Caps. 76 al 100.



Capítulo 76:

Son las ocho de la mañana, Julián espera al pie del altar con su tía al lado. Intenta disimular su nerviosismo mirando constantemente a la puerta, para ver si viene alguien. La misma noche de la proposición le faltó tiempo para ir a hablar con su amigo, el Padre Daniel, que aceptó celebrar una boda de urgencia en su misma parroquia, en una humilde plaza de un humilde barrio de obreros. Les aconsejó la primera hora de la mañana por discreción, dadas las características de la novia y por supuesto, del enlace.
-¿No deberían… haber llegado ya?
Doña Carmen lo mira con cariño. En estos momentos sabe el dilema interior por el que está pasando.
La novia aparece en el umbral de la puerta, junto a su madre y hermana, que lleva en brazos al pequeño Santiago.  Elena ha dormido esa noche abajo, en la portería, junto a ellas.  Lleva una discreta chaqueta azul marino que le ha prestado su madre, y a la que han tenido que meter de cintura a toda prisa. Se ha prendido un adorno en la solapa y se ha recogido los negros  cabellos en un moño. El nerviosismo se nota en todos sus gestos. Las mujeres andan ligeras y se acomodan en sus sitios.
-Buenos días- dice ella nerviosa al llegar al pie del altar.
-¿Cómo estás? ¿Has… dormido bien?- pregunta.
-Pues… no mucho. ¿Y tú?
Los dos se miran delante del altar mientras las mujeres se colocan en sus bancos. Ni Elena ni Julián han pegado ojo en toda la noche. Apenas han tenido tiempo de hablar entre ellos ni  dos palabras desde aquello, dada la premura de los acontecimientos.

El sacerdote habla brevemente con ellos y comienza a oficiar. Elena mira a su alrededor. No hay nadie más en la iglesia más que ellos. El momento con el que todas las chicas sueñan se va a cumplir para ella, aunque en unas circunstancias muy distintas de las que soñó en su infancia. Ella ya ni pensaba en casarse, qué hombre iba a querer casarse con una mujer con un hijo de otro.  En unos segundos, Elena hace un repaso mental a toda su existencia, sus sueños infantiles de felicidad familiar, y la dura realidad de los últimos acontecimientos, y piensa en el contraste entre ambos pensamientos.  Julián le coge la mano y le introduce la alianza, mientras recita las palabras del rito. Ella siente el roce de su mano y su piel se eriza al sentir su contacto. Su mano se revela firme pero al mismo tiempo de una suavidad exquisita. A continuación ella hace lo propio. Se pregunta de dónde habrá sacado su ahora marido esas alianzas en tan corto espacio de tiempo.



Sin perder tiempo, Julián preparó todo. Sabía que las posibilidades de Elena eran escasas, cosa que le confirmó su amigo, el abogado y profesor Iniesta, además de darle la solución: si ambos se casaban y Julián daba sus apellidos a Santiago, ya nadie podría arrebatárselo a su madre. No había tiempo que perder.

Rápidamente, esa misma tarde, Julián habló con otro amigo y compañero en el dispensario donde atendía, el sacerdote Daniel, en el Pozo del Tío Raimundo. La urgencia de la celebración era evidente. Celebrarían los esponsales al día siguiente. No habría ni amonestaciones ni nada. Ya se encargarían luego del papeleo. Al Padre Daniel le bastó con la palabra de Julián acerca de las motivaciones de los contrayentes. La carita de Santiago en brazos de su mamá hizo el resto.

Las promesas de amor y fidelidad se intercambian entre los contrayentes de manera mecánica. Elena no tiene valor para mirar a la cara a Julián después de haberle rechazado tan solo unos días antes. La boda termina y la muchacha se siente marear. Apenas ha desayunado. Su estómago es un nido de mariposas, no sabe si por los nervios de la boda o por el temor de perder a su hijo. Aún no las tiene todas consigo, a pesar de la boda. Un sentimiento de fatalismo y de impotencia la domina. En el fondo cree que a pesar de todo Alejandro se puede salir con la suya. Tiene el  dinero y posición que le faltan a ella. De nuevo se siente una vez más a merced de las circunstancias.

Ensimismada en sus temores, Apenas oye al sacerdote cuando da por finalizada la ceremonia y les da permiso para besarse. Por sorpresa, siente el leve roce de los labios de Julián sobre los suyos. Por unos momentos el recuerdo de Alejandro y sus mordientes besos se le viene a la cabeza, pero eso es solo un recuerdo. El hombre que le acaba de besar es totalmente distinto y sus labios hormiguean levemente al sentir la suavidad de su roce.

29 comentarios:

  1. CAPÍTULO 77:

    Julián recibe el cálido abrazo de su tía. Dolores hace lo propio con su hija, e intenta infundirle tranquilidad a través del contacto físico. LA joven está hecha un manojo de nervios y no puede disimular su emoción. Doña Carmen la besa también, emocionada. Se acaba de convertir en su familia. Santiago dormita en brazos de su tía Miriam. Afortunadamente el niño se ha portado bien y no ha dado guerra en toda la ceremonia. Julián se toda la alianza que ahora porta su dedo anular. La noche antes su tía se deslizó a su piso para darle un estuche con los dos anillos.
    -Te lo estaba guardando para cuando llegara el momento, hijo. Son las de tus padres, que en gloria estén. Espero que os den suerte y Elena te llegue a querer tanto como tú la quieres a ella.
    Julián se emocionó al recordar a sus difuntos padres, a quienes perdió a la difícil edad de quince años. Ojalá, pensó, su matrimonio con Elena fuese la mitad de feliz que el de ellos. Su tía y él se funden en un abrazo.

    En seguida salen de la Iglesia y se dirigen a una cafetería cercana a desayunar. Parece que los nervios les han quitado el nudo del estómago y todos tienen apetito, es especial Miriam. Elena da el pecho a Santiago mientras termina el desayuno y Julián se levanta de la mesa.

    -¿Dónde vas ahora, hijo? Si estamos celebrando, ¿a qué tanta prisa?
    -Tía, quiero llevar los papeles al Registro lo antes posible. Os veré a la hora de comer. No temas, Elena, todo saldrá bien, te lo prometo.
    Doña Carmen asiente y Julián se despide de su ahora mujer con un apretón de su mano. “No temas, todo irá bien”, parece decir. Ella siente sus ojos brillar. Está muy nerviosa y no sabe cuánto podrá aguantar sin estallar. Quiere llegar a casa y dar rienda suelta a sus nervios, pero entiende lo que va a hacer Julián. Cuanto antes figure Santiago como hijo suyo, mejor. Le han dicho que con padre reconocido, nadie podrá arrebatárselo.
    Las mujeres vuelven solas a casa. Elena parece más serena. EL día va transcurriendo de forma extraña mientras ella prepara la comida en casa de Doña Carmen, como todos los días.

    ResponderEliminar
  2. CAPÍTULO 78 :


    El ajetreado día ha llegado a su fin. Elena termina de dar el pecho a Santiago, que se ha quedado dormido, mientras cenaban como de costumbre en casa de Doña Carmen. Dolores y Miriam hace tiempo que se retiraron a la vivienda de la portería y dejaron a los recién casados en la casa de la recién estrenada suegra. Doña Carmen coge en brazos al niño y lo lleva a su cuarto. Han decidido que el niño pase la noche con ella, que la conoce más y conoce el piso, para que extrañe menos a su madre. Elena se levanta nerviosa y se dispone a recoger la cena.
    -Déjalo hija, yo lo recogeré.
    Julián la coge suavemente del brazo y la invita a abandonar la casa. Ha llegado el momento que ella temía. Ella baja la cabeza y pasa por delante. Cuando se cierra la puerta del piso hogar donde la han acogido y donde ha nacido su hijo, siente que deja atrás una etapa de su vida, a pesar de la cercanía de las viviendas le parece que hay un abismo entre ellas. En el rellano de la escalera, Elena hace un último intento:

    -yo… creía que me iba a quedar aquí…
    -Elena, si nos hemos casado, lo normal es que vivamos juntos, ¿no crees?


    Julián abre la puerta de su casa y le cede el paso gentilmente. Es la primera vez que la muchacha traspasa el umbral y cruza más allá del zaguán. LA casa del médico se le descubre ante sus ojos.
    Tímidamente, Elena contempla las estancias que él le enseña. LA casa está limpia y ordenada. Julián solía comer con ellas, pero del cuidado de su casa se ocupaba él personalmente. Elena da un respingo cuando llegan al dormitorio.
    -Mi cuarto. Bueno… ahora será también el tuyo- le dice.
    Elena entra al dormitorio. Julián retira la colcha y descubre unas sabanas primorosamente bordadas.
    -Son del ajuar de mi tía- le confiesa.

    Los recién casados se miran en el dormitorio, con la cama delante de ellos. Elena siente que se pone colorada hasta las orejas. Julián se percata de que está temblando, aunque intenta disimularlo.
    -Voy a ponerme el pijama. Cámbiate tú también- le dice-. Hoy ha sido un día duro, mejor nos acostamos pronto.

    Elena saca el camisón de su bolsa mientras Julián entra al baño. Elena lo oye darse una ducha y siente el agua dejar de correr. Ella ya se había duchado antes de la cena, aunque ahora se siente otra vez bañada en sudor. No puede evitar sentirse nerviosa. Se pone el camisón largo y se mete de un tirón bajo las sábanas. Se pregunta por qué está tan nerviosa, cuando ya sabe lo que viene después. Se supone que una chica que se ha quedado embarazada siendo soltera, debe de saber todas las artes amatorias que se les ocultan a las jovencitas. Tiene ganas de terminar con la zozobra que tiene y piensa que cuanto antes pase todo, mejor.

    Julián sale del baño con un pijama celeste limpio puesto. LE ha sentado bien la ducha, después del día tan agitado que han tenido. Acompañó personalmente al sacerdote al Registro para darle curso a los papeles, y en breve recibirán el libro de familia. Afortunadamente, todo ha salido bien y espera que no haya problemas con el reconocimiento del niño.
    Ve a Elena y se dispone a meterse en las sábanas, cuando la joven las retira antes que él. La visión que se abre ante sus ojos lo deja atónito.
    El cuerpo completamente desnudo de Elena se pone ante sus ojos.

    ResponderEliminar
  3. La joven se ha desprendido del camisón y ofrece su blanca desnudez a su ahora marido, que no da crédito a lo que tiene delante. Elena mira al techo con los ojos fijos, y traga saliva. Tiene ganas de terminar con la zozobra que tiene y piensa que cuanto antes pase todo, mejor.
    Julián se pone de rodillas en la cama y vuelve a poner la sábana en su lugar, tapándola. Hubiera dado la vida por tenerla así, pero no va a consentir que haga esto.
    -Toma, será mejor que te pongas el camisón. No hace tiempo para dormir desnuda, vas a coger un constipado.

    Sorprendida y avergonzada, la joven coge el camisón que le ofrece el médico y empieza a metérselo por la cabeza. No sabe ni a dónde mirar.
    -¿No vas a….?-acierta a decir.
    -¿Por quién me tomas, Elena? ¿Acaso crees que quiero cobrarme el favor con carne?
    -No, no es eso, yo….
    -No hace ni tres días me dijiste que no me querías, así que doy por sentado que no has cambiado de opinión en tan poco tiempo. Y yo no me acuesto con una mujer si ella no quiere.
    -…yo, no….
    -No me debes nada ni tienes que hacer nada, ya lo sabes. Lo he hecho por Santiago. Y ahora será mejor que intentemos dormir. El día ha sido duro, ¿no crees?
    Elena asiente sin decir palabra. No se atreve ni a mirarle. Julián la sorprende dándole un beso en la frente.
    -Mis padres siempre se daban las buenas noches con un beso, así que si no te importa, yo mantendré esa costumbre. Buenas noches, Elena.
    -….buenas… noches.
    Elena siente como él se da la vuelta y le da la espalda. Julián se mueve un poco antes de encontrar la postura. Poco a poco, deja de oír su fuerte respiración, parece que se ha quedado dormido, o eso cree ella.
    Elena se da la vuelta respirando profundamente. Se siente enormemente avergonzada y arrepentida por lo que acaba de hacer. Recordaba las conversaciones que oía cuando estuvo en la casa cuna, entre las demás jóvenes, las risitas nerviosas cuando hablaban con desvergüenza de los hombres y de sus aventuras. Ella daba por sentado que a Julián le gustarían esas cosas de verla desnuda y tal, pero parece que estaba equivocada. Se ve que hay dos clases de hombres: los que les gusta ver mujeres desnudas y los que no, y Julián pertenece a esta última categoría.

    Siente que las lágrimas acuden a sus ojos e intenta luchar para que no se la oiga llorar. Tiene ganas de desahogarse y soltar todos los nervios que lleva acumulados a lo largo del día. No sabe si llora por el ridículo que ha hecho, por el temor de perder a su hijo, por los nervios de la boda o por todas las cosas a la vez. Cierra los ojos y suspira profundamente. Echa de menos a su hijo y su olor, al que sentía todas las noches dormido con la cabecita a su lado. Ahora es el olor de en hombre hecho y derecho el que llena el dormitorio y una mezcla de sensaciones que no sabe identificar la invaden.
    Intenta cerrar los ojos y quedarse dormida.

    ResponderEliminar
  4. El sol entra por la rendija de la ventana. La mañana asoma por la persiana y sorprende a los recién casados en el lecho.
    Elena despierta poco a poco. No sabe dónde está y al principio está desorientada. Con los ojos cerrados, toca algo delante suya.
    Es el pecho de Julián, que a su vez la abraza rodeándola con uno de sus brazos. Si no hubiera sido porque le hubiera despertado, hubiera dado un respingo. Se durmieron dándose la espalda y ahora amanecen abrazados, hasta las piernas las tienen enredadas. No sabe qué hacer para salir de allí sin despertarle. Mientras se acelera a toda velocidad, intenta rebobinar qué pasó. ¿Acaso hizo algo que no recuerda? No cree haberse emborrachado, ni mucho menos haberle abrazado.

    -Buenos días, Elena. ¿Cómo estás?
    La voz de Julián la sorprende, y ambos se empiezan a desenredar, poco a poco. Ambos están sorprendidos por el despertar.
    -Bien… buenos días.
    Elena se dispone a levantarse con presteza y a preparar el desayuno para su marido, cuando Julián a vuelve a sorprender con otro ósculo en la frente.
    -Mis padres también se deban otro beso de buenos días, así que si no te importa, yo mantendré las costumbres. Siempre lo hacían, aunque estuvieran peleados.
    Elena asiente colorada. Se tendrá que acostumbrar a ser osculeada mañana y noche.

    Se levanta de la cama y comprueba que su camisón se encuentra empapado en leche y sus pechos duros como piedras. A estas horas era su hijo el que la despertaba anganchado al pecho de la madre y ya habría comido su primera toma. Elena se da cuenta y se avergüenza, intenta cubrirse con las manos para que no se le note. Julián se percata de ello.
    -Echas de menos a Santiago, ¿verdad?
    Elena asiente.
    -Espera… ahora vuelvo…

    Elena escucha a Julián salir, para al poco rato volver a entrar en la casa. Lleva a Santiago en sus brazos, restregándose los ojos con los puños y haciendo pucheros. Ha estado penoso en su primera noche alejado de su madre. En cuanto se ven, madre e hijo se echan los brazos el uno al otro.
    -Este caballero te está echando de menos mucho- le dice al darle al niño.

    Elena se pone enseguida a su hijo al pecho. Poco a poco disminuye su congestión y la ansiedad que sentía. Santiago abraza a su mamá con sus manitas y no quiere soltarla, por si acaso desaparece otra vez.
    Elena siente cacharrear a su marido en la cocina y se siente extraña. Debería estar haciendo eso ella.
    -¡Enseguida preparo el desayuno!- grita.
    ES tarde. Julián ha preparado él solo un magnífico desayuno para dos, que le lleva en una bandeja a la butaca del dormitorio, y apoya en la cama. Santiago sigue enganchado al pecho. Va a tardar un largo rato en soltarse, o eso parece.

    -Lo siento, yo….
    -¿El qué sientes?
    -Debería de haber hecho eso yo.
    -Estás con tu hijo, que tiene más hambre- sonríe Julián-. Mientras, desayunaremos los dos, hoy es nuestra primera mañana de casados, aunque esta luna de miel va a ser un poco atípica. ¿No te parece?
    Elena asiente, mientras toma el desayuno que le ofrece Julián. Se siente un poco cohibida, ante los detalles de este hombre, detalles que nunca se imaginaría que tendrían los hombres. Siempre había visto a su madre con temor por no tener las comidas listas y que su padre llegara y no estuviera la mesa preparada. Ahora Julián no solo no se enfada con ella sino que hasta le preparaba el desayuno y se lo lleva. Y eso que es un hombre.
    En su pecho, Santiago se queda dormido, pero no suelta la teta ni suelta las manos de la ropa de su madre.

    ResponderEliminar
  5. CAPÍTULO 80:

    El día posterior a su boda transcurrió sin mayores incidencias. Ya Doña Carmen advirtió en seguida lo que había pasado esa noche, en cuanto vio la cara de su sobrino asomar por la puerta a primera hora de la mañana. LA mujer, prudente, se abstuvo de hacer ningún comentario, pero la cara de Julián lo decía todo. Lo mismo que la cara de Elena en cuanto la vio esa tarde. Su sobrino y ella compartían lecho, pero no intimidad.

    Tras dar el pecho a su hijo Elena se dispuso a recoger las cosas del desayuno y a arreglar el dormitorio. Julián la volvió a detener.
    -No te preocupes, primero atiende al niño.
    -Pero…
    -Venga.
    Y un poco azorada, Elena se dispuso a cambiar de ropa al niño, lavarlo y arreglarlo. Julián dio otro viaje al piso contiguo a por los bultos que había dejado preparados Elena con sus cosas y las del niño. Era una pequeña mudanza, cambiar sus cosas de un piso a otro. LA precipitación de los acontecimientos de los últimos días hacía que tuvieran que ir saliendo las cosas sobre la marcha. El último viaje se lo dio con la cuna. Estaba llena de juguetes y muñecos de trapo. Santiago solo la usaba para dormir de día. De noche dormía pegado a su madre. Julián la llevó al dormitorio. Elena miró lo que hacía y se preguntó como pasarían esa noche. Su hijo iba a extrañar su presencia a su lado y no se querría meter en la cuna solo.
    -Quitaré uno de los laterales y la pondré al lado de la cama.
    Asombrada, Elena vio como Julián cogía sus herramientas y disponía la cuna para poder pasar la noche. LA muchacha respiró tranquila. Pensó que podía confiar en ese hombre.

    Tras fregar los platos se dispuso a cambiar de piso.
    -¿Dónde vas?
    -Yo debo de…. Tu tía me estará esperando…
    -Mi tía no te espera, Elena, ven.
    -Pero yo debo de ayudarla a limpiar la casa y…
    -Elena, ya no eres la criada. Ahora eres mi mujer.
    Elena de nuevo se puso colorada. LA verdad es que este nuevo status suyo era un poco complicado. HASta hace dos días trabajaba como chica de Doña Carmen. Ahora era la mujer de su sobrino, pero ¿cómo podría atender dos casas? ¿cobraría por ello? No es que le importase el dinero, pero ahorraba cuanto podía y se lo entregaba a su madre. Su hermana había empezado a estudiar en una academia nocturna, y quería proseguir estudios. Tal vez fuera a la universidad, y necesitaban dinero. EL sueldo de su madre como portera era bastante exiguo.

    -Ven, anda. No te preocupes por mi tía. Este es nuestro primer día de casados y no debes preocuparte por limpiar, ¿no crees? Yo he pedido dos días libres en mi trabajo. ¿Te apetece que comamos fuera?

    ResponderEliminar
  6. CAPÍTULO 81:

    Los recién casados pronto reanudan sus obligaciones cotidianas. Elena comprueba con estupor que se acuesta por las noches abrazada a su hijo, y se despierta todas las mañanas abrazada a su marido, situación que a él le hace mucha gracia y que a ella le hace sonrojar. Mientras el niño duerme a su lado a pierna suelta y no se entera de nada.
    En el barrio, la apresurada boda ha sido todo un campanazo. Las señoras del té de las cinco que se reunían en la casa de Doña Flor pronto tuvieron conversación para varias reuniones, cuando vieron que la chica que servía con Doña Carmen se había casado con el sobrino de la señora, y además tan rápido.

    -Seguro que está otra vez embarazada- decía una, mientras se subía las gafas en el puente de la nariz y se tocaba su collar de tres vueltas de perlas.
    Elena fue recibiendo poco a poco las enhorabuenas de todos, mientras la joven daba las gracias tímidamente, y se tocaba con los otros dedos la alianza que ahora portaba en su mano derecha. Extraña sensación, pensaba, al sentir ese anillo que le recordaba constantemente que ahora era la mujer de Julián. Una mezcla se sensaciones, entre el orgullo y el temor, la invadían cada vez que pensaba en el paso que había dado.

    Dolores advertía cada día su inquietud, aunque trataba de disimular delante de los demás. Lo supo en cuanto vio la cara de su hija a la mañana siguiente, y luego vio la cara del ahora marido. El matrimonio aún no lo era tal. Aún así, la consumación de su matrimonio no era la preocupación prioritaria de Elena. El asunto de la custodia de su hijo le hacían pasar noches en vela, y pronto un par de ojeras violáceas asomaron debajo de sus ojos. La joven estaba preocupada.

    Pronto llegaron las buenas noticias. Julián trajo el Libro de Familia y se lo entregó. La muchacha se aceleró cuando se vio en el apartado de “Esposa”, y luego vio los apellidos de su hijo: “Santiago Robles Molina”.
    -¿y ahora qué va a pasar?- inquirió ella.
    -Nada. Ya eres mi mujer con todas las de la ley, y Santiago es mi hijo.
    -¿Y no podrán quitármelo?
    -No. Es hijo mío. Ellos no pueden demostrar nada, Elena. Santiago figura como hijo mío y no hay más que hablar.
    Elena se lleva la mano a la boca, conteniendo un sollozo de emoción. Aún no se lo terminaba de creer.
    -¿De verdad? ¿Y no podrán hacer nada?
    -No, Elena, no. Santiago es ahora mi hijo.
    Elena rompe a llorar emocionada.
    -Muchas gracias por todo lo que has hecho.
    -No hay de qué.
    -No, sí que lo hay. Yo nunca podré agradecerte lo suficiente todo esto.
    -Ya te he dicho que no tienes por qué hacerlo.
    -y… siento mucho lo de antes…
    -¿Qué es lo de antes?
    -…lo que te dije…
    -¿qué me dijiste? ¿Qué no me querías?
    Julián era directo e iba al grano.
    -Eso no es verdad.
    -¿El qué no es verdad? ¿Qué me lo dijiste o que no me querías?
    -Yo, no…. Que no es verdad eso…

    ResponderEliminar
  7. Julián se acercó y se puso enfrente de Elena, que nuevamente esta volviéndose del color de la grana.
    -Elena, mírame.
    -que no es verdad que no te quiera. Eso.
    -¡Ah! ¡Ahora me quedo más tranquilo!
    -No pretendo que te lo tomes a broma, lo siento.
    -Ya.

    A Elena le molestó el tono irónico de su marido, pero decidió no dejarse llevar. Al fin y al cabo, él también había puesto mucha carne en el asador al casarse con ella y adoptar a su hijo. Él también necesitaba un desahogo.

    -Yo… siento las palabras del otro día en el parque… no debí decir eso… me asusté y…lo siento mucho. Sé que ahora después de la boda no me crees, pero no te miento. A veces desearía volver a atrás y arreglar tantas cosas que he hecho…
    Julián fue a replicarla pero se contuvo. LA joven era sincera. LA miró su silueta recortada en la ventana. Sus ojos negros reflejaban una tristeza infinita. No podía herirla más ahora que se estaba empezando a abrir a él y decidió aprovechar el pequeño resquicio que le abría.
    -Perdona. A veces, yo también querría volver atrás y no hacer ciertas cosas…
    Julián la miró y Elena sintió asomar las lágrimas a sus ojos. Se dio la vuelta para que su marido no la viera llorar, pero él se levantó y fue hacia ella.

    -Elena, mírame. ¿Qué es lo que te da miedo?
    -No tengo ningún miedo.
    -Claro que lo tienes. Mírame. Dime que te ocurre.
    -Nada. Yo solo quiero que estés bien.
    -Yo estaré bien si tú lo estás, ¿me oyes?
    Elena se encontraba rara. No paraba de venírsele a la cabeza los recuerdos egoístas de Alejandro, y el cuidado de su marido por ella le hacía emocionarse. La joven no estaba acostumbrada a eso, y se preguntaba si eso sería el amor que habrían sentido su difunto padre, Santiago, y su madre. El amor que nunca había visto en su casa.

    -ES que últimamente estoy nerviosa, con todo esto de Santiago…

    -A Santiago no le va a pasar nada, te lo prometo. Y yo también quiero que tú estés bien, ¿me oyes? Mejor nos olvidamos de lo del otro día, ¿no te parece? Creo que la situación ha cambiado bastante. Creo que será mejor hacer borrón y cuenta nueva.
    Elena asintió. De nuevo volvía a sentirse a gusto junto a ese hombre y sentía que se dejaba llevar, como una marioneta. Para asombro de Julián, la joven le hizo una pregunta.

    -¿Te puedo pedir una cosa?
    -Claro. Dime.
    -…………………………¿me puedes dar un abrazo?
    -Claro. Ven…

    Julián sintió la honda respiración de Elena cuando la apoyó en su hombro y la abrazaba acariciándole la espalda, hasta que su joven esposa se sintió mejor y desahogaba la llantina.

    Esa noche Elena la durmió entera del tirón, despertándose de nuevo entre los brazos de su marido.

    ResponderEliminar
  8. CAPÍTULO 82:

    Los días pasan y el gesto de Elena se va serenando poco a poco a la par que la ausencia de noticias sobre Alejandro y su mujer. El nuevo Libro de Familia ha supuesto un nuevo status para la muchacha, a la que se le hace un poco raro ser llamada “señora de…”. Cuando Julián se va a trabajar, Elena coge el Libro de familia y se queda un rato mirando sus páginas. Una extraña sensación la invade cuando ve su foto y su nombre al lado del que es su marido, y en la siguiente página, Santiago como hijo de ambos. Ahora ya tiene una familia, y se sorprende a sí misma mirando con orgullo sus páginas.

    Por las mañanas hace el desayuno a su marido, y cuando éste se va, acude a casa de Doña Carmen, y la ayuda con las faenas de la casa. A continuación vuelve a la suya y termina de arreglarla. Doña Carmen insistió en seguir pagándole, como hasta ahora, pero ella no quiso.
    -Por favor, Doña Carmen, ahora somos familia…
    -Hija, el dinero es tuyo, te lo has ganado con tu trabajo.
    -Por favor… además, ahora no tengo tanto tiempo ni puedo atenderla como antes..
    Al final, llegaron a una solución salomónica: Elena atendía su nueva casa y luego ayudaba a Doña Carmen, que para las faenas más duras empezó a requerir la ayuda de Miriam, su hermana. El almuerzo lo hacían en casa de Doña Carmen, mientras la cena era en casa de su marido. Doña Carmen se empeñó en seguir pagando a las hermanas por sus servicios, y al final accedieron. La sorpresa llegó el día que Julián dio una sorpresa, una flamante lavadora que centrifugaba la ropa.
    -¿Y eso para qué sirve?- inquiría Doña Carmen, mientras miraba aquel extraño aparato de arriba a abajo.
    -Ahorrará tiempo en las faenas de la casa. Y evitará estar todo el día lavando ropa.
    -No sé, no sé… como va un cacharro a lavar la ropa solo, quita, quita….
    Y Doña Carmen se marchaba por el pasillo, mientras Elena miraba aquel cacharro con curiosidad.

    Miriam ayudaba a su madre por las mañanas y por las tardes empezó a ir a una academia nocturna. Quería sacarse el Bachiller y tenía aptitudes para el estudio. A la joven le apasionaba la Biología y sacaba unas notes excelentes. Para costearse los estudios y ayudar a su madre con los exiguos ingresos de la portería, empezó a lavar y planchar la ropa de las vecinas en el patio común. Ambas mujeres recogían las coladas de los vecinos y las devolvían lavadas y planchadas. El trabajo era duro pero les daba para ir tirando. Elena se daba cuenta de los sacrificios que les suponía todo aquello y muchas veces les ayudaba con el planchado, cuando Julián estaba fuera por las tardes y Doña Carmen le daba la tarde libre. El pequeño Santiago ya andaba y hacía mil travesuras mientras veía planchar a su madre, tía y abuela, y al niño le daban cualquier cosa para entretenerlo en el suelo mientras ellas trabajaban. Dolores y sus hijas iban ahorrando cada peseta que ganaban. Nunca se sabía lo que la vida les depararía.

    Julián continuaba trabajando en el Hospital como siempre, aunque últimamente le estaba solicitando cada vez más nuevos horizontes: un dispensario nuevo en un barrio de chabolas que había surgido a las afueras, en El Pozo, que le llamaban, donde la gente no tenía agua corriente y vivía en condiciones muy penosas. Julián intentaba acudir al menos una vez a la semana, en sus jornadas libres. La necesidad era mucha y su asistencia, necesaria, aunque él también sentía que necesitaba pasar tiempo con su nueva familia. Poco a poco iba ganando la confianza de Elena, la joven parecía haber pasado los nervios de la boda y parecía encontrarse a gusto en su compañía. Incluso el niño ya conocía las rutinas de su nuevo papá, y le recibía con gritos de alegría cuando entraba por la puerta. Por las mañanas, el niño se despertaba entre los dos agarrando a Julián del pijama y celebrando sus carantoñas matutinas. Parecían una familia de verdad.

    ResponderEliminar
  9. Siento el parón... la inspiración y la falta de tiempo... espero recuperar el ritmo esta semana.


    CAPÍTULO 83
    Esa noche, Elena dio el pecho a Julián, como de costumbre, y acostó el niño a su lado antes de quedarse los tres dormidos. El día había sido tranquilo, sin sobresaltos, como todos los días, y tras cenar a solas con su marido, Elena recogió la cocina mientras Julián se ponía el pijama para irse a la cama.
    Como de costumbre, se acostaron los dos dándose la espalda, y como de costumbre, se durmieron cada uno por su lado, juntos en el mismo colchón, pero no revueltos. No se sabe a qué hora, pero al espabilarse recordaba que aún no era de día, y que sentía los encendidos besos de Julián junto recorrer su rostro y cuello, y lo que era mejor, a ella le gustaba. LA joven se estaba dejando llevar mientras las caricias de Julián eran cada vez más encendidas. Elena no veía nada en la oscuridad, pero sentía las sensaciones que le llegaban por todos y cada uno de los poros de su piel, y que la hacían estremecerse. Antes de que se diera cuenta, Julián le estaba desabrochando los botones del camisón.

    ResponderEliminar
  10. FÉ DE ERRATAS:
    es evidente que quien tomó el pecho era SAntiago.
    Cualquiera puede equivocarse, no?
    (gracias, Txane)

    ResponderEliminar
  11. CAPÍTULO 84

    El tacto de las manos de Julián sobre su piel le hizo temblar. Algo se sacudió en su interior, lejanos recuerdos de Alejandro y sus toqueteos furtivos le vinieron a la mente, aunque este hombre era totalmente distinto. Elena sentía sus manos sobre su piel y su mente quedaba embotada de sensaciones placenteras que la confundían y no le dejaban pensar. No podía ser, eso no.
    -¡¡NNNoooooo………!!!
    Los dos jóvenes se separaron con la respiración entrecortada, jadeando. Julián la cogió de la cara y antes de volver a besarla sintió de nuevo su rechazo.
    -¡No, no sigas!
    Con la respiración acelerada, Julián la miró mientras ella le esquivaba la mirada y se apartaba hacia un lado, abrochándose el camisón. Julián se quedó por unos momentos suspendido sin saber qué hacer, hasta que se levantó de súbito.
    Elena lo vio coger la parte superior del pijama que se había quitado, para ir al cuarto de baño y cerrar la puerta tras él sin mirar atrás. Su espalda sudorosa refulgía bajo la poca luz nocturna que se filtraba de la calle. Elena se recostó en la cama de lado y miró a su hijo, que dormía ajeno a todo. Ella también estaba acelerada y le llevó un rato calmarse.

    Oyó la cisterna del baño y luego el grifo de la ducha correr. Luego sintió la puerta abrirse y su marido entrar en la cama, con la humedad saliendo del calor de su cuerpo. Era evidente que se había duchado.
    Julián se acostó dándole la espalda. Elena sintió su respiración profunda y contenida, a la par que la suya. Había estado a punto de pasar algo definitivo entre los dos y ella lo había detenido. A su mente vinieron los recuerdos de Alejandro aquella aciaga tarde, cuando ella le quiso detener y él le hizo caso omiso. Aún la parecía sentir las manos de Alejandro sujetándola y apretándola bajo él con su peso, mientras ella intentaba zafarse y le suplicaba que no siguiera.
    Ahora, dos años después, Su marido se había detenido. Elena sintió en el estómago un desasosiego que no supo como identificar. No se sentía dichosa. No había hecho nada malo, no, pero no se sentía dichosa.


    ResponderEliminar
  12. CAPÍTULO 85:

    Elena se despertó y miró a su alrededor. La luz se filtraba potente por las rendijas de la persiana. Debía de estar bien entrada la mañana y aún estaba en la cama. Miró a su lado a su hijo, Santiago, que se había servido él mismo el desayuno y dormía a pierna suelta al lado de su pecho parcialmente descubierto. De su boca colgaba un hilillo blanco. El otro lado de la cama estaba vacío. Elena le pasó la mano y comprobó que estaba frío. Julián había madrugado y se había ido hacía mucho.

    Se apresuró a vestirse y lavarse, ignoraba donde estaba Julián y el humor que tendría. Se dirigió hacia la cocina e inspeccionó la casa. Efectivamente, estaba sola.

    ResponderEliminar
  13. CAPÍTULO 86:
    LA puerta se abrió y Julián apareció en el umbral. Su rostro revelaba cansancio. Dejó el abrigo en el perchero y se quitó los zapatos con movimientos lentos. Estaba cansado y su gesto revelaba pesadez.
    -Buenas noches.
    Elena dejó que la besara en la mejilla, cosa que hizo, a pesar de la extrañeza de Elena.
    -Te voy a calentar la sopa, se te habrá quedado fría… estarás cansado…
    Julián la miró. Si solo fuera eso…
    -¿Y Santiago?
    -Duerme desde hace rato.
    Elena le quiso preguntar dónde has estado, pero le pareció que se inmiscuía en un terreno privado al que no tenía derecho a entrar, aunque fuera su marido. Hizo una pregunta más ambigua.
    -¿Cómo te ha ido?

    -Vengo del Pozo. He ido allí al salir del trabajo.
    Elena calló. Julián se refugiaba allí para huir de la casa. Su descontento era evidente. Más que descontento, parecía tristemente resignado.
    -Ten cuidado.
    -Ya lo tengo.
    -Dicen que la policía pasa por allí y se lleva a la gente.
    -No te preocupes, no hacemos nada malo. Soy el médico. ¿Y tú? ¿Qué has hecho hoy?
    -Lo de siempre.. yo… he estado con tu tía, luego he ayudado a mi hermana con la plancha, y por la tarde hemos dado un paseo al niño. Creía que vendrías a comer. Te estuvimos esperando y…

    -No. Allí me necesitaban… necesitaban ayuda y fui.
    Elena bajó la mirada con el “allí me necesitaban” de su marido. Se sentía mal, sentía que había defraudado a alguien y no sabía como enmendarlo. LA cena transcurrió en silencio. Cuando terminó, Elena recogió la mesa y metió los platos en la pila. Julián había ido a la ducha y Elena oyó correr el grifo. Despacio, apagó las luces del salón y se dirigió al dormitorio. Algo extraño flotaba en el ambiente.
    Le dio un beso a su hijo que dormía y se metió en la cama. Al rato llegó Julián que hizo lo propio.
    -Que tengas buena noche.
    -Lo mismo digo.
    Y dándose la vuelta, cerró los ojos.

    ResponderEliminar
  14. CAPÍTULO 87:

    Los días siguientes continuaron sin novedad por la calle Águila. Julián se iba temprano, tras desayunar y darle a su mujer un casto beso en la mejilla. Luego iba al hospital a trabajar. Su mujer le preparaba un bocadillo y algo de fruta que él llevaba en una tartera y comía en el trabajo. Al salir, se dirigía directamente al metro, para bajar en la última parada. Luego se dirigía a las chabolas del Pozo, donde le esperaba su amigo, el cura Daniel. Allí había montado un pequeño dispensario en una construcción rudimentaria que no se podía llamar chabola, pero tampoco era un edificio propiamente dicho, y que hacía las veces tanto de sacristía como de dispensario médico o escuela, según se terciara.

    Ese día Elena se había entretenido más de la cuenta en el mercado. No había acelgas y estuvo buscando por varios puestos hasta encontrarlas. Podía haber preparado otra cosa, pero se empeñó en comer acelgas, no sabía por qué. El caso es que cuando miró el reloj, ya eran cerca de la una. Ya era demasiado tarde, tenía que preparar la comida. Se acababa de acordar que ese día Julián sí que comía en casa, no se había llevado bocadillo y le había dicho que volvería al mediodía para comer y luego irse sin perder tiempo. Y ya eran la una y ella estaba en la calle.
    Con paso rápido, se apresuró a volver. El canasto con las acelgas iba apretado entre sus manos. Elena no notaba que se estaba clavando las uñas en su palma. Con el corazón acelerado, llegó a la calle Águila, y entró en el portal. Su madre estaba dentro en el patio y ni siquiera se paró a saludar y recoger al niño. Elena subió las escaleras de dos en dos y buscó nerviosamente la llave en su bolso. A trompicones, logró meter la llave en la cerradura y notó un pellizco en el estómago al comprobar que la cerradura no tenía la vuelta echada. No podía ser. Había llegado antes que ella.
    Julián ya estaba allí.

    ResponderEliminar
  15. CAPÍTULO 88:

    -Lo siento, creía que vendrías más tarde, yo… lo siento, enseguida preparo la comida, lo siento…
    -¿No está preparada? ¿No la has dejado hecha antes de irte?
    -Lo siento, lo siento… enseguida te preparo algo, yo… no te enfades…
    Elena se dispuso a sacar la olla de forma apresurada. Le echó un dedo de aceite y se puso a pelar las patatas, mientras sacaba un huevo y lo cascaba en un plato para cuajar una tortilla.
    -En seguida empiezas a comer… no te preocupes…
    Julián se percató de las prisas nerviosas de la muchacha y se dirigió hacia ella, extrañado, despacio.
    -Elena, no tienes por qué…
    -¡Nooo…!!!

    El gesto repentino de la muchacha levantando el brazo y llevándoselo a la cara para protegerse le hizo detenerse. Elena estaba con el brazo levantado para parar un supuesto golpe hacia ella, visiblemente alterada. El cucharón se le había caído al suelo y el aceite hervía en la olla. Julián la retiró del fuego con precaución, lo apagó y cogió el cucharón del suelo, soltándolo en la encimera de la cocina. Elena no se atrevía a mirarle a los ojos. Julián cogió a la muchacha por los hombros y notó como se encogía sobre sí misma mientras temblaba.
    -Elena, deja ahora la comida, no pasa nada si comemos un poco más tarde.
    -Yo…
    -Ven, sentémonos aquí.
    Llevándola al sofá, la sentó y se sentó junto a ella, mientras esperaba un buen rato a que se normalizara su respiración.
    -Lo siento mucho, de verdad. Me fui a comprar y no me fijé en la hora. No volverá a pasar, de verdad, te lo prometo, no volveré a…
    -Ya, Elena, ya…

    Elena rompió a llorar en espasmos mientras jadeaba y su pecho se inflaba nerviosamente. Julián la retuvo un rato, abrazándola a su lado, hasta que se calmó.
    -No pasa nada, Elena. De verdad, no pasa nada por no tener la comida preparada a tiempo, no pasa nada…

    ResponderEliminar
  16. CAPÍTULO 89:

    Elena guardó el pañuelo en su manga y se arrebujó en la manta. Julián la había arropado con una manta de ganchillo que tenían en el sofá y la joven buscaba refugio momentáneo en ella, dejándose llevar por las sensaciones de protección que le ofrecía, mientras oía a Julián cacharrear en la cocina. LE había ordenado que no se moviera de allí y no se atrevía a desobedecerle, aunque en su fuero interno le extrañaba ver a un hombre metido en la cocina haciendo lo que tenía que hacer ella. Guardando silencio, escuchaba el sonido de su propia respiración aún profunda, mientras una extraña calma tras el momento de crisis la hacía quedarse atornillada en el sofá. Al poco apareció Julián portando una bandeja con dos tazones de caldo humeando.
    -Será mejor que comas, te tranquilizará. Quema un poco, ten cuidado.
    Elena cogió el tazón que le ofrecía, y se lo llevó a los labios. Probó un poco pero le costó tragar. Los nervios le habían cerrado el estómago y Julián pareció darse cuenta.
    -Aún quema. Espera un rato a que se enfríe.

    LE retiró con cuidado la taza y la volvió a poner en la bandeja. Miró la mirada perdida de su mujer. Aún temblaba cuando intentaba hablar. Elena seguía sin tenerlas todas consigo. Había visto muchas veces a su padre enfadarse por tener la sopa fría o la comida poco hecha, o con retraso. Y había visto impotente las consecuencias de sus enfados y el terror en los ojos de su madre cuando daba el puñetazo en la mesa. Ahora su marido le había hecho la comida y ella aún esperaba con miedo sus reproches.
    -He hecho unas sopas de ajo. Creo que nos entraran mejor a los dos que otro guiso, ¿no crees?
    Elena asintió a todo lo que él decía. El solo hecho de llevarle la contraria ni se lo planteaba.
    -Venga, come despacio, te sentará bien. Hoy no iré al Pozo. Me quedaré contigo, Elena. Quiero que descanses.

    ResponderEliminar
  17. CAPÍTULO 90:

    Julián escucha la respiración de Elena al dormirse. Se ha dado un baño caliente y se Ha tomado una tila bien cargada que él le ha preparado, antes de darle a Santiago la toma de la noche y quedarse dormida con el niño al pecho. LA toma de su hijo la ha terminado de relajar y se ha dejado llevar por el sueño mientras su marido la tapaba en la cama.
    Ahora se sienta en su lado de la cama mientras escucha las respiraciones acompasadas de ambos. Hunde la cabeza en su pecho y se mesa los cabellos con ambas manos, cruzando sus dedos sobre la nuca.
    Elena no ha vuelto a pronunciar palabra desde el mediodía. Se quedó ensimismada mientras él fregaba y recogía la cocina. Luego la acompañó toda la tarde mientras ella parecía aguardar algún funesto acontecimiento, aún nerviosa y temblando cuando él se le acercaba.
    A media tarde bajó a la portería a recoger a Santiago. Elena llevaba muchas horas sin ver al niño y ni siquiera había preguntado por él, seguramente por miedo. Dolores lo miró, extrañada de que su hija no hubiera aparecido aún a por él, pero se abstuvo de decir algo. LE dio a su nieto y miró al hombre que subía las escaleras con su nieto en brazos. Se preguntó qué habría pasado, aunque guardó sus conclusiones para sí misma.

    Elena salió de su estado de ausencia cuando Julián le puso al lado a su hijo, al cual le faltó tiempo para buscar el pecho de su madre. Mientras, Elena reaccionaba y lo besaba, cerraba los ojos y aspiraba el olor de su cabecita, el olor con el que nació y que lo tuvo tan cerca las primeras semanas. Entonces ahora sí volvió los ojos hacia su marido.
    -Quédate tranquila, Elena. Ahora te haré la merienda.
    Ella asentía con la cabeza mientras los ojos se le humedecían sin saber muy bien por qué. Santiago se quedaba dormido al lado de su madre, y ella se sintió por primera vez tranquila en mucho tiempo. “Gracias”, parecía decirle con sus ojos acuosos cuando volvía la cabeza hacia su marido. Parecía como si la sola presencia del niño la hubiera tranquilizado respecto a las intenciones de Julián.

    Julián se metió en la cama y la oyó respirar. Pensó en la vida de Elena, en su vida en el pueblo. Algunas veces llegaba al hospital alguna mujer así, con la cara llena de moratones y la mirada perdida como la que le había visto a Elena hacía unas horas. Quiso abrazarla, hacerle saber que él no era como ella pensaba, como seguramente habría sido su padre con su madre, como ella pensaba que eran todos los hombres, pero sabía que las cosas tendrían que ir muy despacio, y las heridas aún estaban sin cerrar. LA volvió a arropar con las mantas, se dio la vuelta y se durmió.
    A la mañana siguiente, Elena amaneció abrazada a él.

    ResponderEliminar
  18. CAPÍTULO 91

    Aún no había amanecido cuando Julián se notó despierto. Sentía el contacto de Elena contra su cuerpo, y más aún, le llegaba claramente la vigilia de su mujer. Ella también estaba despierta y respiraba a su lado, y mentalmente se preguntó si, al igual que el sueño es contagioso, el estado de vigilia lo era también, y el despertar de uno había provocado el despertar del otro. Ahora ambos estaban despiertos, abrazados, y plenamente conscientes de que el otro también estaba ahí, respirando a su lado sin intentar moverse.
    Julián le acarició suavemente el pelo. No tenía ganas de otra decepción como la noche pasada, así que se limitaría a hacer lo que todas las noches había hecho: acoger a su mujer a su lado, y ser espectador pasivo de los más íntimos sentimientos de la joven, que la hacían a pesar de sus miedos, volverse hacia él buscando protección, cariño, o simplemente quitarse el frío. Ni lo sabía ni quería romperse la cabeza pensándolo.
    -¿Estás despierta?
    -Sí…- susurró ella-. Elena también movía su mano lentamente sobre la suya, en una tímida caricia que ni llegaba a ser tal cosa y que no prometía más.
    Ambos permanecieron un rato así, abrazados. Julián aspiraba el olor del cabello de la muchacha, y hubiera jurado que ella hacía lo mismo. Se le antojaba jazmín, mientras Elena respiraba cada vez más profundo como si quisiera impregnarse de la esencia de su marido.
    -Lo siento.
    -¿El qué sientes?
    -Lo de la otra noche. No sé qué pasó.
    -No pasa nada, Elena, de verdad. No pienses más en ello.
    Julián la besó en lo alto de la cabeza.
    -Eres muy bueno, conmigo…
    Elena quería volver a la conversación. Algo en ella se tambaleaba al sentirse tan cerca de ese hombre que le daba confianza y seguridad, y por ello, se sentía mal por no saber hacerle feliz.
    -Tienes las manos frías, ven… tienes la punta de los dedos helada, Elena. ¿Acaso tienes frío?
    -No. Es que las tengo así desde que…
    Elena se paró de súbito sin terminar lo que iba a decir, para continuar.

    -Tú estás muy calentito, como mi hijo.
    Elena tuvo un estremecimiento al recordar el frío que se le metía en los huesos durante las noches que pasó en la calle, frío que tardó mucho en sacar de su cuerpo. Elena sólo se sintió entrar en calor cuando nació su hijo y lo puso en su pecho. Ahora al lado de este hombre ella misma se sentía como un recién nacido, que necesita el calor de otro para salir adelante.

    -Cuando llegué a Madrid las manos se me pusieron frías. Yo antes no las tenía frías, ¿sabes?
    -Dámelas, así…
    Julián le cogió las dos manos entre las suyas, la acercó más a su pecho y buscó sus pies con los suyos entre las sábanas, para calentarlos.

    -Cuando dormía con mi hermana era yo la que se las calentaba. Es que en Madrid se pasa mucho frío, más que en los pueblos.

    ResponderEliminar
  19. Julián calló mientras la acariciaba. En silencio, recordó a la joven que le trajeron medio mareada a su consulta en las urgencias del hospital, toda mojada y medio muerta de hambre. Recordó la cara de tristeza que tenía consigo, y lo mucho que le impresionaron las ojeras violáceas y su tez pálida y su esto resignado. LA había visto con superar la fiebre en el hospital, y trabajar hacendosamente en la casa de su tía. LA había visto alumbrar y sacar adelante a un hijo. Ahora la joven le confesaba el frío de soledad y el desamparo que llevaba metido en lo más profundo de su interior. Elena se dejaba empapar del calor que emanaba de ese hombre, que la atraía como si fuese un campo magnético, y que la hacía relajarse y hacerle sentirse bien, a salvo. El recuerdo de las noches frías y húmedas se estaba desvaneciendo con el calor que emanaba de la cercanía de su marido.
    Julián la volvió a abrazar. Elena ya tenía las manos calientes, y se estaba quedando dormida.
    -¿Estás a gusto, Elena?
    La joven le respondió con un suspiro. Se estaba durmiendo tranquila.
    -Yo también Elena. Yo también- le dijo antes de besarle de nuevo la cabeza, y caer rendido él también.

    ResponderEliminar
  20. CAPÍTULO 92:

    Abril del 57.

    Los días pasan lentos en la portería de la calle Águila. Dolores tiene todo el portal sumamente pulcro, ocupándose de que las plantas que lo adornan luzcan cuidadas y ofrezcan su incipiente verdor primaveral a todo el que traspasa el umbral del edificio. La buena mujer friega todos los días la escalera y da los buenos días a los vecinos desde su bata de luto cerrado. En su cara se aprecia algo de mejoría, tras tantos años de acumular sufrimientos. Aún no se ha permitido el más mínimo alivio del color negro que trajo del pueblo, y que dice que no se va a quitar en muchos meses.
    -Mamá, podías permitirte algún detalle- le decían alguna vez sus hijas.
    Dolores calla y toca la medalla que lleva consigo desde que vino. Elena la mira y sabe por quién guarda el luto. No, su madre va a tardar mucho en permitirse el alivio. Dolores riega con especial cariño la macetita de romero que trajeron. LA pequeña mata de romero que arrancó del sitio donde estaba enterrado el abuelo Santiago y que con la primavera está alcanzando un tamaño considerable. LA mujer toca sus hojas entre sus dedos y aspira el aroma que ha dejado en él. Por las tardes mece a su nieto en su pecho hasta que se queda dormido. El niño, cierra sus manitas de canela en el pecho de su abuela mientras la escucha cantar la nana que lo rinde. Dolores lo besa, ahora ya sí es su abuela. Su nieto ya duerme tranquilo y confiado en su pecho.

    Miriam continúa el curso en la academia. LA muchacha va por las tardes, y dedica las mañanas a ayudar a su madre y a estudiar en los ratos libres que le deja el lavado de las coladas de las vecinas. A menudo está en el lavadero enjabonando trapos junto a su madre, con la olla de agua caliente para las sábanas y el barreño pequeño para las camisas de seda de la señora del cuarto, la de los collares de perlas. Luego sube a la azotea a tender los trapos, que plancha durante los ratos que roba al ocio y al estudio. A pesar de eso, el rendimiento de la muchacha es excelente, recita los temas mientras plancha las camisas de los señores, y mantiene un ojo en la plancha y otro en el libro abierto que pone de pie en la mesa. Sus notas son muy buenas y quiere estudiar en la escuela de Enfermeras el curso que viene. El examen de ingreso será duro, lo sabe, pero está dispuesta a intentarlo.

    ¿Y Elena? Elena sigue atendiendo su casa y la de Doña Carmen. Se levanta temprano y sirve el desayuno para ella y su marido. Al pequeño Santiago lo sienta en una trona y le pone un tazón de leche con pan, que el niño ya empieza a tomar como si fuera un personita mayor. Julián marcha al trabajo como todos los días, y Elena queda arreglando la casa, ayudando a Doña Carmen, y baja a comprar al mercado. El almuerzo lo hace con su ahora suegra, unas veces acompañadas y otras no. Julián pasa muchos días volviendo tarde. El dispensario médico que ha montado en El Pozo lo tiene totalmente absorbido. Esos días vuelve tarde por las noches, se ducha, cena y se acuesta, tras darle un beso a su mujer. Día tras día. Noche tras noche. Semana tras semana.


    ResponderEliminar
  21. CAPÍTULO 93:

    -Me llevo al niño al niño mamá, necesita tomar el sol.
    Santiago estaba embutido en una chaquetita de punto que había tejido su abuela y que tan bien le iba a este tiempo primaveral y salía corriendo detrás de su madre como un perrillo. Después de un fin de semana de lluvia, ahora salía el sol y el niño estaba loco por salir a la calle.
    Cogiéndolo en brazos a pesar de sus protestas, Elena lo subió en e carrito y salió a la calle donde la esperaba Julián ofreciéndole el brazo para ir juntos al Retiro, a pasear. Cuando llegaran al parque lo soltaría en la hierba que desfogara.
    ---------
    LA tarde es apacible y apetece apurar los últimos rayos de sol antes de volver a casa. Elena está contenta, ha pasado una tarde con su familia y su marido no ha aprovechado su día de asueto para volver al Pozo. Le gusta estar con él y Santiago también está contento de estar de paseo con los dos. El niño ha jugado en la hierba, ha correteado y se ha rebozado en arena como un marrano.
    -¡Cuando lleguemos a casa te voy a pegar un enjabonado, bribón…!
    Santiago mira con cara de sorpresa a su madre, que le restriega las manos con su pañuelo en un intento de quitarles la tierra. Tarea imposible. LA ropa del niño luce un color indefinido, tras arrastrarse por todos los jardines del parque.
    -Al menos vas a caer rendido- le increpa su madre, dándole un beso.
    Una voz le hace girar la cabeza.
    -Elena! ¿Eres Elena? Dios mío… Elena… ¿no me recuerdas?
    Elena se gira.
    -¡¡¡Santo cielo, Rosa!!! ¿Eres tú?

    ResponderEliminar
  22. CAPÍTULO 95:

    Las dos amigas se abrazan, después de casi dos años sin volver a verse. LA última vez que Rosa vio a Elena fue cuando ella llegó a Madrid, con un incipiente embarazo que apenas se le notaba, y la buscó para pedirle consejo y poder salir adelante en la gran ciudad. Tras mil y una vueltas buscando a su amiga, Elena dio al fin con su paradero: la casa de citas de la calle Amapola. Rosa trabajaba allí desde que la chica puso el pie en Madrid, entró a servir y fue despedida por estar embarazada. LA misma historia que Elena, solo que ella tuvo menos suerte. Cuando nació su hijo lo tuvo que dar en adopción. Todo el mundo le decía que era lo mejor para ella, que se criaría en una familia de bien y que se convertiría en un hombre de provecho. Y una chica de diecisiete años que está sola en Madrid con un niño pequeño no tuvo muchas opciones donde elegir. Con el alma desgarrándose, Rosa apenas vio a su hijo tras su nacimiento. Tan solo un tibio beso de despedida que le permitieron las monjas cuando recién parida, insistió en que quería verle la carita para despedirse. Envuelto en toallas, el bebé aplacó su llanto cuando su madre le besó por primera y última vez. Inconfundible su gesto: el pequeño había heredado el lunar sobre el labio que tenía su madre. Ahora, casi dos años después, Rosa se apresuró a presentarle al hombre que iba a su lado.
    -Te presento a Miguel. Miguel Mesa. Esta es Elena. Una amiga del pueblo.
    -Encantada, don Miguel.
    Elena miró al individuo. Bien trajeado, aunque bastante mayor que Rosa, sin duda con edad para poder ser su padre, puede que la llevara veinte años. Ya calvo, y con algo de barriga, aunque sus modales parecían exquisitos y parecía que contaba con educación y una buena posición económica.
    El hombre besó la mano de Elena y estrechó la de Julián, que también se presentó.
    -Estamos prometidos. Nos casamos la semana que viene.
    La cara de sorpresa de Elena dio paso a una espontánea felicitación.
    -¡Felicidades! ¿Desde cuando…? Quiero decir…
    -¿Usted es el Dr. Julián? ¿Del hospital civil de..?
    -Sí. ¿Nos conocemos?
    -Puede. Yo suelo…
    Los dos hombres se apartaron un poco en su conversación mientras las dos amigas intercambiaban confidencias.
    -Elena, ¡me caso! ¿No es una buena noticia?
    Elena asentía sin saber muy bien qué decir ni que preguntarle a su amiga sin parecer indiscreta.

    -¿Y esto de aquí? ¿Y ésta cosita tan mona?
    -Este es Santiago. Bueno, ya lo conociste cuando aún estaba en mi barriga-sonrió. Y Julián, es mi marido.
    Elena miró con nostalgia a Julián, que hablaba en animada conversación con Don Miguel. Al parecer habían hecho buenas migas.
    -¿Tú también te has… casado?
    -Sí, me casé hace dos meses ya… entré a servir en casa de su tía y… bueno, nos enamoramos y…. tuve suerte, Rosa, mucha suerte.
    Elena bajó la cabeza al recordar su pasado.
    -Oye, me enteré de lo de tu padre. Lo siento mucho.
    -Sí, bueno… muchas gracias. ¿Y tú? ¿Cómo estás?

    -Bien, me siento tan feliz, Elena… ya no trabajo en la casa aquella, bueno, yo… lo conocí de casualidad, el venía a cerrar un negocio y me vio, se interesó por mí, y… bueno, se enamoró y no dejó que siguiera trabajando más allí. LA dueña le dijo que le tenía que pagar lo que ganaba cada noche, y eso está haciendo él, hasta que dejé la casa. Ahora estoy en una residencia de monjas hasta que llegue la boda. Es muy bueno conmigo, Elena, y…
    Rosa dio una caricia a la carita de Santiago, que se estaba quedando dormido.

    ResponderEliminar
  23. -… Elena, mi hijo, he encontrado a mi hijo, Elena… lo vamos a adoptar. Está en un orfanato de monjas en la calle del Caldero, no lo han dado a ninguna familia, coinciden las fechas y los datos, y… tiene toda mi cara, es igual que yo, hasta tiene un lunar cerca del labio, Elena… mi niño… al fin lo podré abrazar…
    Rosa se llevó la mano a la boca, visiblemente emocionada. Durante todo el tiempo que estuvo en la casa de citas, nunca se quitó a su hijo de la cabeza. LA esperanza de poder encontrarlo algún día la tuvo siempre presente.

    -¡Eso es maravilloso, Rosa!- dijo abrazándola. A Elena se le vino a la cabeza la imagen que vio cuando se escapó de la casa cuna de monjas donde estuvo un par de meses, aquel niño que vio pegado a la reja, con la cabeza rapada y la mirada triste, con su babi de hospiciano y sus ojos hundidos. Aquella criatura también tenía un pequeño lunar en el labio. ¿Sería ese el hijo de su amiga? Quién sabe…
    -Él lo sabe y está dispuesto a darle sus apellidos- dijo Rosa señalando a su futuro marido-. No tiene más familia y… en cuanto nos casemos y tengamos los papeles nos darán al niño, nos lo han dicho. Elena, voy a recuperar a mi hijo…

    Elena abrazó a su amiga. Al fin lograría alcanzar una vida mejor. Se abstuvo de preguntarle si estaba enamorada. Ella no era quién, y además, bastantes palos de la vida se había llevado Rosa. De pequeñas les enseñaron que algún día aparecería el príncipe azul, pero esa chica había tenido que sobrevivir en un burdel y se vio obligada a entregar a su hijo recién nacido. ¿qué más da si se casaba enamorada?
    -¿Es un hombre bueno?
    -Sí, me quiere mucho, y… ya conoce al niño y lo va a adoptar. Tú también pareces estar bien, Elena.
    -Sí, bueno… lo pasé muy mal al principio, ya lo sabes… luego trabajé con una señora muy buena, tuve a mi hijo… cuando pasó lo de mi padre me traje a mi familia a Madrid, ahora trabajan en la portería del edificio… no es fácil salir adelante en Madrid…
    Rosa asintió. Las dos amigas habían compartido la experiencia de tener que enfrentarse solas a la vida y a la sociedad que las rechazaba por llevar en su vientre a un hijo ilegítimo.
    -Pero ahora va todo bien.
    Los maridos volvían, entre muestras de efusividad.
    -Espero que nos veamos más. Así podrán conocerse nuestros hijos, no?
    -Sí. Cuando nos casemos nos iremos a vivir a Villaconejos… pero espero que volvamos algunos días a Madrid. Te llamaré. Estaremos en contacto. Oye… ¿has tenido noticias de… Alejandro?
    Elena asintió.
    -Sé que se ha casado con Lupita, la de los Ayala. Y que van y vienen a la capital. ME los encontré en Navidades. Poco más.
    -Mi hermana pequeña me escribe, desde que salí de la casa ya escribo a mi familia…- dijo Rosa- Dicen… que ella no puede tener hijos… y que él está que trina, porque al ser hijo único, no tendrá herederos, y en ese caso, las tierras de sus abuelos pasarían a sus tíos.
    Elena se encogió de hombros. A ella ya le daban igual esas historias y no quería volver a acordarse de Alejandro. Ahora resulta que quería un descendiente para asegurarse la herencia de sus padres. Tal vez por eso tenía ese empeño en quitarle al niño.
    -En realidad no lo sabía, yo… no quiero volver a hablar de Alejandro. ¿Lo entiendes, verdad?
    Rosa asintió. Las dos amigas se quedaron en un mudo silencio, reconociéndose mutuamente la una a la otra. Dos vidas jóvenes que han tenido que madurar en la vida a base de palos. Rosa rompió el hielo buscando algo en su bolso.

    -Toma Elena, nuestra tarjeta, aquí es donde viviremos, por si algún día vienes a visitarnos.
    Elena sonrió, y también le dio un papel con su dirección actual, en Madrid.
    -¿Te acuerdas cuando éramos pequeñas, y jugábamos e la rayuela detrás del lavadero?
    Ambas amigas se miraron. Elena acarició la carita de su hijo, que se había quedado tranquilo en su carrito. Cuánto hacía de aquello….

    ResponderEliminar
  24. CAPÍTULO 95:

    -¿Lo conocías?
    -¿A quién?
    -Pues al marido de mi amiga. Se os veía muy amigos, creía que os conocíais de antes.
    Julián se limpió la boca con la servilleta antes de beber agua de su vaso.

    -Sí. Ha servido algunos pedidos al hospital. Hace negocios, y su cara me era familiar.
    -Ah.
    -¿Por?
    -No, por nada.
    Elena retiró el plato de sopa de la cena y sirvió la tortilla de verduras que había preparado de segundo. Quería saber más cosas de ese hombre, quería saber que su amiga iba a hacer una buena boda, quería estar tranquila por ella, pero Julián se había vuelto parco en palabras.

    -¿Y cómo es él?
    -….-
    -Quiero decir que…
    -Quieres saber si tu amiga estará bien, ¿No es así? Te ha resultado extraño verla con un señor así y quieres saber más cosas.
    Elena bajó la cabeza. Su marido había ido al grano sin rodeos.
    -Pues sí. Y te preguntaba si lo conocías.
    -Bueno… lo poco que hemos coincidido en el hospital ha sido positivo. Se dedica a los negocios, y es buen cumplidor. Y parece una buena persona. Por lo demás, no sé más que tú. Lo demás se lo tendrás que preguntar a tu amiga, que es la que lo ha elegido.
    Elena se avergonzó. Tal vez Julián se preguntara el porqué de tanta insistencia, que ni ella misma sabía.
    -¿qué sois, amigas del pueblo?
    -Sí. Nos conocemos desde pequeñas. Ella… ella se vino a Madrid antes que yo. Yo la fui a ver cuando llegué a Madrid, y ella me dio una par de direcciones de casa para empezar a servir, y, bueno…
    -¿Ella también servía en casas?
    Elena mintió por primera vez a su marido, pero no podía traicionar a su amiga.
    -Sí, …ella… también servía en casas.
    -Tiene un niño, ¿no?- Julián se explicó ante la cara de sorpresa de Elena- él me lo ha dicho.
    -Pues sí. Vino del pueblo embarazada, y me dijo que lo tuvo que dar en adopción. Pero lo han encontrado, está en un hospicio, y lo van a recoger. Me alegro mucho por ella, ¿sabes? Lo ha pasado muy mal en Madrid, casi…. Yo diría que peor que yo.

    Elena se quedó pensativa mientras recogía la cocina y Julián se disponía a acostarse. Se preguntaba quién era ella para juzgar a su amiga por una boda de conveniencia, cuando ella misma había hecho lo mismo. ¿Qué no hubiera hecho una madre para salvar a su hijo, para estar más cerca de él? Miró a Julián por la puerta. Cierto que se llevaban diez años, pero era un hombre de fuerte presencia y sumamente agradable, cosa que no le parecía el otro, a pesar de parecer una buena persona. Al fin y al cabo, qué más daba… A Rosa no le esperaba otro futuro que pasar las noches de mano en mano, de hombre en hombre. Ahora haría lo mismo, pero con uno solo. Y el amor luego llega…

    Pensó en su amiga, al acostarse. Deseó con todas sus fueras que le fueran bien las cosas y que pronto pudiera abrazar a su hijo, y así ser compensada de tanto sinsabor y tanta penuria.
    -Buenas noches, Julián.
    -Buenas noches, Elena.
    Al lado, Santiago buscó el pecho de su madre, antes de volver a quedarse dormido.

    ResponderEliminar
  25. CAPÍTULO 96:

    Ese día Julián fue a trabajar por la mañana, como hacía siempre. Y como de costumbre, comió un frugal tentempié que le había preparado Elena y que solía llevar en una tartera al efecto. Al poco rato, como solía hacer, cogió el tranvía y se bajó en la última parada, la del Pozo del Tío Raimundo.

    Como todos los días, Elena desayunó y dio de comer al niño. Como todos los días, arregló su casa y ayudó a Doña Carmen con la suya. Luego dejó la comida preparada y bajó a ayudar a su madre con la plancha. Ese mediodía comió con su suegra, como hacía siempre que Julián comía fuera. Una breve siesta en su casa, y merienda con su familia, abajo, en la portería.
    Ese día, la sopa de la cena había sido recalentada ya tres veces. Elena no quería comer sin esperar a su marido, pero aún no había llegado. Es raro, pensó, se habrá entretenido con alguna urgencia de última hora. No te asustes si algún día me retraso, le había dicho él, a veces la gente llama a horas intempestivas y no puedo decir que no. Ten cuidado, le contestaba ella siempre.

    A las once, Doña Carmen tocó en la puerta.
    -Hija, ¿aún no ha llegado mi sobrino?

    A las once y diez, Doña Carmen, con los dedos temblorosos, marcaba el teléfono del hospital para preguntar por su sobrino. Nada.
    A las once y cuarto, Elena se había vestido y bajaba a un Santiago medio dormido a la portería, con su otra abuela, para quedarse a su cuidado, mientras ambas mujeres se disponían a ir a la comisaría a preguntar por Julián. No hizo falta.

    Justo cuando salían por la puerta, un mozalbete de unos quince años, con aspecto de venir del arrabal, vino a buscarlas.
    -¿La tía del Julián? ¿Y la mujer? Vengo a buscarlas. Que se los han llevao. Que los han detenío. A todos. Han venido los guripas y se los han llevao. ¿A dónde? Y yo que sé, a la cárcel, supongo. Me han encargado venir a avisar pa’ que llamen a los abogaos y esas cosas...

    ResponderEliminar
  26. CAPÍTULO 97:

    -¡Mire, señora! LE digo que su marido está detenido y no se le puede ver. Así que lo mejor que puede hacer es irse por donde ha venido y dejarme trabajar.
    -¡Pero él es médico! No ha hecho nada malo nunca, si trabaja en el hospital de…

    -Venga señoras, arreando que no hay nada que hacer esta noche… ¡Ramírez, haz el favor!
    -Por favor, solo venimos a traerle esta manta, nos gustaría hacérsela llegar- Doña Carmen enseñó el paquete con la manta de lana que llevaba y el billete de diez pesetas que se ocupó de deslizar en el bolsillo del funcionario.
    -Señora, ya le digo que no se le puede dar nada… bueno, veré lo que puedo hacer, pero no le garantizo nada…
    Y Gutiérrez sacó a empujones a Doña Carmen y a Elena, que pronto se vieron en la puerta de la Dirección General de Seguridad, en plena Puerta del Sol, de madrugada y con la impotencia dibujada en sus rostros. Elena no paraba de mesarse la cara con desesperación.
    -Dios mío, dios mío… no pueden hacer esto… Doña Carmen ¿qué vamos a hacer ahora?
    -Vamos, hija, no podemos hacer nada más.
    -Pero él está ahí dentro! ¡No podemos irnos y dejarle ahí!
    -Elena, escúchame, hija, ahora lo único que podemos hacer es volver a casa. Vamos. Mañana temprano iremos a ver a un abogado y volveremos aquí a por más noticias. Vamos hija, vamos… tenemos que estar con fuerzas para mañana.
    Doña Carmen, más centrada y con más tablas, tomaba la decisión correcta, aunque se le partió el alma al volver a casa sin tener noticias de su sobrino.
    Eran las tres de la madrugada.

    ResponderEliminar
  27. CAPÍTULO 98:

    A la mañana siguiente.
    -Madre, no puedo tomar nada, tengo el estómago cerrado.
    -Elena, tienes que tomar algo, vamos hija, sorbo a sorbo. ¿Qué quieres, quedarte seca? Vamos, mientras estés con el niño tienes que echarle algo caliente al cuerpo.
    Dolores miraba a su nieto, enganchado a su madre, tras haber pasado la noche solo, con ella. La abuela se quedó con el niño que se durmió con ella, mientras Elena y Doña Carmen dormían juntas en casa de esta última. Ambas pasaron la noche en constante duermevela pendientes de si sonaba el teléfono, y ahora se les notaba el cansancio y la preocupación reflejados en sus rostros. Ahora por la mañana, Dolores tuvo el detalle de subirles el desayuno. Ninguna de las dos estaba para desayunar, pero ella obligó a su hija a tomar algo.
    -Usted también debe beber, Doña Carmen. A su sobrino le harán mejor favor si están en plenas facultades para poder ayudarle.
    La mujer reconoció que Dolores tenía razón. Los días que venían serían duros, y no comer no serviría de nada.

    Tras desayunar, ambas mujeres se dirigieron a la dirección del abogado. Doña Carmen le había llamado por teléfono bien temprano, y él les había dicho que acudieran de inmediato.
    -Es un amigo de estudios de Julián. Se conocen desde hace mucho. Es profesor en la Facultad de Derecho, él sabrá mejor lo que hacer. Nos va a recibir en cuanto lleguemos, que no es poco.
    ----------
    Don Álvaro Iniesta las recibió en persona, junto a su mujer, la abogada penalista Alicia Peña. Álvaro se mostró bastante impresionado al saber que habían detenido a Julián, y se mostró sumamente interesado en el caso.
    -No pueden tener nada contra él, es un médico. Sin embargo, en el Pozo hacen redadas continuamente, allí se refugia mucha gente y la policía mata moscas a cañonazos. Espero que lo tengan unos días retenido y luego lo suelten, pues no hay nada contra él. De todas formas, debe andarse con ojo, cuanto menos esté allí uno, mejor.
    Alicia pronto tomó las notas del caso, para llevarlo personalmente y empezar esa misma mañana visitando la DGS y recabando noticias sobre él. Elena estaba impresionada por el glamour parisino que desprendía la abogada en todos sus ademanes, sobre todo al fumar ese cigarro en boquilla. Más impresionada estaba al contemplar el peinado de la joven letrada, y se preguntó cual sería su minuta para sufragar tan ingente cantidad de laca, que sin duda, se llevaría un buen bocado del presupuesto mensual.

    ResponderEliminar
  28. CAPÍTULO 99:

    -¿Qué ha pasado? ¿Dónde está él? ¿qué han dicho? ¿Qué…?
    La abogada suspiró mientras buscaba un sitio en el que sentarse. Elena calló y dejó que tomara resuello. La letrada Doña Alicia Peña llevaba toda la mañana metida en la DGS mientras las dos mujeres aguardaban sentadas en el banco de la entrada. Los minutos se les hicieron eternos mientras la abogada preguntaba por su defendido y hacía mil y una gestiones legales. Ahora Alicia sacó su cigarro de boquilla, y encendiéndolo, dio una larga calada mientras cerraba los ojos.
    -Por partes. Lo tienen incomunicado.
    -¿Eso qué quiere decir? ¿No ha ….?
    -Pues que no lo puede ver nadie. Ni yo, que soy su abogada. No dejan entrar a nadie a verle. Lo siento, pero las cosas están así.
    Elena aguardaba impaciente. Alicia continuó.
    -Lo acusan de subversivo.
    -¡Pero eso es imposible, él es sólo un médico, no…!
    Doña Carmen agarró la mano nerviosa de Elena, y miró implorante a la abogada.
    -Han detenido a muchos esta vez. Ahora los están interrogando a todos. Cuando vayan consiguiendo lo que quieren, irán aflojando la mano e irán liberando a los que son como tu marido y no tiene nada que ver. Pero aún van a tardar, no quiero engañaros.
    Doña Carmen cerró los ojos. Sabía lo que eso significaba.
    -¿LE están llegando la ropa y la comida que le hemos mandado?
    Doña Carmen había dejado una cesta con una manta, jerseys, calcetines y un par de billetes de veinte pesetas en el bolsillo del funcionario para asegurarse de que la ropa llegaba a su sobrino.
    -No te lo puedo asegurar, depende del funcionario que os haya tocado. Sé que hay algunos que se quedan todo, pero otros se apiadan de algunos presos, y les hacen llegar los envíos de sus familias, o al menos, una parte.
    -¿Y qué hacemos? Dios mío… ¿Qué hacemos ahora…?
    Elena se subía por las paredes de puro nervio. LA impotencia de no poder hacer nada la consumía. Doña Carmen le volvió a apretar la mano.
    -Yo seguiré atenta y os comunicaré cualquier novedad. Pero mientras esté incomunicado no podemos hacer otra cosa. Siento decir esto, pero es así. Hasta que ellos no hagan nada, solo nos queda esperar.
    -¿Esperar? ¿Y cuanto…?
    La pregunta de Elena obtuvo la respuesta en el silencio de la abogada. Las dos mujeres volvieron de nuevo a la calle Águila, solas y cabizbajas. Otro día sin Julián.

    ResponderEliminar
  29. CAPÍTULO 100:

    Tres días después.
    Dos mujeres aguardan sentadas en un banco viejo de madera, con la espalda apoyada en una pared llena de desconchones. Elena cabecea junto a su suegra. Llevan un buen rato esperando noticias y han visto pasar a medio Madrid por delante de ellas. Elena se fija en la abogada, Alicia, a quien ve a lo lejos hablando con un funcionario en una de las mesas. Elena la mira ensimismada y se imagina cuánto rato debe invertir todas las mañanas la letrada para arreglarse el frondoso cardado que luce en el cuero cabelludo. Elena sonríe al imaginarse a la abogada echándose laca todos los días, y piensa que con ese tocado está a salvo de cualquier peligro: si le cae algo desde alguna cornisa, rebota seguro. De súbito, sacude la cabeza para despejarse. Lleva mucho sueño retrasado y la mente le juega malas pasadas al estar pensando en semejantes tonterías mientras su marido lleva tres días en los calabozos de la DGS y aún no saben nada de él. Ve a Alicia desaparecer por una puerta metálica y suspira con resignación.

    Al rato, la pesada puerta metálica se abre. Doña Carmen y Elena se ponen en pie de un respingo. Llevan toda la tarde esperando en el banco de las visitas, duro y desportillado, a que ocurra alguna novedad. Por la mañana les avisó la abogada, Alicia, que ya se había fajado bien en su trabajo.
    -Id esta tarde a la DGS. Hay esperanzas de que al menos os dejen verlo.
    Y no fue solo verlo. Lo soltaban. Las sucesivas confesiones del resto de detenidos, las detenciones de los subversivos y la reconstrucción de los hechos llevó al convencimiento de la policía de que ese hombre lo único que hacía en El Pozo era atender en el dispensario. O eso, o que en los calabozos ya no cabía ni un alfiler y sacaban a los menos peligrosos. El trabajo de Alicia y las llamadas de Álvaro Iniesta dieron sus frutos. Julián apareció en el umbral de la puerta, escoltado entre dos guardias, con la espalda encorvada y el cuerpo, y la cara, de llevar cuatro días en la DGS.
    -¡Hijo mío!
    El abrazo emocionado de Doña Carmen se prolongó unos segundos interminables. Elena miró a su marido con temor. Tenía media cara amoratada, la piel apagada y se movía con dificultad por los golpes recibidos. Uno de los ojos estaba hinchado y amoratado.
    -¡Julián…!
    El abrazo entre los dos esposos les sobrecoge y les sorprende a ambos, a partes iguales. Elena está emocionada e intenta aguantar el tipo. Doña Carmen ve el estado de su sobrino e intenta disimular. Es evidente que en la cárcel no tienen espejos y Julián desconoce por completo el estado de su cara. Ayudado por las dos mujeres, salen de allí. Quieren abandonar ese lugar cuanto antes.

    ResponderEliminar