Cap. 26 al 50.



 Continuamos aquí.... muchas gracias a todos por vuestros comentarios.



CAPÍTULO   26:




Los días sucesivos fue un no parar en la mente de Elena. Se había dejado llevar por la rutina de la casa cuna sin pensar mucho en las cosas, pero a partir de ese momento empezó a anotar mentalmente todos los detalles de todo lo que pasaba. La furgoneta de reparto venía cada dos días. El camión de la ropa cada tres. Se iría de allí cuanto antes. Al principio pensó aguantar más tiempo de embarazo e irse en el último momento pero luego lo desechó al ver a sus compañeras  embarazadas de más tiempo, que apenas podían moverse. No, ella se iría ahora que todavía podría saltar y trepar. Además, ¿y si se adelantaba el parto? Saldría de allí y reuniría dinero como pudiera, tal vez volviera a la casa de tolerancia y pediría prestado a su amiga. O pediría en la calle con cuidado de que no la viera la policía. Esta vez solo tenía que reunir lo suficiente para comprar el billete de autobús. Volvería al pueblo, su madre la ayudaría aunque se tuviera que esconder en alguna cabaña abandonada del monte.

La noche elegida no pegó ojo. Se puso la ropa con la que vino, observando lo estrecha que se le había quedado. La camisa ya no le cerraba por abajo y se la tuvo que dejar abierta, tapándosela como pudo con la rebeca. Resultaba ridícula pero no podía irse con el uniforme de las monjas, la reconocerían enseguida. Puso sus escasas pertenencias en una de las sábanas, que envolvió como un hatillo: la ropa interior, un par de medias que le habían dado las monjas, esas sí se las llevaría… la vieja manta que trajo del pueblo, ya algo raída y estropeada…  un par de tajadas de bizcocho del desayuno que se había ocupado de guardar sin que nadie la viera, así como dos cantos de pan para entretener el hambre que seguramente le daría.

A las seis de la mañana, puntualmente, abrió la ventana y se agarró con fuerza a la tubería el agua que bajaba. De joven le gustaba subirse a los árboles así que no le dio miedo descolgarse por la ventana hasta el patio. Tuvo suerte, la capilla donde las monjas rezaban la primera oración de la mañana estaba al otro lado. Sujetando el hatillo en el hombro, fue descendiendo por el canalón.
De un salto se plantó en el suelo y se agazapó, asegurándose de nuevo de que no la había visto nadie. Tuvo suerte al no haber llovido y estar todo seco. La noche de antes sí que había caído una buena tormenta.
La furgoneta del reparto entró en el recinto usando su llave, y se acercó hasta la cocina donde descargaba, bajo la supervisión de Sor Rafaela, la hermana cocinera. Elena se acercó agachada, y aguardó el momento en el que el chico entró con una de las cajas para escabullirse a la velocidad del rayo en su interior. Se metió hasta la esquina y empujó otro par de cajas para hacerse sitio y ponérselas delante para que no la viera. Acomodándose en la esquina pidió al cielo que el chico no tuviera que entrar a descargar más cajas. Si lo hacía, la vería.
Lo oyó despedirse de la monja con un “hasta otro día” y escuchó cerrar la puerta de la furgoneta.  Elena suspiró  de alivio. Oyó al conductor abrir la puerta y sentarse, volver a cerrarla, y encender el motor para salir. Creyó que oiría su corazón desbocado mientras notaban como salían del recinto de las monjas y oía a sor Rafaela  cerrar la cancela a sus espaldas. Enseguida, la furgoneta tomaba la carretera principal  y ponía rumbo a Madrid.


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54 comentarios:

  1. ¡Sor Rafaela!!!!!!
    ¡Me encanta!

    Bss.
    Elita

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  2. CAPÍTULO 27:

    Durante el trayecto Elena tuvo tiempo de pensar detenidamente cómo saldría de allí. Desconocía por completo la ruta de la furgoneta. Seguramente pararía en los alrededores de Madrid, de modo que si podía esperaría al menos una parada, si es que no la descubrían antes. Tal vez tuviera suerte y la furgoneta se metiera directamente hacia el centro de Madrid. Mientras, metió la mano en el hato y sacó un trozo de bizcocho del desayuno del día anterior que había tenido la precaución de guardar. Estaba algo duro, pero mataría el hambre.

    Tuvo suerte. La furgoneta de reparto entró en Madrid y aún pasó bastante rato hasta que paró. Elena se puso alerta con los cinco sentido y oteó por una ventana. Altos edificios de ladrillo de lo que parecía ser una calle adyacente poco transitada, seguramente, la entrada a otro almacén.

    El chico abrió y sacó otra de las cajas. En un movimiento fugaz, Elena salió de su escondite, oteó desde la puerta de la furgoneta, y al no ver a nadie, puso un pie en el suelo y luego el otro. Salió andando de allí y aligeró el paso hacia la esquina. Tuvo suerte, nadie la veía. Al doblar la esquina empezó a medio correr. Tenía que alejarse de allí como pudiera, no quería pensar que alguien la había visto y el chico fuera corriendo detrás de ella.

    Tras un tiempo indefinido de andar hacia adelante, Elena se paró en un parque cercano, a sentarse en un banco. Sacó de su hatillo una manzana que había cogido de la furgoneta y empezó a roerla. En realidad, había cogido varias piezas de fruta con las que entretener el día y matar el hambre. Miró a su alrededor, no sabía dónde estaba, pero era Madrid, eso seguro. Ya empezaba de nuevo la vida que había conocido. Estaba en el mismo punto de hace tres semanas: de nuevo penurias, comida de la basura y dormir al raso. Y se preguntó cuando tiempo duraría esta vez.

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  3. Pobre de Elena! Estoy ansiosa que le venga algún alivio. En esas condiciones su bebé puede nacer desnutrido o algo peor. Espero que la pluma de la escritora, pronto le dé un sitio libre de peligros!!!
    De escritora anónima te mando un abrazo María!!! Tú sabes quién soy ;)

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  4. CAPÍTULO 28:

    El nuevo barrio del casco antiguo era desconocido para ella. Elena paseó por el mercado, que bullía como cada mañana.. Al tropezarse con la primera colilla de cigarro tirada se detuvo. Dio un paso adelante. Volvió la vista atrás, se agachó y la cogió. Abrió un pañuelo y la metió, era la primera del día. Sabía que las colillas recogidas se podían revender y sacar algo, no mucho, pero algo. Y se dedicó a pasear mirando al suelo.

    Elena se dejó llevar por la vida del barrio. Por un momento, olvidó quién era y la vida que había llevado, y contempló sus casas, sus gentes y su vida. El tiempo pasado con las monjas le había hecho perder contacto con el mundo real. Las diez o doce colillas que logró juntar hasta la hora de comer cuando ya sintió el gusanillo del hambre, la hicieron aterrizar en la realidad.

    Se acabaron las tres semanas de vida que había tenido en la casa cuna. Se acabaron las comidas calientes, las sábanas limpias y la masa de pestiños. De nuevo sentiría el pellizco del hambre, tan familiar para ella, y tuvo un momento de debilidad. En estos momentos las monjas ya habrían advertido su falta y es posible que hubieran dado parte a la policía. Tal vez la estarían buscando, así que siempre que doblaba una esquina oteaba unos cincuenta o cien metros delante vigilando.

    Al pasar por la plaza del mercado se hizo la remolona. Sabía que a esa hora los puestos estaban recogiéndose y cerrando, así que sacarían la basura fuera. Efectivamente. Unos chavales ya sacaban cajas con frutas medio pochas. No daba para más.

    Elena se lanzó de nuevo a roer una manzana medio madura y un canto de pan duro que había allí. Hubiera dado cualquier cosa por un buen guiso, pero no tenía ni un real, las monjas ya se habían ocupado de quitar cualquier dinero a las chicas. Tendría que pedirlo por la calle. Eso hizo, y en dos horas juntó la cantidad suficiente para pedir un bocadillo de queso en un bar, que se tomó en un banco apartado en una calle poco transitada.

    Esa tarde recogió varias colillas más. Ubicó un par de bares donde servían comidas para volver luego a rebuscar las basuras, y continuó buscando colillas en el suelo, y pidiendo por caridad a las mujeres que veía por la calle con aspecto de poder darle algo. Algunas se santiguaban al verla. Otras, las menos, se buscaban en el bolso y le daban un par de monedas y casi siempre, algún consejo que a ella no le quitaba el hambre. Algo era algo. Un trapero que pasaba la vio pidiendo, y le dio una camisa que llevaba. Al caer la tarde vio una escena que la sobrecogió: al pasar por una casa con verja, vio unas manitas asomadas a su través. Un grupo de pequeños huérfanos estaban mirándola con sus ojos tristes y sus cabecitas rapadas. Sin duda se habían apartado del asueto vespertino al sol del jardín con el que las monjas de aquel hospicio les regalaban de vez en cuando. El más pequeño de ellos no debía tener más de dos años. Elena se quedó mirándolo a los ojos, y le llamó la atención la boquita del niño, con un pequeño lunar sobre el labio superior. Miró a los ojos tristes del pequeño y se preguntaba si que habría sido de su madre. Seguramente llegó a Madrid como ella, se vio sola con una criatura y no tuvo más remedio que dejarla allí.


    Esa noche Elena durmió al raso, envuelta en la manta, encogida, tras unos matorrales del parque. Ya hacía bastante frío en Madrid y Elena se pasó la noche tiritando. Al menos, esa noche no llovió.

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  5. CAPÍTULO 29:

    Ya eran cuatro noches las que Elena pasaba en la calle. Cuatro noches de frío intenso que había caído sobre Madrid, y que Elena llevaba metido en los huesos. Por las mañanas se ponía al sol para calentarse. Había vuelto a los portales para preguntar si allí se podía servir, pero siempre recibía la misma respuesta:
    -¡Pero hija, dónde vas a servir tú con ese bombo que tienes!
    Las colillas que recogía las cambiaba por un par de perras gordas que apenas le daban para el bocadillo del día.

    A primera hora de la mañana iba a la puerta de la iglesia, a pedir a las feligresas que salían de oír la primera misa. Algo sacaba para poder desayunar y poco más. Cada día cambiaba de iglesia, no quería repetir sitio, para evitar que alguien diera la voz de alarma y llamara a la policía. Para la cena, Elena había localizado un bar. La basura estaba relativamente limpia y las sobras eran muy buenas. Ya hacía dos noches que las había probado y había cenado casi bien. Esa noche volvería, seguramente. Ya eran cuatro días en los que empezaba a sentir el pellizco de la debilidad en sus carnes y en las de su criatura.

    Ese día Elena había desayunado como nunca en el bar donde cenaba esas sobras tan ricas. La mesonera se llamaba Manolita, y se había compadecido de ella y le había dado de desayunar, a pesar de su mucha vergüenza. Salió del bar, y con el estómago caliente, encaminó sus pasos hacia una dirección conocida. Llevaba rumiándolo desde ayer, pero no se decidía a dar el paso. EL hambre, el frío y la necesidad pudieron más que ella y como dicen los toreros, “más cornás da el hambre”. Elena se encaminó hacia la calle Atocha, hacia el portal que servía de casa de tolerancia donde servía su amiga.

    Inconscientemente sus pasos se hacían más pesados y más lentos a medida que se iba acercando. Las últimas palabras de su amiga resonaban en su cabeza: “al final es todo igual, cierras los ojos y miras al techo, y piensas que no estás allí”. Le daba mucha vergüenza, pero por lo menos comería… Estaba claro que una chica sola y embarazada no tenía nada que hacer en una gran ciudad. No sería para siempre, solo algo temporal, unos días, lo justo para sacar dinero para el tren y volverse a su pueblo. Seguramente podría estar escondida en el molino abandonado, y su madre o la vecina Consuelo le llevarían la comida, quien sabe, pero se las arreglaría mejor que ahora en Madrid.

    Elena llegó a la calle y contempló la fachada a cien metros de la casa. Se paró y respiró hondo. La decisión estaba tomada. Adelante, Elena, no te eches atrás ahora.

    Un tipo gordo y calvo llegó antes que ella y llamó a la puerta, mientras se pasaba la mano por el cinturón y se acomodaba sus partes en la entrepierna, tocándose groseramente. Elena lo contempló de soslayo y se tuvo que apoyar en una pared, una bocanada de asco le había sobrevenido.

    Debía de haberse quedado blanca porque la gente la miraba como si tuviera algo raro. Elena respiraba deprisa e intentaba calmar su corazón acelerado. No podía echarse atrás ahora, Elena, ahora no… otra noche más al raso no. Pronto llegará la criatura y tienes que darle de comer…

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  6. Aturdida aún por la visión del gordo baboso, volvió sobre sus pasos.
    -Voy a esperar un día, solo un día, tal vez paso algo. Si mañana sigo igual, vengo- musitó para sí.

    Y Elena volvió para atrás con paso vacilante. Iría al bar. Al bar donde por caridad le habían dado de desayunar esa mañana, y que tan bien le había sentado a su maltrecho estómago. Volvería al bar, allí eran buenas gentes. Esperaría a que sacaran la basura y pediría por caridad que el guardasen las sobras. Se tragaría su vergüenza y se ofrecería para limpiarles a cambio de un plato de comida. Les suplicaría dinero prestado, solo lo justo para el autobús de vuelta. Volvería a pedir en las puertas de las iglesias hasta juntar peseta a peseta el importe. Colilla a colilla.

    En el camino las nubes se cerraron y empezó a llover con fuerza. Elena buscó el refugio momentáneo de una marquesina de autobús, con tal mala suerte que no vio los dos pilluelos que ya estaban en ella antes. Uno de ellos le guiñó un ojo al otro, que asintió. En apenas dos segundos los rapazuelos le habían cogido el hatillo donde guardaba sus escasas pertenencias y habían salido corriendo.

    -¡¡EEEHHHHH, DEVOLVEDME MIS COSAS!!! ¡¡¡venid aquí!!!!

    Elena salió corriendo detrás de los pilluelos, pero pronto se tuvo que parar. Una chica embarazada no podía contra dos mozalbetes que la ganaban en agilidad y carrera. Elena lloraba desconsoladamente, sus pocas pertenencias se habían esfumado: su ropa interior, sus calcetines, la manta con la que se tapaba….
    -¿Y ahora qué voy a hacer…. qué voy a hacer????? No tengo nada…. Nada….

    La lluvia caía implacable sobre Madrid, y Elena se estaba poniendo como una sopa, pero ella parecía no darse cuenta. En su cara, la lluvia se mezclaba con sus lágrimas. Elena ya estaba rendida, se había entregado. Había intentado sobrevivir en Madrid y no había podido.
    -¡Mamá…. Ojalá estuvieras aquí….!- musitó mientras se agachaba en una esquina llorando.

    Pelayo la vio llegar de nuevo, arrastrando los pies, mojada y con la cara descompuesta.
    -Por favor… me podría dar otro vaso de agua…
    Elena tomó su vaso de agua. A continuación salió del bar como una autómata a pesar de las llamadas de Pelayo que ella oía retumbar en su cabeza, y echó a andar sin ningún rumbo fijo.

    Luego Elena no recordó nada de lo que pasó después. Solo que sintió que la vista se le iba y las piernas se le doblaban.

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  7. CAPÍTULO 30 :

    Madrid, Noviembre de 1.955.

    -Tengo frío…
    Elena se estremeció de frío en la cama del hospital. Supuso que era la cama de un hospital por los vagos recuerdos que iban llegando a su mente, los olores que iba captando y los sonidos que le llegaban. Estiró sus pies y notó la bolsa de agua caliente que le habían metido bajo las mantas, cosa que en su fuero interno agradeció, después de haberse pasado los últimos cuatro días durmiendo al raso en las calles de Madrid. Los últimos días habían sido especialmente duros: una ola de frío y lluvia se había instalado sobre la capital de España y había sido implacable para su últimamente castigado cuerpo.
    -Tiene frío. Trae otra bolsa, María Isabel.

    Elena escuchó la voz de la enfermera y sintió que la arropaban con otra manta más, además de meterle bajo las sábanas otra nueva bolsa de agua, esta vez casi ardiendo. Intentó abrir los ojos pero la debilidad se lo impidió. Sintió su respiración acelerándose y notó la mano de la enfermera sobre su antebrazo, tranquilizándola.
    -¿Cómo te llamas?
    Como constaba en la cédula de identidad de la chica que ya había comprobado el hospital, se llamaba Elena.
    -…Elena…-musitó.
    -Bien, Elena, ahora tienes que descansar, dormir mucho y comer mucho. Tienes mucha debilidad. Te desvaneciste en la calle y te han traído aquí, estabas mojada y muerta de frío, ha llovido mucho estos días... Enseguida vendrán con una sopa calentita y quiero que te la comas toda, ¿me has oído? Toda.

    La voz dulce de aquella enfermera la hizo pensar en su madre y en los cuidados que tanto echaba en falta. Hacía muchos días que nadie velaba por ella, sesenta y dos, para ser más exactos, los mismos que hacía desde que salió del pueblo.
    -¿De cuánto estás?
    La enfermera se le acercó para preguntárselo. La mandíbula de Elena se tensó por un momento al contestarle. Ya era más que evidente, no podía ocultarlo más.
    -De cinco meses… más o menos…
    Elena sintió al respirar el peso de su hijo que estaba por nacer. Allí seguían los dos. Volvió a respirar, esta vez de alivio.
    -Bien Elena, descansa. Y hazle caso a Purificación. Es la enfermera de noche, un poco gruñona, pero buena gente. Cena todo lo que te pongan e intenta dormir esta noche. Mañana será otro día.
    Elena asintió con la cabeza. No podía hacer otra cosa. No tenía fuerzas para más. Esa noche no. Mañana sería otro día.

    -Señora, yo….- Elena intentó seguir hablando.
    -Dime.
    -No tengo dinero, no tengo nada, yo.. no….
    -No te preocupes por nada. Éste es un hospital benéfico, aquí no tendrás que para nada. Pero ahora no pienses en eso. Tienes que bajar la fiebre y recuperarte. ¿Estamos?

    Elena asintió débilmente, y cerró los ojos.

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  8. ¡Ayyy, qué buena pinta tienen esas dos enfermeras!!!!!!
    Elita

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  9. ¡Hay que ver lo encantadora que es la enfermera María Isabel!¡Con su dulce voz y su afición a la sopa calentita...! Ya diría que la he conocido en alguna parte.
    ¿Cómo será Purificación? ¿De verdad será tan gruñona o serán calumnias sin fundamento?

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  10. Calumnias sin fundamento, con total seguridad, María Isabel.

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  11. CAPÍTULO 31.

    El cacharreo mañanero del hospital hizo medio espabilar a Elena. Como todas las mañanas, la punzada del hambre no le cogió por sorpresa. Hacía más de un mes que se acostaba sin apenas cenar, y casi diría que se había acostumbrado al estómago vacío. La sopa caliente y nutritiva de la cena de anoche le había sentado como un bálsamo, y se había dejado llevar por el sueño como una bendita, a pesar de los temores que albergaba ante su futuro incierto.
    -Elena… Elena Gutierrez Molina, nacida en 1.937….
    Elena se quedó petrificada. Ese hombre lo sabía. Sabía su nombre y apellidos y sabía de dónde era. Y a buen seguro que también sabrían que había estado detenida en los calabozos, y en la casa cuna de las monjas. Su respiración se aceleró al pensar que la podían llevar de nuevo allí.
    -Soy el médico que te vio ayer. Remángate el brazo…
    Elena obedeció para permitirle tomarle la tensión. Un rictus de preocupación se dibujó en su cara.
    -No está mal, no está mal… ¿dónde están tus padres, Elena?
    Elena contrajo su cara y evitó mirarle a los ojos.
    -¿A quién quieres que avisemos? Necesitamos algún teléfono o dirección…
    -…….
    -¿Estás sola?
    -¡No, señor!
    La premura en contestar hizo ver al médico que había dado en el clavo.
    -Pues entonces dime… ¿a quién quieres que avisemos?
    -eh….. estoy con mi tía en Madrid…
    -Bien, dinos dónde vive y mandaremos recado de que estás aquí, debe de estar preocupada por ti.
    -…. Es que…. Si le dicen que estoy en el hospital pues…. Se va a asustar más y… es muy mayor y yo no…

    El médico se le acercó a pesar de que ella evitaba mirarle a los ojos.
    -¿Y no crees que si no has aparecido en toda la noche, estará más preocupada todavía?
    -¡No señor! Es que… es que ahora no está en casa…
    -Ahhhh….
    -Es que se ha tenido que ausentarse, e ir al pueblo… ha muerto una tía abuela y…
    -Ya.
    -No va volver en unos días… ahora no hay nadie en casa, estoy yo sola…
    -De modo que ahora estás sola.
    -Sí señor, estoy sola.
    Se hizo un silencio entre los dos, pesado como una losa.

    -Bien Elena, quiero que me escuches. ¿Recuerdas lo que pasó ayer?
    -Un poco… me mareé en la calle. Es por el embarazo, ¿sabe? Me suele pasar.
    -No Elena, este desvanecimiento no era por el embarazo. ¿Y el padre del niño?

    El médico preguntó exactamente eso, y no preguntó por su marido, que la hubiese puesto en un compromiso.
    -Está en el pueblo, con el resto de la familia.
    -Ah. ¿Y tú estás aquí sola?
    -Sí señor. Estoy aquí sola.
    En estas últimas repuestas, Elena decía la pura verdad.

    -Bien. Ayer te trajeron de la calle. Al parecer estabas en el suelo, desvanecida. Anoche llovió mucho y tuvimos muchísimo frío en Madrid.
    Elena se estremeció de nuevo con la simple mención del frío. Qué le iba a contar a ella que no supiera…

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  12. -Tenías la ropa entera mojada y estabas calada hasta los huesos. Viniste con la tensión muy baja y con hipotermia. Tenías el cuerpo helado. Tuvimos que meterte en una bañera caliente para que reaccionaras. Tenías la tensión muy baja y estabas muy débil. Toda tu ropa estaba mojada.

    Elena recordaba levemente algo de eso. Ya no le quedaba ropa para ponerse. El robo de sus cosas por parte de dos pilluelos había sido la gota que había colmado el vaso. Elena ahora mismo no tenía nada salvo lo que llevaba puesto.

    -¿Cuánto tiempo llevabas sin comer?
    -No señor, yo…
    -¿Bastante, verdad? Comer en condiciones, me refiero.
    -Yo…
    El implacable interrogatorio del médico hacía mella en el ánimo de la joven, con demasiados palos sobre sí en los últimos días.

    -Los análisis que te hemos hecho dicen que estás bien de salud. Salvo la debilidad que tienes, criatura. Estás al borde de la anemia, Elena, y eso no es bueno si estás esperando un niño. ¿Lo entiendes?
    A Elena se le humedecieron los ojos al pensar en el niño que iba a nacer y de pensar que le podía estar perjudicando.

    -Vas a estar aquí un tiempo. Así que aprovecha para descansar. Come y duerme mucho. Tengo la sensación de que te hacen mucha falta.
    Elena derramaba lágrimas en silencio, sobre la almohada.
    -¿Y luego?
    -¿Luego? Bueno, espero que para entonces tu tía esté de vuelta del pueblo. Ya iremos viendo lo que hacemos. Y ahora te van a servir el desayuno, quiero que te lo comas entero, ¿está claro?
    -Sí señor.

    Elena no se atrevía a llevar la contraria al médico. En los últimos tiempos, su instinto de supervivencia le decía que tenía que agachar la cabeza y decir que sí a todo si quería aguantar otro día más. En los últimos dos meses ya no hacía planes ni siquiera a largo plazo. Su único objetivo era sobrevivir otro día más, aunque tuviera que mostrarse servil y sumisa, cosa que le costaba sobremanera.

    Una enfermera vino a ayudar a Elena con el aseo y a servirle el desayuno.
    -Hazle caso al Don Julián, el doctor. Es muy bueno y es una suerte que te haya visto él. No tengas miedo. Toma, tu desayuno.

    Elena asintió e intentó desayunar, aunque la joven tenía el estómago cerrado. Se le había quitado el hambre.

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  13. CAPÍTULO 32 :

    De los dos días siguientes Elena apenas guardaba más que un vago recuerdo. El delirio causado por la fiebre le hacía ver cosas que no existían y hablarle a personas que no estaban con ella. Su huída hacia ninguna parte, la añoranza de su madre y hermana, eran fantasmas que le volvían a la mente a la muchacha cada vez que le subía la fiebre por las tardes, hasta caer rendida en la calentura entre los paños fríos que le iban cambiando las enfermeras para que la fiebre no le subiera más. Al tercer día, la fiebre empezó a remitir.

    Elena entreabría los ojos y se hacía una bola bajo las mantas. Le gustaba esa sensación de protección cálida que le daban después de las noches pasadas al raso y le gustaba sentir cada segundo de momentos amables que no sabía cuando volverían. La enfermera Purificación vino con el desayuno, leche caliente y rebanadas de pan negro para mojar, amén de cuatro pastillas y unas ampollas de vitaminas.

    -¿Estás mejor hoy? Intenta desayunar un poco.
    La fiebre había quitado a Elena el apetito que tenía, pero a pesar de eso bebió un par de sorbos mientras tragaba las pastillas y la enfermera le volvía a poner el termómetro.
    -37 y medio… bueno… vamos mejor… termina de desayunar y descansa. Has tenido una buena fiebre, después de cómo viniste toda mojada…

    Elena asintió. Esa extraña sensación de querer dejarse llevar. Se sentía cuidada por primera vez en muchos meses y quería dejarse llevar el poco tiempo que pudiera. Terminó el desayuno y cerró los ojos. ¿Habrían denunciado su desaparición de la casa cuna? ¿La estarían buscando las monjas? ¿Y la policía? Elena pensaba que si seguía aún ahí es que no lo habían hecho, y decidió no atormentarse más con pensamientos y temores.

    Sería casi el mediodía cuando Elena saltó de la cama y se tiró al suelo descalza. Había oído una voz que la alarmó y le hizo asomarse al tranco de la puerta de su habitación. En el otro extremo del pasillo, el médico estaba hablando con dos señores. Dos señores con gabardina y sombrero, inconfundibles.

    Tenían que ser ellos, eran de la policía y estarían buscándola. Seguramente las monjas habrían avisado a la policía el mismo día que se escapó, y en los hospitales estarían alerta. O quizás fue el mismo hospital el que indagó y llamó a la policía, maldita sea… la mente de Elena volvía a hervir como una olla a presión.

    Sin pensar muy bien lo que hacía, la joven se embutió como pudo su falda, sus zapatillas de esparto y se remetió la camisa del hospital. Luego se puso la rebeca y cogió sus cosas de la mesilla de noche. Asomándose de nuevo por la rendija de la puerta, espero un momento en el que se distrajeron para escabullirse pegada hacia la pared por el pasillo en dirección contraria. Echó a correr por el pasillo y se acercó a las escaleras del otro extremo. Elena echó fugazmente la vista atrás lo justo para ver como los dos hombres se despedían del médico. No tuvo tiempo de ver más. El tropiezo con el carro de las bandejas le hizo caer estrepitosamente en el suelo, con la barriga por delante y las tazas que se rompían. De inmediato las enfermeras acudieron al oír el estropicio, creyendo que había pasado algo.
    -¡No, no….!

    Elena rechazaba con aspavientos la ayuda que le ofrecían e intentó levantarse y salir corriendo. Al oí el estrépito, el médico acudió corriendo desde la otra punta del pasillo.
    -¡Déjeme, déjeme….!
    -¿Pero dónde te crees que vas?
    -No…. Déjemeeeeeeeeee…

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  14. Elena intentó zafarse de los brazos que la rodeaban sacando fuerzas de flaqueza, pero el médico era mucho más fuerte y le cruzó los brazos sobre el pecho, plegándola sobre sí misma.
    -Tranquila, no va a pasarte nada… ya está… nadie va a hacerte nada…
    -¡No, déjeme ir….no me quitarán al niño….!
    -¡ya está, sssssssss……!
    -¡Déjeme….!
    -Nadie te va a hacer ya nada, aquí estás a salvo…
    El balanceo del médico y su voz grave y cadenciosa hizo que Elena dejara de oponer resistencia. A la muchacha se le habían vuelto a ir las fuerzas y el corazón le latía desbocado mientras el médico la cargaba en brazos y la llevaba de nuevo a la habitación.
    -¡Enfermera! Le ha vuelto a subir la fiebre. Vamos, está delirando.

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  15. CAPÍTULO 33:

    -Elena hija, ¿cómo estás hoy?
    La voz de Manolita sonaba cariñosa en sus oídos.
    -Me han dicho que ayer tuviste un buen ataque de fiebre. A ver…
    La mano de Manolita le buscaba la calentura en la frente. Elena estaba templada.
    -Bien, me alegro de que estés más recuperada.
    Después de la noche de fiebre, Elena estaba sin fuerzas.
    -Mira, te he traído un par de cosas, por si las quieres, a mí ya no me sirven, y están en buen uso. Es una rebeca de lana, te abrigará bien. Y un pichi para cuando estés más gordita, seguro que ya no puedes ponerte la falda. Es para cuando salgas del hospital. Porque creo que no tienes más ropa, ¿no es así?

    Manolita le sacaba las prendas de su cesta para que Elena las viera. Ésta, asentía.
    -Sí, sí señora, muchas gracias, claro que me vienen bien. No… no tengo más ropa que esta. Unos muchachos me robaron las pocas cosas que tenía…

    Elena bajó la cabeza al hablar. Al fin y al cabo para qué iba a mentirle a esa mujer que la estaba ayudando. Ya no tenía remedio. Era pobre, pobre de solemnidad, y tenía que vivir de la caridad de las buenas gentes como Manolita. Contempló las prendas que le traía: era un pichi premamá que ella usó en todos sus embarazos.

    -Yo ya no lo voy a usar más, lo guardaba para mi hija, pero todavía le quedará mucho, y ahora te hace falta a ti, hija…. También te he comprado ropa interior nueva, imagino que no tenías ninguna y en esas cosas nadie piensa, aunque hacen mucha falta, ¿Verdad?
    Elena sonrió. Manolita tenía razón. Elena estaba sin nada. La buena mujer le había comprado varias mudas, además de una rebeca de lana gruesa, con unas pocas bolillas por el roce, pero con pinta de abrigar mucho a quién la usara.

    -Muchas gracias, es usted muy buena, señora. Y guisa muy bien.
    -Bueno, bueno…. Ya será menos. Vengo a verte un rato, me tengo que volver al bar, pero quería ver si estabas bien y si necesitas algo.
    -No… estoy bien, muchas gracias, señora.
    -Me alegro, hija, estábamos preocupados por ti. Nos llevamos un susto cuando te vimos ahí desmayada, en la calle, te quedaste blanca hija… ¿no lo recuerdas?
    Elena movió la cabeza. No recordaba nada de lo sucedido.
    -Estuviste en el bar. Entraste y te di un tazón de leche con bizcocho. Luego te fuiste y empezó a llover fuerte, menuda tormenta empezó a caer. Luego viniste una segunda vez y le pediste a mi suegro un vaso de agua. Te saliste corriendo sin dar tiempo a que te dijéramos nada, pero mi suegro salió detrás de ti. Al rato vimos que la gente se arremolinaba. Te habías mareado en la esquina hija, y te trajeron unos parroquianos para quitarte de la lluvia y que te dieran agua. Luego otros te llevaron a la casa de socorro.

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  16. La narración de Manolita no lograba avivar la memoria de Elena, que había borrado los minutos anteriores. Incluso con el estómago lleno, su cuerpo había dicho basta.
    -Bueno hija, te dejo aquí esto, ahora me tengo que ir. Volveré otro día, me ha dicho el médico que aún no te van a dar el alta, que sigues muy débil.
    -Muchas gracias, señora… yo… le quería pedir una cosa, por favor….
    -Dime.
    -Señora…. Por favor señora… necesito trabajar, déjeme trabajar con usted…. Soy muy trabajadora, no me asusta trabajar, soy buena cocinera, y tendré todo limpio…
    --Pero hija, nosotros no podemos tener a nadie más que…
    -No… no tiene que pagarme… solo dejarme comer de lo que sobre. Le prometo que no pediré nada más, yo tendré el bar limpio, como los chorros del oro si es preciso, y fregaré todo lo que me mande. Y solo me deja comer y cenar de lo que haya sobrado, señora, por favor….
    -(No tengo donde ir)… se le quedó a Elena en la punta de la lengua.

    Manolita se detuvo, impresionada por la súplica desesperada de la muchacha, que estaba con los ojos brillantes. Le tocó la frente, tal vez para cerciorarse de que no era otro ataque de delirio.
    -Bueno… quédate tranquila mujer… ya encontraremos algo…
    Elena estaba sorprendida de sí misma, a la vez que avergonzada. Pero el hambre hace quitar la vergüenza.
    -Lo siento señora, la he puesto en un compromiso.
    -Mira, vamos a hacer una cosa. Como aún te quedan varios días aquí, vamos a esperar. Yo voy a preguntar en la plaza, seguro que alguien busca una chica para servir, ¿Te parece?
    Elena asentía mientras se secaba las lágrimas con la mano.
    -…es que necesito trabajar, de verdad señora… necesito trabajar en lo que sea…
    Manolita se volvió a sentar a su lado, en la cama. La muchacha estaba realmente nerviosa.
    -Bueno… no te preocupes ahora por eso… encontraremos algo ya verás,… en el bar entra mucha gente….
    -Tengo que encontrar un trabajo como sea…
    La enfermera Isabel entró a tomarle la temperatura y darle unas pastillas. Seguramente alguna tendría tranquilizante, porque Elena empezó a notar cómo se iba durmiendo. Manolita se despidió, impresionada por la desesperación de la muchacha, mientras Elena cerraba los ojos.

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  17. CAPÍTULO 34.

    -¿Estás más tranquila?
    El médico había mandado llamar a Elena a su consulta. Aún convaleciente, la joven permanecía vestida con el camisón del hospital de beneficencia. Tras el delirio del día pasado, Elena se encontraba más serena. Asintió con la cabeza.
    -Lo siento.
    -¿dónde pensabas ir?
    Elena miró al suelo. No le iba a decir nada al médico, para que avisara a la policía.
    -Quiero que me escuches bien. Estás embarazada, llevas una criatura dentro. Lo que hiciste ayer fue una imprudencia, además de una irresponsabilidad. ¿No ves que no estabas en condiciones? ¿Cómo pensabas irte si ni siquiera te tienes en pie?
    Elena empezó a acelerarse ante la regañina del médico, a la vez que se le llenaban los ojos de lágrimas.
    -…Viniste aquí en un estado lamentable, ¿acaso no eres consciente de ello? Te están cuidando y alimentando para que te recuperes un poco, ¿no te estás dando cuenta? Si no lo haces por ti, al menos piensa en el niño…
    Elena temblaba de rabia ante las palabras del médico. La mención de la criatura que estaba en su vientre empezó a hacerla presente. Pensó que ella no se merecía unas palabras así.
    -La policía vino a buscarte. Están preguntando por tí las Hermanas de la Orden del Paño. ¿A dónde pensabas ir?
    Elena temblaba.
    -Yo… yo no he hecho nada malo, se lo prometo…. No me lleve a la policía, no… yo no he hecho nada malo… soy una chica decente, yo… por favor, no me entregue a la policía, me quieren llevar allí para dar al niño, y yo no quiero que me lo quiten, yo…

    Elena se retraía más y más en la butaca a medida que hablaba. El médico fue consciente de ello y pensó que tal vez se había excedido con la muchacha. Acostumbrado a tratar con gente de todo tipo, tal vez la muchacha no era sino una víctima más de las circunstancias. Se arrepintió al verla taparse la cara con las manos para ahogar un sollozo.

    -Escucha, estás muy débil, te trajeron al límite. Necesitas estar unos días en reposo, ¿me oyes? Descansar lo más posible…
    -…no me lleve a la policía, por favor…
    -…te vas a quedar unos días aquí y luego ya veremos…
    -…no quiero ir allí….
    -¿Tienes algún sitio donde ir?
    -… me volveré a mi pueblo…
    -¿Por qué no quieres volver a la casa cuna? Allí cuidan bien de las chicas.
    -¡No!.... ¡¡me quieren quitar al niño!!
    Elena se levantó como un resorte de la silla. El médico le vio la frente y los pómulos rojos. Debía estar con fiebre de nuevo.
    -Está bien, siéntate.
    -¡No me toque! ¡Déjeme!

    Elena rehuía cualquier contacto físico, pues suponía que la iban a volver a forzar a algo que no quería. Una llamada a la puerta interrumpió la tensa conversación.
    -Doctor, necesitamos un momento que…
    El médico salió para atender el imprevisto mientras dejaba a Elena sola con la mirada perdida, encogida en la silla.

    Elena cerró los ojos mientras notaba la cabeza palpitando en la frente. En ese momento deseaba estar en otro sitio, lejos de allí. Pensó en su madre y en su hermana. Pensó en la vecina Consuelo, y lo que les ayudaba. Pensó en el calor de su hermana en las noches interminables de invierno, y deseó por un momento transmutarse en otra materia y volar, volar muy lejos, como si lo que le estuviera pasando fuera una pesadilla que no le estaba ocurriendo a ella. Se preguntó lo poco que le costaría volver a tener aquello, tan solo un viaje en tren, el importe de un billete de tren con destino a su pueblo.

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  18. De pronto lo vio: encima de la mesa, un sobre abultado con el nombre del médico. Asustada por sus propios pensamientos reculó para atrás en el asiento, para acto seguido levantarse y abrirlo. Ahí lo tenía, billetes recién sacados de la caja. Debía de ser su minuta, recién cobrada. Lo que hubiera dado ella por tener siquiera la mitad de eso.

    De un vistazo fugaz, Elena miró a la puerta, y metiendo la mano, cogió cuatro billetes. Solo eso, lo justo para irse de allí. Cogería esa misma tarde el tren de vuelta. No podía considerarse robar, solo cogía lo que necesitaba. Solo esos billetes la separaban de dejar de sufrir. Eso es, cogería el tren y volvería a su casa en el pueblo, sin importarle lo que dijera su padre, ni lo que dijeran las gentes. Si su padre no la admitía en casa viviría en la cuadra, o en el molino viejo, en lo alto de la colina, pero allí al menos tendría un techo y comida caliente que su madre le llevaría. Porque en Madrid no podía soportar pasar más hambre, ni que le quitaran a su criatura.

    Cuando el médico volvió, Elena se había metido los billetes en la ropa, y apretaba sus brazos contra su pecho. Al médico le pareció que se había calmado, aunque sospechó que le había vuelto a subir la fiebre.
    -Enfermera , llévela a su habitación y tómele la temperatura, creo que está otra vez subiendo.
    La enfermera Txane cogió a Elena, que andaba arrastrando los pies como una autómata. La llevó a la cama y le puso el termómetro. Efectivamente, la joven estaba de nuevo caliente.
    -Avisaré al doctor a ver qué te damos.

    Elena mantenía los billetes dentro de su pecho apretando la mano, sin dejar que la enfermera se percatara de nada. Oyó los pasos del médico que venía por el pasillo. Respiró hondo y cerró los ojos. Pronto. Esa misma noche, o como mucho mañana, estaría en su pueblo.
    -Déjenos un momento solos, por favor, enfermera.
    La enfermera obedeció y dejó la puerta entornada.

    La voz del médico sonó lenta y penetrante.
    -Elena, mírame bien.
    Elena no le hacía caso.
    -Elena, abre las manos.
    Elena cerró los ojos. Dios…. La habían pillado….
    -¿Tienes algo que decirme, Elena?

    Elena apretó los puños y cerró los ojos para evitar romper a llorar.
    -Elena, esto no lo sabe nadie… por ahora… ¿qué quieres que haga, me lo dices tú?
    Las lágrimas volvían a brotar con fuerza de las mejillas de Elena.
    -Lo siento…- musitó mientras abría la mano y dejaba caer el dinero sobre las sábanas.

    El médico dejó pasar los minutos en silencio mientras la joven descargaba la tensión entre sollozos.
    -¿Qué pensabas hacer con ese dinero?
    -Volver a mi casa. Solo le cogí lo necesario para la vuelta, no soy una ladrona.
    -¿No te habían echado de casa? ¿Para qué vas a volver, entonces?
    Elena tardó un rato en contestar.
    -No pierdo nada por intentarlo. No estaré peor que aquí…
    El médico guardó los billetes en su bolsillo. Arropó a la joven y salió dando instrucciones a la enfermera para que le pusiera una botella con suero salino con antibiótico, además de un calmante nervioso.

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  19. CAPÍTULO 35 :

    Habían pasado ya diez días desde aquel episodio y Elena ya no ha tenido fiebre desde entonces. Mucho más repuesta y tranquila, la muchacha se preguntaba por qué aún no había venido la policía a por ella, sobre todo después de haberle quitado el dinero al médico. No lo había vuelto a ver desde entonces, solo a las enfermeras que entraban y salían con sus instrucciones, y a otro médico que parecía recién salido de la facultad. En realidad no quería ver a ningún médico. Desde el incidente con el dinero, hubiera deseado que la tragase la tierra antes de volver a cruzarse con el Dr. Julián.

    -Hoy te van a dar el alta. Será después de comer- le dijo esa mañana la enfermera Rosa.

    Elena se vistió con la ropa que le había traído Manolita. Olía a limpio, a jabón lagarto y a hogar familiar, justo lo que ella echaba de menos. Desayunó despacio, y recogió sus pocas pertenencias en el hatillo. Mientras lo cerraba, repasaba mentalmente lo que haría a partir de ahora: pedir. Pedir limosna en la calle, sin ningún disimulo. Pero solo hasta reunir la cantidad suficiente para el billete de tren y poder volverse a su pueblo. Sabía que no sería bien recibida, que su padre seguramente le daría una paliza, pero le daba igual, prefería eso a volver a dormir en la calle y comer en las sobras. Además, estaba segura de que su madre no la dejaría desamparada. Encontraría algún lugar donde refugiarse, y alguien le llevaría comida, quizás el molino alto, ya abandonado. Elena dejó pasar la mañana y luego comió su último almuerzo en el hospital, a la espera del alta. Tras los días de estancia en la relativa seguridad del hospital, Elena volvía a sentir el desasosiego de la incertidumbre y el desamparo. EL mordisco de la soledad le arreaba más fuerte que nunca.


    -Ha dicho el doctor que pases por el despacho entes de irte, quiere hablar contigo.
    -Gracias.
    Elena contestó, pero la verdad es que no tenía ninguna gana de hablar con él. ¿Para qué la querría? Tal vez la estuviera esperando para comunicarle alguna sorpresa desagradable, que se tenía que volver a la casa cuna, o a otro sitio peor. Tal vez la hubiera denunciado a la policía por el robo, y estarían esperándoles en su despacho. No, no iría. No se le ocurría qué le podía decir el médico que le produjera algún beneficio.
    Tras despedirse de la enfermera, cogió sus cosas y echó a andar por el pasillo del hospital. La voz de él la frenó en seco.
    -¡Señorita Elena! ¡No se vaya todavía! ¿Puede venir, por favor?

    No…. La había descubierto, ahora sí que no tenía escapatoria. Volviendo sobre sus pasos obedeció. Elena se sentía anulada, como una autómata.
    -¿No le ha dicho la enfermera que viniera a mi consulta? La estoy esperando desde hace un rato.
    -Lo siento, se me había olvidado, yo…
    -Siéntese.
    Como hacía diez días, Elena se sentó frente a él.

    -Veo que se encuentra usted mucho mejor, qué duda cabe. Bien, la he llamado porque quiero darle un par de cosas, además de alguna recomendación. Coja esto.
    El médico le tendió un sobre. Dentro había una cantidad igual a la que Elena le había intentado sustraer, más un poco más. Elena empezó a ponerse nerviosa.
    -Es para usted.
    -¿Para mí?
    Si, para usted. Por si quiere volver a su pueblo. Tiene de sobra para ello. Algunos trabajadores del hospital han hecho una colecta para ayudarla a salir adelante. No lo rechace.
    Elena bajó la cabeza, poniéndose colorada.
    -Ahora quiero que me escuche bien. Lleva dentro una criatura a la que tiene que proteger. No puede estar durmiendo en la calle y malcomiendo. Necesita cuidados, sea de quien sea, ¿me escucha?
    -sí…
    -Acuda a algún sitio, las monjas, su familia, quien sea… pero no se vuelva a quedar en la calle, si no es por usted, hágalo por el niño.
    El niño… ¿y en quién si no había pensado Elena todos estos días, para poder sobrevivir?
    -No me regañe más, por favor…-dijo débilmente, bajando la mirada.

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  20. El médico miró a la muchacha. Ya novio a una paciente con fiebre, sino a una joven maltratada por la vida, por sus semejantes. Vio en su semblante sereno la amargura de la derrota, de una juventud truncada, de una vida segada sin posibilidad de tener más ilusiones, y se preguntó si no había sido demasiado duro con ella. Bajó el tono de su voz.
    -Acéptalo, por favor. Y toma esto, por si te lo piensas y decides quedarte en Madrid.
    El médico le tendió otro papel en el que había anotado un nombre de mujer y una dirección.
    -Me han dicho que estabas buscando trabajo. Hay una señora que necesita una chica para la casa. Está algo mayor y le viene bien alguien para ayudarla con las faenas domésticas. El sueldo no es muy alto, es viuda y no tiene hijos y cobra una modesta pensión, pero vivirías en su casa con ella. Sabe que estás en estado y no le importa siempre que seas honrada y limpia.
    A Elena le sorprendió aquel gesto de confianza por parte de alguien a quien había intentado sustraer dinero hacía tan solo unos días. Se apresuró a contestar.

    -Sí señor, claro que soy honrada. Y decente. Y trabajo en lo que haga falta, aunque sea duro. Estoy acostumbrada, en el campo yo hacía…
    -Bien bien… eso se lo explicas a ella, si la ves. Toma.
    Elena levantó por primera vez la mirada para coger el papel e inevitablemente se tropezó con la mirada del médico. Debía tener unos diez años más que ella, alto y bien parecido, seguramente si no fuera por las circunstancias lo habría encontrado guapísimo, pero ahora solamente era el médico que la había tratado y que tenía delante de su mesa.
    -Gracias. Muchas gracias. Tenga.

    Elena le devolvió el sobre con el dinero de la colecta.
    -¿Por qué no te lo quedas?
    -Pues… no sería bueno,… ya me ha dado el trabajo y…
    -no, no, no… cógelo… ya te digo que es una colecta de todos, es tuyo. Por si sucediera algo y tuvieras que volverte. Vamos, es tuyo. Acéptalo al menos como regalo para la criatura.
    -Está bien, muchas gracias.
    Elena desconocía que no había habido tal colecta. El dinero era del médico exclusivamente.

    -¿Le puedo hacer una pregunta?
    -Dígame.
    -¿Por qué no me ha llevado a la policía? Yo le robé…
    -Estabas con fiebre,¿ no? Vamos a dejarlo así… y no hablar más del tema, por mi parte ya está olvidado…
    Elena sintió un pellizco de zozobra en el estómago y se sintió un poco culpable por haber desconfiado tanto del médico estos últimos días. En su delirio, el médico había sido para la muchacha poco menos que el ogro del cuento. Por supuesto, Elena desconocía que el médico ya había hecho gestiones por su cuenta. Al saber el pueblo de procedencia de la joven, no tardó ni media hora en llamar al consultorio de allí: un compañero de promoción era el médico rural. En seguida le preguntó si conocía a la joven y si era de fiar.

    “-¿Elena Gutiérrez? Dos mío… ¿no me digas que sabes de ella…? ¿Está bien…? Su madre está preocupadísima desde que se fue… la echaron, mejor dicho… el bruto de su padre la plantó de patitas en la calle y encerró durante días a la madre y a la hermana, ni te imaginas lo que cuentan por aquí… La dejó preñada un sinvergüenza, un niño de papá que pasa los veranos aquí para luego volverse a estudiar a la ciudad, y que luego no quiso saber más de ella después de aprovecharse de su inexperiencia. La chica quedo en estado, y ya sabes…. ¿sabes dónde está? Su madre se llevará una alegría cuando se lo haga saber, sin que se entere el padre por supuesto. Casi ni sale, la mujer, solo viene a limpiarme la consulta, dos días a la semana…”

    -Muchas gracias por todo- volvió a decir Elena.

    Elena salió de la consulta y caminó por el pasillo del hospital con el hatillo de ropa en una mano, los papeles en la otra, y una extraña sensación en su cuerpo. Parecía que había estado mil años en el hospital. Cruzó el umbral y salió a la calle. Se sentía otra persona distinta. Hasta la luz de la calle le pareció distinta.

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  21. Durante un tiempo indefinido estuvo vagando sin rumbo, dejándose llevar a donde le llevaran los pies, asimilando la idea de su nuevo estado, y disfrutando de la calle ahora que parecía una persona decente, y no una pordiosera.

    Parada en un banco de una plaza poco transitada, se detuvo a pensar. En una mano tenía lo suficiente para volver a su pueblo. Agarrando fuertemente el dinero estuvo meditando qué hacer. Ya eran las seis y media de la tarde y no le daría tiempo para coger el tren de vuelta, tendría que esperar al día siguiente, y esa noche la volvería a pasar en la calle, o quizás buscar una pensión barata. ¿Qué habría sido de su madre y su hermana? ¿Qué habría pasado en el pueblo durante los meses de su partida? ¿Cómo se presentaría en casa y qué le diría su padre? Probablemente todo el pueblo hablaría de ella. Su hijo sería un bastardo, un hijo de puta, como solían decir, un hijo sin padre que llevaría toda la vida el estigma de su concepción y la vergüenza de su origen. Ahora que tenía el estómago caliente ya no le parecía tan buena idea volver al pueblo.

    En la otra mano miró el papel arrugado: C/ Águila, nº 10, 1ºA. ¿Qué habría ahí? Por un momento pensó que se hallaba en una encrucijada de caminos, y de la decisión que tomara en los próximos minutos dependería el resto de su vida. La luz de la tarde se estaba acabando, pronto anochecería, no se podía demorar mucho y ya empezaba a notar el frío a pesar de la rebeca que le había dado Manolita.
    Agarrando con fuerza el papel, se levantó y comenzó a andar hacia adelante.

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  22. CAPÍTULO 36:

    -¿Quiénnnn?
    -Esto…. Buenas tardes, me llamo Elena Gutiérrez. Me mandan del hospital.
    Era una casa de cuatro plantas. Una portería en el entresuelo, ascensor y escaleras, con dos casas en cada una. Tenía un aspecto cuidado y la fachada estaba recién pintada. La puerta del 1º A tenía una cuidada maceta delante, y un felpudo. Elena llamó tímidamente al timbre sin tenerlas todas consigo.
    La puerta se abrió y apareció una mujer menuda, vestida de negro de arriba abajo.
    -Buenas tardes, señora. Me llamo Elena, yo…. En el hospital me han dado esta nota, me han dicho que aquí necesitaban una chica…
    La mujer cogió la nota del hospital y la leyó por encima.
    -Pasa. Pasa, adelante.
    Elena entró con cuidado, cruzando el brazo por su pecho y bajando la mirada.
    -Pasa, vamos al salón.
    La casa estaba sumamente limpia y pulcra. Decorada con sencillez y sin aparatosidad. Olía a limpio y la tenue luz de la tarde dejaba ver todos los rincones sin ocultar nada.
    -Siéntate.
    La muchacha obedeció y se sentó con las piernas juntas y la mirada baja. Puso su hatillo en el suelo a su lado. Se sintió como si la fueran a examinar.
    -Cuéntame, hija…
    -Yo…- Elena se extrañó-… me dijeron en el hospital que aquí necesitaban una chica para servir, yo necesito trabajar y…
    -¿De dónde eres?
    -DE Villamulas del Campo
    -¿Y tus padres?
    -Están allí. Y mi hermana, tengo una hermana de once años.
    -¿De cuántos meses estás?
    Elena se puso colorada hasta las orejas. Ya estaba embarazada, no había manera de disimularlo.
    -De cinco meses. Pero le puedo asegurar que soy muy trabajadora, nunca me he quejado, y estaré trabajando en todo lo que usted me mande, no le tengo miedo a nada, ni…
    -Bueno, bueno… veamos… si estás de cinco meses, darás a luz sobre Marzo o Abril, ¿No es así?
    -sí señora.
    - ¿Tienes alguna experiencia sirviendo?
    -Sí, sí…. Yo… estuve sirviendo en una casa en el barrio de Salamanca. LA señora me hizo una carta de recomendación, pero me la quitó la policía. Puede usted llamarla cuando quiera y preguntarle si….
    Elena bajó la cabeza mordiéndose el labio. Se le había escapado lo de la policía, aunque la señora no pareció inmutarse y se quedó pensando un instante.
    -¿Por qué dejaste la casa?
    -No la dejé, la señora me echó cuando supo que yo… estaba embarazada- musitó.

    Elena dudó un breve momento si echarle caradura y mentir, o bien decir la verdad y atenerse a las consecuencias. Hizo lo último.
    -¿Y el padre de la criatura?
    -El padre nos abandonó señora, no quería saber nada de nosotros, estoy soltera. ¡Pero le aseguro a usted que soy una chuca decente, yo no he….!
    -Está bien, está bien… ¿Por qué has estado en la policía?
    Elena nuevamente pensó si decir la verdad o no. La dijo.
    -Me detuvieron por estar en la calle. Dormía en un portal, y los vecinos avisaron.
    La mujer se quedó un rato, examinándola. Elena sentada en la silla tenía un aspecto sumamente frágil. Se había quedado muy delgada, y solo se le veía el menudo cuerpo y la incipiente barriga que ya no podía ocultar.
    -Bien, te voy a enseñar la casa, a ver qué decides. Pasa por aquí, este es mi dormitorio…
    Una a una, la señora fue enseñándole el resto de las estancias de la casa: la cocina, su dormitorio, el cuarto que ocuparía Elena en caso de aceptar el trabajo, y que a la chica le sorprendió por tener ventana. Cierto que daba a un ojo patio, pero era una ventana al fin y al cabo.
    -El sueldo no es muy alto, hija, pero tienes comida y techo. Tú decides.
    Elena no se lo creía.
    -Entonces… ¿me acepta? ¿me da el trabajo?
    -Sí lo quieres, sí. Estarás dos semanas a prueba, y si te adaptas bien…
    Elena se tuvo que sentar en la silla. Le había dado un vahído de la emoción.

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  24. CAPÍTULO 37:

    Elena terminó de fregar los platos de la cena. Sopas de ajo, ligeras pero sustanciosas, y que a ella le habían sabido a gloria. De postre, Doña Carmen, que así se llamaba la mujer, le hizo sacar el queso de la fresquera, con unas manzanas de postre.
    -Así te vas acostumbrando a dónde se guardan las cosas.
    Con el estómago caliente, la muchacha se dirigió hacia el que sería su dormitorio. Ya antes de cenar la señora le había dado tiempo para instalarse. Pocas cosas para colocar en la que sería su estancia. Una cama que parecía cómoda, una mesita de noche con dos cajones, un armario y una cómoda con un espejo. La ventana con contraventana y cortina. Elena la abrió y cerrando los ojos respiró el aire fresco que llegaba del patio. En comparación con lo que había conocido en la anterior casa del barrio de Salamanca, esto era la gloria pura. En su anterior trabajo la muchacha tenía que dormir en un cuartucho cuya única abertura era un ventanuco que daba a la cocina. La muchacha acostumbrada a los espacios abiertos del pueblo echó de menos el aire puro y la ventilación diarios, pero tuvo que aguantarse con lo que había. Ahora sí tendría luz natural y aire limpio.

    Abrió el armario, y descubrió un par de mantas allí colocadas seguramente por la chica que había estado antes que ella. “Se fue la semana pasada”, le había dicho Doña Carmen, “va a casarse”. Tal vez por eso se dejó todo aquello tan bien colocado. Elena retiró la colcha de la cama y se dispuso a prepararla. Sábanas blancas y limpias, mantas y colcha de lana pura. Esa noche le iba a parecer mentira tanto lujo.

    Tras preparar su cama abrió su hatillo. Poca cosa era la que tenía, algo más con lo que le habían dado en el hospital: dos blusas, la falda que ya no se pondría más por quedársele chica de cintura, dos pañuelos, tres pares de calcetines que le había facilitado Manolita, además de otros tantos juegos de ropa interior. Aquellos chicos que le habían robado la habían dejado sin nada, si no es por aquello no tendría ni mudas para ponerse.

    Colgó sus cosas en el armario lo mejor que pudo y cogió la toalla que había allí dispuesta para su uso, en la jofaina. Tenía unas ganas de orinar grandísimas, pero no le había querido decir nada a la señora. Ahora ella sola, buscaba lo que necesitaba. Se agachó debajo de la cama sin ver nada, luego miró de nuevo en el armario, se subió a la silla para mirar en la parte alta del mismo. Nada. Así que armándose de valor salió del dormitorio, cruzó el pasillo y llamó a la puerta del dormitorio de la señora.

    -Señora…. Perdone que la moleste, pero…
    -¿Qué quieres hija?
    -Es que… no encuentro el orinal.
    -¿El qué? ¿Qué orinal? Hace mucho que no usamos eso. ¿Para qué quieres un orinal? Si tienes el baño, hija.
    Elena se quedó sin reaccionar. La señora le estaba diciendo que usara su mismo baño.
    -No me digas que llevas todo el rato aguantando las ganas, con esa barriga que tienes ya. Pero hija… ve, ve al cuarto de baño.
    -…¿puedo?
    -Pues claro mujer, ¿a qué esperas? Vamos, vamos….

    Sin terminar de creérselo, a Elena le faltó tiempo para ir corriendo al baño y quedarse más a gusto que un perro al que le quitan las pulgas. Rápidamente salió de allí. En la otra cosa le estaba terminantemente prohibido usar el baño de los señores, faltaría más, así que disponía de un orinal que luego vaciaba en el patio colectivo de la casa al que acudía con el resto de las chicas de servicio a lavar la ropa. Ahora esta mujer le permitía usar su baño.

    En el dormitorio terminó de asearse un poco, con la jofaina. Más adelante comprobaría que la señora le permitiría usar bañera y el agua caliente, un auténtico descubrimiento para Elena.

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  25. Se puso su camisón largo y los calcetines y se metió entre las sábanas. Olía a limpio, a hogar, y por un momento su cabeza volvió a su cama del pueblo, con su hermana y su madre. Pensó en ellas y en qué estarían haciendo en estos momentos, y acarició su barriga para terminar de quedarse dormida arropándose entre las mantas. No sabía qué pasaría y si Doña Carmen la aceptaría definitivamente, pero esa noche se sintió a salvo y segura por primera vez en mucho tiempo.

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  26. CAPÍTULO 38 :

    Elena miró el reloj encima de su mesilla de noche: las siete de la mañana. Con diligencia, salió de la cama y se vistió. Luego se hizo un moño y se aseó en la jofaina. Enseguida se dirigió a la cocina y se dispuso a tener listo el desayuno. Con el ruido del cacharreo no se dio cuenta de que la Doña Carmen estaba en la puerta, liada en su toquilla, frotándose los ojos.
    -¿Pero qué haces, hija? ¿Has visto qué hora es?
    Elena se quedó parada. En la otra casa donde sirvió debía levantarse la primera, y estar perfectamente arreglada y con el desayuno en la mesa para cuando los señores se levantaran.
    -Vamos, vamos… aquí nadie se levanta antes de las ocho. ¿Es que te vas a abrir las calles? Vuelve a la cama, venga…

    Sin pronunciar ni media palabra, Elena se quitó el delantal, volvió a su cuarto, se quitó el pichi y la camisa y se volvió a meter en la cama a cerrar los ojos. Cuando los volvió a abrir ya eran más de las nueve. Ahora se había quedado dormida. De un salto se puso en la cocina. La señora se había hecho el desayuno ella y ahora estaba desayunando.
    -Vamos hija, vamos… ahora te has quedado dormida.

    Azorada por el retraso, Elena se dispuso a organizar todo temiendo que de un momento a otro la señora la echara a la calle por dormilona. Pero no sucedió así, sino que la invitó a sentarse a su lado y a apurar su tazón de leche y su rebanada de pan con carne de membrillo.
    -Me la dejó hecha la otra chica antes de irse la semana pasada. Se iba a casar, ¿Sabes? Era muy buena cocinera y la carne de membrillo le salía divina. Me he pasado mi juventud despertándome antes del alba, así que como comprenderás, ahora que me estoy haciendo vieja no voy a ser una esclava del reloj. La calle no se la lleva nadie, y aquí nadie se levanta antes de las ocho. ¿De acuerdo, Elena? Además, en tu estado te conviene descansar mucho. Los madrugones no ayudarán a que te crezca la barriga.

    Elena no se atrevía ni a mirar. Asintió tímidamente. Mirándolo por el lado bueno, al menos en aquella casa dormiría más rato.

    Tras desayunar, Elena y la señora se dirigieron al mercado para hacer la compra. La señora pronto le presentó a Elena los puestos habituales donde solía comprar, sus gustos y costumbres.

    Elena se hizo pronto a la rutina de aquella casa. Los desayunos tranquilos a las ocho de la mañana, seguida de la visita al mercado para adquirir los productos frescos para la comida del día. La señora la acompañó el primer día y la presentó a sus tenderos habituales. Vuelta a la casa y limpieza general, pero sin etiquetas ni agobios inútiles. La señora y ella se turnaban con la cocina y la limpieza, y aunque los trabajos más duros eran para ella, la señora la dispensaba muchas veces y le facilitaba las cosas al no meterle prisa.
    -Debes cuidarte hija, que estás esperando. Haz las cosas con tranquilidad. Tenemos todo el tiempo del mundo.

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  27. Y con tranquilidad Elena fue lavando cristales, limpiando armarios y descolgando cortinas. La colada la hacían los miércoles en el patio comunitario, y también en la azotea comunitaria subía a tender las sábanas. La plancha los viernes. Las tardes eran más reposadas, limpiar los pequeños adornos de las estanterías, coser, o simplemente leer. La primera tarde que pasó en la casa, la señora la volvió a sorprender, cuando tras despertarse de su siesta, la vio en la cocina dando cabezadas en una silla.
    -Pero hija, ¿Se puede saber qué haces ahí puesta? Ve a tu cama y échate.

    Acostumbrada al servicio de la otra casa del barrio de Salamanca, Elena no tenía permitido dormir siesta, ni siquiera retirarse. Debía estar dispuesta y preparada en la cocina con su uniforme puesto por si los señores la llamaban para algo, con su insistente campanilla.
    -Vamos, no me digas que no te ha dado sueño después de comer. Además, debes de descansar y reponerte, que estás muy pálida.
    -¿Y si llama alguien a la puerta?
    -Pues si llama alguien que se espere. Y si no que aprenda a venir a horas decentes, hombre. La hora de la siesta no es hora de visitas.
    Aún sin saber qué cara poner, Elena se fue a su cuarto y se echó cuan larga era en la cama, tapándose los pies con la colcha. Elena vestía con su pichi premamá prestado por Manolita, y un delantal que le había dado la señora para no mancharse. En esta casa no debía de vestir uniforme de criada. Era ella misma.

    Una pequeña merienda y tal vez un paseo por la plaza, con la señora, y recogerse pronto que se levantaba aire frío. La cena temprano, sopa nutritiva de verduras, tortilla, y algo de fruta y queso. Elena pronto se hizo a aquellos hábitos que tanto bien le hacían y su cuerpo lo notó: la muchacha empezó a rellenar los pómulos, a rellenarse las costillas, y su panza aumentó varios centímetros en poco tiempo. Los potajes caseros del almuerzo hicieron su benéfico efecto en su antaño castigado cuerpo. El descanso entre sábanas limpias y mantas de lana reconfortaban su soledad, y mitigaban parte de la nostalgia que sentía.

    -¿La chica que tienes ahora, está embarazada?- le había preguntado con voz inquisitorial la metomentodo de la vecina de arriba. ¡Santo cielo! En una casa decente…. Dónde vamos a llegar….
    -A esta mujer ni caso- contestaba la señora-, que se cree la “marquesa del pino ahumado”.

    Elena disponía de una tarde libre a la semana, los jueves, para hacer lo que ella quisiera. Casi siempre se quedaba en su cuarto, leyendo o cosiendo. La señora la sorprendió un día al limpiar los libros de la surtida estantería que tenía:
    -¿Estás leyendo?
    -Yo…. Perdone, señora…. Estaba limpiándolo…
    -Toma, puedes cogerlo. ¿Sabes leer?
    -Sí, señora, aprendí en la escuela del pueblo, pero lo dejé a los diez años.
    -Toma toma, puedes coger el que quieras y leerlo. Los libros están para eso.
    Un poco anonadada, Elena tomó el libro que le ofrecía la señora, y que devoraba a ratos antes de acostarse.

    Al poco vino la primera paga, que Elena se guardó íntegra. Tenía el pensamiento de que en cualquier momento podía verse de nuevo en la calle, como mucho, la señora la aguantaría hasta que diera a luz. Luego la echaría, porque… ¿qué iba a hacer con ella y con su criatura? Elena no decía nada pero se ocupaba de ahorrar todas las semanas todo lo que le daba la señora.
    Esa primera semana se atrevió a pedirle una cosa.
    -Señora, quisiera pedirle un favor.
    -Dime.
    -Quisiera… quisiera preguntarle si puedo escribir a mi casa, a mi madre, para decirle que estoy bien.
    -¿pues claro hija, quien te lo impide?
    -Es que… me refiero a escribir desde aquí.
    Elena se refería a dar esa dirección como dirección de respuesta. La señora por supuesto, la dejó.
    -Pero, ¿me estás diciendo que tu madre no sabe de ti desde que te fuiste? ¿Y a qué estás esperando? Claro que puedes hija, vamos, ya estás tardando.
    Dando las gracias, Elena se encerró en su cuarto y se dispuso a escribir la primera carta a su madre desde que se fue del pueblo. Al día siguiente compraría un sobre y un sello y la metería en el primer buzón que encontrase.

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  28. CAPÍTULO 39:

    El invierno terminaba de entrar en Madrid. Las persistentes lluvias de ese otoño dieron paso a unos fríos que helaban el aliento de Elena cuando salía a la calle. Las alpargatas de esparto se le quedaban pequeñas en las frías calles de Madrid, y cuando llovía se ponía chorreando. El exiguo equipaje que se trajo del pueblo se había visto aumentado gracias a la señora, que la llevó a una corsetería de confianza para que la niña se hiciese con un buen par de medias tupidas que le abrigasen las piernas y los pies.
    Luego fue la bufanda. Y los guantes para las manos, pero solo por la insistencia de la señora, porque Elena lo primero que hizo cuando recibió su primera paga semanal fue pensar en lo que estaba por venir. En su día libre se fue a la tienda de lanas a por un par de ovillos y agujas de hacer punto. Se sentó en su cuarto y empezó a esbozar el cuerpo de un jersey para bebé color crudo.
    -Hija… ¿por qué no me lo has dicho antes? Yo tengo agujas de punto, no tenías porqué haberlas comprado…

    Un poco azorada, Elena aceptó el ofrecimiento de la señora de prestarle sus útiles de costura. Su vientre crecía y ella tenía que prepararle el ajuar. Desde que cobró su primer sueldo, solo hizo dos cosas: comprar cosas para su criatura, y ahorrar. Su obsesión fue guardar todo lo que le daban. No quería preguntar nada, pero suponía que cuando diera a luz, doña Carmen la despediría. ¿Qué iba a hacer con una mujer y un niño pequeño? Ahora estaba tejiéndole a su bebé el primer jersey. Su futuro hijo aún no tenía todavía ni cuna para recibirle.
    -Ven hija, ven… ahora mismo sales, te compras otro ovillo y te tejes una bufanda y unos guantes, no puedes salir a la calle con este frío. Vamos, toma el dinero. Al niño aún le queda tiempo para venir y su madre no puede morirse de frío por las calles de Madrid.

    Elena obedeció. No se atrevía a llevar la contraria a la señora. En la casa del barrio de Salamanca había aprendido a decir si señora, lo que usted diga, a mandar señora. Y así hizo cuando la señora la llevó a su armario para ofrecerle un abrigo que ya no usaba.
    -Tengo aquí este abrigo, hija. Es de señora mayor, no hay otro. Si te lo quieres poner…
    Pues claro que se lo quería poner. Elena no tenía nada de abrigo, y aunque le quedaba raro para una jovencita como ella, no iba a hacerle ascos a nada. Además, era un abrigo de paño grueso de buena calidad, y como era ancho, podía abrochárselo alrededor de su cintura dejando la barriga dentro. Elena le dio mil gracias. La relación con Doña Carmen empezaba a hacerse fluida. La mujer no era en absoluto estirada como lo fue su anterior señora, y se preocupaba por ella y por su bienestar. A menudo le decía que parase de trabajar tanto y descansase. Elena empezaba a encontrarse a gusto y tranquila por primera vez en mucho tiempo.

    Uno de los días, recibió una llamada inesperada.
    -Niña… te llaman en la puerta.
    Un mozalbete le subía un recado de una señora que la esperaba en la calle. A Elena le dio un vuelco el corazón cuando vio el remitente. Era Consuelo, la vecina del pueblo, que la había localizado y la avisaba para que bajara a la calle. Pero Doña Carmen no lo consintió.

    -¡Dile que suba! ¡Vamos!
    -¿Puede, señora?
    -Pues claro que puede. Vamos chico, dile a la señora que suba, que la estamos esperando.

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  29. CAPÍTULO 40:

    -¡¡¡Doña Consuelo!!!
    -¡¡Elena, mi niña!!! Dios mío….
    Consuelo dio a Elena un largo abrazo en el umbral de la puerta.
    -Elena mujer…. Que pase, no la tengas en la puerta…- dijo Doña Carmen desde el salón.
    Y dando una propina al chaval que le había subido los dos bultos grandes que llevaba consigo, la mujer penetró en el interior de la casa.

    Un poco temerosa, Elena hizo pasar a su vecina hacia el salón para presentarla Doña Carmen. Venía con dos bultos grandes que los había cargado el chaval del recado.
    Elena hizo las presentaciones pertinentes. LA carta obviamente, la había mandado a la dirección de su vecina, para que su padre no la interceptara. Y la vecina había encontrado un hueco para viajar a Madrid con cualquier excusa.
    -Muchas gracias por acoger a Elena señora, de parte de su madre. Tenga… le manda chorizos del pueblo, y un queso, y…
    Consuelo abrió la pañoleta que llevaba y sacó las viandas. LA señora les hizo pasar a su cuarto, para saludarse tranquilas, mientras ella colocaba las cosas en la fresquera. Dolores era agradecida para con la mujer que tenía a su hija acogida en su casa. En la tranquilidad del dormitorio, Consuelo quiso interrogar a Elena.

    -¿De verdad estás bien? Mírame a la cara y dime la verdad.
    -Sí, Consuelo. Dígale a mi madre que esté tranquila, esta casa es muy buena, y la señora es muy buena conmigo, me da bien de comer, como todos los días lo mismo que ella.
    Elena se acordaba cuando en la otra casa de Salamanca, mientras los señores comían filete, ella comía un huevo frito.
    -¿Y cómo estás, hija? ¡Qué pasó cuando llegaste? ¿Viste a la Juani…?

    Elena decidió obviar todos los tumbos que había dado. Ni ella misma tenía ganas de recordarlo.
    -Sí… está sirviendo en una casa- Elena mintió. No vio oportuno dar más detalles sobre su amiga-. Y yo… bueno… no ha sido nada fácil…lo he pasado mal, muy mal… pero ya ha pasado todo y ahora estoy bien, yo… lo siento Consuelo… tengo su medalla en la casa de empeños, y la de mi madre, yo… no tenía dinero y las tuve que empeñar.
    -Hija, deja la medalla, si te la di para eso. Mira, mira lo que te traigo.

    Consuelo subió a la cama uno de los bultos.
    -Tu madre lo iba sacando de la casa poco a poco, y me lo hacía llegar a través de la reja del patio. Toma, son tus cosas. No hay mucho, pero no hemos podido más, algo es algo. Mira hija, tu ropa de invierno, y tus zapatos, que te fuiste con las alpargatas y debes tener los pies helados…. Y tu abrigo de paño. Tal vez ahora no lo puedas usar, pero nunca se sabe.

    Elena cogió sus jerseis del pueblo, su ropa interior de lana y su humilde abrigo. Ahora no le cabía, con su nueva figura, pero en cuanto diera a luz podría usarlo de nuevo. Consuelo abrió el otro paquete.
    -Tu ropita de cuando eras pequeña, hija. Tu madre la tenía guardada desde que nació tu hermana. Dice que esperaba este momento, aunque las cosas no hayan venido como hubiéramos deseado. ¿LE estás preparando ya la canastilla al niño?
    Elena suspiró. Allí estaba todo lo que podía necesitar una criatura pequeña: pañales, camisetitas, jerselitos de lana de tamaño minúsculo, un par de toquillas para liarle. Gran parte de su preocupación por el ajuar del bebé se fue ese día. Elena se emocionó levemente al contemplar la ropita tan pequeña, que una vez había sido de ella. Consuelo se percató y le dio un abrazo.

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  30. -Y toma esto…. Casi se me olvida.
    Consuelo se metió la mano en el sujetador y sacó un puñado de billetes..
    -Tu madre ha estado sisando y ha juntado esto para ti. Cógelo y guárdalo. Seguro que lo necesitarás algún día.
    -Muchas gracias, Consuelo.
    Lo que no le dijo Consuelo es que ella misma había aumentado la cantidad de esa aportación.

    -Dice tu madre que no te apures, que ella seguirá tejiendo jerseys para el crío que tengas… los teje cuando tu padre se va, y no la ve. Los esconde y cuando los termina me los lleva a casa. Dime la verdad, ¿comes bien? ¿no necesitas nada?

    Elena negó con la cabeza. Consuelo le hizo la señal de la cruz sobre la frente.
    -Esto de parte de tu madre. Y de tu hermana-dijo dándole un beso en la frente.- Y otro mío-… ay mi niña… cuanto hemos de sufrir las mujeres… siempre nos llevamos la peor parte. Y los hombres se quedan de rositas. Hija, te tengo que decir una cosa, mejor así a que te enteres de mala manera. ¿Te acuerdas de Alejandro? Pues está de relaciones con Guadalupe Vázquez de Castro, la hija de los terratenientes. Es hija única y heredará todas las tierras de sus padres. En Mayo será la boda.
    Elena escuchó la noticia sobre el compromiso del padre de su criatura como una autómata. Ni siquiera había pensado en él en todos estos días de penalidades. En seguida preguntó por su hermana.
    -¿Cómo está Miriam?
    -Allí.. cada día más alta… se acuerda mucho de tí. Ahora va a todas partes con tu madre. No se separa de ella.

    Consuelo le dio el último abrazo en la puerta, antes de irse. El tren partía hacia el pueblo y debía de cogerlo con tiempo. Educadamente, se despidió de doña Carmen.

    -Muchas gracias señora. DE parte de su madre y mío también.

    Elena bajó hasta el portal a despedirla. Las cosas iban pasando poco a poco.

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  31. CAPÍTULO 41:

    -Elena, compra morcilla y hueso, este domingo haremos un buen cocido. Paquito el carnicero sabe lo que compro, ya me conoce. Al fin viene mi sobrino. Ya era hora… lleva casi un mes sin pasar por casa de su tía… cuando lo vea le voy a majar a pellizcos, habrase visto sinvergüenza…
    Elena obedeció. No sabía que la señora tuviera un sobrino, aunque se abstuvo de preguntar. Sí sabía que era viuda y que había tenido dos hijos, niño y niña, que ahora ya no estaban con ella ni lo estarían nunca. Lo supo por las fotos de los dos infortunados niños que había sobre la cómoda y porque la señora así se lo dijo cuando las limpiaba un día, con sumo cuidado.
    -Las guerras, que malas son… treinta años tendría ahora si la guerra no me los hubiera arrebatado…
    Por desgracia, la señora había perdido a su hijo en el frente, y a la hija menor, en un bombardeo de la capital.
    -Ahora tendría más o menos tu edad, ¿sabes? … mi pobre niña… qué malas son las guerras…- repitió.

    A Elena se le humedecieron los ojos cuando la señora se enjugó una lágrima al besar la foto de la pequeña y luego correr a encerrarse en su cuarto. LA vida trae alegrías y también penas… le dijo la señora. Por eso un hijo es un motivo de alegría. No dejes que nadie te diga que te tienes que avergonzar de dar una vida, le había dicho un día la señora cuando las vecinas de la plaza murmuraban al verla pasar. Al contemplar las fotos de sus hijos, Elena comprendía sus palabras. Doña Carmen era la primera persona desde que llegó a Madrid que no le había hecho avergonzarse de su estado. Al contrario. Las mujeres tenemos que estar unidas en estas cosas, hija, le había dicho ella. Todo el mundo está hecho para los hombres, las leyes las han hecho los hombres y son de ellos. Aquí las mujeres siempre salimos perdiendo, ¿Verdad que sí? Y Elena asentía. Doña Carmen tenía toda la razón. Mientras ella era la que se quedaba embarazada, el padre de su hijo iría por la calle con la cabeza bien alta jactándose de su poca responsabilidad.

    El Domingo llegó y Elena se dispuso a cocer los garbanzos que la noche anterior habían dejado en remojo. La señora se puso con la morcilla, la col y los embutidos. Esa mañana la notaba especialmente contenta y no era para menos. Su único sobrino, al parecer la única familia que tenía, estaba a punto de llegar.
    -No tiene familia, ¿sabes? Solo me tiene a mí. Te preguntarás por qué no vivimos juntos, pero es una larga historia que algún día sabrás.

    EL timbre de la puerta sonó y la señora dejó inmediatamente la olla para abrir ella misma la puerta.
    -¡¡Julianito!! Mi niño… tanto tiempo sin venir a ver a tu tía, debería de dejarte tirado en la calle… ven aquí, ven aquí que te abrace, bribón, más que bribón.

    Elena oyó los saludos y los abrazos, reproches cariñosos de donde te has metido en tanto tiempo, y los pasos de un hombre que avanzaba por la casa. Casi le da un vuelco en el corazón cuando lo vio aparecer en el umbral de la puerta de la cocina, mientras ella se secaba las manos en el delantal y él la saludaba con una cara mezcla de sorpresa y sonrisa… Era él. El doctor Julián, Julianito para la señora. El médico que la había atendido en el hospital, el mismo del que había intentado escaparse un día de fiebre, al que le había intentado robar quinientas pesetas, y el que le había dado la dirección de esta casa.
    -Buenos días, Elena. ¿Cómo estás?

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  32. Este relato y su autora se toman un descanso de una semana (o dos, ya veremos), necesario para que las musas no nos abandonen.
    Muchas gracias a todas por seguirlo.

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  33. CAPÍTULO 42:

    -¿No me invitas a pasar?
    -Perdone, yo….
    -¡Julianitooo! ¡Valiente sinvergüenza, cuánto tiempo llevas sin visitar a tu tía!
    Más colorada que un tomate, Elena dejó paso al ahora “Julianito”, y colocaba en la cocina los pasteles que él había traído para el postre.
    -¿Has visto, Elena? Dice que tenía muchas cosas que hacer….
    Elena no sabía qué decir, ni dónde meterse, así que decidió escabullirse a la cocina con la excusa de remover el guiso, mientras dejaba a tía y sobrino hablando de sus cosas en el salón.
    -¿Cómo está ella?- preguntó Julián bajando la voz.
    -Como un palomo asustado- contestó Doña Carmen acercándose a él-, pero ya se le irá quitando le susto. Parece buena chica, y es muy trabajadora. Pobre, creo que lo pasó muy mal antes de venir aquí. Y….-la tía aún bajó más la voz para que Julián se acercara-… su padre creo que es un auténtico bruto.

    Julián pareció alegrarse con aquello.
    Pronto el cocido estaba listo. Elena llevó la olla a la mesa puesta, y procedió a retirar su plato para ir a comer a la cocina. Le daba apuro comer entre ellos dos. Ella era la criada y su sitio estaba en la cocina, como hacía en la casa del barrio de Salamanca.

    -¿Pero se puede saber qué haces, hija? ¿Por qué quitas tu plato de la mesa?
    -Esto… yo…. Tal vez quieran estar solos y….
    -¿Pero qué tonterías dices? Anda ya, si h puesto la mesa yo y he puesto los tres servicios. En esta mesa comemos los tres, faltaría más.
    Y de nuevo sintiendo que se estaba poniendo más colorada que un tomate, Elena se sentó a comer en la mesa, sin atreverse apenas a despegar los labios para decir algo.

    La sobremesa transcurrió sin incidentes. Elena recogió la mesa y les sirvió el café. Luego fregó los platos, recogió la cocina, y pidió permiso para retirarse a su cuarto a descansar. Tras un rato de reposo, la señora la sorprendió de nuevo.
    -¡Vámonos de paseo, niña! Venga, que no conoces el Retiro.
    Y con toda la vergüenza del mundo, Elena accedió a acompañarles a dar una vuelta por el Retiro a tía y sobrino, como si fuese una más de la familia. En una de las paradas del camino, mientras Doña Carmen se sentaba en un banco, Julián se acercó a Elena que se había quedado atrás contemplando a unos patos, ensimismada en sus pensamientos.
    -¿Cómo estás? Tienes mejor cara. ¿Estás comiendo lo suficiente?
    -Bien, muchas gracias. Si señora tía es muy buena conmigo y me trata muy bien, de verdad.
    -¿Necesitas algo?
    -No… ya han hecho mucho por mí.
    Elena sentía que se ponía de nuevo colorada hasta la punta del pelo. Esta situación le resultaba incomodísima. Julián percibió la incomodidad de la chica, y decidió darle tiempo.
    -ME alegro. No dudes en decir si necesitas algo. Y ahora, vayámonos con la tía.
    El resto de la tarde transcurrió sin incidentes. Elena llegó a casa con una extraña sensación, y cayó en la cama rendida cuando se acostó esa noche. Menudo día de sorpresas.

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  34. CAPÍTULO 43 :

    -Buenos días, señora.
    Al día siguiente Elena se notaba distinta. No sabría precisar en qué, pero algo había cambiado. No se atrevía a levantar la cabeza cuando la señora la miró y le hizo de nuevo confidencias familiares.
    -¿No sabías que Julián era mi sobrino? ¡Valiente gañán! Yo creía que te lo había dicho cuando te mandó aquí.
    Elena lo negó. Si lo hubiera sabido…
    -Sus padres murieron en la guerra, ¿sabes? Yo le crié como a un hijo, y cuando tuvo edad, quiso estudiar Medicina. Ahora trabaja en el hospital y sé que también ayuda en un consultorio benéfico cuando sale de trabajar. Es muy reservado con esas cosas, apenas me cuenta… Podría hacerse de oro abriendo consulta privada en el barrio, pero dice que prefiere hacer lo que hace.

    Elena escuchaba sin atreverse a mirarla. Era evidente que no lo sabía todo de ella.
    -Tras acabar la carrera se fue un año a estudiar a Londres. A la vuelta se estableció en un piso por su cuenta, decía que quería independencia.
    -Señora, yo…. Tengo que contarle algo…. Lo siento mucho, yo….

    ----------------------------------

    Como Elena pudo comprobar, el paseo dominical con Julián se convirtió en una costumbre que se retomaba de nuevo. Elena tenía la impresión de que solo había sido ella y su aparición en la casa las responsables del paréntesis en esa rutinaria costumbre entre tía y sobrino. Suponía que Julián le había querido dejar un tiempo prudencial para que se acostumbrara a su nueva situación sin estar condicionada por nada. Elena descubrió con sorpresa que no le había hablado nada a su tía del desagradable incidente del dinero. Lo descubrió cuando ella misma se lo confesó a doña Carmen. Tras la sorpresa inicial, estuvo toda la semana en vilo pensando que la señora podía echarla a la calle en cualquier momento. Pero ese domingo compartió de nuevo la mesa familiar y el paseo. Y de nuevo Julián se acercó a hablar con ella a solas, en el mismo sitio de la semana pasada.

    -¿Por qué le contaste eso a mi tía? Lo del dinero.
    -Yo creía que… ¿por qué no se lo contó usted?
    -No me hables de usted, anda. No se lo conté porque no había nada que contar, ¿no es así?
    -No sabe como lo siento. Aún estoy avergonzada, no sé ni cómo me atreví a ello, yo…

    Elena le había confesado a la señora, con voz muy baja, que ella había cometido una acción lamentable, de la que estaba muy arrepentida.
    -Yo le robé dinero a su sobrino en el hospital, señora. Luego se lo devolví, pero lo robé. Tiene que saberlo. Lo siento muchísimo.
    Y Doña Carmen asistió atónita a la confesión voluntaria de la chica. Rápidamente se dio cuenta de que cargaba sobre ella más culpa de la que en realidad tenía. Al día siguiente, la mandó a hacer la compra mientras llamó a su sobrino por teléfono. Quería explicaciones por su boca. Doña Carmen escuchó su versión y no habló más del tema, dándolo por zanjado. No así Elena, que creyó que dicho silencio era mal presagio.

    -¿Eres una ladrona?- le preguntó Julián.
    -No, sabe que no. En mi vida he hecho una cosa así.
    -Pues entonces. Ese tema está olvidado. Y ahora cuéntame, ¿cómo estás? Te veo mejor.
    Julián había observado que la chica había ganado peso y color en la cara desde que no la había visto. Llevaba sus cabellos negros recogidos en un moño bajo, lo que le daba una apariencia austera y sobria. Elena llevaba cruzado sobre su barriga de embarazada el abrigo oscuro que le había dado Doña Carmen, y lucía en su antebrazo el modesto bolso de los domingos que usaba en el pueblo. La mirada oscura de sus ojos negros trasmitía serenidad al que la mirase, no exenta de un poso de melancolía.
    -Bien, muy bien… ya casi tengo hecha la canastilla para el niño, una vecina del pueblo me trajo ropita de cuando yo era pequeña, y de mi hermana….

    La pareja se alejó hablando mientras paseaban en busca de Doña Carmen.

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  35. CAPÍTULO 44:

    El invierno entró en Madrid. El frío llegó más aún si cabe y Elena agradeció el gorro y bufanda y guantes que su madre le había echado en el hatillo de ropa. El abrigo de la señora ya le empezaba a quedársele muy justo para abrocharse la barriga. La rutina de la casa prosiguió con el quehacer diario, las visitas de Julián, ahora más frecuentes, además de las dominicales, y algún entretenimiento esporádico. Elena preparaba los potajes de legumbres y los guisos de carne con patatas mientras pensaba en lo afortunada que era en casa de la señora. No hacía tanto tiempo, un simple guiso de olla era algo inaccesible para ella.

    Elena comprobó que la señora no había reaccionado negativamente ante su confesión del robo. Y que Julián lo había borrado de su mente por completo. Poco a poco, su cuerpo y su mente se fueron tranquilizando y confiando cada vez más en Doña Carmen. Una vez, limpiando el polvo de la librería, la señora la sorprendió con un libro abierto entre las manos.
    -¿Te gusta leer, hija?
    -Yo…. Perdone… estaba limpiando, yo no…
    -Pero hija, si leer no es nada malo. ¿Te gustan los libros?
    Elena confesó que sí, pero que apenas tenía. Con doce años dejó la escuela porque su padre consideró que la hija ya sabía lo suficiente para gobernar la casa, y debía ayudar a su madre. Eso sí, Elena tuvo escondidos libros que su madre le pasaba, muy en secreto, y que ella a su vez también escondía. A Ramón no le gustaba que su mujer leyera y si la pillaba con un libro había paliza segura.
    -Pues toma, llévate este y léelo cuando quieras.
    ¿Puedo?
    -Pues claro.
    Y sin darse cuenta, Elena devoró las obras de teatro de Lorca, el Romancero Gitano, y todo cuanto libro le dejaba la señora.

    Las cartas con su madre iban llegando con regularidad. Elena las mandaba a la vecina Consuelo, y Dolores se las arreglaba para hacerle llegar la contestación. Poca novedad, lo de siempre… el frío, los animales … Elena añoraba a los suyos en silencio mientras veía caer la lluvia por la ventana de la casa. A pesar de Doña Carmen y Julián, no podía evitar sentirse sola en la gran ciudad.

    Al cabo de los días, Julián le propuso volver al hospital, para hacerle una revisión. Un poco confundida, Elena accedió y Doña Carmen la acompañó. Todo estaba perfectamente, según le dijeron. Elena ya se acariciaba la tripa cuando sentía a su hijo dar patadas. A menudo se preguntaba qué pasaría cuando diera a luz y no pudiera trabajar. Era un tema que nunca había salido entre la señora y ella, pero que iba pensando a medida que pasaban las semanas. El hecho de empezar a hacerse planes a largo plazo sorprendió a una Elena que hasta entonces no había tenido más remedio que vivir al día en su supervivencia en la calle. Elena interpretó eso, el pensar a largo plazo, como un síntoma de que las cosas le iban mejor. No obstante, ahorraba como una hormiguita todo lo que podía, por si acaso.


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  36. Diciembre llegó y con él las castañas, los pavos por las calles y los niños con las zambombas. Elena ayudó a la señora a limpiar de nuevo la casa, aunque no se puso ningún adorno navideño en ningún sitio.
    -Desde que mis hijos me faltan no celebro la Navidad, Elena, no lo puedo soportar…-le había confesado la señora con lágrimas en los ojos-. De todas formas viene Julián y cenamos juntos. Él también se acuerda de sus padres… ¿y tú, qué vas a hacer? ¿Vas a volverte al pueblo con los tuyos?
    -Yo…. Pues sí….mi madre… me ha dicho que vaya con ellos al pueblo…. Si usted me deja, claro…
    -Claro mujer, claro…tendrán ganas de verte….

    Elena se sorprendió a sí misma en aquella mentira y se preguntó por qué lo había hecho. Seguramente se mezclaban la prudencia de la chica, que no quería poner en un compromiso a Doña Carmen y hacerla compartir mesa de Navidad con una extraña que al fin y al cabo no era más que la nueva criada, en unos momentos tan íntimos como los que le había confesado. A Elena le dio mucho respeto interponerse en lo que parecía ser una fecha dolorosa para ellos, y sin quererlo, mintió.

    -Me iré el 24 por la mañana, en el tren, mi madre ha dicho que vaya esos días- le dijo a Doña Carmen el día de antes, mientras preparaba el equipaje.
    Y el 24 temprano, Elena se sentó en un banco de la estación, con el hatillo en sus manos, y la mirada perdida, contemplando el bullicio de gente que tomaba trenes con la prisa en sus caras, y la alegría por el viaje de reencuentro en sus semblantes.

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  37. CAPÍTULO 45 :
    24 de DICIEMBRE de 1.955,


    El último tren abandonó la estación y con él el bullicio que hasta hacía dos minutos había tenido el andén. Los familiares que habían acudido a acompañar y despedir a los suyos también se iban, y Elena comprobó que se quedaba sola. Pronto cerrarían la estación y vendría el guarda a echarla de allí.

    Llevaba todo el día sentada en el banco, y no se había levantado más que para ir al baño y a beber un poco de agua. A mediodía mordisqueó sin gana un bocadillo de queso que se había preparado. A la noche se tomaría otro. Sonrió con desgana al recordar los viejos tiempos, cuando llegó a esa misma estación hacía ya cuatro meses, con dos bocadillos en la bolsa y todo el miedo del mundo en su cara de niña. Le parecía que había sido una eternidad, y comprobó cuan relativo es el paso del tiempo.
    -Bueno, Elena, aquí estamos otra vez, ya sabes lo que es esto… no te va a pasar nada por otra noche en la calle… - se dijo.

    Buscaría cualquier sitio resguardado para pasar la noche, ya sabía lo que era aquello. Descartó ir a una pensión. Era una noche muy extraña para buscar alojamiento y en una pensión decente le pedirían documentación. Y las pensiones que no la pedían no eran decentes. Además, estaban muy lejos de allí y no tenía ganas de volver a frecuentarlas. No pasaba nada por una noche en la calle, pensó. Se acordó de su madre, y de su hermana Miriam, y se preguntó que estarían haciendo en esos momentos. Seguramente le habrían propuesto a Ramón que la niña volviera a casa a pasar las navidades. Conociendo a su madre, era casi seguro que lo hubiera intentado todo por volver a ver a su hija. Y seguramente Ramón habría contestado con un puñetazo sobre la mesa que de ninguna manera. Fin de la conversación. Y por eso su madre no le había enviado más cartas desde le última que le llegó, el 5 de Diciembre. ¿Cómo estarían ellas?

    Mientras se le llenaban los ojos de lágrimas y se quedaba absorta en sus propios pensamientos, no se dio cuenta de que alguien se acercaba despacio y la tocaba en el hombro con suavidad.
    -Elena…
    Elena se volvió y se restregó los ojos enérgicamente. No quería que viera que había llorado.
    -¿Qué haces aquí? ¿Has perdido el tren?

    Elena intentó hablar, pero sintió que si lo hacía se echaría a llorar, así que dijo que sí con la cabeza. El minuto siguiente se le hizo eterno, hasta que Julián, que no había dejado de mirarla, rompió el silencio.
    -¿No había ningún tren, verdad que no?
    Elena volvió a sacudir la cabeza, mientras bajaba la cara para que no se la viera.
    -¿Y por qué has dicho que te ibas? Te hubieras quedado en casa, con nosotros…ven…

    Elena se levantó ayudada por Julián. Ya estaba de seis meses y sus movimientos empezaban a hacerse dificultosos. Julián se percató de que estaba temblando y le pasó una mano por el hombro. La voz de Julián sonaba calmada, sin reproches.

    -Pero mujer… qué pensabas hacer… ¿acaso ibas a pasar la noche aquí? ¿dónde pensabas meterte? Llevas aquí todo el día… estás helada… Elena….Pero qué locura es esta, Elena…. No puedes hacer ya eso, tu embarazo ya está muy avanzado Elena….tienes una criatura contigo….

    La mención del niño que estaba en camino hizo estallar a Elena en sollozos. Julián mantuvo a la muchacha apretada contra su hombro permitiéndola desahogar toda la tensión y sintiendo el cuerpo de la joven temblar entre sus brazos. Elena hablaba espasmódicamente, entre sollozos.

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  38. -Lo siento, lo siento…. Yo no quería…. No quería molestarles… yo…mi niño….mi niño está bien, verdad? Y si no lo quiero cuando nazca…. ¿qué va a pasar cuando nazca?... Yo no seré una buena madre…. ¿qué va a ser de mi hijo? Yo no quiero que le pase nada… yo no quiero que mi hijo vaya al hospicio como el hijo de Juani, yo no… mi hijo…. qué le va a pasar a mi niño….

    Julián la apretó contra él y le acariciaba la espalda de arriba a abajo, mientras le iba susurrando, hasta notar que la muchacha se tranquilizaba.
    -No va a pasar nada malo, Elena. Te lo prometo. Todo irá bien… respira…claro que vas a ser una buena madre… y todo saldrá bien… te vendrás con nosotros y todo empezará a salir bien…

    Julián la sentó de nuevo en el banco con él, hasta que la joven iba recuperando la respiración. Ambos se quedaron un momento en suspenso al sentarse en el banco. Elena, sorprendida por las palabras que acababa de pronunciar, y sorprendida por el abrazo del médico, que había notado cálido y sincero. Hacía muchos meses que necesitaba de un abrazo así y nadie se lo había dado. Y el médico lo mismo. Siempre procuraba poner distancia con sus pacientes. Cierto que Elena no podía ser considerada una paciente, en el sentido estricto de la palabra, pero el abrazo y el desahogo de los más íntimos temores de la muchacha lo había dejado también con la guardia baja. Por el andén se acercaba el guarda.
    -¡¡Que cerramos!!
    Julián le hizo una señal de que ya se iban, y le ofreció su pañuelo a Elena.
    - No va a pasar nada Elena. Confía en mí.
    Julián levantó a Elena y asiéndola por los hombros la condujo hasta la calle. Notaba que la chica se apoyaba en él. Elena se encontraba levemente mareada, por la tensión nerviosa, y él se percató de ello. Instintivamente la dirigió hacia la parada de los taxis. Aún quedaban dos y cortésmente, abrió la puerta trasera para que se sentara dentro, sentándose él a su lado a continuación.
    -A la Calle Águila- dijo al taxista.
    Poco a poco, Elena fue serenándose y empezó a respirar hondo, levemente apoyada en su hombro. Él contempló su mirada y creyó ver sus ojos negros desbordados por la nostalgia. Era la primera vez que la sentía tan cerca.

    -¿Cómo sabía dónde estaba?- preguntó ella al cabo del rato.
    -Mi tía… es un poco bruja, ¿sabes? Cuando le pregunté por tí al llegar a casa me dijo que seguramente habías perdido el tren y estarías en los alrededores de la estación, y que en ese caso te trajera a cenar con nosotros. Y así ha sido. Y supongo que aceptas, ¿Verdad?
    Elena asintió con la cabeza. Le gustaba la forma en la que le hablaba aquel hombre.
    -Gracias- musitó-. Son muy buenos conmigo siempre.
    -De nada, aunque no siempre. LA verdad es que ahora estoy un poco enfadado contigo.
    -¿Enfadado? ¿Por qué está enfadado?-Elena se asustó.
    -Porque todavía no me tuteas.
    Elena sonrió levemente.
    -Menos mal. Al fin te has reído algo-bromeó.
    -Es que… no puedo, usted es el sobrino de la señora, yo…
    -Anda venga, tienes la cara helada, y la tía está esperándonos con la cena.
    Julián apretó a la chica contra sí mientras el taxi se perdía en el centro de Madrid.

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  39. CAPÍTULO 46:

    Febrero de 1.956.

    Han pasado ya ocho semanas y la vida de Elena ha cambiado por completo. La adaptación a la nueva casa es total. Elena no es solo la chica que limpia. Elena da a Doña Carmen compañía y conversación, además de ayudarle con el trabajo, y a su vez la buena señora ha sabido ser un sólido apoyo para la muchacha, además de ser una mujer discreta y cariñosa con ella. A menudo ambas conversan después de cenar sobre el último libro que Elena ha cogido prestado de la biblioteca de la casa. Doña Carmen es una mujer culta y con mucha mano izquierda, y sin quererlo ha llegado casi a hacer de segunda madre para ella. Elena no olvidó como llegó a la casa con Julián el día de Nochebuena, y el cálido abrazo que le dio la señora cuando la vio, toda llorosa.

    -Elena…. Que no me entere yo que vuelves a hacernos esto… estábamos preocupados. ¿Pero cómo se te ha ocurrido hacer eso, mi niña? ¿qué pensabas? ¿Pasar la noche en la calle con el frío que hace mientras nosotros estamos aquí cenando calientes? Pero qué locura es esta, niña…..

    Y tras un rato de llantina desconsolada en el hombro de Doña Carmen, Elena se sentó en la mesa familiar con ellos, así como al día siguiente.

    Los días de invierno van pasando y Elena engorda cada vez más. Su tripa es cada vez más inmensa y eso que solo está de siete meses. Alguna vecina de alto copete ya le ha denegado el saludo, escandalizada por las más que evidentes redondeces de la muchacha.
    -¡A ésta ni caso, que parece la marquesa del pan pringao! ¡Tú siempre con la cabeza bien alta, hija!- le decía Doña Carmen.

    Elena iba arreglando poco a poco el modesto ajuar para su futuro hijo. La ropita que le trajo Consuelo, la vecina del pueblo, pronto la tuvo colocada en su cómoda y se vio incrementada con los jerseys y camisitas que le fue confeccionando ella misma en sus ratos de asueto. Doña Carmen, más experimentada en vestir a un bebé, también la acompañó a comprar tela para hacerle pañales, patucos, monitos y todo lo que necesita un recién nacido. A Elena le asombraba la buena disposición de la señora para con ella y su criatura. Una prudencial reserva le hacía guardar silencio a Elena, y no se atrevía a preguntar a la señora por qué sería de ella y de su criatura cuando la tuviera. Elena temía que sin más la plantara en la calle cuando viniera el bebé, ante la imposibilidad de trabajar igual que antes. No obstante, Doña Carmen le sacó una vez el tema:

    -Ya te queda poco Elena. ¿Has pensado qué hacer?
    -…….-
    Elena no sabía exactamente a qué se refería, y no se atrevía a decir nada para no meter la pata.
    -¡Sí, mujer! ¿Vas a ir al hospital o te vas a quedar en casa?

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  40. Elena se quedó con los ojos como platos. Era algo que ni había pensado. De nuevo era incapaz de hacer planes tan a largo plazo como dos meses vista.
    -Lo que usted me diga, señora, yo… en realidad yo… no sé… supongo que al hospital benéfico…
    -Vamos a ver, hija… ¿temes no tener dinero para pagar el parto? Mujer, por eso no hay problema. Mira, una amiga mía es comadrona. La puedo llamar que no habrá ningún problema, de verdad. Y yo la ayudaré en lo que haga falta. Antes de casarme fui enfermera.
    -¿Usted, señora?
    -Así es, hija. Yo era muy joven… madre mía… qué tiempos aquellos.

    Y Elena asintió a todo cuanto decía Doña Carmen. En realidad sabía que no podía hacer otra cosa, estaba en sus manos. Su hermana Miriam nació en casa mientras su madre era atendida por las vecinas y ella esperaba detrás de la puerta. No tenía idea de que había que ir al hospital ni qué hacían allí para tener al niño, así que accedió a lo que le proponía Doña Carmen.

    Dos días antes, Elena no podía parar de comer. Bien sabía que nunca había sido una muchacha golosa y harta, pero ya en el desayuno repitió tostada, repitió plato de garbanzos en la comida, todo ello acompañado de pan abundante, otra merienda con dos buenas tajadas de bizcocho, y un buen plato de pisto en la cena. Ya el día de antes. Elena estaba más aplacada y no le apetecía salir de la casa, ni siquiera para coger la ropa del tendedero de la azotea. En la comida estuvo más comedida, y luego se echó a dormir un buen rato de siesta, pese a lo cual se acostó pronto.

    Esa noche se despertó a la una, encogida en la cama con un dolor intenso que le llegaba desde los riñones. Intentó dormirse, pero pronto llegaba otra sacudida, y otra. La muchacha se revolvía mientras respiraba para pasar el dolor, e intentaba volver a dormirse, o por lo menos descansar entre una y otra. Pronto no aguantó en la cama y se tiró a la alfombra del suelo, de rodillas, apoyada en la cama y agarrada a la colcha mientras jadeaba. A tientas fue al baño y volvió. No se le pasaba. Respirando fuerte, intentaba dormirse. Pronto perdió la noción del tiempo.

    El sol asomaba por la rendija de la ventana cuando Doña Carmen llamaba a su puerta, seguramente extrañada por su tardanza al salir.
    -Lo siento señora, no puedo levantarme, me duele mucho la barriga…
    -Pero hija… no me digas que te has puesto de parto.
    -No señora, que aún me quedan dos meses. Deben ser retortijones, llevo con ellos toda la noche. Me va y me viene, como en oleadas.
    -¡Elena! ¡Santo cielo, estás de parto! Vamos…. Vamos… apóyate aquí… voy a llamar a Consuelo.
    Y Doña Carmen voló al teléfono a avisar a su amiga Consuelo Ruiz –Vélez Frías, tras lo cual puso una olla de agua a hervir y corrió a buscar toallas limpias. Antes avisó a Julián al hospital.

    La comadrona hace pronto su aparición, ante al anuncio de Doña Carmen de que lleva toda la noche con contracciones y la prematuridad del parto. Elena está en su cuarto, apoyada en Doña Carmen y sentada entre sus rodillas. La muchacha empieza a empujar de un modo sobrehumano, clavando los talones en el suelo y agarrando las manos de Doña Carmen. La criatura está a punto de venir y nadie puede detenerlo.

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  41. N. de la A.

    En este capítulo cito nombres de personas que existieron en la vida real.

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  42. CAPÍTULO 47:

    A las doce de la mañana, Julián abrió la puerta de la casa de su tía y entró como una exhalación. En el pequeño recibidor se da de bruces con el sacerdote que sale de la casa. El hombre lo han llamado las vecinas, alertadas por el movimiento que hay en torno a la casa, y presumiendo que es necesaria su intervención. Acaba de administrar el bautismo y la extremaunción de urgencia a una criatura. Eso sí, la comadrona le ha hecho lavarse las manos a conciencia antes de entrar a tocarla, y ponerse un pañuelo limpio de tela delante de su boca y nariz, a pesar de sus quejas.

    A pesar de su precipitación, Julián no olvida que es un profesional de la medicina. Inmediatamente se descalza y cubre su boca con una mascarilla que ha tenido la precaución de coger del hospital. Ha recibido el recado de su tía mientras estaba operando, y en cuanto ha terminado en el quirófano ha volado para estar en casa. Sabe que aún no es el tiempo, y teme lo que pase. Con sumo cuidado, cruza el pasillo y se asoma al dormitorio de Elena. La imagen que ve ante sus ojos le sobrecoge.

    La recién parida reposa sonriente apoyada en el cabecero de su cama y recostada entre dos almohadas, mientras las mujeres la terminan de atender. La criatura más pequeña que ha visto nunca reposa entre sus pechos, sorprendentemente viva. Una pequeña cabecita de pelo moreno asoma entre la ropa de su madre, que es abrigada por la comadrona con un chal por encima de los hombros, mientras vigila el primer enganche del bebé. Doña Carmen termina de limpiar y sale con los trapos manchados y la palangana.

    -Ha sido niño. Se llama Santiago- le dice lacónicamente al salir, de camino a la cocina.

    Julián siente un vuelco en su pecho cuando su mirada se cruza con la de Elena. A pesar del cansancio, su cara está radiante de felicidad y no aparta los ojos de su pequeño hijo, al que acaricia la cabeza mientras mama. Sobrecogido por la escena, Julián se acerca, no demasiado, pues no quiere transmitirle ningún germen. Un sentimiento de protección le invade al verlos. La comadrona deja a madre e hijo mirándose mutuamente y estima que es momento de dejarlos solos y darle un poco de intimidad a la recién parida. Julián sale detrás de ella.

    -¿Qué opina usted? Como profesional, quiero decir…- le pregunta Julián, mientras observa como la mujer toma el café que le está sirviendo Doña Carmen. LA mujer apenas ha desayunado y está hambrienta. Salió de su casa corriendo, ante el aviso de Doña Carmen y ahora aplaca su estómago y recupera fuerzas.

    -Es difícil decir algo. El niño ha venido en la semana treinta y dos, y apenas pesa dos kilos justos, pero ha respirado por sí mismo y tiene buena vitalidad. Se ha enganchado de su madre a la primera. Las próximas horas serán decisivas. Ahora lo importante es que su madre tenga leche que darle, y que ambos descansen. Va a ser muy duro sacarlo adelante, y usted lo sabe. De momento respira bien y tiene buen color, pero hay que vigilar las próximas horas, usted lo sabe.

    Claro que lo sabe. Julián ha visto morir a demasiados bebés en el hospital, y sabe que el hijo de Elena es demasiado pequeño e inmaduro.

    -Demasiado bien ha salido todo, dadas las circunstancias….- remata la comadrona, mientras termina el desayuno y se levanta. La energía de la mujer es admirable. Pronto se dirige de nuevo al dormitorio y se dispone a hablar con Elena. Julián y Doña Carmen van detrás.

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  43. -Hija, no quiero engañarte. Tu hijo es muy pequeño, ha nacido antes de tiempo y va a ser muy difícil que sobreviva. Pero alguna posibilidad tiene. Depende de ti. Algo podemos hacer.
    Elena los mira, y mira a su hijo, que se ha quedado dormido con su pecho en la boca. La criatura ha quedado exhausta por el esfuerzo que le ha supuesto nacer y alimentarse. Las lágrimas acuden a sus ojos.
    -Dígame qué tengo que hacer.
    -Puedes intentar sacarlo adelante tú sola, o bien llevarlo al hospital. Allí se encargarán de él los médicos y las enfermeras.
    -Estará cuidado por los mejores profesionales- interviene Julián.
    -¿Y podré verle yo?
    -Estará en una incubadora, y tú te sacarás leche para dársela cada tres horas.
    -¿Una incubadora? ¿Y qué es eso?
    -Es…. una especie de cuna de cristal, donde se mantendrá caliente.
    -¿Y allí podrá vivir?
    -Pues… también se puede…. También hay posibilidades de que no salga adelante…. Es muy pequeño.
    -¿Pero en el hospital no lo curan?
    -No siempre. Los médicos no podemos evitar muchas cosas, Elena.

    La comadrona interviene.
    -Elena, tu hijo tiene más o menos las mismas posibilidades de vivir, en un sitio o en otro. Aquí lo atenderás tú, exclusivamente tú, y en el hospital será atendido por las enfermeras y recibirá cuidados médicos.
    Elena se queda un rato pensando, acariciando la pequeña manita que asoma por su regazo, hasta que musita:
    -¿Y si llora?
    -Pues… lo atenderá una enfermera… si puede.
    -¿Y si no puede?
    -Los niños se acostumbran a no llorar y a quedarse solos. La enfermera no puede atender los lloros de todos, Elena. Les da de comer y atiende que estén bien de salud.

    A Elena se le humedecen los ojos se queda pensando en la imagen de su hijo, llorando en una fría cuna de cristal, mientras ella está muy lejos de él, y se le parte el alma de tan solo imaginarlo.

    -Se quedará aquí, conmigo- sentencia.
    Elena ha decidido. Si su hijo tiene que morir, lo hará abrazado a ella, y no llorando de miedo y de pena tras un cristal. Doña Carmen y la comadrona se miran de reojo y sonríen. Piensan que Elena ha tomado la decisión adecuada.
    -Doña Carmen, yo…. Por favor, le compensaré, déjeme quedarme aquí mientras….
    -Ssss….. pero qué cosas dices, hija! ¡Pues claro que sí! ¡Ya verás cómo esta criatura tan pequeña va a salir adelante! Entre todos lo ayudaremos.

    Elena besa emocionada la cabecita de su hijo, que duerme. Le parece increíble el amor que está sintiendo por esa cosita tan pequeña que late junto a su pecho. Doña Carmen los arropa y mandar salir a todos de la habitación. Madre e hijo deben descansar. Lo que vendrá ahora será duro.

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  44. CAPÍTULO 48:

    Los siguientes días son frenéticos en la casa. La comadrona ha dado unas órdenes estrictas que deben ser seguidas a rajatabla: la habitación ventilada dos veces al día y limpia. Al niño solo lo puede tocar su madre, y nadie más que ella y Doña Carmen entrarán a verle. El niño junto a su madre, metido con ella entre sus ropas, apretado a su pecho con un chal largo.

    -Dentro de ti no se enfriará- le dice-. Tu cuerpo hace de estufa.
    -¿Y de noche?
    -De noche también. No temas, que no le aplastarás. Necesitas sentirlo cerca de ti para producir leche. Tienes que sentir su calor y su olor.

    El recién nacido se agarra bien al pecho de su madre, pero su poco peso hace que apenas tenga fuerzas, y unas pocas succiones basten para agotarle.
    -Trae un cuenco de cristal limpio- pide la comadrona a Doña Carmen.
    Con paciencia, Consuelo enseña a Elena a extraerse leche del pecho, que recoge en el cuenco, y procede a dársela al niño con un cuentagotas, mientras le meten el dedo para estimularle el reflejo de succión. Hay que darle un cuentagotas de leche cada media hora, cada hora por las noches. Elena observa atenta como lo hace, y pronto se convierte en una experta y maneja al niño con gran destreza, sujetándole la nuca por detrás.

    El recién nacido se aferra a la vida con ganas. Para satisfacción de todos, pronto hace sus primeras micciones, y ya en las primeras horas la comadrona comprueba que expulsa el meconio. La mujer acude a la casa dos veces al día, para supervisar las tomas y controlar la orina del niño, así como vigilar el color y estado de las mucosas. A los cinco días, la criatura ya dio el ombligo. Consuelo lo pesa y sonríe satisfecha: ha ganado cincuenta gramos. Pronto engordará más.

    El ritmo de cuidados pronto hacen agotar a Elena, que tiene que despertarse cada hora a darle el cuentagotas a su hijo. Pronto no puede más, y duerme a ratos. Doña Carmen procura que el rato que duerme no se haga ningún ruido, y descuelga el teléfono para que nadie la importune. El descanso de la madre es fundamental.
    Julián apenas se atreve a asomarse. En el hospital están llegando muchos casos de gripe, y no quiere ser portador de gérmenes nocivos. Recibe las noticias cada día, con la llamada de su tía que le dice que todo va fenomenal. Se ha ocupado de poner un telegrama al pueblo de Elena, informando de que madre e hijo están bien. Como de costumbre, la destinataria es la vecina Consuelo.

    Afortunadamente, el niño gana peso con rapidez, con los desvelos de su madre y los cuidados de todos. La comadrona alarga las tomas de la noche, y Elena puede descansar un poco más. El pequeño Santiago ya aguanta cada vez más prendido al pecho, y la siguiente vez que Julián lo ve se queda asombrado por su notoria ganancia de peso y tamaño. Elena descansa entre almohadas, para no rodar y aplastar al pequeño. Esa noche estaba tan rendida que ni se despertó. Asustada, a la mañana siguiente, desapareció su preocupación al ver al pequeño moviendo su boquita con fruición: él mismo había encontrado el pezón y estaba comiendo sin ayuda, con los ojos cerrados y la manita abarcándole todo el pecho. Elena pronto dejó el cuentagotas. Con un mes de vida, Santiago ya pesaba medio kilo más y regalaba a su madre sus primeras sonrisas cuando se quedaba dormido al pecho ahíto de felicidad.


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  45. Qué hermosa esa parte que dice: "Esa noche estaba tan rendida que ni se despertó. Asustada, a la mañana siguiente, desapareció su preocupación al ver al pequeño moviendo su boquita con fruición: él mismo había encontrado el pezón y estaba comiendo sin ayuda, con los ojos cerrados y la manita abarcándole todo el pecho. Elena pronto dejó el cuentagotas. Con un mes de vida, Santiago ya pesaba medio kilo más y regalaba a su madre sus primeras sonrisas cuando se quedaba dormido al pecho ahíto de felicidad"

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  46. Qué hermosa esa parte que dice: "Esa noche estaba tan rendida que ni se despertó. Asustada, a la mañana siguiente, desapareció su preocupación al ver al pequeño moviendo su boquita con fruición: él mismo había encontrado el pezón y estaba comiendo sin ayuda, con los ojos cerrados y la manita abarcándole todo el pecho. Elena pronto dejó el cuentagotas. Con un mes de vida, Santiago ya pesaba medio kilo más y regalaba a su madre sus primeras sonrisas cuando se quedaba dormido al pecho ahíto de felicidad"

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  47. Opsss...puse el comentario dos veces y no sé cómo sacar uno de ellos. Lo siento!

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  48. CAPÍTULO 49 :

    “Madre, hermana… hoy por fin les escribo de mi puño y letra para decirles que el niño ha nacido ya. El pequeño se llama Santiago y aunque nació muy prematuro y muy pequeño, ha podido sobrevivir gracias a la ayuda de la comadrona y de doña Carmen, que me han ayudado en todo momento. Santiago está bien, come bien y duerme mucho, es muy bueno. Doña Carmen me dice que se me parece a mí, pero yo no le echo parecido a nadie aún, es muy pequeño. Las echo mucho de menos, madre…”

    Tras el primer telegrama escueto y conciso que puso Julián, Elena se apresuró a escribir una carta a su madre en cuanto pudo. La contestación no tardó en llegar:

    “Hija, hija querida…. ¿de verdad estás bien?... cuánto siento no poder estar ahí para abrazaros a los dos, mi hija y mi nieto….”, y tras varios párrafos de emoción contenida, la madre le pregunta a la hija: “¿Por qué le has llamado Santiago?”

    “No lo sé, madre, simplemente se me ocurrió”, contestaría Elena en una carta posterior, un poco extrañada ante la pregunta de su madre. “Acaso no es de su agrado?” “Claro que sí hija,- le contestaría Dolores en otra carta- Santiago es un nombre precioso”.
    En la familia no había ningún Santiago, ni siquiera en el pueblo, y Elena no recordaba dónde había oído ese nombre, pero se le pasó por la cabeza en el momento en el que debían bautizar a la criatura, desnuda y envuelta en la toalla, y mientras el párroco le administraba el bautismo de urgencia, Elena contestó rápido:
    -¿Cómo se va a llamar?
    -Se llamará Santiago.
    Y con Santiago se quedó.

    El pequeño Santi pronto hizo las delicias de la casa, mientras le empezaba a reír las muecas a Doña Carmen, que lo cogía en brazos encantada mientras su madre se ocupaba de las tareas domésticas. Elena ya se incorporó a su rutina diaria, tras las semanas del puerperio, unas pocas semanas en las que había echado una mano la chica de arriba. Elena insistió en no cobrar esas semanas y no dejó que la señora le pagara.
    -Doña Carmen, por favor, usted está haciendo ya muchísimo por mí. Soy yo la que tiene que pagarle.
    -Anda, niña… no días tonterías, venga…
    Al final llegaron a ese acuerdo que hacía sentir mejor a Elena. Pero el pequeño Santiago ganaba peso por días, y pronto su madre lo sacó a la calle a que tomara el aire de los días de sol y buen tiempo. Las vecinas no tardaron en hacer corrillos ante la buena nueva.

    -¡Qué hermoso está!
    -¡Qué bien criado lo tienes!
    -¡Cómo se te parece….!- decía otra con un poco de retintín.
    Elena ya había notado que el niño tenía sus rasgos, cosa que agradeció. El recuerdo de su padre estaba desvaneciéndose para ella. Santiago era moreno y de ojos negros y profundos, como su madre. No había nada en él que recordara Alejandro, el padre del que nunca más se supo.

    Pronto las vecinas acudieron a presentarle sus respetos a la nueva madre. Casi todas la llevaron algún detalle, zapatitos de bebé, gorritos, baberos, ropita de lana… Alguna otra se entretuvo en criticar en cuanto se daba la vuelta, para variar….
    -Lo mejor que podía hacer era haberlo dado a una familia… pobre criatura, qué le espera ahora, será toda la vida un bastardo….
    Maledicencias a las que Elena hacía oídos sordos mientras miraba extasiada a Santiago, que ya le apretaba la manita con fuerza. La sorpresa llegó un día de quien menos se lo esperaba.

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  49. -Elena, yo…. – le empezó a hablar dubitativo Julián, una vez que estaban a solas en la habitación, ella durmiendo al niño sentada en la mecedora que él le había traído de su casa.
    -Toma… no sabía que regalarte, y encontré esto… espero que sea de tu agrado, acéptalo, por favor….
    Elena abrió extrañada el pequeño envoltorio, que por poco se le cae de las manos al ver su contenido.
    -¿De dónde….? Si había perdido el papel, si ya no….

    Eran las medallas de oro, la medalla de su madre y la medalla de Consuelo, la vecina del pueblo, las que le dieron el día que partió en el tren. Las medallas que Elena tuvo que empeñar para poder pagar la habitación de la corrala, y que luego no pudo recuperar. La policía le quitó a Elena las papeletas de la casa de empeños y la chica había dado ya esas medallas por perdidas. Pero Julián las había localizado y las había rescatado, interviniendo en la puja.
    -Es demasiado para mí… yo no puedo aceptarlo, no…- Elena se ponía colorada ante semejante presente. No daba crédito a la generosidad de Julián.
    -Por favor, no lo rechaces. Las encontré y… para el niño.
    Elena le obsequió con una mirada de agradecimiento que traspasó a ambos. Santiago dormía en el regazo de su madre con la boca abierta, ajeno a todo el trajín.

    Con la llegada de la primavera y el buen tiempo, la familia volvió a pasear los domingos por el Retiro. Santiago dormía en brazos de su madre, que prefería llevarlo así a usar el carrito que le habían prestado las vecinas. Le gustaba sentir el olor de su cabecita junto a ella, aspirar su fragancia de niño inocente, ajeno aún a su vergonzoso origen. Por las noches lo acostaba en la cama, junto a ella. Elena casi no usó la cuna que le cedió otra vecina. Desde el primer momento Santiago durmió con ella por orden de la comadrona, al ser tan prematuro, y ya no se movió de su lado. Elena pegó la cama a la pared para evitar accidentes, y puso una almohada entre la pared y el niño, para evitar que se golpeara en ella. Y Santiago dormía feliz al lado de su mamá toda la noche de un tirón, para despertarse buscando su pecho o dando gritos y tirones del pelo.

    Un buen día Elena recibió una rata sorpresa: Consuelo, la vecina del pueblo, hacía otra visita a la capital, con noticias de todos.
    -Dios mío, Elena, el niño es una monería… verás cuando se lo cuente a tu madre…. Se parece… se parece a…. se parece a tu padre.
    Y Consuelo sonrió para sí. Elena se extrañó de su comentario. Si a alguien no se parecía el niño era a su abuelo Ramón, todo lo contrario físicamente que Elena. Elena no contestó y pensó que la edad empezaba a hacer despistar a su vecina.
    -Hija… no te enfades por lo que voy a decirte, pero mejor que te enteres así que de otro modo… Alejandro va a casarse este verano. Con la hija de los Vázquez de Castro, Lupita. Ya ha terminado la carrera y su padre lo ha colocado al frente de sus negocios. Y ella es hija única, ya sabes, heredará todas las tierras de sus padres. Se casan en Junio, y….

    Elena ni siquiera la escuchó. La conversación la interrumpió el niño cuando agarró la bandeja de galletas por una de las asas y tiró de ella experimentando por sí mismo la atracción gravitatoria en los útiles de cocina.

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  50. CAPÍTULO 50:

    -¿Te vienes conmigo?- le dijo tímidamente.
    -¿Yo? Debo quedarme con su tía.
    -No, no, no… no os quedéis sin el paseo por mi culpa. Yo aprovecharé para echarme un rato, así estaré mejor. Anda, id los dos con el niño, tiene que tomar el sol.
    -Pero yo no sé si debo….
    Entre la insistencia de Doña Carmen y la proposición de Julián, Elena no sabía si estaba haciendo lo correcto.
    Doña Carmen se había levantado ese Domingo un poco indispuesta. Y tras la visita de su sobrino y comer más bien poco, decidió que no saldría esa tarde a dar su paseo. Elena quiso quedarse con ella, pero la señora le insistió en que se fueran los dos, ella prefería estar sola en la casa, y no iban a dejar al niño sin su paseo dominical.

    Más colorada que un tomate y sin saber si estaba haciendo lo correcto, Elena bajó las escaleras con el niño en brazos y Julián detrás. Tras un ágil paseo, llegaron al lugar acostumbrado. Elena no pronunció palabra en todo el camino y no sabía dónde mirar. Pero ahora, sentados en un banco, lo tenía a su lado. Julián miraba a Elena. Tras su maternidad, la muchacha había experimentado un gran cambio. Su semblante había ganado en aplomo y serenidad, aunque sus ojos negros seguían con ese toque de melancolía y tristeza que la acompañaba desde que llegó a Madrid, y que parecía no irse nunca.

    -Está muy sano este niño, Elena, lo veo crecer por semanas- Julián rompió el hielo, mirando a Santi, que se había quedado frito en brazos de su madre tras el paseo.
    -Gracias.
    Elena miró con orgullo a su hijo y le pasó la mano por la cabecita caliente.- Doña Carmen ha sido muy buena conmigo. Y usted, por supuesto…- se apresuró a decir.
    Julián sonrió.
    -Te tengo dicho que no me llames más de usted.
    -Es que no sé cómo llamarle…
    Un breve silencio se extendió entre los dos, interrumpido solo por la pregunta de Julián.
    -Dicen que se parece a ti, ¿no es verdad?
    -Bueno… aún es muy pequeño, pero yo creo que sí. Aunque Consuelo, la vecina del pueblo, dijo el otro día que se parecía a…. a mi padre…. Pero no sé por qué lo dijo, si mi padre no se parece en mí a nada, yo no sé muy bien…
    Elena besaba con suavidad a su hijo. Julián intuyó en quién estaba pensando.

    -Las echas de menos, ¿verdad?
    Elena asintió.
    -Mucho. Ni mi madre ni mi hermana lo conocen aún…
    Elena omitió a posta la mención a su padre.
    -Bueno, eso se puede arreglar, podemos hacerle una foto y mandársela, si quieres. Es fácil.
    Elena sonrió. Para fotos estaba ella.
    -¿Y… él?
    Elena torció el gesto. Era la primera vez que le recordaban a Alejandro, y se sorprendió a sí misma por sus palabras.
    -Ya ni me acordaba…
    -¿Sabe algo?
    Elena pareció algo incómoda al tener que acordarse de alguien en quien hacía mucho no pensaba.
    -¿Te refieres a si sabe que ha nacido? No, no he vuelto a saber de él, ni aunque lo supiera le diría nada, ya pasó todo, aquello fue… un error, yo… Pensé que le quería, y él también me quería a mí, pero… ¡fui una tonta! ¡Me dejé engañar como a una tonta, yo…!

    Julián la miró. Ahora era él el que había metido la pata.
    -Lo siento, No debí decir nada. He sido un tonto.
    -No, no importa. Hace mucho que ni me acuerdo de él. Él me olvidó pronto. Cuando consiguió lo que quería. Ya está, dejémoslo así.

    De nuevo otro silencio sepulcral se interpuso entre ellos. Julián se arrepintió de haber sacado un tema tan personal que era evidente que molestaba a ella. Quiso cambiar de tercio.

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  51. -¿Me lo dejas coger?
    Un poco sorprendida, Elena le dio al niño, ahora profundamente dormido. Julián cogió a la criatura con sumo cuidado a la acomodó entre sus brazos, mirándole. Era la primera vez que cogía al niño desde que nació, y le sorprendió el sentimiento que le embargó al tener en sus brazos a la criatura dormida. Le dieron ganas de besarle en la cabecita, pero se contuvo por respeto a la madre.

    Elena los miró a los dos y la estampa que ofrecían. Era la primera vez que miraba a Julián con otros ojos. Sonrió. Sus cabellos color trigo oscuro y sus ojos verde aceituna contrastaban con la mata de pelo negra del niño.
    -Se queda muy tranquilo contigo.
    Julián también sonrió. Era la primera vez que lo llamaba de tú. Y ni se había dado cuenta.
    -Muchachito, pesas, vaya si pesas. Y todo se lo debes a esta mamá que tienes, que ha hecho lo imposible por sacarte adelante.
    Santiago respondió al discurso con un sonoro pedete que les provocó la carcajada a ambos.
    -Este niño está vivo gracias a ti, Elena. Ahora estoy seguro que si lo hubieras llevado al hospital, seguramente no hubiera salido adelante. La comadrona me dijo que está vivo por lo que hiciste con él.
    -Yo solo hice lo que me dijo ella. Me lo metí entre mis ropas y allí se quedó.
    -Fue gracias a tu calor y tus caricias por lo que el niño está vivo.

    Ambos jóvenes se quedaron un rato en silencio mirando al niño que dormía ajeno a todo.
    Julián se levantó de pronto, espabilando levemente al niño y dándoselo a su madre.
    -¡¡¡Mira, ven!!! ¡¡espere!!- gritó a un fotógrafo ambulante que había visto. -¡Haremos una foto al niño! Así podrás mandarla a tu familia, ven…

    Y un poco sorprendida, Elena se dejó fotografiar a ella, el niño, y Julián detrás apoyando la mano en su hombro, con los árboles del Retiro de fondo.


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  52. No sé si es problema mío, pero veo el apartado "tus opiniones" desactivado. Perdón por comentar aquí.
    Qué gusto, María, leer varios capítulos de tu relato de una tacada. Y tan agradables, tiernos y sosegados, además.
    Tras mucho sufrir, bien merecido que tenía Elena encontrarse con semejantes buenas personas en su vida.
    Gracias!

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  53. Creo que tienes algún virus anti-relatos en tu ordenata, querida.
    Yo posteo sin problemas.
    Me alegro de verte, a tí y a tus siete lavadoras!
    SEguimos en la otra página.

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