Caps. 51 al 75.


CAPÍTULO   51:

Doña Carmen los oyó llegar antes de abrir la puerta. Las risas de los dos eran inconfundibles por la escalera, y el niño jaleaba también con las suyas. Con la mirada pícara, se fijó en la cara que traían ambos después del paseo a solas. Su sobrino merendó con ellas, se quedó hasta la cena y luego se fue a su casa, dejando al pequeño Santi haciendo pucheros al ver irse su diversión: había estado toda la tarde jugando con él y ahora el niño tenía ganas de más jolgorio.

Así Doña Carmen se indispuso también el domingo siguiente. Y el otro. Y al siguiente ya se fue con ellos para que no se notara tanto, pero los abandonó a medio camino.
-Estas sandalias nuevas me están matando hijos, y yo ya no tengo vuestras piernas. Seguid vosotros.
-Yo la acompaño, Doña Carmen…
-No, no, no… de ninguna manera… además voy a aprovechar para visitar a mi amiga Lupita y no vas a ir tú a su casa. Y el niño quiere más paseo. Hala, hala, seguid los dos y luego volvéis a casa.

Y más fresca que una lechuga, la mujer se dio la vuelta y los dejó  con un palmo de narices.

Entre medias de semana, Julián también aparecía. Decía que había terminado antes en el hospital y que se pasaba para verlas. Pronto el niño se acostumbró a su compañía y lloraba escandalosamente cuando se iba y cerraba la puerta de la calle. Le había tomado cariño a ese hombre que cada vez venía más por su casa.

Elena también pasó del azoramiento inicial que le producía, a una amistosa  confianza en aquel hombre que iba con ella. Julián era un excelente conversador, inteligente, educado y sensible. A pesar de sus reticencias iniciales, Elena pronto tomó confianza en él y cada vez le iba contando más cosas personales. La pareja compartía charlas sobre los libros que leía Elena en casa de Doña Carmen, los casos de Julián en el hospital, el tiempo, la vida, los dientes de Santiago, o cualquier cosa banal. Elena empezó  a reír con él y a disfrutar de la confianza que le había cogido su hijo. Si alguien los hubiera visto desde lejos, pensaría que eran una pareja de recién casados. Un día hasta fueron al cine, fue Doña Carmen la que les hizo dar el primer paso, si no, no se hubieran decidido nunca .

-¿No habéis visto la película?
-No.
-Pues no se hable más, entrad los dos, yo me llevaré al niño a casa.
-Pero Doña Carmen… y si llora…
-Nena, acaba de comer y está durmiendo como un bendito. Si llora le entretengo con zumo de naranja. Vamos, entrad los dos y disfrutad de la película…

Y Elena disfrutó de su primera tarde de cine, no sin pasarse toda la película pensando en su niño.
Julián también observó el cambio experimentado en su tía. La mujer que se había pasado los últimos veinte años de luto riguroso por sus hijos, prematuramente desaparecidos, ahora parecía revivir. Con muchísima discreción, Doña Carmen ejercía de abuela a tiempo completo de Santiago, que se dejaba mimar por aquella señora mientras su madre hacía las tareas de la casa. Doña Carmen ya no sentía ni el reuma ni la artrosis en sus rodillas, al contrario, ahora volaba cada vez que oía al niño jalear desde la otra punta de la casa llamándola al oír su voz y riéndole todas las cucamonas que le hacía.


La primavera iba transcurriendo pacífica y Santiago crecía por semanas. Elena daba las gracias todos los días por aquello. Doña Carmen la trataba como alguien más que una simple criada. Le pagaba bien, miraba por ella, y la atendía cuando se sentía mal. Ella a su vez era más que la chica de la casa. La señora buscaba compañía, ratos de lectura…
El verano llegó y Elena experimentó el calor asfixiante del asfalto madrileño, que te atrapaba al salir a la calle. En el fresco de la casa, se remojaba en la palangana varias veces al día y metía al niño en un barreño de agua fresca para refrescarlo y que pudiera conciliar el sueño. Santiago dormía como un bendito tras protestar un poco por el baño, y luego chapotear con todo lo que le tiraban al agua para entretenerlo.

Ese día Elena desgranaba guisantes en la cocina mientras Santi estaba entretenido en el suelo haciendo lo propio, a su madera, llevándose a la boca todo lo que pillaba. El timbre de la puerta sonó y Elena se dispuso a levantarse cuando la señora le cortó.
-Voy yo, Elena. Sigue tú en la cocina.
Elena escuchó ruido de voces, la puerta cerrarse, y los pasos de Doña Carmen por el pasillo.
-Hija, es para ti. Un telegrama urgente. Es de tu pueblo.

Elena se levantó y se limpió las manos en el delantal para coger el telegrama. Con cara de preocupación, la muchacha lo abrió. Tras leerlo, dio un respingo y se llevó las manos a la cara.

“TU PADRE MURIÓ ESTA NOCHE. ENTIERRO MAÑANA. 
VEN.

CONSUELO”.


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  1. CAPÍTULO 52:
    Agosto de 1.956.

    -¡No, he dicho que no! Y le ruego que no intente convencerme de lo contrario.
    -Pero hija…
    -¡No voy a volver al pueblo!
    -Es tu padre. Debes estar en el entierro de tu padre.
    -¡NO!
    Elena se levantó y cogiendo al pequeño en brazos, se encerró en su cuarto. Julián estaba mirando desde el salón sin decir nada. Sabía que era un tema espinoso. Tía y sobrino se miraron. Doña Carmen lo había avisado al hospital, y él había venido sin detenerse, a la hora del almuerzo. Tras unos dejar pasar unos minutos para que Elena se calmara, Doña Carmen llamó a la puerta del cuarto.
    -Elena por favor, déjame que hable contigo.
    -Pase…- se oyó desde dentro.

    Doña Carmen se sentó en la cama al lado de Elena, que tenía los ojos enrojecidos por el llanto, y crispaba los puños de pura rabia.
    -Mira hija, sé que esto es una decisión muy personal, pero te pido que me escuches. Para bien y para mal, era tu padre. Y ahora mismo lo están velando. ¿Qué crees que pensará la gente si su hija no está allí junto a su madre y su hermana?
    -Me da igual lo que piensen las gentes. Y menos las del pueblo.
    -No digas eso, hija.
    -¡Claro que lo digo!
    -Era tu padre.
    -¿Y qué me importa a mí mi padre?- a Elena, tan prudente como era, se le había desatado el genio-. Ese hombre pegaba a mi madre y nos pegaba a mi hermana y a mí. Me echó de casa cuando más lo necesitaba. Ni siquiera escuchó mis súplicas. ¿Usted cree que siento su muerte? Si ni siquiera se habrá acordado de mí. No me pida que sienta una compasión que no tengo ahora, Doña Carmen, porque no lo siento.

    Discretamente, Julián había entrado en el dormitorio y cogiendo en brazos a Santiago, se dispuso a sacarlo de la habitación. El niño, sensible al cambio de humor de su madre, estaba muy serio, mirando las caras de todos y haciendo pucheros.

    Doña Carmen midió sus palabras de nuevo.
    -Mira hija… tengo más años que tú y este cuerpo ha rodado más en la vida, por desgracia. Solo te pido que me escuches y luego decides. Llevas mucho tiempo sin ver a tu familia. Tu madre hace más de un año que no te ve y estoy segura de que está deseando abrazarte.
    Elena se restregó la lágrima que le caía por la mejilla.
    -A los funerales se va a dos cosas: la primera es a velar al difunto. Y la segunda, es a acompañar a los vivos. Y eso es lo que tú debes de hacer ahora, Elena.
    -En el pueblo no me quieren…
    -¿Y a ti qué te importan las gentes del pueblo? Mira hija, es un telegrama muy conciso, pero lo firma tu vecina, y yo leo entre líneas. Te pide, te suplica que vayas. Ya no es por solo por ti. ¿Te has parado a pensar si tu madre no te necesita en estos momentos? ¿Acaso no se acaba de quedar sola, a pesar de todo?

    Elena se quedó parada, y volvió a releer el telegrama. La última palabra “VEN”, le martilleaba en el cerebro.
    -Llevas un año sin verla, seguramente tenga cosas que contarte que no te ha podido decir. ¿No tienes ganas de verla?
    -Sí…. Pero no así…
    -Precisamente, Elena, es por esto por lo que tienes que ir.
    Elena seguía sin convencerse.
    -Santiago es muy pequeño y el viaje es largo…
    -Puedes dejarlo aquí conmigo. Te sacas leche, y yo le puedo dar Pelargón, Además, ya va comiendo cosas. O… si quieres, Julián os puede acompañar.

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  2. Elena se quedó dubitativa. Es cierto que tenía muchas ganas de ver a su madre y a su hermana, pero le algo en su interior se rebelaba a ir a rendir el homenaje postrer al hombre que había renegado de ella.
    -Tu madre te necesita en estos momentos, Elena- dijo Doña Carmen cogiéndole las manos y mirándola a la cara-. Es por ella por quien tienes que ir. Mírame.

    Elena no podía rehuir su mirada intensa.
    -¿Te he fallado alguna vez con lo que te he dicho? ¿Te has arrepentido alguna vez de haberme hecho caso?
    Elena negó con la cabeza. En efecto, la señora había sido muy sabia tomando las decisiones adecuadas junto a ella. “Soy un poco bruja, sé lo que va a pasar” solía decir de broma.
    -No quiero. He dicho que no iré y no iré. El niño es muy pequeño. Ea.
    Doña Carmen suspiró y se puso en jarras.
    -Muy bien. Pues ya puedes hacer la maleta.
    -….
    -Que ahora mismo te vas de esta casa. Yo no tengo en mi casa a alguien que no respeta el luto de su padre, ni acude a la llamada de su madre.
    -Doña Carmen!
    -¡Ni Doña Carmen ni gaitas!
    -Es usted injusta conmigo!
    -Pues eso es lo que hay- y Doña Carmen se dio la vuelta hacia el salón con paso decidido.
    Julián la vio llegar junto a él. Tía y sobrino intercambiaron miradas. En el dormitorio de Elena se estaba desatando una tormenta en esos momentos.

    Pasado un rato de silencio que se podía cortar, Elena salió con los ojos enrojecidos.
    -Doña Carmen, por favor, no me diga usted eso… usted también no…

    -Hija mía, ven aquí… -la señora la abrazó con cariño, mientras Elena rompía a llorar en su hombro… ¿qué te crees, que no sé por lo que estás pasando? Claro, hija claro… claro que sé que lo que ese hombre os hizo, y sé que no merece ni un desvelo ni una lágrima tuya…. Pero tienes a tu madre… ella es la que te necesita ahora… ¿y si no está bien? Hace mucho que no la ves, Elena, hazme caso…
    Poco a poco, Elena se fue calmando y aceptando las cosas que le decía Doña Carmen.
    -Vamos, hija, vamos… te ayudaré a preparar la maleta…. Aún puedes coger el tren de la tarde. Julián te llevará a la estación… vamos, mi niña…

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  3. CAPÍTULO 53:

    Vestida de negro, Elena terminaba de dar el pecho a su hijo. Con el traqueteo del tren y la comida, el niño se había quedado profundamente dormido, para alivio de su madre. Doña Carmen la había hecho vestirse de luto, a pesar de la fuerte negativa de la muchacha.
    -Pero cómo vas a aparecer así, mujer…. ¿Quieres emperorar más las cosas?
    A regañadientes, Elena aceptó una blusa negra y falda negras que le prestó la señora. A la falda le hubo que estrechar las costuras, cosa que se dispuso a hacer Doña Carmen con presteza calzándose sus gafas de ver de cerca, mientras Elena preparaba las cosas para el niño.
    -Haremos un hilván provisional.
    Pronto la maleta estuvo preparada y Julián los acompañó en taxi hasta la estación. Elena prefirió que no viniera él, a pesar de su gentil ofrecimiento. Pensó que no era prudente. Frente a frente, los dos se quedaron mirando en el andén. La cara de tristeza y rabia de Elena hablaban por ella y Julián no pudo evitar abrazarla.
    -Lo siento mucho, Elena. De verdad…

    Elena tuvo otro ataque de llantina al sentir su contacto. En el fondo, le daba un poco de miedo a lo que se tenía que enfrentar ahora. Volver al pueblo se le antojaba todo lo negativo del mundo.
    -¿De verdad no quieres que os acompañe?
    Elena negó con la cabeza. Era mejor así. Si aparecía con el hijo bastardo y con un hombre del brazo, darían la campanada. Aún más.
    -No, muchas gracias.

    El largo viaje fue suficiente para ordenar sus recuerdos. A Elena le parecía estar viviendo de nuevo la misma sensación de zozobra que sintió en el viaje de ida, cuando todo su mundo se tambaleó en unas pocas horas y ella tuvo que abandonar el pueblo llorando, con una mano delante y otra detrás. Ahora volvía por el mismo camino, un año después, más segura en la vida y con un hijo junto a ella. Pero otros temores, otros miedos… las cosas no cambiaban tanto… Elena miró el campo por la ventana. Algunas cosas le parecían cambiadas. Otras permanecían inmutables, mudos testigos del paso de las gentes que van y vienen. Las encinas centenarias, por siempre vigilantes.

    -¡¡VILLAMULAS!!!

    Eran casi las nueve y media cuando el revisor avisó de la estación. Santi se había despertado y se aburría de estar allí. Con cuidado, Elena cogió su hatillo, una manta liada con las cosas dentro, ayudada por la vecina de asiento. Lo había preparado así para poder enganchárselo de un hombro, y poder llevar al niño en el otro, cosa que le hubiese sido imposible de haber llevado una maleta rígida.
    Como si estuviera en una película, la joven puso pie en la estación. Respiró hondo para reponerse del aire viciado del interior del vagón, y notó la piel de gallina al volver a sentir todos los olores familiares de su infancia, el aire, y la brisa de los campos de Castilla al caer la tarde.
    Ya había llegado a su pueblo.

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  4. CAPÍTULO 54:

    -¡¡ELENA, niña!!!
    Consuelo, la vecina, se apresuraba a darle un abrazo y a ayudarle con los bultos. Había ido a buscarla a la estación. Elena la abrazó con cariño y agradeció el gesto. No le hubiera gustado recorrer la distancia entre su casa y al estación sola por las calles, con su hijo en brazos, y recibiendo los pésames y saludos de la gente en solitario.
    -Fue ayer, por la noche. Al parecer vino borracho. Se subió a la terraza, y resbaló en el tejado. Se desnucó, fue instantáneo. La Guardia Civil estuvo toda la noche en la casa haciéndole preguntas a tu madre, hija, lo ha pasado muy mal. Ya se han ido.
    -¿Cómo está mi madre?
    -Deseando verte, hija. Y a este niño tan guapo que tienes aquí…

    El trayecto hacia su casa se le hizo eterno. Los hombres con los que se cruzaba al verla se descubrían la cabeza respetuosamente. Mujeres no vio a ninguna, seguramente estaban en la casa en el funeral. Elena se alegró de haber hecho caso a Doña Carmen y haber ido de negro. Caminaba con paso ligero con su hijo en los brazos. LA vecina Consuelo había cogido el hatillo con el equipaje.

    Al llegar a la puerta, Elena miró alrededor. Las cosas cambiaban levemente con el paso del tiempo. Recordó la última vez que traspasó ese umbral, arrastrada por su padre.

    El zaguán estaba lleno de mujeres que se apresuraron a darle un educado beso y a presentarle sus respetos. Elena apretó a as u hijo contra sí, mientras Consuelo la iba empujando suavemente hacia el interior. Los cánticos del rosario le llegaban desde el salón.
    Al llegar al salón, se detuvieron. LA madre se levantó y miró a su hija, de pie en el umbral de la puerta. Lentamente, mientras sus ojos se iban llenando de lágrimas, madre e hija se acercaron, mientras Consuelo cogía discretamente al niño para dejarlas abrazarse entre lágrimas. Todas las mujeres del pueblo asistieron en silencio al emocionado reencuentro entre madre e hija, delante del ataúd de su padre. Con mucha discreción, la mujer empujó a ambas hacia el dormitorio principal, en un abrazo lleno de sollozos contenidos durante largo tiempo. No era de recibo que todo el pueblo compartiera la intimidad necesaria para el reencuentro entre madre e hija. También discretamente, Consuelo metió en el dormitorio a Miriam, la hermana, y luego le dio al niño. Tras esto, cerró la puerta.
    -Sigamos. Cuarto misterio, Dios te salve, María, llena eres de gracia…

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  5. CAPÍTULO 55:

    La noche de velatorio fue larga. Las mujeres rezaban en el salón mientras madre e hijas se abrazaban en la habitación contigua. Dolores abrazó largamente a su nieto, cubriéndolo de besos. Elena abrazaba a Miriam, su hermana. Con doce años cumplidos ya se estaba convirtiendo en una mujer. Tras dejar al niño dormido en la cama, se incorporaron al rezo de las beatas.
    A las tres de la madrugada, la madre la despertó de una cabezada.
    -Sube arriba y échate.
    -No mamá, me quedo aquí contigo.
    -Sube arriba te digo. ¿Acaso quieres que se te corte la leche? Sube con el niño, yo os avisaré al amanecer.

    Ayudad por Consuelo, Elena subió al dormitorio donde ya estaba su hermana dormitando en la cama que antaño compartían las dos hermanas. Acomodó al niño entre las dos y agradeció poder estirarse un poco. Intentó cerrar los ojos y dar alguna cabezada, que no dormir.

    A eso de las seis, sintió la voz de su madre. Santiago dormía plácidamente, no había dado un ruido en toda la noche.
    -Mamá!
    -Las mujeres se han quedado dormidas. Ven…
    Elena colocó la almohada para que el niño no se cayera y se deslizó en las sombras siguiendo a su madre escaleras arriba. Las dos mujeres llegaron a la azotea. El fresco de la noche despejó a Elena.

    -Aquí fue.
    Dolores señaló las tejas sueltas que habían quedado tras la caída.
    -La noche que te echó nos dejó a las dos encerradas. Yo lloraba y suplicaba por ti, pero nadie nos oía. Sentí a Consuelo, la vecina, en la calle por la ventana, y corrí a darle las cosas que pude juntar del cuarto de tu hermana. Cuando nos abrió la puerta, al día siguiente ya era tarde, te habías ido de mi lado.
    Elena escuchaba en silencio, con los ojos acuosos al recordar aquellos momentos.

    -Lo maldije. Maldije el día en que nació y el día en que lo conocí. Maldije a toda su sangre de hijos de mala madre… Ese día ni él mismo quería mirarme a la cara, cuando desayunó se fue y no volvió hasta la noche.
    -Desde ese día no volví a dirigirle la palabra. Le ponía la comida y le lavaba su ropa, como le juré ante el altar, pero no salió de mis labios una palabra hacia él. Por las noches venía cada vez más tarde. Una vez me dijo que se iba a la ciudad. Volvió a los cuatro días. Ni supe dónde fue ni que había hecho, ni siquiera me importaba. Creo que estuvo en una casa de mujeres. Mejor así, me dejaría en paz unos cuantos días.

    -Apenas me dejaba salir a la calle. Cuando me daba dinero para comprar, yo le sisaba y lo iba juntando para ti. Como a mí no me dejaba salir, mandaba a tu hermana, pero Miriam también aprendió a sisar. Mi niña chica… aún recuerdo cuando vino el primer día con los dineros escondidos en las ropas para que los guardase con los demás. Ha aprendido a ver, oir y callar. Ella tampoco volvió a mirar a su Ramón igual desde entonces.

    En efecto, lo que había hecho con su hermana dejó huella en la mente de niña de Miriam, que empezó a temerle al padre.

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  6. -Al pasar los días me fue dando más libertad. El primer día que salí, fuimos a misa. Todo el pueblo nos miraba. Y a mí me dio igual, llevo sola en este pueblo veinte años, qué más me dan ya las gentes…
    -Un buen día vino Consuelo de nuevo a mi ventana, me dijo que buscara la manera de verla. Esa tarde me fui a la ventana del patio, por donde da la suya, y me dijo que sabían de ti, que le habían preguntado al médico por ti desde un hospital. A mí me dio un vuelco el corazón. Tenía noticias tuyas, pero eran tan poco esperanzadoras, nos dijeron que estabas enferma y pasando penurias… a punto estuve de coger el tren y plantarme en Madrid, pero ese mal nacido nos encerraba con llave por la noche hasta la mañana siguiente.
    -Cuando llegó tu carta diciendo que estabas sirviendo en una casa, me volví loca de alegría. Tuve que luchar porque no se me notara. Luego advertí a tu hermana, que se ha comportado como una persona mayor. Ahí la tienes, no se le ha notado nada. Ha guardado silencio todo el tiempo.

    Elena sonrió con amargura al pensar en su hermana pequeña. Por desgracia, los acontecimientos vividos habían hecho madurar a la niña.
    -Te escribía sin que se enterase, y le daba las cartas a Consuelo.
    -Así iban pasando los días. Yo me consumía por dentro pensando en el nieto que no iba a conocer, y en mi hija que me necesitaba. Cuántas veces agarré el cuchillo de la cocina o la mano del almirez y pensé en hacer algo, dios mío, y cuántas veces me arrepentía por tu hermana. LA de veces que pensé en el pozo y una caída accidental, o en el matarratas echado en la sopa.

    Elena se asomó al sitio por donde se había precipitado su padre. Las tejas estaban sueltas y el cemento disuelto. Elena miró a su madre, inquiriendo respuestas.
    -No, hija, no. Me faltó el valor. No tuve valor para quitarle la vida a un semejante, por mucho daño que me huya hecho. Y pensé en tu hermana, que la dejaría sola si a mí me metían presa. Pero afortunadamente, la vida le da a cada uno lo que se merece.

    -Esa noche no volvió, como otra de tantas. Yo imaginé que estaría en la taberna, bebiendo, así que me acosté con tu hermana. Al poco lo sentí llegar, dando un portazo. Estaba borracho. Vino al cuarto y empezó a aporrear la puerta. Creía que iba a despertar a todo el pueblo.
    -Tu hermana y yo estábamos abrazadas en un rincón. Recuerdo que Miriam estaba temblando. Nunca lo había visto tan fuera de sí. Yo quise salir para que no mirara más, y le mandé a la cocina. ÉL me pidió la bota de vino.
    -¿Para qué la quieres, para seguir bebiendo?
    -Eso no es asunto tuyo, maldita sea!
    -Está en la azotea- le dije.
    -Esa mañana le había subido la bota arriba, y la colgué del gancho. Ni siquiera sé por qué lo hice. Tal vez para quitarla de en medio y que no la viera más. Así que él subió. Y la encontró. Y lo escuché dar voces. Debió de escucharlo medio pueblo, porque no paraba de gritar a todos desde la terraza. Luego escuché un golpe seco y ruido de tejas. Y luego el silencio. Y la gente gritando.

    -No supe qué pasó hasta que no vinieron aporreando a mi puerta. Los vecinos lo habían visto desde la ventana. Afortunadamente yo no estaba con él, sino me hubieran acusado de empujarle. Fue una suerte que merced a los gritos de borracho que dio, todo el pueblo estaba mirando y vieron que estaba solo. A las pocas horas se presentaron los civiles, Elena, en la vida he temido tanto.
    Dolores se echó a llorar.
    -Gracias a dios que duró poco y me soltaron. Estuvieron inspeccionando la terraza, pero los vecinos declararon que se cayó solo, de puro borracho que estaba. Solo de pensar que me hubieran llevado presa….
    Dolores se llevó las manos a la cara conteniendo un sollozo.
    -Ya está, mamá… todo ha terminado….
    Las dos mujeres se quedaron en silencio, viendo las últimas estrellas apagarse para dar paso al amanecer.
    -Vamos abajo… las mujeres estarán despertando…

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  7. CAPÍTULO 56:

    La última palada de tierra cae sobre el féretro de Ramón Gutiérrez, vecino de Villamulas del Campo, esposo de Dolores Molina y padre de Elena y Miriam. Se acabó.

    A su alrededor han venido casi todos los vecinos del pueblo. Las mujeres rodean a Dolores, que está del brazo de Elena a un lado, y Miriam al otro, contemplando impasibles la escena. Ni una lágrima ha salido de la cara de las tres mujeres, vestidas de negro de arriba abajo y con un pañuelo cubriendo su cabeza. Consuelo está detrás, con el niño en brazos.

    El sacerdote dice las últimas palabras y la gente le presenta sus respetos mientras va saliendo.
    La gente empieza a formar una cola para presentar sus últimos respetos a la familia, además de al cura que ha oficiado. Únicamente Elena no le mira a la cara. Le ha negado la comunión hace apenas un rato, en la última misa antes de despedir para siempre a su padre. La muchacha se puso en fila para comulgar como todo el mundo, y al llegar su turno el sacerdote le retiró la sagrada forma de su alcance. Elena no tuvo otro remedio que darse la vuelta mientras sentía que todas las miradas del pueblo se clavaban en ella mientras se sentaba en su sitio al lado de su madre. Era una madre soltera, tenía un hijo bastardo. Una pecadora.

    Las últimas gentes terminan de despedirse, dejando el cementerio desierto. Únicamente las tres mujeres, con la vecina Consuelo junto a ellas, se han quedado atrás. Afortunadamente, el niño se ha portado bien y no ha llorado apenas, pero ahora busca la teta de su madre y eso ella no se lo puede dar.
    -Toma Elena. Esta criatura pide lo que le toca.

    Elena coge en brazos a su hijo y se lo pone al pecho. Apenas han comido, aunque antes de irse, a eso de las siete de la mañana, Consuelo la metió en la cocina y le hizo tomarse un tazón de leche.
    -Bebe, hija. Tienes que alimentar a una criatura que no entiende de ceremonias mundanas.
    -Pero no puedo romper el ayuno, Consuelo. En la misa tendré que comulgar…
    -Déjate de ayunos, y bebe tu taza de leche.
    Y así lo hizo.

    Las cuatro mujeres caminan despacio. Están cansadas y con ganas de llegar a casa. Consuelo se ha adelantado un poco con Miriam, la hermana pequeña. Elena y su madre van quedando más rezagadas. Al llegar a una bifurcación, Consuelo busca la mirada de Dolores, que asiente, cómplice. Sabe lo que viene ahora.

    -Vámonos nosotras, Miriam. Tu hermana va más despacio- dice cogiendo a la niña por el brazo y haciéndola andar con ella hacia su casa.

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  8. Elena se sorprende de que su madre tome el otro camino con ella, mientras Consuelo y Miriam se dirigen a la casa, pero se deja guiar por ella. Ambas van andando despacio. La cara de la madre ha cambiado totalmente. No hay rastro de dolor en su semblante. Solo alivio.

    -¿Qué ha pasado por el pueblo, madre? Cuénteme que ha sido de las gentes en todo este tiempo….- dice Elena intentando hablar de otro tema.
    -Poca cosa. Yo apenas he salido y no me he enterado de nada. Rosa se casó con el molinero, Paqui tuvo una niña, y… sabes que Alejandro se casó con la hija de los Sáez. Se casaron en Mayo. ¿Y sabes qué? Que la semana pasada tuvieron que llamar al médico de noche, al parecer ella estaba embarazada de una criatura y la estaba perdiendo. Y el médico dijo que tenían que coger el coche y llevársela a Madrid inmediatamente. Y allí deben seguir, en el hospital.
    Elena ya advirtió que no había nadie de la familia de Alejandro en el cementerio con ellos. Aunque estaban en boca de todo el pueblo, al menos alguien a presentar los respetos siempre se acerca.
    -Dicen las malas lenguas que ya no podrá tener más hijos….

    Elena miró hacia a otro lado. En realidad, eso ya no era problema suyo. Su antiguo novio la había abandonado y se había casado con otra con más dinero y posición. Ahora ella era una madre soltera y su hijo sería un bastardo toda su vida. ¿Qué le importaba a ella lo que le había pasado a su actual mujer?

    Hablando, sin darse cuenta, las mujeres llegaron a una claro que formaba el bosque apartado de la senda principal. Dos piedras puestas de forma caprichosa delimitaban algo. Una frondosa mata de romero crecía detrás. Dolores se detuvo y se postró de hinojos en el suelo, arrastrando a Elena hacer lo propio. El pequeño Santiago estaba tranquilo en brazos de su madre, tras haber comido. Elena lo desenganchó de su pecho y se abrochó la blusa con la otra mano.

    Elena observó con sorpresa a su madre, cuya cara había mudado en una mueca de tristeza, agacharse a besar la tierra que allí había, cogiéndola en su mano mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas, ahora sin control.
    -¡Ahora sí puedo llorarte como te mereces! ¡Y éste luto que guardaré durante tres años será el luto que en su día no pude guardar por ti!
    Dolores se agachó sobre la tierra, con sollozos espasmódicos.
    -¿Esto qué es, madre? ¿Qué está usted diciendo? ¿Qué pasa aquí? ¿Quién hay aquí debajo? ¿Quién está aquí enterrado, madre?

    Dolores esperó un tiempo para calmarse, antes de sentenciar:


    -Santiago Martín. Tu padre.


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  9. CAPÍTULO 57:


    -Yo tenía tu edad, era muy joven, y acababa de descubrir el amor. El amor de verdad, ese que te hace temblar cada día mientras esperas volver a verle.
    -Eran los años de la guerra. Fue todo muy duro, durísimo, y en el pueblo se pasó mucha hambre. Nos conocíamos desde pequeños y empezamos a salir cuando él se alistó en el bando republicano, en el año 36.
    -Un fin de semana vino de permiso. Eran las fiestas del pueblo, y aunque había mucha escasez, no se dejaron de celebrar. En la plaza estaba la verbena, con música. Yo estaba con Santiago, pero se ve que Ramón también estaba allí y se fijó en mí. Al sentarnos a descansar y quedarme sola durante un momento, se me acercó y quiso hablar conmigo. Me dijo que quería bailar, que saliésemos a bailar juntos. Yo le dije que ya tenía pareja de baile, pero no se quedó convencido. Esa noche se fue pero se conoce que ya se había fijado en mí. Yo no le di más importancia al incidente, y seguí divirtiéndome con Santiago y con mis amigas.

    -Esa noche fuimos a la era, y allí fuimos lo que ambos deseábamos: un hombre y una mujer. Al día siguiente él se iría de nuevo al frente, y ambos sabíamos que probablemente pasaría mucho tiempo antes de volvernos a ver. ÉL no quería dejarme sola, pero yo quise hacerlo… le amaba tanto… siempre recordaré esa noche….


    -Los días pasaron y Santiago ya estaba incorporado al frente. La guerra era cada vez más cruda y al pueblo llegaban noticias muy malas. Muchos jóvenes se habían alistado en el bando republicano y durante esos días llegaban noticias de que los habían apresado y fusilado. EL pueblo era un inmenso velatorio, y las madres y esposas no paraban de llorar. Entonces pasó algo horrible.

    -Los nacionales ocuparon el pueblo. E hicieron presos a los pocos hombres que aún quedaban. Una vez trajeron un camión de presos a los calabozos del ayuntamiento. Uno de ellos era Santiago. Lo habían apresado en el frente del pueblo vecino.
    Habían pasado quince días desde que nos despedimos. Cuando supe que lo habían hecho preso el mundo se me vino abajo. Las noticias no podían ser más desalentadoras. Los nacionales avanzaban y los pueblos eran ocupados uno tras otro, y los rebeldes fusilados. ¿Sabes quién era el capitán que mandaba el destacamento?

    Elena lo intuyó. Ramón.
    -En efecto. Era Ramón. Le habían dado el mando de una unidad, y aún se acordaba de mí y de mi negativa el día de la verbena. Ese día yo me presenté en su despacho. Venía dispuesta a lo que fuera para ayudar a Santiago.

    -¿y qué pasó, madre?
    -Durante muchos minutos le rogué, le supliqué… le dije que Santiago no era político, que tan solo se alistó en el bando que había… pero fue inútil. Entonces él me preguntó que qué estaba dispuesta a hacer para ayudarle.
    -Yo pensaba que solo quería poseerme, hacerme suya. Y accedí. Me dio mucho asco, pero para salvar a una persona del paredón lo hubiera vuelto a hacer una y mil veces. Pero no, él quería más. No le bastaba con eso solamente. Me dijo que me fuera con él para siempre. Que fuera su mujer.
    -Me dijo que se fijó en mí y le gusté. Que los republicanos tenían los días contados y que le iría mejor siendo su mujer. YO aduje la falta de amor pero él se rió. Me dijo que el amor ya llegaría, que él tenía amor de sobra para los dos. Me prometió que si me casaba con él esa noche, Santiago estaría libre.

    -¿Y lo hiciste?

    -Sí. Hubiera dado mi vida porque no le mataran. Llorando y temblando, con un cura castrense y dos soldados de testigos, esa noche hicimos los votos matrimoniales. Y esa noche me hizo suya en la habitación cochambrosa que le servía de cuartel. Fue la peor noche de mi vida.
    Elena tragó saliva. Ella sintió lo mismo cuando Alejandro le destrozó la blusa aquel aciago día de Julio.

    -¿Y qué pasó con Santiago? ¿Cumplió su promesa? ¿Lo dejó libre?

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  10. -Al día siguiente comprobé que no estaba en el calabozo. Pensé que había cumplido su parte del trato y me alegré por él. Me tuvo engañada. Hasta que salí a la calle y pude comprobar por mí misma lo que había pasado. A todos, los habían fusilado a todos. Los habían sacado durante la noche y se los habían llevado hasta aquí. Les hicieron cavar unas fosas y luego les tiraron. Lo vio todo el chico del molino, Paco, que por esos días era un niño de doce años y estuvo toda la noche viendo lo que hacían escondido tras unos matorrales.

    -Cuando me lo dijo, yo corrí hasta aquí. La tierra estaba fresca y yo cavé con mis propias manos, no me lo creía. Habían echado poca tierra, seguramente pensaban terminar de enterrar después. Cavé y cavé, y saqué a tu padre. Lloré sobre su frente, ya fría, y le besé en sus labios llenos de tierra, la misma tierra que nos había visto amarnos. Luego tuve que apretar mi alma para volver a enterrarle con mis propias manos.

    Con lágrimas en los ojos, Elena se imaginaba la escena.
    -¿y qué pasó luego, cuando volviste al pueblo?
    -Ramón me estaba buscando. Yo le dije que las gentes decían que habían matado a los presos, y él me lo confirmó, y me dijo que no había sido orden suya, que no sabía nada. Yo lo dudaba mucho, lloré, lloré y le grité que había faltado a su palabra. ÉL me cogió y me encerró en su habitación durante todo el día.

    -Los días siguientes fueron horribles. Por todas partes llegaron noticias de muertos y fusilados. EL pueblo se quedó sin hombres. Mi familia desapareció y mis hermanos también fueron fusilados. Me madre no pudo resistir la pena y murió al año siguiente. Los días pasaban y yo era un alma en pena. Ni siquiera le dirigía la palabra.
    -Entonces , me fijé en el calendario que colgaba de la pared. No podía creerlo, pero tenía una falta. Al principio pensé que eran los nervios, pero al ir pasando el tiempo, las nauseas y los mareos fueron llegando. No tuve más remedio que convertirme en la mujer de Ramón y anunciarle que iba a tener un hijo.

    -¿Por qué, mamá? ¿Por qué no le dejaste y te fuiste? Tal vez hubiesen anulado vuestro matrimonio, o tal vez te hubieses ido a otro sitio…
    -Hija… ¿y a dónde iba a ir? Era la guerra… yo estaba embarazada de un militante republicano y los nacionales avanzaban hacia Madrid. ¿Qué crees que me hubiese pasado? Probablemente, tras sufrir mil penalidades, habría terminado presa, como les sucedió a tantas mujeres de este pueblo, y me hubieran arrebatado al hijo que llevaba en las entrañas, te hubieran arrebatado de mi lado al nacer. Y ese hijo era de Santiago, de lo que más quería en la vida.

    Elena bajó la mirada. Cómo no iba su madre a someterse por el hijo que venía en camino, si ella misma había estado a punto de echarse al arroyo por eso mismo. Pensó en el enorme sacrificio que tuvo que hacer su madre al verse de pronto sola, sin familia, en un entorno que le era hostil y con una criatura en sus entrañas.

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  11. -Los nacionales tomaron Madrid y la guerra terminó. Ramón pronto fue ascendido y trasladado, y yo tuve que acompañarle. Tú naciste en Villamulas, a los ocho meses de la boda.
    -¿Y Ramón supo que yo no era su hija?
    -Si lo supo, nunca me lo dijo. Dijimos a todo el mundo que eras ochomesina. Él nunca preguntó nada, pero tampoco te trató como debía de tratar un padre a su hija. Cuando naciste se llevó una decepción: hubiera preferido que hubieses sido niño.
    -Tu llegada me colmó de felicidad. Tenías todo el gesto de Santiago, tu padre, ¡eras su vivo retrato, hija!. Ya nada me importaba, solo darte una vida digna. Aguantaría lo que hiciera falta para que a tí no te faltara de nada. Tu mirada me daba fuerzas para soportar el día a día con Ramón.

    -Al principio él estuvo distante. Pero pronto empezó a quererme en su cama. Ni siquiera respetó la cuarentena. Y me instó a destetarte. Yo me negué, si lo hacía, podías haber muerto, con el hambre que se pasó y la de niños que se murieron, pobrecitos míos... Te ponía a mi pecho todo el rato, cuando él se iba, para que no se me fuera la leche. Tenía tanto amor por ti que me rebosaba.

    -Tú ibas creciendo, y él se pasaba el día metido en el cuartel. LE habían trasladado a otra provincia, en un pueblo al lado de la sierra. Llegaba la noche y casi no te veía. Por las noches me buscaba, quería su ración de cama. Yo se la daba pero le pedía a dios que no me concibiera un hijo, y a fe mía que lo conseguí. No me quedaba embarazada, por más que se obsesionaba con ello. Cuando eras pequeña te daba el pecho sin descanso. Había oído a las mujeres mayores que dando el pecho no venían más niños, así que cuando él se iba yo te ponía a mi pecho. Y a ti te gustaba mucho.
    Elena sonrió al recordar la cara de felicidad de su niño cada vez que mamaba de ella.

    -Luego cuando tú creciste, ya volví otra vez a ser fértil otra vez, pero mi empeño y mi asco pudieron más. No me quedé embarazada. Y poco a poco nos fuimos distanciando, él estaba de peor humor cada día y yo le tenía más miedo. Los años pasaban, y no venía ningún otro hijo.
    -Por aquel entonces lo habían vuelto a trasladar a Villamulas. Tú ya tenías seis años. Pensé en mis hermanos, muertos en el frente, y lo sola que me había quedado, y pensé que seguramente te vendría bien un hermanito. Así que dejé que me dejara embarazada. Pensé en otra criatura que sería mi hijo, y hermano tuyo. Y no tardó en llegar.

    -¿Miriam?
    -Así es. Él se ilusionó mucho con el niño. Me respetó mucho durante el embarazo, y estaba seguro que iba a ser niño, quería un hijo a su imagen y semejanza, para poder llevarlo a los desfiles de la falange y al ejército. Así que cuando nació tu hermana se llevó un chasco.
    Elena sonrió. Recordaba estar detrás de una puerta mientras su madre daba a luz asistida por la comadrona, y Ramón y ella esperaban fuera. La comadrona salió anunciando que había sido niña, y Ramón cogió la gorra que llevaba y la estampó con furia contra el suelo. Esa imagen se le grabó en su retina de niña.

    -Y lo demás ya lo conoces. Se le fue agriando el carácter cada vez más, empezó a pasar las noches en la taberna, y….

    Dolores bajó la cabeza. Elena no necesitó más explicaciones. Dolores se llevó la mano al pecho y sacó un sobre amarillento que le pasó a su hija. Dentro guardaba una fotografía antigua de un chico muy apuesto. A Elena le pegó un vuelvo al corazón. Era igual que su hijo.
    -Bendigo el día que apareciste con mi nieto, porque lleva la cara de su abuelo grabada en la suya. Son iguales. Hija… ¿por qué le pusiste Santiago?
    -No lo sé, madre… ya le dije que se me pasó por la cabeza. Mire usted, qué casualidad…
    Elena besó la cabecita de su hijo y lo miró. El mismo hoyito en la mejilla al reírse, la misma boca, la misma mirada. El abuelo se materializaba en la carita del nieto.

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  12. Elena acompañó a su madre en el rezo de un Padrenuestro. Madre e hija se quedaron un rato ante la tumba anónima de Santiago, cada una absorta en sus pensamientos. Dolores cogió una ramita de romero y se la llevó a la nariz, aspirando su olor. Luego se la metió en el pecho, donde había llevado el recuerdo por el amado muerto hacía ya diecinueve años.
    Lentamente, las dos mujeres se despidieron de aquella tumba y volvieron sobre sus pasos.

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  13. CAPÍTULO 58:

    La tarde caía sobre los campos de Castilla mientras el tren hacía pasar las encinas a la velocidad del rayo por su ventana. Enlutada de la cabeza a los pies, con un pañuelo negro recogiendo sus oscuros cabellos, c on el gesto más sereno y el cuerpo más descansado, Elena retornaba a Madrid a los dos días del entierro. Esa tarde, tras descansar y comer una nutritiva sopa que les había llevado Consuelo, Elena ayudó a su madre a deshacerse de todas las pertenencias de su padre. Todas. La ropa fue sacada del armario y metida en un baúl. Sus cosas, retiradas del cuarto y metidas en una caja. Dolores no quería tropezarse con nada que le recordase a su marido, el hombre que la había maltratado durante media vida, y que había echado a su hija de casa.
    -Mañana- dijo Consuelo mientras ayudaba- las llevaré al párroco para que se las dé al primero que pase.

    En la estación, la despedida fue emotiva. Ya la noche antes habían hablado del futuro de las tres mujeres sin Ramón. Ahora Dolores era una mujer viuda. En la España de la época podía hacer cosas que antes les estaban vetadas, y le quedaría una modesta pensión como viuda de militar en la reserva, eso sí, bastante escasa.
    -Venga conmigo a Madrid, madre. Le buscaré trabajo… y Miriam podrá estudiar- suplicó Elena.
    -Quédate aquí con nosotras…- le dijo la madre. El desgraciado de Ramón había muerto. Ya no había impedimento para que Elena estuviese allí, en su lugar, con su familia.

    En el asiento de segunda clase, Elena repasó mentalmente las razones por las que volvía: era verdad que ahora podían estar juntas, pero la vida en el pueblo, compartiendo el mismo aire que Alejandro y su ahora mujer, se habría tornado irrespirable. Y su hijo Santiago habría sido toda la vida un hijo bastardo, habría tenido que soportar las burlas de los demás niños. En cambio, en Madrid, más grande, podría tener más oportunidades. También, y lo estaba empezando a reconocer, echaba de menos a Doña Carmen. Esa mujer la había ayudado en su embarazo y en su parto, y le sentaba mal dejarla así, sin más.
    -Siempre habrá tiempo para volver, madre…- le dijo Elena al despedirse.

    Además, no era la única en quién pensaba. Elena se sorprendía de que otra persona aparecía constantemente en sus pensamientos sobre Madrid. No se imaginaba dejar de ver a Julián para siempre. Pensando en él, besó la cabecita de su hijo, dormido profundamente. Elena aspiró el olor de su cabecita, cada vez más poblada de rizos morenos, y tocó con sus labios el fino cabello del niño. Absorta, no podía dejar de pensar qué habría sido de su vida si las circunstancias hubiesen sido otras. Si su padre, su verdadero padre, el difunto Santiago, hubiera sobrevivido. Seguramente su verdadero padre nunca la habría echado de la casa. Seguramente la habría acogido y ayudado con su hijo, y no la habría rechazado jamás por eso. Y seguramente su verdadero padre habría sido un padre cariñoso con su nadre y con sus hijas. Elena dejaba volar su imaginación, llenando el hueco paterno que siempre había sentido desde que tenía uso de razón, con el recuerdo del verdadero padre al que nunca conoció. Despacio, sacó de su bolsillo una pequeña foto que le había dejado su madre, arrugada y en blanco y negro, pero donde aún se podía ver el porte noble y magnífico de Santiago. Dolores tenía razón: el niño era clavado al abuelo.

    Mientras el tren entraba en Madrid, pensó en actuar por su cuenta: buscaría algo para su madre, para que se vinieran del pueblo. Tal vez otra casa en qué servir, algún kiosko o algún estanco. Y cuando lo tuviera, le escribiría. Con el dinero que ya tenía ahorrado y la pensión de viuda de su madre, podrían ir tirando.
    El tren se detuvo en la estación y Elena se alegró al ver una figura familiar, recortada sobre el andén. Era Julián que la estaba esperando.

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  14. CAPÍTULO 59:

    El abrazo fue reconfortante y emotivo. Julián se sorprendió al verla. Su cara parecía muy cambiada, como si varias toneladas de aplomo y madurez se hubieran adueñado de la misma. Elena parecía feliz, en paz consigo misma.
    -¿qué tal el viaje?
    -Bien, gracias. ¿Cómo sabías que volvería hoy?
    Julián sonrió.
    -Me lo dijo mi tía, que es…
    -… ¡un poco bruja! –dijeron los dos a la vez echándose a reír.
    -Y este jovencito, que ya es más grande que yo….
    El pequeño Santiago gritaba escandalosamente y le echaba los brazos a Julián, para que lo alzara.
    Julián le cogió gentilmente los bultos y ambos tomaron un taxi de vuelta. Elena había visto aumentado su equipaje a la vuelta: su madre le había preparado otro hatillo con jerselitos para el niño, polainas más grandes para un niño que empieza a gatear y está todo el día arrastrándose, y como no, un par de quesos y chorizos del pueblo. Elena pensó en cómo iba a cargar eso hasta la casa. Gracias a Dios que Julián estaba allí, pensó.

    Elena y Julián se acomodaron en el asiento posterior del taxi. Imperceptiblemente, Julián puso su hombro rozando el suyo. Nunca habían estado tan juntos. Elena lo miró y luego desvió la mirada a la ventana. No pudo evitar retrotraerse casi un año atrás y recordar su aciaga llegada a Madrid, y lo inmensa que vio la ciudad cuando salió de la estación y se sintió tan sola y tan engullida por el anonimato de la gran urbe. Ahora, Madrid no le parecía tan trágica ni tan gris. Elena se estremeció al volver a recordar la sensación de angustia que la oprimía los primeros días, cuando no tenía ni dónde caerse muerta. ¿Cuántas chicas habrían pasado por lo mismo que ella? Seguramente muchas, y seguramente no todas habrían tenido tanta suerte. En el fondo, ahora podía considerarse afortunada. Elena se estremeció y se cruzó su blusa.
    -¿Tienes frío?- le dijo Julián. El tiempo a finales de Agosto era un poco impredecible.
    -No, estaba pensando- le sonrió ella. Al lado de ese hombre, sentía la ciudad menos monolítica.

    El taxi paró en la puerta, y Julián se apresuró a ayudarla a bajar con el niño. De inmediato, una mujer menuda y con el moño blando y delantal, salió a ayudarles con los bultos y a darle el pésame.
    -Te acompaño en el sentimiento, hija. Qué desgracia, perder a un padre.
    -Gracias, Doña Fermina.
    -Qué sola se va a quedar tu madre, hija.
    -Sí, señora, gracias.

    Elena se despidió cortésmente de Fermina, la portera. No tenía muchas ganas de andar dando explicaciones, y los pésames por la muerte de Ramón le sonaban vacíos y huecos. LA menuda mujer les ayudó a subir los fardos desde la portería a la casa, cosa que era de agradecer. Fermina llevaba ocupando la portería desde que la casa se edificó, prácticamente. LA mujer ya conocía a todos los vecinos y había visto crecer a Julián.
    -Gracias.
    Elena y Julián se despidieron de ella y entraron en su casa.

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  15. CAPÍTULO 60:

    -¡No, no y no! ¡He dicho que no!
    Elena salió del salón hecha una furia y encerrándose en su cuarto. LA discusión con su señora había llegado a su punto álgido. Elena y Julián entraron en la casa con los bultos que traían, y Doña Carmen se apresuró a darle un cálido abrazo y a preguntarle por cómo habían ido las cosas.

    -Elena…. ¿cómo estás? ¿y cómo está tu madre?
    Cogiéndole de la barbilla, le dijo serenamente:
    -¿Verdad que no te arrepientes de haber ido?
    -Tenía usted razón Doña Carmen. He hecho bien en ir.

    Luego, Elena se fue a su cuarto a deshacer el equipaje y a cambiarse de ropas. La muchacha se desprendió de la blusa y falda negras y se puso su atuendo diario, una falda gris con una blusa blanca, lo cual había provocado la sorpresa de la mujer, que esperaba que la joven se vistiera de luto. Nada más aparecer en el salón, Doña Carmen mudó el gesto.

    -¿Se puedes saber qué haces vestida así?
    -¿….?
    -¿Es que no piensas guardar mínimamente el luto? Ahora mismo te estás vistiendo de negro de nuevo.
    -Pero….
    -Ya me estás oyendo Elena.
    -No me puede decir eso, Doña Carmen.
    -Pues te lo digo.
    -No me voy a vestir de luto.
    -Era tu padre. ¡Por supuesto que te vestirás de luto!
    -¡No! No voy a fingir algo que no siento. No me obligue Doña Carmen. Usted lo conoce todo y no me puede decir esto.
    -Elena, si no guardas el correspondiente luto, no vuelves a pisar esta casa.
    -¡Pero…! Ese hombre me echó de su casa. ¿Usted se cree que merece una sola de mis lágrimas? Mi madre vivía atemorizada.
    -He dicho que no, y es mi última palabra. No te portes como una niña caprichosa. Has de guardar el luto por la muerte de tu padre, como está mandado.
    -No me puede hacer esto, Doña Carmen.
    -¿qué van a pensar los vecinos?
    -No me importa nada lo que piensen los vecinos. ¿No me decía usted que no me tenía que guiar por lo que piensen las gentes?
    -No es lo mismo, Elena.
    -¿Ah, no?
    -No. Toda la finca sabe que se ha muerto tu padre. ¿qué crees que pasará si te ven vestida como todos los días?
    -No quiero vestirme por él. No lo siento.
    -Piensa en tu hijo. Piensa en las murmuraciones que habrá si su propia madre no respeta el luto por su abuelo.

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  16. Elena se dio media vuelta y se encerró en el cuarto, enfadada. Julián aguantaba en brazos a Santiago, que lo miraba todo con su chupete puesto. Doña Carmen esperó un rato y luego fue detrás de ella. Llamó a la puerta y entró.
    -Elena, mírame.
    -¿Verdad que no querías ir al pueblo? ¿Y verdad que ahora no te arrepientes de haber ido? Pues ahora pasa lo mismo. Hazme caso. Vístete de negro de los pies a la cabeza. Todo el barrio te dará el pésame, y tú tendrás que estar a las duras y a las maduras.
    Elena se restregó las lágrimas con el dorso de la mano, con una mueca de rabia.
    -Hazme caso. Y si no es por tu padre, será por alguien a quién sí debes de guardarle respeto.

    Elena pensó de repente en las palabras de su madre ante la tumba de Santiago: “ahora te podré llorar lo que no te he llorado en estos años”. Y pensó en su padre de verdad, en su padre vilmente asesinado, el abuelo verdadero de su hijo.
    -Está bien, pero solo durante unos pocos meses.
    -Pues claro, mujer. ¿Qué te crees, que te vas a pasar la vida vestida de negro? Pero ahora te van a venir a ver, y tienes que ser una mujer respetable para todos.
    Doña Carmen la cogió de las manos. El orgullo de la muchacha se resistía a doblegarse tan fácilmente.
    -Hazme caso. Pronto entenderás por qué te lo digo- le dijo guiñándole un ojo.
    Elena se levantó y procedió a vestirse de nuevo con la camisa negra, como el ala de un cuervo.
    -Luego te subes a la casa de….., la dueña. Ha preguntado por ti y quiere que subas, y sería descortés ignorarla.
    -Esa señora tan…..- Doña Carmen le hizo una señal que hizo callar a Elena. Era la señora tan criticona del cuarto piso. Al final, la muchacha cedió.
    -Está bien. Si usted lo dice, lo haré.
    Satisfecha, Doña Carmen se dirigió al salón para esperarla. Santiago se había quedado dormido en brazos de Julián agarrado a su trapo de gasa.

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  17. CAPÍTULO 61.
    Septiembre DE 1.956.

    -¿Te vienes a dar un paseo?
    -¿Los dos solos?
    -Sí. Los dos solos.
    Un poco extrañada por la proposición, Elena aceptó. Tampoco quería parecer descortés y negarse.
    El paseo fue tranquilo. Elena aceptó el brazo que le ofrecía Julián amablemente y se dejó llevar por sitios donde no los conocían y nadie hubiera murmurado de la chica soltera de luto a solas con un hombre. La conversación fluyó sobre el niño, los días pasados y cosas banales hasta que llegaron a un parque que Elena no conocía, y se sentaron en un banco.

    -¿Cómo estás?
    -Bien, mucho mejor. Voy asimilando las cosas poco a poco.
    Elena era sincera. LA confesión de su madre sobre sus orígenes había sido un trago duro para la muchacha, que ahora iba encajando todo eso en su vida cotidiana. Elena le juró a su madre guardar por siempre ese secreto y así lo hizo. Nunca se lo contó a nadie.
    -Pareces otra persona- le dijo él.
    -Es que así es como me siento ahora.

    Los dos se quedan pensando. Hay veces que entran en silencios cómodos, de esos en que no hay que decir nada para expresar lo que se siente. Tan solo se dejan llevar. Elena y Julián gustan de la compañía mutua. Para Julián, Elena ya no es la niña asustada que aterrizó un día en el hospital. Ahora es una mujer que ha logrado sacar adelante a su hijo, que parece haber tomado las riendas de su vida, serena y confiada. A pesar de la reciente pérdida, la muchacha se le antoja serena y poderosa.

    -Echo mucho de menos a mi familia, Julián. Les he dicho que se vengan. Si les encuentro un trabajo les escribiré. Mi madre no tiene nada que hacer en el pueblo. Allí están solas y pasando penurias. Al menos aquí, estaríamos las tres juntas.
    Julián calla. Le gustaría poder hacer algo por ellas pero no sabe cómo. HA estado a punto de preguntarle a Elena que por qué no se ha quedado allí en su pueblo, cosa que se temía que hiciera. Pero la prudencia le ha cerrado la boca. Es indudable que Elena ha decidido que su vida será en Madrid junto a ellos, al menos por ahora.

    Elena mira a Julián. LE ha costado dejar de verlo como el médico que quería entregarla a la policía. Ahora ve a un joven atento, responsable, afectuoso. Se pregunta por qué no se ha casado aún, seguramente cualquier chica estaría encantada de ser cortejada por él.

    -Me alegra que estés aquí hoy, Elena. Te lo digo de verdad.
    Elena se queda azorada, si saber qué contestar.
    -Toma….- le dice él.
    -¿Y esto qué es?
    -Para ti. Déjame que te la regale.
    Julián se saca del bolsillo una rosa blanca que tenía guardada y se la ofrece con suavidad a Elena. La chica la coge, azorada. Es la primera vez en su vida que alguien le regala una rosa. Ni Alejandro en otra época le había hecho semejante regalo. Elena siente que se pone colorada hasta la raíz del cabello.
    -Gracias.
    -¿Te gusta?
    Elena siente que se acelera, se le nubla la vista, y por su mente pasan historias mil veces oídas en los mercados sobre señoritos que cortejan a sus criadas y luego las engañan. La desconfianza se apodera de ella y nublan sus pensamientos. Tartamudea al hablar.
    -Yo… es hora de volver…. Vámonos a casa… ya es tarde, yo…

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  18. CAPÍTULO 62:
    Noviembre de 1.956.

    Ya han pasado tres meses desde el entierro de Ramón Gutiérrez. Elena ha permanecido vestida de negro de pies a cabeza. Todo el barrio le ha presentado sus respetos: las vecinas del bloque, los tenderos del mercado… Elena ha recibido a todos con cara de circunstancia y ha agradecido cortésmente las muestras de condolencia. Doña Carmen la acompaña muchas veces, y la chica se coge de su brazo. Sabe que lo está pasando mal en estos momentos.
    -Es un trago que tienes que pasar, Elena. Ánimo, hija.

    La vecina del cuarto piso, la dueña de la finca, la hizo subir.
    -Lo siento mucho, hija. Al final, tu padre no conoció a tu hijo, ¿no?
    -No, señora, no hubo oportunidad.
    Y contestando lo más lacónicamente posible, Elena pasó el trago de la visita. Al final, la señora lo único que buscaba era más material de cotilleo para sus reuniones de tarde. La señora le preguntó por su padre, su madre, qué hicieron, y hasta qué habían comido. Pero Elena salió airosa de la prueba . No dijo ni media palabra más de las estrictamente necesarias.

    También estos meses han sido ajetreados para Julián. Una de las viviendas se ha quedado vacía. En el piso de al lado de Doña Carmen, los propietarios se mudan. Rápidamente, Doña Carmen se lo comunica a su sobrino, que inmediatamente procede a interesarse. En un corto plazo se formaliza el contrato y tiene lugar la mudanza. Ahora doña Carmen tiene a su sobrino como vecino de puerta.

    La cercanía de Julián perturba el ánimo de la muchacha, que ve como su corazón se acelera cada vez que siente sus pasos en la escalera. Nunca hasta ahora lo había sentido tan cerca. Ahora Julián prácticamente pasa el día en casa de su tía, a la que acude para comer y cenar, excepto los días que tiene turno en el hospital. Casi todos los días comen los tres sentados en la misma mesa, y Elena comparte sus conversaciones como una más. El pequeño Santiago, que ya está empezando a comer sólidos, también se acostumbra a la presencia de Julián, a quién busca constantemente cuando entra por la puerta. El niño quiere jaleo y sabe que ese hombre se lo da.

    Ese día hay movimiento en el portal de abajo. Ha venido una ambulancia, y los sanitarios se han llevado a Fermina, la portera. Al parecer a la buena mujer le ha dado una angina de pecho, y se la llevan al hospital. Los vecinos contemplan el espectáculo conmocionados. Los comentarios se suceden:
    -¡qué lástima de mujer!
    -No somos nadie… mujer, que todavía está viva…..y ahora quién va a limpiar la escalera… habrá que buscar a otra mujer mientras….
    Elena escucha todo y se tropieza con la mirada de Doña Carmen, que parece adivinar sus pensamientos. Doña Carmen habla con la vecina del cuarto, la que maneja todo el cotarro.
    -Doña Flor, Elena ha terminado de trabajar en mi casa. ¿Quiere usted que la mande a la escalera?
    -Ay, sí….

    Elena mira a Doña Carmen que le sonríe pícara. Pronto la muchacha ha limpiado el suelo del portal y el tramo de acera que tiene delante, ha limpiado cristales y ha sacado brillo a la barandilla de la escalera. El portal relumbra y la adusta señora parece contenta.

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  19. Así pasa un día, y otro, y otro. Doña Carmen cuida del pequeño Santiago mientras su madre va a limpiar la escalera. Pronto Doña Carmen se entera: la portera ya no va a volver. Se queda en casa de su sobrina, está muy delicada y no la van a dejar trabajar. La portería se queda vacía. Elena no pierde la oportunidad.

    -Doña Flor, yo quería pedirle que contrate a mi madre. Es muy trabajadora, me enseñó todo, ya ha visto usted. Se ha quedado viuda y necesita el dinero. Y así se podría venir a la capital con mi hermana. Le prometo que yo respondo por ellas.

    Doña Flor dice que se lo pensará. Elena asiente sumisa, vestida de negro. Ahora entiende por qué Doña Carmen le insistió tanto en guardar las apariencias. Ahora sonríe pensando en eso.
    LA respuesta de Doña Flor no tarda en llegar. Le ha dicho que admitirá a su madre un mes a prueba, y si lo pasa se quedará en la portería. Elena corre presurosa a enviar un telegrama, junto con Julián, que se ha convertido en su sombra, y ayuda a la muchacha a desenvolverse por Madrid. A la vuelta se encuentra con la sonrisa de Doña Carmen.
    -Aguanta un poco más el luto hija, y luego te lo vas quitando muy poco a poco…..


    Ese mes de Diciembre, con tres pesadas maletas, Dolores y Miriam llegan a Madrid dispuestas a quedarse. Esas navidades ya las pasarán las tres juntas.

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  20. CAPÍTULO 63:
    Diciembre de 1.956.

    Elena espera impaciente, de pie en el andén, a que el tren detenga su marcha. Con viajeros procedentes de las tierras interiores, la locomotora se va deteniendo y en el pasillo de los vagones la gente se prepara para salir.
    -¡Ahí están!- Elena grita emocionada al divisarlas. Julián está a su lado, en el andén de la estación de Atocha.
    Madre e hija, vestidas de negro, pisan por primera vez la estación madrileña. Elena corre hacia ellas. A escasos metros, Julián presencia el sentido abrazo entre las tres mujeres largamente esperado.
    Recogen y cargan su abultado equipaje. Aunque aún van a estar a prueba en la portería, Dolores viene decidida a no volver atrás. Han traído casi todas sus pertenencias. Los muebles llegarán esa misma noche en una furgoneta.
    Julián les ayuda a cargar los bultos en el maletero del taxi y se sienta junto al conductor. Dolores y sus hijas se sientan detrás. Dolores se siente empequeñecida en la inmensidad de Madrid. Es la primera vez que ha salido del pueblo y contempla atónita los altos edificios y las amplias avenidas. A Miriam, la hermana pequeña, ya convertida en mujer, le produce todo el mismo efecto.

    La llegada a la casa se produce al fin. Dolores abre la puerta de la que será su futuro hogar, una vivienda humilde con dos habitaciones, salón y cocina, en el entresuelo del edificio, anexa a la portería. Elena se ha ocupado de adecentarlo todo antes de su llegada y tan solo tienen que colocar sus cosas en cuanto los muebles lleguen. La familia Molina sube las escaleras para presentarse a la dueña de la finca, Doña Flor, y presentarle sus respetos. La señora, con dos vueltas de collar de perlas alrededor del cuello, recuerda a Dolores las que serán sus obligaciones. Tras despedirse, se detienen en el primer piso. Doña Carmen ya las estaba esperando y Dolores abraza largamente a su nieto. Ahora ya podrá ejercer de abuela.

    Los muebles llegan y la tarde es agotadora, colocando y desembalando cosas. De nuevo Doña Carmen ha preparado la cena para todos en su casa. El pequeño Santiago está alucinado, no para de mirar las caras nuevas que apenas conocen y que pertenecen a su familia. Nunca ha visto tanta gente en la casa. Julián cena con ellos y mira en silencio a Elena, cuya alegría es incapaz de disimular. No puede evitar pensar egoístamente en que la va a perder un poco. La joven está ansiosa por estar junto a su familia, y seguramente perderá sus ratos de conversación junto ella en la bibilioteca, y los paseos a solas por el parque. Elena también piensa en todos. A partir de ahora tendrá que equilibrar sus ganas de estar junto a su familia con la necesidad de compañía de Doña Carmen, que no deja de ser su patrona y por tanto, la que le paga. Ella ha sido hasta ahora una “abuela” para Santiago. Doña Carmen también piensa en el niño. Ella lo ha ayudado a nacer y ella fue la que dio a su madre el soporte necesario para sacarlo adelante cuando nació tan prematuro. Ella ha sido la que lo ha cuidado cuando su madre estaba ocupada limpiando escaleras ajenas. Ahora el niño debe de conocer a la otra abuela, su familia de sangre, y para ello debe de pasar con ellas un tiempo que hasta ahora era exclusivo de Doña Carmen.

    Santiago se queda dormido tras tomar el pecho de su madre, momento que todos aprovechan para recoger la cena. Julián se retira a su piso. Las mujeres se despiden. Ahora Dolores y Miriam se bajarán a la portería e iniciarán una nueva etapa de sus vidas. Han apostado por el futuro en la capital y allí están. Elena las abraza. Mañana se verán de nuevo. El día ha sido intenso pero las tres están felices.

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  21. CAPÍTULO 64:

    Los días pasan en la portería de la calle Águila. La familia Molina se ha instalado definitivamente allí, tras haber superado el mes de prueba que le impuso la dueña de la finca. Dolores es diligente y responsable. Sabe estar en su puesto y atender amablemente a todos los vecinos. Con la ayuda de Miriam, la hija pequeña, han dado una buena limpieza a la escalera, reparten el correo y mantienen la portería limpia. Los vecinos están contentos y Elena también. Doña Carmen le permite pasar la hora de la merienda junto a su familia. A las cinco, después de la siesta, Elena baja con el niño y toma la merienda junto a su familia. Durante su día libre, se dedica a estar con ellas y pasear juntas. Han estado prácticamente un año separadas y Elena las echaba de menos. El niño también se va acostumbrando a la presencia de su abuela y tía. Ya gatea con toda confianza por su casa e intenta ponerse de pie cogido de sus manos. Dolores, aún vestida de negro de pies a cabeza, ha vuelto a sonreir y un nuevo gesto ilumina su cara. Los casi dieciocho años pasados con Ramón están empezando a quedar atrás y la mujer tiene ahora un nuevo futuro por delante, una nueva ciudad y un nuevo nieto. Miriam también mira a la gente de otra manera. A la niña se le ha borrado el miedo de la cara y cada día le gusta más pasear por Madrid. Elena, con ayuda de Julián, le ha buscado una academia para que estudie por las tardes, la niña es inteligente y quiere acabar sus estudios medios. Empezará en Enero y ahora intenta ponerse al día.

    La cara de Elena también es otra. LA cercanía de su familia le ha serenado el gesto. Julián la mira y le parece que ya tiene ante sí a una mujer adulta, con apenas un vago recuerdo de sus formas infantiles. Los días amargos pasados en Madrid son ya una lejana sombra que nadie recuerda. Elena disfruta en Madrid y es feliz con lo que tiene. El hombre al que llamaba padre sin serlo, ha desaparecido para siempre. Ya no hará más daño a nadie. Ahora tiene a su hijo. Elena sigue siendo una hormiguita que ahorra hasta la última peseta. Quiere darle un futuro digno a Santiago, y sabe que la vida no es nada fácil llevando el estigma de ser una madre soltera.

    El que se ha dejado invadir por la melancolía es Julián. Ya no pasea con Elena. Ahora ella pasa las tardes libres con su familia. Julián sigue yendo al parque con su tía, o solo, y se queda contemplando el estanque donde otros días no muy lejanos ambos jóvenes conversaban juntos, y Elena le hacía confidencias y le preguntaba por cosas que sabía que él las sabía resolver. Su espíritu está dividido: por un lado se alegra cuando ve a Elena contenta junto a su familia. Por otro lado, no puede evitar sentir que la joven le ha desplazado en el terreno de sus afectos. La añora, y no sabe qué hacer para recuperar la rutina de antes.

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  23. CAPÍTULO 65:
    Navidades de 1.956.

    -¡Mira! ¡Esa tiene forma de estrella!
    Julián señala a las dos hermanas las luces de colores que engalanan la Gran Vía madrileña. Se ofreció para hacer de anfitrión con ellas, cosa que aceptaron de buen grado. Ninguna de las dos ha visto una Navidad en la capital de España; para Miriam es la primera vez que sale del pueblo, y aunque para Elena es su segunda Navidad en Madrid, las circunstancias del año anterior hicieron que la joven no disfrutara de las fiestas. Ahora ambas hermanas recorren las céntricas calles admiradas del bullicio y las luces de colores que cruzan la calle. Este año ambas familias están disfrutando, y aunque para Julián y su tía no son fechas de alegría, este año le parecen distintas. Para empezar, la cena de Navidad la pasaron todos juntos. Doña Carmen les ofreció subir y Dolores aceptó encantada y les ofreció lo propio el día de Navidad. Por primera vez en mucho tiempo, Julián vio a su tía más animada en unas navidades.

    El pequeño Santiago mira todas las luces de colores con gran atención. El niño va embutido en un gorro de lana y una bufanda, en brazos de Elena, señalando todas las cosas que ve. Lleva un grueso abriguito de lana que le ha tejido su abuela, y apenas asoma los ojos por el gorro que le vuelve a calar su madre, ante las protestas del niño que quiere estar libre de gorritos y otros aderezos. Su madre le hace callar con un sisido, mientras los cuatro llegan a un comercio. Al pobre Julián ya le duelen los pies. Lleva toda la tarde con ellas, pero le divierte el torrente de energía que desbordan las dos muchachas, jaleadas por el niño que está en su salsa.

    -Vamos a entrar en ese puesto, pero tú te quedas en la puerta, no puedes pasar- le dice Elena divertida-. Vamos a comprar los regalos de Reyes y es una sorpresa.
    Julián sonríe y les sigue el juego. Elena y Miriam entran riéndose mientras él las espera pacientemente. Al rato, las muchachas salen con una par de envoltorios. Le gusta volver a las rutinas navideñas y le agrada la animación de las hermanas.

    A la vuelta caminan con paso ligero. El frío del anochecer se nota en sus mejillas y Elena no quiere que el niño se enfríe, ya es un poco tarde para él. Al pasar por una plazuela, una voz familiar les hace volver la cara.
    -¿Elena? ¡Elena! ¿Eres Elena, verdad?

    Con un funesto presagio Elena se queda clavada en el suelo, para girar su cabeza despacio, ante la voz de masculina que le ha hecho volver la cara.

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  24. CAPÍTULO 66.

    -¡Caramba, Elena, qué sorpresa! ¡Qué cambiada estás!
    -Hola- dice Elena lacónicamente.
    -Hola, me alegro de verte de nuevo.
    -Yo también me alegro mucho. Y ahora disculpa, me están esperando y debo…
    -Espera mujer, déjame que te vea, no te vayas.
    Julián y Miriam contemplan la escena a un par de metros de distancia, sin hablar. Julián se ha quedado clavado. No conoce a ese hombre, pero imagina quién es, al ver la cara de Elena, que inconscientemente ha apretado a su hijo contra sí. Es Alejandro, el padre del niño.

    -Te presento a mi mujer, Guadalupe.
    -Encantada- Elena saludó cortésmente.
    -Y este… imagino que es tu hijo, ¿verdad?
    Elena volvió a apretar al niño contra sí, sin contestar. A buenas horas se interesaba por el niño y le presentaba a su mujer. Guadalupe, la hija de los terratenientes del pueblo, única heredera de tierras y más tierras.

    -Es muy guapo- intervino ella-. ¿Cómo se llama?
    -Santiago, señora.
    -Eres un niño muy guapo, Santiago.
    La señora Guadalupe le quiso hacer al niño una carantoña para hacerle reir, más Elena lo volvió a retirar. Alejandro intervino.
    -No sabía que estabas en Madrid, Elena. ¿Dónde vives? ¿Qué haces? ¿A qué te dedicas?

    Elena se sintió incómoda de repente. Alejandro ahora se interesaba por qué había sido de ella en todo este tiempo.
    -Sí, vivo aquí… yo… es que tenemos, prisa… encantada de conocerla señora… un placer.
    Julián se apresuró a tenderle el brazo para apoyarla con su gesto y sacar a la muchacha de la conversación. Con paso rápido, pronto se alejaron de allí los tres, con Santiago en brazos. Elena miraba hacia atrás constantemente. No quería que la siguieran. En todo el camino de vuelta, ninguno de los tres dijo ni palabra.
    -¿Estás bien?- preguntó Julián al llegar al portal.
    -Sí, gracias. Aunque hubiera preferido no tener este encuentro.

    -No pienses más en ello.
    -Eso haré. Buenas noches.
    -Buenas noches.

    Cada uno en su cama, ninguno de los dos pegó ojo esa noche, absorto cada uno en sus respectivos pensamientos.

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  25. CAPÍTULO 67:
    Febrero de 1.957.

    -¿Te apetece dar un paseo esta tarde?
    La pregunta de Julián la sorprendió mientras terminaba de secar los platos del almuerzo.
    -¿Un paseo?
    -Sí. Como los que dábamos antes. Hace mucho que no paseamos…. Quiero decir, como antes.
    Elena se quedó sin saber qué contestar.
    -Es que hoy no es mi tarde libre, y yo tengo que planchar y…
    -He hablado ya con mi tía, no pasa nada.
    Elena se lo pensó un breve tiempo.
    -Bueno… voy a arreglarme. ¿Y el niño?
    -Se puede quedar con mi tía. O nos lo podemos llevar, lo que tú quieras.

    En diez minutos escasos, Elena se arregló para salir, y bajó a dejar al niño junto a su madre y su hermana. No quiso dejarlo con Doña Carmen, le pareció demasiado, y su madre estaba deseando ver al niño. Se cogió el pelo moreno en una cola y se puso la falda negra con el jersey gris perla y el abrigo gris que le había dado Doña Carmen. Ya empezaba a aliviarse el luto, aunque aún no vestía de colores llamativos. Habría sido un auténtico escándalo entre las respetables vecinas del barrio.

    -¿Vamos?
    -Vamos.

    Julián le ofreció el brazo y Elena, un poco cohibida, se enganchó de él tímidamente, pensando si no hubiese sido mejor llevarse a Santiago con ella. Ya era tarde para eso. Cogidos del brazo sin decir ni media palabra, la pareja hizo el recorrido habitual que hacían antaño. Elena hacía memoria y se percataba que desde la llegada de su familia apenas había vuelto a estar a solas con Julián. Ya no pasaba sus ratos libres junto a él, y hacía mucho que no habían vuelto a tener las largas conversaciones de antes. Ahora volvían a hablar de sus cosas y le parecía que había pasado muchísimo tiempo desde la última conversación que tuvieron.
    -¿Te apetece un chocolate caliente?
    -¿Con churros?
    -Claro. ¡Vamos!

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  26. A Elena le encantaba volver a tomar el chocolate con churros como antes hacían. Pronto dieron buena cuenta de ello y la tarde se pasó volando. Se les estaba haciendo de noche, y Julián le propuso sentarse en un banco.

    -Está bien, pero no quiero volver muy tarde. Miriam tiene mucho que estudiar y el niño la distrae.
    Su hermana había retomado sus estudios en una academia nocturna, y la absorbían completamente.

    -Cuando hace que no hacíamos esto, ¿Verdad, Elena?
    -Así es…
    -Pareces otra. Me acuerdo justo hace un año, por estas fechas…
    -…hace un año Santiago estaba a punto de nacer. Parece que fue hace mucho, verdad? Y solo ha pasado un año.
    -Te parece mucho tiempo porque te han pasado muchas cosas, Elena.
    -Demasiadas…
    Julián sintió un súbito deseo de darle un abrazo, pero se contuvo.
    -Has tenido que madurar a la fuerza, Elena, y eso hace cambiar a las personas.
    Elena le miró y sintió que sele ponían los ojos húmedos, tal vez por el viento frío que empezaba a levantarse.
    -Sí… han pasado tantas cosas… vine a Madrid muerta de miedo, sin nada, completamente sola y perdida…
    Julián le apartó con dulzura uno de los rizos que se le escapaban de la cola por el viento.
    -¿Te arrepientes de algo?
    -No… la vida te manda pruebas, y no queda otra que aceptarlas. No sirve de nada rebelarse, tan solo seguir remando en la dirección que has tomado. Hice cosas de las que me arrepentí, pero también han tenido sus cosas buenas, ahí está mi hijo Santiago. ÉL no tiene la culpa de nada. Cuando le veo su carita cada mañana se me olvidan todas las penalidades pasadas. He tenido mucha suerte, y me considero afortunada, podía haber sido mucho peor.

    -LA vida es dura para las mujeres, Elena. Las leyes están hechas para los hombres. Es injusto, pero es así.

    -… tú y tu tía me ayudasteis. Si no hubiera sido por vosotros, probablemente yo no estaría aquí y mi hijo habría muerto. Nunca le agradeceré a tu tía lo bastante lo que hizo cuando nació Santi.
    Elena se emocionó visiblemente al hablar de su hijo. Por un breve momento se le vino a la cabeza la foto de su padre, el verdadero, Santiago, el padre fusilado al que nunca conoció, y se le hizo un nudo en la garganta. Elena pensaba que habría sido de su vida y la de su hijo si no hubiese sido por Doña Carmen. A su cabeza se le vinieron todas aquellas chicas que en algún momento de su vida se vieron en su situación, y que seguramente no habrían sido tan afortunadas como ella, y habrían terminado en alguna casa de citas y sus hijos en algún hospicio. Y se alegró del momento de su vida en que tomó la decisión de encaminar sus pasos a la calle Águila, y su vida tomó los derroteros que había tomado. Inconscientemente, Elena se abrazó a sí misma al recordar aquello. En un estremecimiento, había sentido el frío que sintió cuando vagaba sin rumbo por las calles de Madrid, y la sensación de abrigo, tanto físico como humano, que pudo experimentar cuando pasó la primera noche en casa de Doña Carmen. Elena se sintió sola y desvalida en muchos momentos, y sentía cálida la cercanía de Julián a su lado.

    Julián también se afectó con ella. Había sido testigo de la transformación de Elena. La había visto llegar muerta de miedo y de hambre a su hospital. La había visto recuperarse con su tía, y después convertirse en madre la desprendida que veía ahora. Ahora tenía ante sí a una mujer a quien admiraba. Llevaba mucho tiempo con esto en la cabeza, y se lo soltó así, sin más.

    -Te he echado de menos mucho, Elena. Todos estos días. Muchísimo. Echo de menos los ratos que paso contigo en los paseos que dábamos antes.
    -Yo también…
    -Elena, yo…. quería decirte una cosa, Elena…

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  27. CAPÍTULO 68.

    -Elena, te conocí hace poco más de un año. Al principio eras una paciente más que llegó, pero... desde que te conozco no pienso en otra cosa que no eres tú. Solo quiero estar contigo, y no pienso en otra cosa más que en los ratos en que nos podemos ver. Elena, te quiero. Te quiero con toda mi alma, y me gustaría pedirte permiso para salir contigo formalmente, siempre que tú quieras, claro está.
    Elena estaba con la boca abierta sin saber qué decir.
    -Pero…. yo….
    Elena se llevó las manos a la cara. Se temía que pasara esto.
    -Elena….
    -No, yo no….
    -Por favor, Elena….
    -¿Por qué me has dicho eso? Con lo bien que nos llevábamos…
    -Elena…
    -No, yo…. no es por ti, es por mí, yo…. por favor, no pienses mal, es que….
    -Elena, por favor….
    -¡A mí no me puede querer nadie!
    -¿Quién te ha dicho eso? Te quiero yo.
    -Yo no estoy sola, yo… está Santiago…
    -Adoro al niño. Y estoy dispuesto a darle mis apellidos, Elena.
    -No, te estás burlando de mí.

    -Jamás he hablado más en serio, Elena. No me digas eso.
    -Pero yo soy una madre soltera… yo ya he estado con otro… ¿por qué ibas a querer cargar conmigo?
    -Dios mío, Elena, no puedes hablar así. Porque te quiero. ¿Te parece poco?
    -¡No! Eso es lo que dices ahora. ¿Por qué yo? Tú eres un médico y yo no soy… nadie. ¡No puedes querer a alguien como yo!
    -Elena, por favor, qué cosas me estás diciendo…
    -Tendrías a la mujer que tú quisieras a tus pies… cualquier chica estaría encantada de que te fijaras en ella…
    -Pero yo solo te quiero a ti, Elena. ¡No quiero a ninguna otra!

    Julián estaba sorprendido por la negativa tan tajante de la muchacha.
    - Escúchame, yo… yo no deseo otra cosa salvo que seas feliz. Cuando tú ríes yo estoy contento. Cuando tú estás triste, yo también. Elena, no pienso en otra cosa que en ti.
    -¡No me puedes querer!
    -¿Por qué no? ¡Claro que te quiero!
    -¡Es que no….!
    LA muchacha se tapó la cara con las manos. Su respiración era agitada. Julián se sentó a su lado y esperó un rato a que se calmara. Él también estaba nervioso.

    -Elena, te quiero y eso no lo puede cambiar nada. ¿Me quieres tú?
    Elena se quedó un rato, con la vista fija en un punto del suelo, buscando la respuesta adecuada para aquella pregunta tan directa.
    -Dime. ¿ME quieres tú?
    -Yo….
    -Dime que no me quieres ver más y no te volveré a molestar.
    -No, yo…. no puedo….
    La vehemencia de la muchacha lo dejó parado.
    -YO NUNCA ME VOY A CASAR. CON NADIE. NI CONTIGO NI CON NADIE. NUNCA. ¿Por qué me has preguntado eso? Ahora ya no vamos a poder ser amigos nunca más…

    Elena se levantó como si tuviera un resorte. Julián la cogió del brazo pero ella salió corriendo.
    -¡NUNCA!…. Y ahora déjame sola….
    Y Julián la vio salir corriendo de allí restregándose la cara con la mano.

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  28. CAPÍTULO 69:

    -Elena, ¿ya habéis vuelto?
    -Hola madre. Ya me llevo al niño. Ya casi es la hora de la cena.
    -Pero.. Elena, hija… ¿te pasa algo?
    -No, madre, ¿Qué me va a pasar? Hace mucho frío en la calle, eso es todo.
    -¿Y Julián? ¿Viene detrás?
    -sí, Julián viene detrás. Vamos, Santi, ven con mamá… Buenas noches, madre.
    Dolores besó a su hija y se dio cuenta de que algo no andaba bien, pero no quiso indagar más. La vio subir callada con su hijo en brazos. Al poco rato, sintió los pasos de Julián entrando en el portal, con andares pesados y cadenciosos. Dolores se quedó preocupada. Era evidente que algo había pasado.

    Doña Carmen vio llegar a Elena con Santiago en brazos. En seguida Elena dejó al niño en el salón y se dispuso a preparar la cena sin decir nada. No hacía falta, su cara lo decía todo.
    -Esta tarde ha hecho mucho frío, ¿no es así?
    -Sí, doña Carmen. Ha sido una tarde muy fría.
    Elena apenas levantó los ojos de su plato y apenas probó la cena. Tras recoger los platos, alegó cansancio y pidió permiso para retirarse a dormir. Así lo hizo.

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  29. CAPÍTULO 70:


    En los días siguientes se podía cortar el aire con un cuchillo. Elena apenas hablaba, y miraba todo el rato al suelo. El pequeño Santiago estaba triste al notar a su madre tan seria, y se ponía a hacer pucheros sin venir a cuento. Doña Carmen pronto comprobó que su sobrino tampoco tenía ganas de nada, y enseguida se olió el percal. Algo había pasado entre los dos en el último paseo que dieron.

    -¿Te esperamos este domingo a comer, como siempre, no?
    -No tía. Este domingo tengo guardia, lo siento.
    -¿En el hospital? Pero si ya la tuviste ayer.
    -No tía, no es en el hospital. Estoy atendiendo a gente en otro sitio. Prefiero que no me pregunte.
    Doña Carmen lo miró y guardó silencio. Julián había empezado a atender un pequeño dispensario médico que había montado un párroco amigo suyo, un cura que atendía un pequeño asentamiento de chabolas que se había formado en torno a un pozo en la finca del Tío Raimundo, como le decían al lugar. Acudía cuando las obligaciones laborales le dejaban un rato libre, y le servía para evadirse de la casa.


    Dolores también se dio cuenta del cambio que los dos habían experimentado y tomó una determinación. Un día que bajó Elena sola, la llevó aparte a un rincón.

    -Elena, dime qué te pasa.
    -Nada, madre.
    -Ahora mismo me dices qué te pasa, y no quiero rodeos.
    -Madre, por favor…
    -¿ES por él, verdad?
    Elena bajó la cabeza seria. Estaba segura de que su negativa tendría más consecuencias. Quizás la señora la echaría a la calle, acababa de rechazar a su sobrino. ¿Cómo iban a estar viviendo puerta con puerta con el hombre a quien acababa de rechazar?

    -¿Qué te ha hecho? ¿Te ha hecho algo? Porque si es así, yo…
    -No, madre. Julián no me ha hecho nada, es un caballero. He sido yo la que…
    -Elena ven aquí…- Dolores notaba a su hija a punto de llorar- hija, no te puedes guardar las cosas para ti sola. Ahora estoy aquí para ayudarte. Cuéntamelo.
    El año pasado en soledad habían vuelto a Elena hermética respecto a sus sentimientos.
    -Madre, yo…. Él… se me ha declarado, madre….

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  30. Es probable que haga una pequeña parada en el relato. EStos últimos días apenas he podido escribir y necesito coger capítulos de reserva.

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  31. CAPÍTULO 71:

    -¿Y tú? ¿Le quieres? ¿Le quieres, Elena?
    -Yo no puedo casarme con él, madre.
    -No me has contestado, Elena. ¿Le quieres?
    Elena se quedó un rato sorbiendo las lágrimas entre hipidos.
    -Te lo voy a preguntar de otra manera. ¿No le quieres?
    -No es eso, madre…
    -¿Entonces?
    -Yo no…. Es que yo no quiero casarme con nadie, yo…. yo no puedo, madre, yo…
    -Hija…- Dolores abrazó a su hija. Se sentía en gran parte responsable por lo ocurrido. –Escúchame bien…
    El timbre de la portería sonó y Elena se quedó sacando su pañuelo mientras su madre atendía. No tardó en volver. Esperaba que ningún vecino las interrumpiera inoportunamente. Enmarcó la cara de su hija con ambas manos y la besó en la frente. Elena tenía los ojos negros enrojecidos, los mismos ojos negros que tanto le recordaban a los de su padre, Santiago.

    -Tienes miedo, ¿verdad?
    -Mucho, madre.
    -¿De qué?
    -No lo sé… pero cuando me dijo eso me entró pánico, no sabía qué decirle. Y si le amara se supone que tendría que estar contenta, ¿no? Pues no lo estaba. Y no sabía que decirle para no herirle. No me diga que es un buen partido, madre, ni me diga que tengo que decir que sí porque no habrá otro, porque no es eso lo que quiero.
    -Claro que no te voy a decir eso, Elena, de sobra sabes que no… Si te casas ha de ser por amor, no por salir de ningún pozo… bastante sé yo de eso, por desgracia…
    Dolores esperó en silencio a que su hija se terminase de tranquilizar y le habló despacio, como para que las palabras le calasen más hondo en su interior.
    -Quiero que me escuches bien, hija. No hace mucho, yo tenía tu edad. Ha pasado tanto tiempo, y tantas cosas que parece una época muy lejana, pero yo un día tuve tu edad, un día fui joven como tú, y un día amé a alguien intensamente.
    -Si. A mi padre.
    -Exactamente. Y amar y ser amado es lo más bonito que tiene la vida, hija.
    -¿Y si sale mal, madre?
    -Si sale mal pues así ha de ser, pero uno se lanza con todas sus fuerzas a por ello y lucha. Porque las equivocaciones también forman parte de la VIDA. Y el amor es el motor que nos mueve a todos. Escucha hija…. Yo fui inmensamente feliz con tu padre. Sé que si las cosas hubieran sido de otra manera, seguramente ahora estaríamos juntos, y seríamos una familia todos. ¿Qué habría sido de nosotros si no hubiésemos pasado una guerra? ¿Seríamos los mismos? Seguramente no, pero eso nunca lo podremos saber. Mírame bien, Elena. No dejes que el amargo recuerdo de Ramón te nuble la mente y te impida ser feliz.
    -Pero usted vivió muy mal a su lado, madre.
    -Porque las cosas vinieron así, hija, pero ¿por qué piensas que Julián es igual? Julián no es igual que Ramón. No dejes que el fantasma de ese mal hombre te impida ser feliz a ti también. Yo lucho cada día por olvidar todo lo que nos hizo pasar, que no fue poco. Tu hermana está también intentando volver a vivir sin la sombra de su padre, porque no olvides que para ella sí que era su padre. Pero tú tienes la oportunidad de ser feliz y VIVIR, hija. No dejes que un mal recuerdo, o el miedo a lo que quizás nunca podrá ser, te impida elegir tu propio camino por temor a caerte y hacerte daño.

    -Él se volvió así con el tiempo, ¿verdad?
    -No, Elena, Ramón ya era malo desde el primer día. ¿Temes que Julián acabe así?
    Elena cerró los ojos. Tenía miedo a tantas cosas.


    - Julián es un hombre bueno, así lo ha demostrado. Además, teneis un tiempo para conoceros más, las bodas no se organizan de la noche a la mañana, al menos así debería de ser. Lo normal es que estéis un tiempo de novios, antes de dar un paso definitivo.
    Dolores besó a su hija en la frente.
    -Piensa tranquila, examina tu conciencia, y decide por ti misma, hija, pero sin miedos. Deja que le pasado se lo lleve el viento y te permita ser feliz.
    Elena se despidió de su madre, y subió las escaleras más serena. LA cabeza de la joven era una olla en ebullición.

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  32. CAPÍTULO 72:

    De nuevo, ese domingo Doña Carmen se quedó esperando la visita acostumbrada de su sobrino. En vez de eso, recibió una nota: “No me esperes este domingo, tía. Tengo guardia en el hospital”.

    Las charlas con Doña Carmen habían retomado, pero en la casa, Elena continuaba seria. ¿Qué pensaría la señora si supiera que había rechazado a su sobrino? ¿Se lo tomaría como una ofensa? ¿LA echaría? Lo que no sabía es que la señora a su vez había acudido, al igual que su madre con ella, a tener una conversación personal con su sobrino. Había sido dos días antes. Doña Carmen dio la tarde libre a Elena y la mandó abajo con su familia, momento que ella aprovechó para escabullirse al piso de Julián y preguntarle qué demonios estaba pasando, cosa que lógicamente, él no parecía tener intención de contar.

    -Tía, por favor, no tengo ganas de hablar, y menos de asuntos personales. Y le pido que no se inmiscuya. Ya no soy un niño.
    -Pues lo pareces, con esas caras largas. ¿Acaso no piensas venir ya a mi casa nunca más? ¿Qué es lo que pretendes? ¿Acaso tengo que echar a Elena a la calle para que vuelvas a visitarme?

    EL salto que dio Julián al oir eso le confirmó que había dado en la diana.
    -Sí, Elena y yo hemos reñido, ¿qué más quiere que le diga? Y ahora le ruego me respete, no tengo ganas de bromas ahora.
    -Pero hijo…. si hasta Santiago te echa de menos, el niño señala la puerta con su manita antes de comer, esperando que aparezcas como hacía antes.
    -Por favor tía… le ruego no me hable ahora del niño, no deseo hablar de esto, solo eso.
    -¿Y hasta cuando vas a estar así? ¿Acaso vas a estar toda la vida enfadado, encerrado en tu casa?

    Julián dio la espalda a su tía y se apoyó en el quicio de la puerta, escondiendo la cabeza entre sus hombros. Doña Carmen dejó pasar un par de minutos y se le acercó por su espalda.
    -¿Te declaraste?
    -Sí, tía.
    -¿Y qué te dijo?
    -Usté qué cree…
    Julián volvió a darle la espalda. No quería que lo viera así. Doña Carmen fue consciente de la tormenta interior que se estaba librando en su sobrino, y de la tensa situación en la que se podía ver Elena, él, los tres.


    -Escucha hijo… Elena es muy joven, y tú tienes casi diez años más que ella. Acuérdate como eras tú a su edad y las ilusiones que tenías, e imagina lo que ha tenido que vivir esa niña. A esa criatura la engañó el sinvergüenza de su novio, para luego dejarla tirada como una colilla. Luego su padre la echa de la casa, y se ve sola en Madrid, ¿te lo puedes imaginar? Un policía estuvo a punto de forzarla, y quién sabe si alguien más, de las mujeres como ella todo el mundo piensa lo que no son… luego le querían quitar al niño…. ¿y pretendes que Elena te dé el sí de la noche a la mañana? ¿Acaso crees que esta criatura puede tener confianza en el género humano, con todo lo que ha tenido que vivir?
    -Tía, yo….
    -¿Selo has pedido una vez y ya tiras la toalla? Ay, hijo… que poca constancia tenéis los hombres.
    -tía…
    -Si de verdad quieres a Elena, hazte merecedor de ella. Habla con ella, ayúdala, hazte imprescindible en su vida, pero no tires la toalla al primer contratiempo. Si la quieres, ¡lucha por ella hijo!
    -Ella no me quiere, tía.
    -¿Te lo ha dicho? ¿Así, con esas palabras?

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  33. -Pues no, pero no importa, me ha quedado suficientemente claro. ME ha dicho que no va a casarse conmigo.
    -¿Contigo?
    -Ni con nadie…
    -¡Ah! Eso cambia radicalmente el sentido de todo.
    -¿sí, tía? ¿de verdad?- contestó Julián irónico.

    -Escúchame, Julián….
    Julián se dio la vuelta y se puso frente a ella, sentándose en una silla, con la mirada fija en el suelo. De haber sido un animal estaría con las orejas gachas.

    -Mira, hijo, yo no puedo saber qué pasa por la mente de Elena en estos momentos, pero tengo ojos en la cara y ya he vivido muchas cosas en la vida, hijo. He vivido con Elena el tiempo suficiente para creer conocerla. Sé que es una buena chica, y será una magnífica mujer, es una madre excelente y ahí tienes como está sacando adelante a su hijo y ayudando a su familia. Ha conseguido que yo vuelva a reir después de mucho tiempo, sí. Ese chiquillo me ha devuelto la ilusión por la vida, que yo ya creía perdida… Y me atrevo a asegurarte que a Elena no le eres indiferente.
    Julián sacudió la cabeza.
    -No sé qué hacer, tía…
    -Si la quieres, adelante. Ve a por ella, hazte imprescindible en su vida, lucha por ella, hijo, pero no te eches atrás al primer tropiezo. Haz como tu tío, que en gloria esté.
    -¿Mi tío?
    Doña Carmen sonrió con nostalgia al recordar a su difunto marido.
    -Tu tío se me declaró nada más y nada menos que tres veces, hasta que le di el sí.
    Julián sonrió. Le costaba imaginar a su tía en semejante trance, haciéndose la dura con su marido.
    -Anda, pon en orden tus pensamientos, y vuelve con nosotras.
    Doña Carmen le besó en la frente, provocando una mueca en su sobrino.

    -Por favor, tía, que ya no soy ningún chiquillo…
    -No, no lo eres, pero recuerda que yo te tuve en mis brazos cuando eras como Santiago. E incluso te limpié el culo…
    Julián no pudo por menos que sonreír antes de que su tía saliera de su casa. Llevándose la mano al bolsillo, sacó la rosa arrugada que llevaba desde hacía tres días y se quedó mirándola.

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  34. CAPÍTULO 73:

    Primero fue un escueto telegrama que llegó a la dirección de la portería la semana de haberse encontrado después de Reyes.
    “PRECISAMOS HABLAR CONTIGO-STOP-ACUDE CALLE PEZ 8 HORA 18-STOP- ALEJANDRO SÁEZ DE TEJADA”

    -No es nada, madre- había dicho Elena tirándolo a la basura. ¿Para qué querría hablar Alejandro con ella? Y lo que era más importante… ¿cómo sabía que vivía allí?

    Luego llegó una carta certificada. Y otra.
    -Es de Alejandro, madre. Me pide que nos veamos, no sé qué quiere. Yo no quiero saber nada de él. Si vuelven a venir cartas, no las coja.

    Pero no habían vuelto a llegar más cartas cosa que Elena agradeció. Bastante tenía ya con los últimos acontecimientos como para estar pendiente las tribulaciones de un antiguo novio y su señora esposa. Las charlas con Doña Carmen habían retomado, pero Elena estaba algo más seria que de costumbre. ¿Qué pensaría la señora si supiera que había rechazado a su sobrino? ¿Se lo tomaría como una ofensa? ¿LA echaría? Ese domingo Julián había vuelto a su almuerzo acostumbrado en familia.

    -Buenos días, Elena- dijo en la puerta.- ¿Puedo entrar?
    -Claro, es tu casa. Pasa- Elena no se atrevía ni a mirarle a los ojos, cuando Julián entró en el recibidor.
    Y los tres almorzaron con gesto grave, con Elena y Julián mirando al plato y sin atreverse a mirar al que tenían enfrente. Se cortaba el aire.
    -Parece que mañana va a llover…
    -Pues sí…
    -¿Cómo está Santiago?
    -Muy bien, gracias. Cada día más trasto.
    Y el aire lo terminó de cortar el bendito niño, cuando cogió con su manita la de Julián, para llevarle al dormitorio y señalarle a la estantería. Santiago quería que Julián le alcanzara un muñeco de trapo que su madre había puesto ahí lejos de su alcance.

    De nuevo los cuatro salieron a dar el paseo acostumbrado, y de nuevo ambos jóvenes se colocaron cada uno a un lado de Doña Carmen. A la vuelta, el corazón de Elena dio un vuelco. Un elegante coche negro estaba parado en la puerta del edificio.

    Mirando con pavor a Doña Carmen y a Julián, la joven no se decidía qué hacer, hasta que Doña Carmen le señaló.
    -Ve. Creo que te están buscando a ti. Ya subirás.
    Elena entró en la vivienda de la portería, no sin antes lanzar una mirada de súplica a Julián, quien hizo lo propio. Por primera vez en muchos días, ambos jóvenes volvían a mirarse a los ojos. Con el miedo dibujado en su rostro, la joven entró en la vivienda de la portería con su hijo en los brazos.

    -Buenas tardes, Elena. Te estábamos esperando.
    Alejandro y su mujer estaban allí, sentados en alrededor de la humilde camilla de Dolores, esperándolos.

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  35. CAPÍTULO 74:

    Elena recordaba retazos de la conversación, que le sonaba a palabras huecas dentro de su cabeza. En realidad, la joven sabía de sobra a por lo que venía el matrimonio. Se lo había imaginado en cuanto recibió el primer telegrama suyo.

    -Te hemos mandado varios telegramas, Elena, pero no has contestado a ninguno. ¿Acaso no los has recibido? Mira… hemos decidido venir personalmente a buscarte y decírtelo… Queremos lo mejor para ti. Y por supuesto para el niño.

    -Santiago. Se llama Santiago.
    -Para Santiago. Es una pena que esté aquí metido. ¿Acaso no merece un porvenir mejor que vivir en una portería? Iría a los mejores colegios y le daríamos todo lo que le hiciera falta. Y por supuesto, de mayor estudiaría una carrera y heredaría la empresa de su padre. Porque estamos dispuestos a que no le falte de nada, por descontado.
    -Y yo le querría como a un hijo- apostilló Guadalupe.
    Dolores con el niño en sus brazos, callaba y escuchaba desde la habitación contigua, con la puerta cerrada.

    -….
    -Entendemos que es una cosa inesperada y necesitas un tiempo para pensar, pero piensa en lo que tienes que ganar. No querríamos llegar a los tribunales, queremos que las cosas las hagamos de forma amistosa. No olvides que yo soy su padre, Elena.
    -¿Su padre? No me dijiste eso hace un año. ¿Acaso no lo recuerdas ya?
    -Todos hemos cometido errores de juventud, Elena, y por eso estamos aquí, para arreglarlo. Además, serías compensada por las molestias que has tenido hasta ahora, por supuesto- Alejandro se llevó la mano a la cartera y sacó el talonario.

    Elena que no había abierto la boca en toda la velada, sacudía la cabeza sin dar crédito a lo que estaba escuchando. El matrimonio, ante la imposibilidad de tener hijos, querían llevarse a Alejandro, el hijo ilegítimo de él, y arrebatarlo para siempre de su madre.
    -¡¡FUERA!!
    -Elena, no te alteres…
    -¡¡FUERA DE AQUÍ!! NOOO…. No quiero veros más por aquí, a ninguno de los dos. Y no me quitareis a mi hijo. ¡¡NUNCA!!

    -Elena, así puedes empeorar las cosas. Puedes salir perdiendo de todo esto. Te estoy ofreciendo una compensación por…
    -¡¡FUERA!! ¿Habéis venido a comprarme a mi hijo? ¿Al hijo que he parido y he alimentado con mi sangre? ¿Creéis que los hijos se compran y se venden como si fueran juguetes? ¡Yo soy su madre!
    -Elena no…
    -¡¡FUERA DE MI CASA!! ¡¡¡Madre!!!
    Alejandro y Guadalupe se pusieron de pie mientras Elena corría a buscar a su madre.
    -Elena, te estás equivocando, te vas a arrepentir de lo que estás haciendo…
    -¡Fuera, he dicho!
    -¡Volverás a saber de nosotros, tenlo por seguro!

    Visiblemente nerviosa, la joven se quedó un rato de pie delante de la puerta, con la vista fija en el punto por donde el coche se había alejado. Dolores y Miriam salieron de la habitación con gesto grave.
    -¡Madre, que me quieren quitar mi hijo! ¡Me quieren quitar a Santiago! Qué voy a hacer yo ahora, madre…. Ayúdemeee

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  36. Elena sollozaba abrazada a su hijo mientras en la puerta aparecieron Julián y Doña Carmen. Habían oído los gritos de la muchacha e intuyeron lo que estaba pasando. Una mirada cruzada entre Dolores y Doña Carmen lo confirmó. Ante la imposibilidad de Guadalupe de darle un hijo a su marido, querían adoptar a Santiago, arrebatándolo a su verdadera madre. Dolores siente temblar sus labios, angustiada. Sabe que Elena tiene muy pocas posibilidades. El padre de Alejandro está bien visto dentro del Régimen. Son una familia rica y con influencias, y si emprenden acciones legales Elena, la madre soltera tiene poco que hacer ante ellos.
    Doña Carmen y Dolores se miran. Ambas saben que Elena tiene muy pocas posibilidades de salir de esta. Julián la mira. Elena solloza nerviosa, con su hijo en brazos, que se ha echado a llorar al ver a su madre tan afectada. La visión de los dos lo sobrecoge y piensa en el tipo de vida que le esperaría al niño, en una familia extraña y lejos del cariño de su verdadera madre.
    -¡Dinero, maldito dinero!- solloza Elena-. Me van a quitar a mi hijo porque ellos tienen más dinero… -Elena abraza a su hijo, que llora penosamente, sin entender nada de lo que está pasando.

    -Bueno, no está todo perdido- barrunta Doña Carmen mirando a su sobrino-. Aún se puede hacer algo.
    Julián mira a su tía y luego busca la mirada de Elena, mientras la joven se deshace en sollozos.

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