatas de esparto, que denotaban su origen rural. Debía de llevar poco tiempo en Madrid, pues esos zapatos no se veían en la capital desde hacía mucho, y menos en invierno. Tenía una camisa que le quedaba estrecha, y se cruzaba una escasa rebeca con la que trataba de paliar el frío de la mañana.
 La muchacha apuró el vaso y lo soltó encima de la barra.
-Muchas gracias- musitó sin levantar la vista.
-¡Espera!
La muchacha paró.
-Toma. ¿no quieres un vasito de leche calentita?
La joven no sabía qué decir.
-Anda, toma… hace mucho frío esta mañana, y un poco de leche siempre viene bien.
-Muchas gracias señora …no hace falta.
Manolita insistió. Lo poco que la había visto ya sabía de qué pie cojeaba.
-Anda, ven- insistió.
-Es que… he olvidado el monedero en casa y no puedo pagarle... Otro día, gracias…
-Pero mujer, si no te hace falta ningún monedero, si yo te invito… ¿no ves que nos ha sobrado leche del desayuno?  Y no vamos a tirarla, venga, siéntate en esta mesa y no se hable más, te voy a poner un cuenco con leche.

La muchacha no podía decir que no. No había probado bocado desde el día anterior. El hambre pudo más que ella y se dejó llevar. Manolita le sirvió un cuenco de leche con azúcar, además de una buena tostada con mantequilla y confitura.
-Come mujer, come… yo me voy a hacer mis faenas. Y no te preocupes por nada, invita la casa.
Manolita cogió con cariño el brazo de la muchacha, que hizo que a esta le brillaran los ojos. Hacía tiempo que nadie tenía una muestra de cariño con ella. El olor de la leche caliente y el pan recién hecho le acrecentó el apetito y en pocos segundos daba buena cuenta del desayuno que le había servido Manolita. Pelayo miraba desde la barra, haciéndose el distraído, mientras la observaba de arriba abajo.
-Suegro…- Manolita le llamó la atención. Pelayo cambió de postura.
-Muchísimas gracias, señora. Está muy bueno todo. Cuando pueda se lo pagaré.
-Que no, mujer, que no hace falta… que ya te he dicho que invita la casa…

A la muchacha se le humedecían los ojos, cosa que trataba de disimular. Todavía su orgullo podía con su hambre.
-¿Cómo te llamas?
-Elena.
-Eres muy guapa, Elena. Y muy joven.
-Gracias señora. Usted es muy buena cocinera, yo…
La muchacha cayó en la cuenta de que acababa de meter la pata. Llevaba varios días hurgando en la basura del Asturiano  cuando cerraban por las noches, con el consiguiente escamamiento de su sagaz propietario Pelayo,  y con ese comentario se había delatado. Rápidamente, se apresuró a arreglarlo.
-Dicen en la plaza que cocina muy bien.
Manolita sonrió.
-¿No eres de Madrid, verdad?
La muchacha dijo que no con la cabeza. Era evidente que había llegado hacía poco tiempo a la capital, aunque lo suficiente como para llevar en su semblante reflejados la dureza de las calamidades que seguramente estaba pasando.

-Yo… quería preguntarle… ¿usted sabe si alguien en este barrio necesita una chica para servir?
-Pues ahora mismo no caigo. ¿Lo dices por ti?
-Si  señora. Estoy buscando casas para servir, ¿sabe usted? Soy muy trabajadora y sé hacer todo lo que me mandan, de verdad. Ya he servido en otra casa y estaban contentos conmigo.
-Mira, si me entero de alguna te aviso, ¿te parece? Dime donde puedo localizarte.
-Yo…  no… déjelo señora, yo… me pasaré en unos días.
-Como quieras.
La muchacha se fue del establecimiento caminando pesadamente. Manolita la miró con tristeza.
-¿qué me dice, suegro?
Pelayo se encogió de hombros.
-Pobre chica. Lo está pasando mal.
-Se ve que acaba de llegar a Madrid y necesita ganarse la vida. ¿Por qué habrá venido a parar aquí?
Pelayo y Manolita se imaginaban, cada cual de una manera, de qué o de quién vendría huyendo la chica.
-Si vuelve a venir le insistiré para que coma.


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