Caps. 101 al 125.



 Muchas gracias a todas por vuestros comentarios. Aquí estamos, tras cien capítulos.

CAPÍTULO 101:

El elegante coche negro del abogado D. Álvaro Iniesta  se detiene frente a la puerta. Álvaro sale del puesto delantero y se apresura a abrir la puerta de atrás. Elena sale y ayuda a salir a su marido y su suegra. Julián pone el pie en la calle, libre al fin, después de cuatro días en el calabozo. Se para delante del portal de la casa y mira la fachada, como el que no se lo acaba de creer. Aún sigue en shock. Dentro del coche apenas dijo palabra. Tan solo se mantuvo agarrado a la mano de su tía por un lado, y de Elena por otro, y solamente tuvo palabras para formular una pregunta que le martilleaba en la cabeza:

-¿Estáis bien?- le preguntaba a su mujer dentro el coche. Pero de verdad, ¿estáis bien…? ¿Está bien Santiago? ¿Dónde está el niño…? ¿No os han hecho nada?...
-Estamos todos bien, hijo, no nos ha pasado nada- las palabras de Doña Carmen tranquilizaron su ánimo momentáneamente. Como más tarde descubrirían,  a Julián lo habían amenazado con hacer daño a su familia, durante los penosos interrogatorios. Julián cerró los ojos en un intento de disipar tensión. Elena le apretó la mano.
El saludo de su cuñada y su suegra fue corto, o eso le pareció. Quiso llegar a su casa cuanto antes y subió las escaleras todo lo deprisa que le permitió su maltrecho estado. Al fin había llegado a casa.
-He preparado sopa caliente, para la cena.
Mientras estaban fuera,  Dolores se había ocupado de todo y pronto subió una olla de sopa a casa de Julián mientras Miriam se quedaba con su sobrino.
-Ahora bajaré a por el niño, madre.
-No te preocupes, hija. Se ha dormido como un leño. Tomaos el tiempo que queráis.
 Ambos esposos cenaron con Doña Carmen, mientras Julián devoraba dos platos de sopa con albóndigas, más otros tantos cachos de pan con queso que le supieron a gloria bendita. De postre, Doña Carmen sacó unas peras.  Julián estaba hambriento y comía con ganas.

Son ya casi las diez de la noche. Doña Carmen se despide y les deja marchar solos a su piso, no sin antes volver a colmar de besos a su sobrino. Julián cruza el umbral de su casa y respira la tibieza y la calidez de su hogar.
En el salón, Elena se sienta delante de su marido y le mira a los ojos. Julián también la mira profundamente. Tiene los ojos tristes y uno de ellos a duras penas lo puede abrir.

37 comentarios:

  1. CAPÍTULO 102:

    Julián se levanta lentamente de la silla. Apenas ha hablado desde que llegó. Está desorientado y necesita tiempo para reaccionar. Tan solo ha preguntado varias veces si de verdad estaban bien todos. Elena se levanta con él y le tiende el brazo suavemente. Sabe lo que va a hacer.
    La bañera está preparada. Ella misma ha procedido a llenarla mientras cenaban, dejando correr grifos y levantándose de cuando en cuando a comprobar la temperatura. . Julián entra al baño y se detiene en la puerta. Lleva encima la mugre y la miseria de cuatro días en el calabozo y no quiere que Elena lo vea así. Su dignidad se pone por encima de su dolor y se da la vuelta en la puerta del baño.
    -sssss…..- le detiene ella.
    -Elena… estoy sucio….
    -Lo sé y no me importa. Más sucia estaba yo el día que me conociste.
    Elena y Julián se miran y callan. LA mención a los recuerdos pasados les remueve algo a los dos. Julián baja la cabeza y se deja hacer. Elena le ayuda a despojarse de sus ropas, que deja sobre el suelo.
    -Mañana las lavaré con agua caliente.
    -Tíralas. Quémalas. No me las voy a volver a poner.
    Elena le despoja de la camiseta interior con cuidado y lo que ve la sobrecoge. Julián tiene marcas en su pecho y está lleno de moratones. Puede ver sus costillas respirando con dificultad debajo de su piel. Elena pone la mano en su costado y sus miradas se encuentran. Ambos respiran profundamente. Un silencio se apodera de la estancia, solo cortado por el ruido del grifo de la bañera que Elena cierra. Ya está llena y el vapor del agua caliente ha empañado los espejos.

    Julián se desnuda y le da la espalda a su mujer mientras se introduce en la palangana de zinc que hay al lado. Elena ha echado agua en la jofaina y Julián se enjabona con la pastilla y la esponja que le ha dado su mujer. El agua chorrea negra y sucia por su pecho. Tienes ganas de sentirse limpio y se frota con ganas, a pesar del dolor que le produce moverse.
    -Déjame ayudarte. Por favor.
    Elena le coge la esponja y procede a frotarle la espalda con suma suavidad. A su espalda, cierra los ojos mientras le da con cuidado haciendo círculos. Julián también cierra los ojos. Por un momento desea dejarse llevar lejos, tan lejos…
    Tras dejar la suciedad en la palangana, Julián sale y se introduce en el agua de la bañera. Ahora sí que se siente en casa, a salvo.

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  2. CAPÍTULO 103:

    Julián coge la toalla que le da Elena y se lía la cintura con ella. Un discreto sentido del pudor le hace ladearse ligeramente. No es que le dé vergüenza estar desnudo, pero está dolorido, se siente desprotegido y vulnerable. Elena se da cuenta y también se ladea. Son marido y mujer pero un acusado sentido de la intimidad les recorre. Elena le pasa otra toalla y se la pasa por la espalda. Vuelve al dormitorio a por el pijama. Menos mal que el niño está abajo, piensa…
    Julián se frota con toda la fuerza que le permite su estado. Ahora se siente limpio y la confianza vuelve a su agitada mente.

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  3. CAPÍTULO 104:

    Elena ya se ha puesto el camisón y ahora coge el pijama limpio de Julián y dirige su mirada hacia la puerta del dormitorio. Julián ha salido del baño y está allí, mirándola, con una toalla liada en la cintura y otra sobre sus hombros. Los dos esposos se miran a los ojos en la penumbra de su habitación conyugal, tan solo iluminada por la tenue luz de la lamparilla de la mesa de noche que ha encendido Elena. Apenas se oyen ruidos y las contraventanas cerradas no dejan pasar ningún sonido de la ya de por sí tranquila calle.
    Julián avanza y alarga la mano para coger el pijama. Elena se lo alarga y procede a ayudarle. Coge la toalla que él suelta y por un momento se queda sobrecogida mientras sujeta el pijama para que él meta los brazos en las mangas.
    Julián está de espaldas. Sus costillas están llenas de moratones. Lentamente mete un brazo en la manga y luego el otro. Elena le ayuda a colocarse la chaqueta del pijama y tropieza con su mirada cuando se da la vuelta. Su mano está en su cuello y permanece allí.
    El silencio se puede cortar con un cuchillo tan solo interrumpido por la respiración de los dos esposos. Elena deja caer la mano por el pecho desnudo y aún húmedo de Julián, a través de la abertura del pijama, y recorre con las yemas de sus dedos los golpes que lleva en las costillas. Julián cierra los ojos y por un momento piensa que desea estar en otro lugar. Su mirada tropieza con la de Elena, que le mira con los ojos brillantes y está muy cerca de él.

    La mano de Elena recorre con dulzura su rostro magullado mientras él cierra los ojos y se acerca lentamente a sus labios. Siente que le duele todo el cuerpo y teme que Elena se aleje de él en el último momento, pero no es así. Nota la respiración de Elena al lado de la suya y se deja besar los labios por un tímido beso de su mujer que se apresura a contestar con contundencia.
    Julián siente que las fuerzas vuelven a su maltrecho cuerpo y la energía recorre todos y cada uno de sus nervios. Prende a Elena por la cintura y la levanta del suelo mientras la besa. Elena está abrazada a su cuello y se deja llevar hasta el borde de la cama. Los esposos se tumban abrazados sobre las sábanas. Julián siente que ya no hay vuelta atrás, y Elena lo sabe.

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  4. CAPÍTULO 105:

    La luz se filtra débilmente por las rendijas de las contraventanas. Elena se remueve en las sábanas con los ojos cerrados y siente a su alrededor los fuertes brazos de Julián. En una fracción de segundo despierta y ordena sus ideas. Acaba de pasar la noche con un hombre, más exactamente, con su marido. Acaba de tener su noche de bodas, la de verdad, no la que pasó con Alejandro. Intenta levantarse pero el brazo de Julián la detiene. ÉL también se está despertando.
    -…no te vayas…
    -…es que… estoy desnuda…
    -estás muy bien así…. Quedémonos un rato así, un rato más…
    -…pero…
    -yo también estoy desnudo, no pasa nada…
    Elena comprueba con asombro que tiene razón, y por primera vez siente a Julián por todos sus sentidos. Siente a su marido presente a lo largo de toda su piel, que se eriza de frío, o de excitación, no lo sabe muy bien, cuando él la besa con ternura en los labios. Se le nota en los ojos que está feliz. Y apenas queda rastro de la experiencia pasada. El antes contusionado y magullado Julián parece que no tiene ahora ni rastro de dolor en sus costillas.

    -¿Estás bien?
    Elena asiente con la cabeza.
    -¿Y tú?...
    Cara a cara con su marido no sabe a dónde mirar, y siente que se pone colorada hasta las orejas. Es la primera vez en su vida que siente a un hombre de manera tan íntima. La experiencia corporal ha dejado la ventana abierta a los sentimientos, y Elena se siente embriagar por un torbellino de sensaciones que le embotan la mente. Elena siente a su marido piel con piel, y descubre, asombrada, que esa mañana tiene ganas de repetir.


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  5. CAPÍTULO 106 :


    -¿De verdad estás bien?
    Julián le pregunta a Elena en el oído, mientras la besa muy suavemente en la mejilla. Elena está desbordada, nunca ha tenido tantas atenciones hacia su persona, ni se imaginaba que las cosas serían así entre un hombre y una mujer. Se siente perdida y un poco confundida antes tantas emociones nuevas que le embotan los sentidos.

    -Sí… no me ha dolido casi nada…
    El la vuelve a besar, mezcla de pasión y resignación.
    -ES que no duele, Elena.
    -¡Claro que duele! La otra vez, yo…
    Elena se muerde el labio y siente que ha hablado de más. Pero la comprensión de su ya marido es infinita.
    -Elena, mirame.
    Elena se pone más colorada aún e intenta esconder su pecho con las sábanas.
    -Sí que duele…duele mucho… a las mujeres les duele mucho, aunque a los hombres no…
    -No duele, Elena, al contrario. Te gustará.
    Elena escucha con asombro sin saber qué contestar.
    -Sí que duele. Con Alej…
    Elena interrumpe lo que iba a decir. ¿Por qué tiene que nombrar a su antiguo novio, precisamente ahora? Siente que ha sido inoportuna. Julián la mira a los ojos, que ella baja.
    -Con Alejandro…- dice él, como invitándola a continuar.
    -Sí que duele. Con él me dolió. Me dolió mucho.
    El refugio de Julián la animan a seguir con las confidencias. Se acaba de abrir con su marido. Siente que no se lo puede guardar más.
    -Yo le decía que parase, que me hacía daño, pero él seguía y me sujetaba.
    El abrazo de Julián la detuvo. Cerró los ojos mientras notaba que su corazón se aceleraba. El recuerdo de lo vivido en el pasado aún estaba muy presente.


    -El hombre que hace daño a una mujer no merece ser llamado hombre. ¿No crees?
    Elena asiente mientras una extraña sensación la embarga. Ahora se siente a gusto con este hombre. Leves fogonazos de la noche vuelven a su mente, cuando Julián la hacía suya, con una infinita delicadeza. Elena recuerda el tacto de sus dedos en su piel, invitándola a abrirse y recorriéndola suavemente para que se relajara. Recuerda las breves pausas en las que sentía la mirada de Julián, como diciéndole ¿de verdad quieres seguir? ¿no te vas a parar?, sin terminar de creerse que ella estaba en sus brazos. Elena, muerta de miedo al principio, fue recobrando la confianza poco a poco al comprobar que su cuerpo respondía a las caricias de Julián y se acoplaba al suyo como si fueran uno solo. Julián buscó su cuerpo despacio, con delicadeza exquisita, y Elena comprobaba asombrada que ella misma buscaba ella también la virilidad de Julián. Ambos cuerpos fueron uno solo mientras los gemidos de Julián resonaban en sus oídos y comprobó asombrada que le producían alegría y orgullo, a la vez que contribuían a excitarla enormemente. Elena sentía en su interior la energía arrolladora de un HOMBRE, en todo el sentido de la palabra, y se dejaba arrastrar como una maroma.

    Elena fue la primera sorprendida al escucharse a sí misma gemir, y pronto a su marido con ella. Primero fue levemente, para luego terminar los dos en un encendido acto que prometía ser el preludio de cosas mucho mejores. Esa noche Elena se durmió tranquila en los brazos de su marido. Ahora ya sí lo era.

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  6. CAPÍTULO 107:

    Con el camisón puesto encima de su pecho, Elena se percata de la humedad que siente en su piel. El camisón está empapado a la altura de su pecho.
    -Dios mío… Santiago… -dice levantándose rápidamente de la cama.
    El frenesí de la noche le ha hecho olvidarse por completo de su hijo, cosa que le hace sentirse culpable. Julián la detiene antes de que abandone el dormitorio. El pecho de su mujer se derrama de puro lleno.
    -Espera- la detiene-, yo bajo.
    -Dios mío, ha estado toda la noche en casa de mi madre… qué habrá pensado…
    -Pues lo normal. Si somos marido y mujer. Que al fin hemos estado juntos.
    Julián esquiva divertido un zapatillazo que le lanza su ahora mujer.
    -No te rías, no tiene gracia. Me muero de la vergüenza. Dios mío, qué va a pensar tu tía cuando se entere…

    Elena se entierra bajo las sábanas mientras espera que Julián vuelva. Con las zapatillas puestas y a medio vestir, Julián baja a la portería. El niño está ojeroso y extrañado ante la noche pasada lejos de su madre. El trajín de estos días lo tiene confundido y echa los brazos a Julián, en espera de que sea la persona que lo lleve junto a su madre. Dolores, prudente, observa de soslayo la cara de Julián sin decir nada, y sonríe feliz para sus adentros.
    Julián abre la puerta de su casa con el niño en brazos haciendo pucheros. A Santiago le falta tiempo para echarse junto a su mamá y engancharse como de costumbre. Elena nota aliviada el descenso de la congestión y se tranquiliza. El niño, siente también que la tensión vivida se ha disipado, y cierra los ojos agarrado a su madre. Julián mira a los dos, embelesado.
    -Ah! Me he encontrado a mi tía al subir. Ha madrugado y ha bajado a comprar churros. Dice que si queremos desayunar churros con chocolate, para celebrar mi llegada.

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  7. CAPÍTULO 107:

    -¿Me pasas otro churro?
    -Sí, claro. Toma.
    -Gracias.
    La familia al completo está reunida en casa de Doña Carmen, quien ha madrugado para comprar churros calentitos y así obsequiar a todos. A la buena mujer ya se le ha ido el rictus de preocupación que lucía el día anterior. Ahora su sobrino está a salvo y todos tienen otra cara.
    -¡Pero hombre, que vas a derramar el zumo en el azucarero!- increpa al susodicho, que parece que hoy está mirando a la luna de valencia.
    Julián pone cara de circunstancia mientras Elena se pone colorada y Dolores los mira de reojo. Afortunadamente, Santiago ha dormido de un tirón toda la noche, y su hija no ha bajado a por él. Elena no se atreve a levantar la cabeza y mucho menos, mirar a su suegra. Cree que lleva un “ya hemos consumado” escrito en la frente. Miriam desayuna mientras come churros a dos carrillos, y de vez en cuando le alarga un cacho a su sobrino, que esa mañana está hecho un trasto y pasa de brazo en brazo entre todos. Parece que es la única que no se entera de nada. Doña Carmen mira a ambos, y se pone más ancha que pancha aunque intenta disimularlo.
    -¿Habéis descansado bien esta noche, hijos?
    -Esto… sí.
    -Fenomenal.
    Julián y Elena se miran por debajo de la servilleta. A Julián aún le duelen las costillas. Sabe que tiene múltiples contusiones por todo el cuerpo, pero ahora parecen dolerle la mitad de lo que le dolían ayer. Si lo llega a saber lo detienen antes, piensa.
    Elena apura el churro y termina el desayuno. Se levanta de la silla y no sabe ni cómo andar. Las dos consuegras cruzan sus miradas disimuladamente, aguantándose la risa. Ambas están a punto de levitar.

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  8. CAPÍTULO 108.

    -¡Anda, que te has puesto de chocolate hasta las orejas, bribón!
    Elena coge a Santiago y lo lleva al lavabo, para restregarle la cara con fuerza, pese a las protestas del niño que no parece gustarle mucho aquello.
    -Hala, sí, ahora protestas. No haberte manchado tanto, so marrano… que te has puesto morado de churros después de tomar teta…
    Elena se estremece al notar los labios de Julián besándole el cuello, y sus manos de nuevo rodeándole la cintura.
    -Calla, calla…
    -¿Qué te pasa?
    -¿No viste cómo nos miraba tu tía?
    -Jajaja… ¿y qué tiene de malo? Estamos casados, ¿No?
    Elena le dio un achuchón cariñoso, mientras se volvía a poner colorada.
    -No seas tonto…. Se ha tenido que dar cuenta. Y mi madre, dios mío, mi madre…
    -¿Y qué?
    -Que el niño al final ha pasado toda la noche con ella. Nos hemos olvidado de él.
    -Lógico. Estamos casados, Elena. Venga….
    A Julián le divertía la ingenuidad de Elena en aquellas circunstancias.
    -¿Y esto?
    Elena se tocaba la cintura mientras miraba el niño, ajeno a todo, entretenido con un juguete de madera.
    -Bueno… ahora yo…
    -¿Tú qué?
    -Pues que ahora… tendremos un hijo y yo…
    LA sonora carcajada de Julián la desconcertó.
    -¿De qué te ríes?
    -¿Un hijo? ¿y eso?
    -Pues… hemos estado juntos y…
    -Ven, Elena, ven. Sentémonos aquí.
    Julián llevó de la mano a Elena a sentarse junto a él, en el sofá.
    -A ver, Elena. ¿Tienes el periodo?
    Elena abrió los ojos como platos y se pudo como la grana.
    -Vamos, no olvides que soy médico. Y soy tu marido. ¿Cuánto tiempo hace que no tienes el periodo? Bastante, verdad?
    Elena asintió. No había vuelto a menstruar desde que estuvo en el pueblo.
    -Mientras le estés dando el pecho a Santiago, no te volverá la regla. El niño aún toma mucha leche. Lo que quiere decir que mientras eso ocurra, aunque estemos juntos, no vendrán hijos.
    Elena no se atrevía ni a mirarle. Escuchar a un hombre a su lado hablarle con tanta familiaridad de un asunto tan íntimo le producía sonrojo.
    -¿Entonces no me puedo quedar embarazada?
    -Casi con toda seguridad, no. Cuando Santiago se vaya destetando, tu cuerpo volverá de nuevo a estar como antes, y entonces, a veces, no siempre que se tienen relaciones pasa, pero sí entonces es posible que vengan hijos. La lactancia la usan muchas mujeres como método para no quedarse embarazadas y que no venga un hijo tras otro. Quédate tranquila, por lo de anoche no creo que estés esperando un hijo. Además, por solo una vez no siempre pasa.
    Elena se quedó perdida por un momento con sus pensamientos. Qué casualidad que con Alejandro tuvo que ser a la primera.
    -No lo sabía- dijo.
    -¿No has hablado de esto con tu madre?
    -No.
    -Bueno, poco a poco. Habla con ella, te dirá más cosas. Y lo que no sepas, me lo preguntas. Por algo soy tu marido, ¿no?
    -Pues yo creía que…
    -Bueno. Las cosas irán pasando poco a poco, ¿No crees? Y los hijos vendrán en su momento.
    -¿Tú quieres? ¿Tú quieres tener un hijo?
    Julián la miró.
    -Pues claro que sí, Elena. Los niños son una bendición para cualquier familia. ¿Y tú?
    Elena lo miró. Al menos este hombre no la dejaría tirada como hizo el otro.
    -Anda, vamos a dar un paseo. Tengo ganas de que me dé el aire y el sol en la cara. ¿Vamos a la calle?
    A Santiago le faltó tiempo para dejar el juguete de madera y coger a Julián de la mano. Si se iban a la calle, él quería ser el primero, por supuesto.

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  9. LA autora se toma un descanso navideño hasta año nuevo.
    FELIZ NAVIDAD A TODOS, y muchas gracias por estar ahí con vuestros comentarios.

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  10. retomamos el relato.....

    CAPÍTULO 110:

    Tres meses después. Julio del 57. Parque del Retiro.

    Dos mujeres pasean despacio por la senda que bordea el estanque del parque, buscando un sitio para sentarse tranquilas. Llevan a sus respectivos hijos de la mano y pronto encuentran un sitio apartado donde los niños pueden corretear a sus anchas sin perderse de la vista de sus madres. Pronto los pequeños están enharinados con la tierra del camino y llenos de churretes, mientras agitan las manitas y cogen briznas de hierba que estrujan con curiosidad infantil. El abotargante calor ha cedido y ahora apetece salir a tomar el fresco de la tarde a la sombra de los árboles.

    Elena y Rosa pasean juntas las tardes de los Jueves. El cambio experimentado por Rosa es notable. Empezando por la manera de vestir, su peinado y su maquillaje y terminando por cada uno de sus gestos y ademanes, y hasta los andares. Ahora es la respetable esposa de un comercial de quesos manchegos…. De su vida pasada no quiere ni acordarse. Alguna vez se puede detectar en su mirada un leve poso de amargura en el que se adivina la existencia de una breve sombra del pasado, pero pronto se desvanece. El pasado de una mujer de vida alegre es eso, el pasado, y ahora luce con orgullo el apelativo de “señora de” cuando dice su nombre a alguien.

    ¿Y Elena? El cambio de Elena no ha sido menos espectacular. La joven recién casada es ahora la esposa de Julián, con quién pasea cogida del brazo todos los domingos. La mirada de la joven ha ganado aplomo y su gesto, serenidad. Ya casi nada queda de la niña insegura y asustadiza que llegó sola a Madrid dos años antes, con el estómago vacío y el futuro incierto. Elena se coge de la mano de su marido cuando están solos y creen que nadie les mira, e intercambian miradas de complicidad. La feliz esposa se ha acostumbrado a la vida de casada y ha asumido perfectamente sus obligaciones y el gobierno de la casa. A menudo ayuda a su suegra, Doña Carmen, con quien comen juntos casi todos los días, y por las tardes hace lo propio con su madre y hermana. Los malos ratos de los meses anteriores son vagos recuerdos en sus pensamientos.

    -¡¡¡Midaaaaa. mamá….!!!

    Elena contesta con una sonrisa y coge entre sus manos la piedrecita que le trae su hijo Santiago. El niño ríe ante su propia ocurrencia y pronto va en busca de más piedras para depositarlas en las manos de su madre. El hijo de Rosa, a pesar de que es un año mayor, lo ve y lo imita en todos sus movimientos.
    -¡Qué piedra más bonita, mi amor! ¡Más, tráeme más!- anima Rosa a su hijo.
    El niño la mira tímidamente a los ojos y sonríe apenas. Ahora corre detrás de Santiago, haciendo todo lo que él hace y sin perder detalle. Rosa los mira calladamente y sus ojos se humedecen ligeramente.

    -Está más gordito, Rosa, y tiene mucho mejor color. Veo al niño cada día mejor.
    -Aún no he conseguido que hable. Al menos ya me mira y me sonríe.
    -Claro. Poco a poco. -la consuela Elena. El niño tiene todo el gesto de la boca de su madre, incluído el pequeño lunar junto a su labio inferior. No hay duda: es su hijo, el que tuvo que entregar cuando nació. Rosa no puede impedir el nudo que se le pone en la garganta cuando habla de su hijo.

    -Por las noches me tumbo con él hasta que se duerme. Lo abrazo y le cuento cosas, ¿sabes? Lo beso en el pelo y ¿sabes qué hago, Elena? Lo huelo. Me quedo un rato oliendo su pelo y su piel. Como si fuera un animalillo.
    Elena calla y escucha respetuosamente.
    -Cuando pienso en que ha estado solo desde que ha nacido se me abren las carnes. Mi hijito, ha estado solo en ese sitio, sin nadie que le diera un beso ni un abrazo de cariño… Cuando fuimos a por él estaba delgadito, sin color en la cara, era como una sombra gris entre las paredes de aquel orfanato… tenía las manitas frías y no había manera de calentárselas…

    Elena recordó la mirada triste de aquellos niños rapados al uno junto a la verja del orfanato y se consideró inmensamente afortunada. Ella no tuvo que abandonar a su hijo. Rosa siguió hablando.

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  11. -Tenía miedo hasta de salir a la calle. Al principio no quería ni comer, ni siquiera nos miraba a los ojos. ¿Sabes qué hice la primera noche, Elena? Dormir con él. Me lo dijo Miguel. Hasta a mí me sorprendió cuando me lo dijo… ve con él, es tu hijo y está solo, no puede pasar su primera noche en casa solo… me dijo… ¿a que es un hombre increíble? Y así, yo pasé la primera noche abrazando a mi hijo, hasta que nos dormimos los dos. Nunca lo hubiera imaginado de éste hombre…

    Elena coge la mano de su amiga, para confortarla.

    -Ahora ya está mucho mejor, come con más apetito, ¿sabes? . Cuando quiere algo me busca, me mira y me coge de la mano señalando. Ya me sonríe y me sigue por la casa allá donde vaya, no se me despega. Por las tardes se duerme la siesta abrazado a mí. Yo le beso y le acaricio mientras duerme. Quiero darle todo el cariño que le ha faltado estos años.
    Rosa se enjuga una lágrima.
    -¿Crees que hablará algún día, Elena? ¿Crees que mi hijo será algún día como el tuyo?
    -Sí mujer, ya verás como sí. Hay niños que no se arrancan a hablar hasta los tres años, y luego no hay quien les haga callar. Mira Santiago, aún no habla casi nada. Y tu hijo mejora por días, no hay más que verlo cada semana. Que gane peso y tenga buen color ya es buena seña.

    Rosa y Elena se quedan mirando a sus hijos. Parece que la influencia del amiguito es buena para el pequeño Antonio, que sigue a Santiago en todo lo que hace. Ahora los niños vuelven a traer piedrecitas junto a sus madres que amontonan en sendos montones, a la vez que sueltan una carcajada ellos solos y vuelven a las andadas. Santiago le dice cosas a su nuevo amigo con su lengua de trapo, y éste parece entenderlo. Ahora contesta al niño con un golpe de voz. Rosa lo mira.
    -LE viene muy bien que jueguen juntos, Rosa, mira, ya casi arranca a hablar. Ya sabes lo que te dijo Julián, aún es pronto, el niño irá poco a poco mejorando. Dale tiempo para adaptarse, y sobre todo, mucho cariño.
    Fue Julián el que hizo el primer reconocimiento a Antoñito. Estaba pálido y ojeroso. Este niño tiene que comer, pero sobre todo, tiene que alimentarse de otra cosa, cariño y afecto. Y así lo hizo Rosa.
    -Miguel es muy bueno, ¿sabes? No me dice nada cuando estoy con el niño, y me deja estar con él todo el tiempo que quiera…
    Elena abraza a su amiga. Sabe lo mucho que ha sufrido y ve en ella el reflejo de lo que tal vez pudo haber sido su destino de no haberse cruzado en su camino Doña Carmen y Julián. Ella podía muy bien haber sufrido el destino de Rosa, tan solo un hilo delgado de buena suerte separaba ambos caminos. LA vida era muy dura para una joven que se quedaba embarazada fuera del matrimonio.
    -Le conocí una noche…. En realidad era una noche como otras tantas. Había venido un grupo de clientes. Cuando vienen en grupo las chicas ya sabíamos lo que pasa, y estamos todas un poco resignadas. Yo salí a ver a quién tenía que aguantar esa noche…

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  12. CAPÍTULO 111

    El salón de la casa de tolerancia estaba lleno de humo de tabaco mientras las chicas servían copas en ropa interior, siempre bajo el vigilante ojo de la señora Madama, que asistía al espectáculo impertérrita desde un sofá ubicado discretamente en una esquina. De vez en cuando llamaba con una señal apenas perceptible a alguna de las chicas para indicar que la copa del señor calvo estaba vacía y debía llenarse, o que el de la corbata azul estaba hurgando en su chaqueta con el puro apagado en su boca, para que presto una de las chicas le acercara fuego al tiempo que ponía su escote a la vista del caballero.
    Pronto los insignes caballeros cerraron el trato, las copas se empezaban a vaciar a la misma velocidad a la que se llenaban, y la mezcla de juego y alcohol hizo su efecto. Los caballeros ya estaban más que pasados de rosca, cuando empezaron a elegir chicas y a subir a los cuartos de arriba. Rosa prefería que estuviesen bien borrachos, siempre que no vomitasen en su habitación, eso sí. Si estaban lo suficientemente borrachos, el asunto duraría menos y tal vez no se acordasen de nada al terminar. Unas palabras cariñosas de ella haciendo alusión a la hombría del cliente, y el interfecto se marcharían del cuartucho henchido como un pavo, orgulloso de haber cumplido como un buen ejemplar ibérico, para luego escucharlo desde el balcón bajando por la calle gritando bravuconadas.

    Rosa prefirió quedarse de las últimas. Tal vez se podría librar esa noche. Pero no fue así.
    -¡Anímate Mesa, que estás muy soso hoyyyyy, jajajaja!!!
    -Es que no le valen las chicas de aquí. Se las tendrán que traer de la calle Serrano, jajajaja
    El tal Mesa se encogió de hombros. Era el que menos había bebido de todos, y daba la impresión de que no tenía mucha gana de correrse la juerga colectiva con los hombres del Ministerio con quienes acababa de cerrar el trato: una partida de quesos machuegos. Pero al final tuvo que ceder, para que no le llamasen “sarasa”.
    -¡¡La de verde!! ¡Coge a la de verde, que lleva toda la tarde mirándote, jajaja!

    Rosa se resignó cuando la madame le hizo una seña y el señor Mesa se acercó a ella.
    -Vamos primor, que vas a pasar una noche como no la has pasado en tu vida…- le dijo mientras subían las escaleras, con el hastío de quien ha dicho cien veces la misma frase. La pareja se perdió en la oscuridad del pasillo mientras dejaban abajo las risotadas de los borrachos increpándoles.

    Al llegar al cuartucho, Rosa repetía mecánicamente las mismas frases de siempre, como un mantra que la evadía, mientras se despojaba de la bata y se quedaba en ropa interior delante del caballero.

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  13. CAPÍTULO 112.

    -¿Cuánto es?
    -Eso es abajo, con la patrona.
    El cliente le ofrecía a Rosa un billete mientras ella se volvía a colocar el pecho dentro de la ropa, y él se abrochaba la cremallera del pantalón. Se ve que había quedado satisfecho con el servicio.
    -Lo de la patrona ya lo sé. Esto es para ti mujer, para ti sola.
    LE volvió a ofrecer el billete. A Rosa no le tentó. El recibir dinero era algo que le humillaba más aún si cabe.
    -Las chicas no podemos coger dinero. Se lo tienes que dar a la patrona.
    El cliente percibió algo de miedo en la respuesta de Rosa. Tal vez la patrona sería temible si se enteraba de que las chicas cogían dinero a sus espaldas.
    -No se tiene porqué enterar nadie. Cógelo mujer, es que te lo quiero dar yo.
    -Oiga, no… es mejor que se lo dé a la patrona, ya le he dicho que yo no puedo cogerlo.
    El señor Mesa se resignó. Sacó su cigarro y lo prendió, para echar una larga calada.
    -Está bien. No te puedo obligar a cogerlo si no quieres.

    Rosa terminaba de vestirse. Quería que el cliente se marchara rápido para poder lavarse tranquilamente. Lo miró de reojo mientras terminaba de vestirse. Ya maduro, con una incipiente barriga y una ligera calvicie, Rosa observó que no lucía alianza en su dedo anular, ni marca alguna que le delatara como hombre casado. No se pudo quejar del trato: acostumbrada a las toscas maneras de otros clientes, éste podía decirse que había sido hasta delicado con ella. Rosa no había sentido ningún dolor y el hombre había esperado a que ella se relajara lo suficiente, cosa que Rosa tenía que hacer muy disimuladamente para no herir las hombrías susceptibles de la clientela. Los gemidos, que al principio fueron los mismos gemidos escandalosos y mecánicos de todas las noches, pronto bajaron en intensidad hasta convertirse en un suave suspiro que la sorprendió a ella misma. El terminó con una delicada caricia a ella le trajo lejanos recuerdos de tiempos felices, y que no supo muy bien cómo interpretar. No la besó. Ella no lo hubiera permitido. En éste oficio estaba permitido casi todo menos besar en la boca. Eso era para los amores de verdad, no para los de pago.

    -¿Llevas aquí mucho tiempo?
    -Ehh…- Rosa se empezó a incomodar ante las preguntas.
    -Quiero decir… si trabajas aquí o estás en más sitios.
    -Trabajo aquí. Puedes volver cuando quieras, te estaré esperando para ti solo.
    El descaro que fingía era una defensa más ante lo duro que era vender su cuerpo todas las noches.
    -Eres muy joven. ¿Llevas mucho tiempo aquí?
    -El suficiente.
    ¿Cómo te llamas?
    -Carmina- mintió-. Me puedes llamar Carmina.
    -Que tengas buena noche, Carmina.
    -Buenas noches a ti también. Vuelve cuando quieras.

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  14. CAPÍTULO 113

    A la semana siguiente el señor Mesa repitió.
    -Quiero a la misma chica del otro día, una que llevaba un vestido verde…
    -La Rosa… ¡llama a la Rosa!..
    Y a los cuatro días. Y al siguiente. Y luego tardó diez días en repetir.
    -He estado de viaje- dijo.
    -Llama a la Rosa…
    Rosa llegó a acostumbrarse a que la llamaran. Casi se podía decir que lo prefería a él a otros clientes. Éste al menos la trataba con más suavidad y modales, venía sobrio y olía a limpio. Rosa creyó una vez que se había lavado para venir. Y hasta se perfumaba y se ponía ropa limpia. Rosa no quería caer en la cuenta de que era el único cliente que no la trataba como a un cacho de carne. Hasta el resto de las chicas se daban cuenta y lo comentaban entre risitas:
    -¡A ese lo tienes en el bote, nena!
    -Si te lo montas bien, ese fulano te retira…
    -No digas tonterías, anda..

    Rosa no decía nada, y todas las noches esperaba que viniera el mismo hombre. Las noches que no venía y le tocaba entrar con otro cliente, se quedaba resignada. Cuando venía lo celebraba interiormente. Esa noche alguien la trataría mejor de lo que ella creía merecer en todo el tiempo que llevaba allí.
    -¿Cuánto tiempo llevas aquí?
    La pregunta de él la volvió a coger desprevenida. Hacía mucho que no le preguntaba por cosas personales. Al contrario que el primer día, en vez de contestarle con descaro o con evasivas, Rosa se abrió. Hacía mucho que no se comportaba de forma descarada con ese hombre.
    -Mucho… más del que yo quisiera.

    -¿Te gustaría salir de aquí algún día?
    -¿Y a quién no…?
    -¿No tienes familia?
    De nuevo otra pregunta personal. La muchacha bajó la cabeza y se sintió sonrojar. La familia… cuánto tiempo hacía que no sabía nada de ellos, desde que su padre la echó de casa y le dijo que era la deshonra de la familia.
    -Hace mucho que no los veo. Mucho.

    El señor Mesa siguió repitiendo visitas que eran cada vez más frecuentes, y cada vez tenían más tiempo de conversación y menos de cama. En una de las visitas no pasaron de ahí. Solo hablaron.
    -Estoy cansado, Carmina. Necesito que me abraces. Solo eso.

    El señor Mesa seguía llamando a Rosa por el único nombre que conocía de ella: el de faena. Rosa lo abrazó en la cama y permanecieron así el tiempo estipulado. Rosa pensaba que a ella también le hacían falta muchos abrazos, pero sinceros de verdad. Ambos se sorprendieron cuando se dieron cuenta de que estaban estrechamente aferrados el uno al otro. Sosegadamente, el señor Mesa se levantó de la cama para ponerse la chaqueta e irse.

    -Volveré mañana. ¿Estarás?
    -Claro. Te esperaré a ti solo.
    Rosa ya decía la misma frase mecánica de siempre, pero sin el tono descarado y soez de antaño. Incluso se arrepintió de haberle contestado así, como si fuera un cliente más.

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  15. Mañana es festivo en mi comunidad, así que no habrá capi. Hasta el Lunes!

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  16. CAPÍTULO 114:

    -Rosa, te busca tu hombre. Al parecer quiere un servicio especial. LA vieja está que trina.
    LA compañera de fatigas de Rosa le guiñó el ojo mientras le decía:
    -…que lo tienes en el bote, niña, que te va a sacar de aquí….
    -..¡quita…! no digas tonterías.
    -Que sí, que quiere salir a dar un paseo contigo y la vieja se lo está oliendo. Por eso no quiere dejarte salir. Le va a cobrar el doble, ya lo verás.
    Efectivamente, la madame era dura de pelar, pero una par de billetes extras hicieron maravillas. Rosa salió de aquellas añejas paredes tras vestirse de la manera más normal que podía para no llamar la atención, y puso los ojos como platos al comprobar que el señor Mesa le ofrecía el brazo para atravesar la calle.
    -Pero te va a ver la gente.
    -¿Y qué?
    -Pues que… van a hablar y…

    -¿Es que no tienes ganas de pasear?
    -Sí, pero…
    Rosa temía que se pudieran encontrar con algún antiguo cliente. Ella solo salía por el barrio, por las mañanas, para hacer la compra y poco más. Casi no conocía Madrid. El señor Mesa se dio cuenta del azoramiento de la muchacha.

    -Si quieres nos iremos a un sitio más tranquilo.

    El paseo tranquilo se prolongó casi hasta el anochecer. Rosa venía con los ojos brillantes y el gesto sereno. El cambio de aires y la brisa del parque le habían sentado fenomenal.
    -¿No vas a entrar? No creo que te cobre, si ya has pagado.
    -No. Volveré mañana. ¿Te gustaría dar otro paseo en otro momento?
    -¿Otro? ¿No quieres pasar dentro y..?
    Rosa se percató de que la estaba invitando a salir con él. Y no quería yacer con ella como pago, tan solo pasear. Como dos novios.
    -Volveré mañana. ¿Estarás?
    -Sí. Claro que estaré.

    Al entrar en el burdel, Rosa se vio rodeada por las chicas y asaeteada a preguntas.
    -¿Dónde te ha llevado? ¿Qué habéis hecho? ¿Te ha dicho algo? Chica… la vieja está que trina… a éste pavo lo tienes en el bote… éste te retira del todo, qué suerte vas a tener… ¿te ha regalado alguna sortija? ¿Algún brillante? De oro, las sortijas que sean de oro del bueno. Coge todo lo que te dé y no le digas que no a nada. Aprovéchate antes de que se lo piense mucho…

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  17. CAPÍTULO 115 :

    -Carmina, te quiero proponer una cosa. ¿Te gustaría venirte conmigo? Me refiero a salir de ahí, venirte conmigo para siempre.
    -¿qué….?
    La propuesta la hizo sentados en una mesa al aire libre, delante de una limonada ella, y una cerveza él. Rosa puso los ojos como platos. Se veía venir algo así, pero no de esa manera y tan directa. Se lo soltó así, sin más.
    -Por supuesto, nos casaríamos… siempre que tú quieras, claro.

    -Pero yo… yo soy una… yo trabajo en…. No soy una chica como las demás… yo soy una… ¿Por qué lo haces?
    -Porque creo que me he enamorado de ti. Porque cuando salgo de allí solo pienso en volver y me enciendo solo de imaginarte que estás con otros hombres. Porque quiero sacarte de allí y que seas feliz, Carmina. ¿No quieres serlo tú? ¿Quieres pasar el resto de tu vida ahí?
    Rosa no se había planteado el futuro, pero no se imaginaba a sí misma dentro de veinte años haciendo lo mismo. De hecho, en el burdel solo había chicas jóvenes, la más vieja tenía ya treinta y seis años. Y no quería terminar como las pobres señoras que pululaban en los portales de las calles adyacentes a la Gran Vía, con los labios repintados y los moños desvencijados, buscando desesperadamente un cliente para tener con qué llenar el puchero al día siguiente.

    -No me conoces. No sabes nada de mí y me estás proponiendo matrimonio. ¿Tú sabes lo que estás haciendo?
    -Dímelo tú.
    -No me llamo Carmina.
    -Eso ya lo sé.
    El señor Mesa se quedó mirándola, esperando que fuera ella la que diera el primer paso. Y También ella se lo soltó así, de sopetón.
    -Me llamo Rosa, Rosa Martínez.
    Rosa se quedó con la mirada al frente, mirando a un punto indefinido, mientras soltaba la mayor confesión sobre su vida después de tres años de mentiras y motes falsos. En su oficio nadie tenía pasado, ni familia a quién deshonrar.
    -Tengo veinte años y tengo dos hermanos pequeñas en un pueblo de Castilla. Un chico que era mi novio en el pueblo una noche me llevó a las eras. Solo fue una vez, solo lo hice una vez, pero me quedé embarazada, él me dejó y no quiso saber nada de mí ni del niño que venía en camino, y mi padre me echó de casa cuando se enteró. Vine a Madrid sola y sin nada, embarazada de cuatro meses. Encontré trabajo aquí, pero tuve que dejar al niño… y esa es mi vida. Ya me conoces. ¿De verdad quieres casarte conmigo?
    -¿Y el niño?- inquirió él. Rosa bajó la mirada. El recuerdo aún le dolía punzante.

    -No lo sé. Solo lo vi una vez cuando nació. Tenía un lunar debajo del labio, como yo- Rosa sonrió levemente-. Tuve suerte, a mí me dejaron darle un beso de despedida y luego se lo llevaron unas monjas. Me dijeron que lo llevarían a un buen sitio y le buscarían una buena familia, que le daría lo que yo no podría darle… Luego me dijeron que lo habían adoptado. Será lo mejor. Ahora mi niño podrá estudiar, y ser lo que él quiera…yo no hubiera podido darle una buena vida y yo no…

    LA voz de Rosa se quebró en su garganta al recordar el amargo episodio.
    -¿Dónde fue eso? ¿En qué hospital?
    -En el de San Patricio.
    Ambos se quedaron un rato en silencio, digiriendo las emociones contenidas.
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  18. El señor Mesa, “llámame Miguel, le dijo luego”, se fue y tardó casi tres semanas en volver a aparecer por allí. Rosa ya creía que había desaparecido para siempre al saber de su vida. “Otro que huía como un cobarde ante la responsabilidad de un compromiso” pensó. Estaba equivocada. Don Miguel volvía y más decidido que nunca.
    -Vamos a dar un paseo, Rosa. Hoy nos iremos a un sitio nuevo.

    Cogidos del brazo, la hizo tomar un taxi que se encaminó hacia una apartada casa con jardín y valla alta que había en el centro de Madrid. Era un orfanato. Las monjas cuidaban allí de unos veinte niños de hasta seis años. LA joven temblaba cuando les pasaron a una habitación. Al parecer, Don Miguel ya había estado allí preguntando antes, e iba sobre seguro.
    -Esperen aquí- les dijo la monja de la portería.
    Al rato bajó otra hermana con uno de los hospicianos. Un crío de poco más de dos años, muy delgado y pálido, con el pelo rapado y un babi de rayas puesto.
    -Rosa, las fechas coinciden y la partida de nacimiento está correcta. Lo he comprobado y he acudido a los contactos que tenía. Míralo bien. Creo que es él, Rosa. ¿Puede ser tu hijo?
    Rosa se agachó emocionada al ver que ese niño pálido tenía su lunar debajo del labio, y reconocer en esa criatura toda la cara de su hermano cuando era pequeña. No había duda. No lo había adoptado nadie. Ese era su hijo.

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  19. CAPÍTULO 116:

    Esa tarde, Rosa volvió a la casa de citas con el gesto demudado. Subió arriba a por sus cosas mientras el don Miguel iba directamente a hablar con la madame.
    Tuvo que pagarle una cantidad indeterminada por los días que iba a estar sin trabajar. Don Miguel no rechistó y sacó su billetera.
    Pronto se corrió la voz. Las chicas no paraban con sus grititos, mitad admiración, mitad envidia no tan sana. Rosa iba a salir de allí. ¿El precio? Para ellas no era para tanto, después de acostarse con varios hombres cada día, tenerlo que hacer con uno solo no era nada. Mil y un consejos le cayeron a la futura esposa de un hombre, en apariencia, respetable.

    -¡chica, lo has cazado! Eso sí que es suerte… ¡Joyas, que te compre joyas, que eso es pa’ti, pa’tó la vida! ¡Ten cuidao con estas cosas, que mira la Reme como acabó….!

    A Rosa se le pasó como un fogonazo el recuerdo de la Reme, otra compañera que estaba cuando ella llegó, y que marchó a las pocas semanas del brazo de un vejestorio que se había encaprichado de ella. Al poco le llegaron noticias no muy buenas: a la Reme la habían visto con el ojo morado alguna que otra vez, y pasaba largas temporadas sin salir de casa. Por salir de allí, había caído en otra trampa aún peor.
    -¡Qué bien, Rosa, vas a salir de aquí para siempre! ¿Estás nerviosa?
    A Rosa le asaltaban mil y una dudas. Apenas conocía nada de su futuro marido y ya le había dado el “sí quiero”. Rosa solo pensaba en una cosa: su hijo. LA carita delgada y macilenta de aquel niño pálido se la habían quedado clavadas. Rosa no tenía ninguna duda: lo sacaría de allí fuese como fuese. Su hijo no sería un niño de la inclusa. Aunque ella tuviese que aguantar malos tratos y bofetadas o lo que la vida le deparase. Rosa solo pensaba en su hijo, y qué no iba a hacer una madre por su hijo… Pensaba en los extraños vaivenes del destino y sus carambolas: a su hijo no lo habían adoptado y ahora ella tenía la oportunidad de poder recuperarlo. El tren de la vida volvía a pasar por su estación y no lo iba a dejar pasar. Haría lo que fuese.
    Don Miguel consiguió las partidas de bautismo de la parroquia de su pueblo. Poco después, se publicaron las amonestaciones en una humilde parroquia de barrio. Antes, Elena salió de la casa de citas con una exigua maleta, para alojarse en una residencia de monjas que había apalabrado su marido. Evidentemente, antes tuvo que dejar una buena cantidad de dinero en el bolsillo de la madame, “por los gastos ocasionados”. Pagó sin rechistar.

    La boda fue un viernes, a las ocho de la mañana. Elena vestida con una traje de chaqueta azul marino. Discreción por encima de todo. Solo unas pocas chicas con ella. Luego las invitó a un almuerzo y se despidieron para siempre, entre lágrimas y abrazos.

    Rosa entró en la casa de Don Miguel por primera vez. Un piso sencillo, que se mantenía limpio gracias a la portera que le hacía la colada y la limpieza. LA chica se extrañó de lo asustada que estaba, y de la sensación de falsa seguridad que le daba el burdel.

    Una semana. Una semana estuvieron haciendo uso de la vida de casados, hasta que el representante comercial volvió de nuevo al trabajo. Una semana en la que no le pegó ni agredió, pero que a Rosa se le hizo eterna, hasta que su marido llegó esa tarde diciendo:
    -¡Ya está! Vamos…

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  20. Y con el Libro de Familia en la mano, fueron a buscar a Antoñito Expósito, que ya figuraba como “Antonio Mesa Martínez” en los papeles de registro familiares. Al pequeño lo bajó sor Angélica, con un osito de peluche al que se aferraba en una mano y con un pequeño hatillo donde estaban sus pocos objetos familiares. Rosa le cogió de la manita, que sintió delgadita y fría, para acto seguido abrazarlo largamente mientras se emocionaba. Su hijo…. Rosa volvió a sentir el olor de su hijo pegado a ella, el que sintió cuando le dio el beso al nacer, y que reconocería entre mil niños que tuviera delante.
    -Vámonos, mi niño…
    Antoñito volvió la vista atrás haciendo un pequeño puchero, y se metió en el coche con su nueva familia, su familia.
    Esa noche, Antoñito se acostó en su nueva cama, con su madre junto a él acariciando su frente y llenándolo de besos emocionados, mientras al pequeño se le empezaban a calentar las manitas por primera vez en mucho tiempo.

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  21. CAPÍTULO 117:

    -¿Sabes?- Rosa cambió de conversación- He recibido carta de mi madre, desde el pueblo.
    Elena se alegró. Desde que su padre la echó de casa, Rosa había cortado el contacto con su familia y no sabía nada de ella. Su padre no quería saber nada de la hija, pero la madre y hermana se pusieron muy contentas cuando recibieron su carta, localizándola, contando que la vida le iba bien y que estaba casada y con su hijo. La parte de la casa de citas la había obviado. ¿Para qué contarla? Rosa borraba su pasado y reescribía su vida con cada folio que mandaba a su familia.
    -¿Sabes quién se ha muerto? La hija de los Vázquez de Castro, Guadalupe, sí, la mujer de Alejandro. De un mal parto. Dicen que le dijo el médico que no podía tener hijos, que si se quedaba embarazada su vida correría grave peligro, y así ha pasado. Al parecer se la tuvieron que llevar corriendo, estaba de muy pocos meses pero tenía mucha hemorragia, y no pudieron hacer nada por salvarla. Una pena, ¿Verdad? Era muy joven y se había casado bien. Pobre, era buena chica…
    Elena se quedó pensativa. Así que Alejandro, el novio que la dejó embarazada, ahora era viudo.
    -Y dicen las malas lenguas… que ahora se va a quedar sin nada. Sus padres recibían la hacienda de los abuelos, pero si no tiene descendencia dicen que harán el testamento para los otros hermanos, para sus primos. Por lo pronto dicen que él va a cambiar de trabajo. Que va a ocupar un alto cargo en nosequé sitio de gobernación.

    Elena se encogió de hombros. Eso a ella ni le iba ni le venía.
    -Bueno… es joven… se volverá a casar con otra que le pueda dar hijos y asunto arreglado. Volvamos a casa. Va siendo hora de cenar y hay que bañar a los niños.
    Las dos amigas cogieron a sus respectivos y enharinados retoños que se resistían a abandonar el lugar con lloriqueos, y salieron del parque rumbo a sus respectivas casas.


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  22. CAPÍTULO 118:

    -¿Has estado con el abogado?
    Elena preguntaba a su marido. Tras su detención, y tras guardar un tiempo prudencial, Julián había estado haciendo pesquisas legales por mediación de los Iniesta, sin llegar a nada claro.
    -¿Y qué te ha dicho? ¿Aún no saben por qué te detuvieron?
    Nada. Ni una razón lógica. Julián había sido detenido en una redada junto a más gente, pero no había ningún motivo para retenerle el tiempo que lo tuvieron.
    -Me ha dicho Álvaro que no es infrecuente que hagan eso. Detienen sin motivo, y te pasas en el calabozo el tiempo que ellos quieran.
    Elena le apretó el hombro.
    -¿Y qué más te ha dicho?
    -Bueno, no mucho más…
    -Julián, por favor… no me trates como si fuera una niña a la que tienes que proteger.
    -Poca cosa que no sepamos. Ya tengo antecedentes y me tienen fichado, así que si hubiera una próxima vez, tendría más problemas…
    Elena lo miró. Julián se exponía cada vez que volvía al Pozo a seguir haciendo lo de antes.
    -¡Vamos, Elena! ¡Sabes que no hago nada malo!
    -Sí, lo sé. Pero la cuestión es: ¿ellos lo saben?
    Julián había abandonado la consulta del Pozo un tiempo prudencial, para restablecerse él y restablecer la calma en aquel lugar, pero su conciencia y la voluntad pudieron más.
    -Hay gente que necesita ayuda, no tienen nada. Madres que paren solas sin asistencia, personas mayores que necesitan cuidados médicos… no se les puede dejar a su suerte, Elena.
    -Lo sé. Y te alabo por ello. Solo quiero que también pienses en tu familia. Nosotros también te necesitamos.
    -¿Nosotros?
    -Tu tía, Santiago, y yo.
    -Yo no haría nada que pudiera perjudicaros. Elena, yo te quiero.
    -Lo sé.
    Pese a las semanas transcurridas, Julián tenía esa espina clavada: a pesar de mantener relaciones plenas con su mujer, aún había algo que no lograba arrancarle, una confesión de amor espontánea. Todos los “te quiero” venían de él. Elena se limitaba a contestarle como siempre.
    -Yo también te quiero.
    LE había dado un tiempo, para que se acostumbrase a él, a su nueva situación. Y él se sentía contento. Elena se le entregaba cuando él la buscaba por las noches, contestaba sus besos y abrazos con otros igual de encendidos, pero la iniciativa seguía siendo suya. Elena nunca le había abrazado por cuenta propia, ni nunca le había dicho lo que él tantas veces le decía.
    -Ven….
    Como de costumbre, Elena respondió a la demanda de su marido, con un cariñoso abrazo. Tal vez Julián exigía demasiado de la situación y no podría esperar más que eso. Ya era demasiado que no tuviera su rechazo. Al fin y al cabo, el matrimonio había sido por conveniencia.
    -No quiero que te pase nada, ni que te expongas innecesariamente.
    -Ya lo hago, Elena, de verdad.
    -Prométemelo.
    Julián la abrazó poniendo la cabeza en su vientre, mientras Elena le abrazaba de pie. Cuando dudaba del amor de su mujer, Julián se sentía frágil.

    -No te puede pasar nada… promételo…
    Julián levantó la cabeza y la miró. Al menos le mostraba su preocupación por él. Tendría que contentarse con eso.

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  23. HOLA A TODAS!!!
    REtomo el relato. Siento la tardanza, espero que ya continuemos hasta el final. ESpero también que me entren los post, últimamente he tenido dificultad para ver los post publicados (y eso que soy la administradora del BLog).
    Muchas gracias a todas.

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  24. RESUMEN DE LO PUBLICADO:

    Elena llega a MAdrid embarazada de varios meses, tras haber sufrido los abusos del señorito del pueblo (Alejandro), y haber sido echada de casa por su padre.

    Tras mil y una peripecias y dificultades, Elena consigue entrar a trabajaral servicio de una señora, Doña Carmen, que la trata como a una hija. Con ella, Elena tiene a su hijo, Santiago, que nace prematuro pero logra salir adelante bajo los cuidados de su madre y Doña Carmen.

    Elena conoce también al sobrino de la señora, Julián, el médico que la cuidó en el hospital, y tras la sorpresa inicial poco a poco tiene cada vez más confianza con él.

    Llegan noticias del pueblo: el padre de Elena ha muerto. Elena acude a su entierro y allí su madre le revela que ese no es su verdadero padre. ÉSte, fue fusilado durante la guerra y reposa en una fosa anónima. LA madre de ELena tuvo que casarse con un militar nacional que la pretendía, sabiéndose ya embarazada.
    A los pocos meses, Elena consigue que su madre y su hermana vengan a la capital para servir de porteras en el msimo edificio donde ella vive con Doña Carmen y Julián, que se ha mudado al piso contiguo.

    Un día, Julián, que cada vez pasa más tiempo con ella, propone relaciones formales a la joven, pero ella, confundida, le rechaza.
    Poco después, se encuentran con Alejandro, su primer novio, que se ha casado con Guadalupe, la hija de otros terratenientes. Ante las dificultades de ella para tener hijos, Alejandro pretende que ELena les dé a SAntiago, para así poder criarlo en su familia. Elena se niega rotundamente, y accede a casarse con Julián para darle a su hijo un apellido y así poder mantenerlo a su lado. Se celebra una ceremonia rápida para un matrimonio de conveniencia y Elena se traslada a vivir a casa de Julián.

    Julián acude regularmente a ayudar como médico a un dispensario situado en el Pozo del Tío Raimundo, una de las zonas más deprimidas del Madrid de la época. En una redada policial, Julián es detenido y encarcelado. A los pocos días, y gracias a la mediación de los abogados, Julián es liberado aunque ya tendrá antecedentes para el resto de su vida.

    Elena no es insensible al cariño de su marido, y al fin deja de lado sus temores y consuma su matrimonio.

    Con el tiempo, Elena se reencuentra con su amiga Rosa, otra muchacha del pueblo a la que echaron de casa por quedarse embarazada y que tuvo menos suerte: Rosa entró a servir en un prostíbulo y tuvo que dar a su hijo en adopción al nacer. Ahora Rosa ha encontrado a un hombre que se ha enamorado de ella, se ha casado y ha encontrado a su hijo en una inclusa. El pequeño Antonio, con dos años, es adoptado por su madre verdadera y su ahora marido. Rosa y Elena retoman su amistad y salen juntas con frecuencia, acompañadas de sus respectivos hijos.

    Miriam, la hermana de ELena, se ha preparado el bachiller en una academia nocturna.

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  25. Septiembre de 1.957.

    -¿Qué tal os ha ido? ¿Habéis arreglado todo el papeleo?
    Miriam y Dolores, hermana y madre de Elena, volvían de la calle mientras Elena cuidaba la portería esa mañana. Las gestiones que habían hecho eran sumamente importantes.
    -Todo. Ya está- contesta Dolores orgullosa-. Vamos a tener una enfermera en la familia.
    -Mamaá…
    Miriam se ruboriza mientras se quita la rebeca y se pone su delantal de todas las mañanas. Tras el paso por una academia donde la joven sacó el Bachiller con excelentes notas, ha sido admitida en la Escuela de Enfermería, y ahora acaba de formalizar la correspondiente matrícula. Y de pagarla. Durante todos estos meses, Miriam ha ahorrado como una hormiguita cuanta peseta caía en sus manos. Adiós a los caprichos, adiós a las horchatas del sábado con las amigas de la academia, adiós a la ropa nueva. Y la joven iba incrementando su pequeño capital con cada colada que lavaba a las vecinas, cada cesto de plancha que subía a la vecina del cuarto, o cada falda que cortaba a la vecina del quinto y a sus hijas. Porque la joven manejaba con destreza la aguja y el hilo y no perdía tiempo ni puntada. Cuántas tardes de domino renunció a salir con sus amigas porque le quedaba un traje que montar, o una colada que restregar. Dolores, la madre, también sumó peseta a peseta para que una hija cumpliera su sueño, y a lo poquísimo que cobraban sabía sacarle todo el partido que le permitían sus escasos ingresos. Ni una horquilla se había comprado la mujer para consumo propio desde que pisó Madrid. Ni un capricho innecesario. Ni una media. Aquí todo se zurcía y todo se podía aprovechar. Al final, a Miriam le faltaban para juntar dos mil pesetas, que se las aportó sin dudar Julián en cuanto se enteró.

    -Se las devolveré en cuanto pueda, yo…
    -No te preocupes por eso...

    Y Miriam pensaba en cómo se podría organizar ese año. El horario de la facultad apenas le dejaba tiempo para ayudar en casa, pero era necesario seguir buscando dinero extra para la matrícula del siguiente curso. La muchacha tendría que hacer equilibrios entre los estudios y las obligaciones cotidianas. Le sabía mal dejar a su madre sola con todo el cargo de la portería. Entre las dos llevaban el asunto muy bien y los vecinos no tenían ninguna queja, y la joven temía que ahora la madre se viera desbordada y algún vecino intransigente se quejara de alguna falta.

    -No pasará nada. Aquí estoy yo.

    Elena también quería ayudar, aunque a veces poco podía hacer salvo controlar a Santiago, que ahora no paraba de correr por todos lados y estaba cada día más revoltoso. Julián también ayudaba en lo que podía, aunque la mitad del tiempo la pasaba en el Pozo. Allí cada vez le reclamaban más. Elena echaba en falta a su marido, aunque sabía que no podía hacer nada, era su trabajo, su pasión y su vida. Por las noches lo miraba vuelto de espaldas, y admiraba su cuerpo recortado entre las sábanas. A menudo sentía el deseo de abrazarle, de besarle y de acariciarle por toda su piel, pero algo la frenaba. ¿Qué iba a pensar Julián, que era una fresca? A menudo cuando dormían sentía el deseo de que su marido se despertara y la abrazara. Y aunque no se lo decía, había noches que lo deseaba con todas sus fuerzas.

    -Saldrá todo bien, ya veréis- animaba Dolores-. Y lo que no se pueda sacar éste año, se sacará en el siguiente.

    La buena mujer también había experimentado una gran transformación desde que quedó viuda y vino a Madrid. La unión de la familia había sido para ella un bálsamo que reconforta los sufrimientos del pasado. Enjuta y enlutada, ahora veía que podían salir adelante en Madrid y cada día daba las gracias a dios por ello, y al mismo tiempo que rogaba para que no les faltase de nada, mientras pasaba la mano por los rebeldes rizos rubios de su nieto.
    -Ay mi niño del alma, que eres toda la cara de tu abuelo- decía mientras se enjugaba una lágrima y Elena los miraba de reojo, para luego mirar la foto del abuelo Julián, el fusilado, del guardapelo que tenía. Solo ellas dos sabían el significado de eso.


    LA vida seguía en la calle Águila.

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  26. Se me olvidaba....
    DEDICADO A TXANE!!

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  27. CAPÍTULO 120:

    -¿Qué tal tu primer día?

    Elena, Santiago y Dolores aguardaban expectantes sentados en la mesa camilla de la portería, la vuelta de Miriam de la escuela de enfermeras. Era su primer día de clase. LA joven había acudido con su carpeta, sus lápices y todo lo que necesitaba. Afortunadamente, los libros que tenía que comprarse ya los tenía Julián, que se los cedió sin dudarlo. No estaba la familia para dispendios en libros, y era una pena que una joven con talento e inteligencia no pudiera prosperar por falta de recursos. Tan solo le quedaba una cosa: el delantal blanco de enfermeras y la bata, que Dolores en ese momento le estaba cosiendo sin descanso.
    -Bien, uff…. Somos todas chicas. Pronto empezaremos con las clases prácticas, además de las teóricas. Las haremos en el hospital.

    -¿Por qué no vais a la clínica de Julián?

    -Ahí no admiten a estudiantes. En este sí. Y acompañaremos a médicos de verdad, hoy hemos aprendido los nombres de los instrumentos del quirófano. Dame la cuchara, mamá, yo serviré la sopa. ¿Cómo se ha portado hoy mi sobrino? Ven aquí, bribón, que la tía te ha echado de menos…


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  28. CAPÍTULO 121:

    -Elena…
    -..dime….
    -te quiero decir una cosa…
    Las dos hermanas cosían ropa ajena a la luz del ventanal. Miriam era quien llevaba la voz cantante con el corte y el montaje, y Elena ayudaba con los hilvanes, dobladillos, cremalleras, etc…
    -He conocido un chico…
    -¿Quién?
    -Es médico en el hospital. Bueno, no, está en el último curso de Medicina, pero está ya haciendo prácticas, y cuando termine trabajará en la consulta de su padre.
    -aahhhh….
    -Me ha pedido salir esta tarde.

    Elena se previno. El chico seguramente sería de clase alta madrileña.
    -¿Y dónde habéis quedado?
    -Aquí, en esta calle.
    Elena se puso en guardia. No quería que su hermana se llevase una decepción.
    -¿Sabe él…. que vives aquí, en el entresuelo?
    -Sí, sabe que mi madre es viuda y es portera. Se lo conté nada más conocernos, si eso es lo que preguntas.

    Elena no quería ver repetida en su hermana su propia historia. Ya habían tenido bastante con una entrega de “chico rico que se aprovecha de joven pobre”.

    -Me tienes que ayudar con mamá. Seguro que va a hacer muchas preguntas.
    -¿Yo? ¿Y qué quieres que haga yo?
    -Pues eso… ayudarme. A lo mejor mamá me dice que no.
    -Miriam, yo no le voy a mentir a mamá. Si ella no te deja yo no…
    -No te digo que le mientas, solo que me ayudes. Anda, es mi primera cita, no vamos a hacer nada, solo vamos a dar un paseo y esto es Madrid.

    -----------------------------------
    Esa noche Elena lo consulta con su marido, delante del plato de sopa, en la tranquilidad de la casa.

    -Mi hermana ha conocido a un chico. Un futuro médico, tal vez conozcas a su familia.
    -¿Quién?
    -Viven en… dónde dijo… en el barrio de Salamanca, los Galvez-Puchol, creo.
    -¿Los Gálvez-Puchol? Son unos médicos con tradición, muy conocidos en Madrid. Y tienen un patrimonio bastante grande.
    -¿Te refieres a que son muy ricos?
    -Bueno, dicho así… pero eso no es nada malo.
    -Pero mi hermana no lo es. Mi hermana vive en una portería. Y lava coladas ajenas para costearse los estudios. Y ahora ha quedado con uno de ellos.
    -¿Y qué tiene de malo? ¿A qué tienes miedo, Elena?
    Elena se encogió de hombros. Tal vez Julián tenía razón y ella pecaba de pesimista. Al fin y al cabo, el que ella hubiese tenido mala suerte con Alejandro no quería decir que con Miriam tuviera que suceder lo mismo.
    -Nada. Tal vez tengas razón. Anda, vamos a dormir, ya es tarde.

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  29. Gracias por retomar el relato, María. Yo estoy ahora sin inspiración ninguna y no puedo castigaros con los míos, jajajajajaj
    Coincido contigo, dedicado a Txane a la que mando un abrazo enorme.

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  30. CAPÍTULO 122.

    -Buenos días, señora. ¿Vive aquí la señorita Miriam Gutiérrez?
    -Sí, es mi hermana. Espera.
    Elena aguantó la risa haciendo un mohín y se precipitó para adentro de la portería en busca de su madre.
    -¿Quién es?
    -Buscan a la niña…
    -¿Pero quién?
    -Un joven, y muy bien plantado…
    Miriam salió del baño como una exhalación dejando a su madre y hermana con la boca abierta.
    -Mamá, me voyyy…
    -¿A dónde vas?
    -A dar un paseo.
    -¿Con quién?
    -Con unas amigas de la Escuela.
    -Aaahhhhh….. ¿y ése chico que pregunta por ti en la puerta, también es otra de tus amigas de la escuela?
    -¿Cómo? ¿qué chico?
    -¡Miriammmmm! A mí no me engañes que soy tu madre. ¿A quién le has pedido permiso para salir con un chico?
    -¡Mamá!
    -¡Miriam!
    -Ejem, ejem….

    El carraspeo en la puerta les hizo volverse. El apuesto joven se había desprendido del sombrero y tocaba en la puerta con los nudillos. Era evidente que no era nada tímido.
    -Perdón señora, permítame que me presente. Soy Eduardo Gálvez-Puchol y vivo en la calle Salamanca. Soy compañero de Miriam, nos hemos conocido en el hospital.
    -¿Usted también es enfermero?
    -No señora, estoy terminando Medicina, y si Dios quiere, el año que viene ayudaré a mi padre en la consulta.

    -Ah.
    Dolores se quedó un poco escamada. Parecía un chico formal, pero presentarse con “vivo en la calle Salamanca y soy hijo de ….” le pareció un poco prepotente.
    -Quería pedirle su permiso de usted para dar un paseo con su hija.
    Dolores se levantó de la mesa y se dispuso a inspeccionar al pollo. Elena la miraba y Miriam contenía la respiración.
    -¿Y a dónde piensan ir, si se puede saber?
    -Por supuesto, señora. Iremos a la cafería de la calle Aguilera, y merendaremos allí.
    Tras pensárselo unos minutos que a Miriam le parecieron eternos, Dolores sentenció.
    -A las ocho aquí.
    -¡Mamá! Eso es muy poco tiempo para…
    -A las ocho aquí. He dicho.
    -Está bien.
    Miriam se recompuso y ambos jóvenes abandonaron la portería.
    -A sus pies, señora, encantad de conocerla…
    Dolores los miró alejarse juntos calle abajo. Su hija pequeña ya era otra mujer que empezaba a volar sola, aunque a una madre …
    -¿Tú lo sabías?- inquirió a Elena.
    -Me lo dijo ayer. No creo que pase nada por que salgan un rato, mamá. Parece un chico formal.
    Eso espero.
    Dolores se quedó pensativa. Bastante habían tenido ya con lo de Elena.

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  31. CAPÍTULO 123:

    -¿Qué hora es?
    -Las ocho y cinco.
    Dolores cose callada intentando disimular su nerviosismo. Elena está en la cocina haciendo un bizcocho mientras Santiago está entretenido, haciendo bolillas con un trozo de masa que le ha dado su madre para que no enrede más de la cuenta.
    -Estará al llegar, mamá. Ni siquiera es de noche.
    -LE dije a las ocho en punto.
    -Bueno… seguramente estará de camino.
    A las ocho y media de la tarde la puerta del portal se abre. Dolores levanta la cabeza de la labor. Queda mirando interminables cinco minutos hasta que la siente cerrar. Al poco aparece Miriam en la puerta del piso, con los ojos chispeantes y un poco acalorada.
    -¡Llegas más de media hora tarde!
    -Buenas tardes- intentó decir Miriam aparentando normalidad.
    -Querrás decir buenas noches. Es casi la hora de cenar.
    Dolores recogió la labor con el gesto grave y se dirigió a la cocina.
    -¿Pero yo qué he hecho ahora?- Miriam preguntaba por lo bajini a su hermana, encogiendo los hombros y haciéndose la buena.
    -Anda, vamos a la azotea. Te estaba esperando para que me ayudes a tender las sábanas antes de que oscurezca.

    -------------------
    Las dos hermanas extienden las sábanas con cuidado, mientras las van sujetando con pinzas. Elena está callada, mientras Miriam no para de intentar decir que no ha hecho nada.
    -No entiendo por qué mamá está tan enfadada. Es la primera vez que salgo con un chico, solo hemos ido a pasear, no he hecho nada malo.
    -Miriam, es normal que mamá se preocupe. Has llegado tarde. Pensaba que te había pasado algo.
    -¡Ya estamos con lo de siempre! ¡Ya no soy una niña!
    -Esto no es el pueblo donde nos conocíamos todos. Madrid es muy grande y tiene mucha gente, y a ese chico no lo conocemos de nada.
    -Pero yo sí que lo conozco. Es compañero de estudios, y su padre es médico y viven en la calle…
    -Sí, sí… ya sabemos dónde vive, pero eso no es garantía de nada. No lo conocemos y punto. Y mamá no quiere que llegues tarde.
    -¡No es para tanto!
    -Sí lo es, Miriam. Tú no conoces Madrid y la gente que puede haber en la calle, y te aseguro que sé bien de lo que hablo.
    Miriam se paró y dio la espalda. Estaba enfadada. Siempre la trataban como la niña chica, y ella ya pensaba que era una mujer. Elena quiso llevar la conversación por otros derroteros.

    -Bueno… ¿dónde habéis estado?
    -Pues tomando palomitas en el parque, no te joroba…
    -¡Miriam! ¡Ya está bien, hombre! Si estás enfadada porque mamá te va a regañar, no la tomes conmigo, que yo te estoy hablando bien.
    Miriam reconoció que se había pasado de borde.

    -Hemos estado dando un paseo, por el Retiro. Y luego hemos tomado una horchata. Como ves, nada que me pueda hacer daño, hermana.
    -Guárdate tu ironía para cuando la necesites, Miriam. Y no me contestes más así.
    -Pues tú no me trates como una cría pequeña.
    -Pues entonces deja de comportarte como una de ellas.
    -¡¡¡Jooooooo…..!!!!
    Miriam se volvió a enfadar, agarró la cesta y se fue a otro tendedero a estirar la ropa que quedaba. Elena terminó de tender en el suyo y tranquilamente, se dirigió al de su hermana a seguir tendiendo.

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  32. -¿Ah, eso es lo que queréis saber mamá y tú, no? ¿y qué vas a hacer cuando te conteste? ¿Ir con el recado a mamá?
    -Miriam, no seas infantil. ¿Te ha besado, sí o no?
    -No me he acostado con él si eso es lo que me preguntas, podéis estar tranquilas las dos… no voy a dejar que me pase lo que a ti…
    El bofetón de Elena resonó en la azotea mientras el viento agitaba las sábanas blancas entre las dos hermanas.
    -¡No vuelvas a decir eso nunca! ¿me oyes? ¡¡Nunca!!
    Miriam se llevó la mano a la mejilla dolorida, mientras se sentía llenar los ojos de lágrimas y su mejilla arder. No dijo nada, pero el temor se reflejó en su mirada ante el bofetón que acababa de recibir. Hacía ya más de dos años que no experimentaba ese temor.
    Elena se dio cuenta de lo que había hecho y se dolió.

    -perdona… lo siento… yo… no debería de haber…

    Elena se dio la vuelta y los sollozos nerviosos sacuden su cuerpo. Miriam también llora en silencio, frotándose la cara. No es su mejilla lo que más le duele en este momento. Bajó la mirada.
    -Perdóname tú, Elena. No te tenía que haber dicho eso.
    Las dos hermanas sienten el mismo temor ante lo que acaban de hacer la una con la otra. La sombra de su padre muerto es alargada. Miriam le ha hecho los mismos reproches que le escuchó mil veces hacerle a su padre cuando la echó de casa, y Elena ha hecho aquello que tanto abominó del ser que compartía lecho con su madre: contestar a bofetones.
    - Yo no tuve la culpa de quedarme embarazada… -musita.

    Elena llora en silencio mientras Miriam se acerca por detrás y la coge del brazo.
    - Yo también lo siento Elena. Perdóname, por favor.


    -No quiero que te pase lo que me pasó a mí… mírate… eres joven, eres inteligente, puedes sacar una carrera… ¿quieres echarlo todo por la borda porque un chico aprovechado te engañe y luego te deje tirada? Mira lo que me pasó a mí. ¿Crees que yo quería que pasara eso? Y a pesar de todo yo tuve suerte. ¿Sabes que es lo que les espera a las madres solteras y a sus hijos? ¿Sabes lo duro que es?

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  33. -Lo sé, hermana… lo sé… nosotras también lo pasamos mal cuando tú te fuiste… no sabes lo que pasó y como se puso papá después de tu marcha.
    Ambas hermanas se abrazan llorando en silencio. Elena recuerda el infierno que vivió cuando su padre la echó de casa, pero no se había parado a pensar en cómo pasaron aquellos momentos su madre y su hermana. Las voces y los puñetazos en la mesa se convirtieron en una constante en los días siguientes y las dos mujeres vivieron en un sinvivir.
    -Mamá dejó de hablarle y de mirarle a la cara, y él estaba cada vez más enfadado. Siempre hablaba a voces. Estuvimos muchos días sin salir de casa, Elena, y yo estaba con mucho miedo. Mamá se metía en mi cama a dormir conmigo, y luego entraba papá y la sacaba cogida de un brazo.
    Elena abrazaba a su hermana mientras lloraba.
    -… yo no tuve la culpa…
    -… y luego… papá se iba a la calle y nos dejaba encerradas en casa… estuvimos muchos días sin poder salir, decía que íbamos a ser la vergüenza del pueblo… hasta los recados de la tienda nos los tenían que traer porque no podíamos salir a la calle… y cuando volvía por la noche venía borracho, y nos gritaba…. Me decía que a mí no me iba a pasar, que ya se encargaría él de atarme en corto, y que la culpa la tenía mamá por no haberte sabido atar en corto a tiempo… tuvimos mucho miedo, Elena, mucho…

    Elena cerró los ojos. Le parecía estar escuchando las palabras hirientes de su padre como si lo tuviera delante.
    -ya está… ese hombre ya no está en el mundo Miriam… ya nos hará daño a ninguna… ya no tenemos que tener miedo nunca más…
    Las dos hermanas se fueron tranquilizando mientras una suave brisa otoñal se dejaba sentir en la azotea.
    -Lo siento. Perdóname.
    -Perdóname tú. No debí decir eso.
    Elena y Miriam se abrazaron en silencio.




    -Miriam, prométeme que no te vas a distraer nada. Que vas a estudiar y vas a sacar el curso.
    -Si… ningún chico va a hacer que me quite de estudiar. Ni aunque me pidiera matrimonio, eso tenlo por seguro. Aunque me case seguiré estudiando. Y tendré un trabajo y ganaré dinero por mi cuenta.
    -Claro.
    -Y tú prométeme una cosa, Elena.
    -Dime.
    -Prométeme que… prométeme que siempre estaremos juntas.
    -Pues claro.
    -No, pero yo lo digo de verdad. Juntas para siempre. Cuando no esté nadie más, que siempre estaremos la una con la otra.
    -Miriam, qué cosas dices… claro que estaremos juntas… somos hermanas.
    -Prométemelo.
    -Prometido. Y ahora vamos abajo, que mamá estará preocupada, y con razón.

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  34. CAPÍTULO 124 :

    -Uy…. Eres tú…. Si no te he oído entrar…
    Elena dio un repullo cuando su marido llegó por detrás y la abrazó por la cintura para besarle en el cuello, mientras ella estaba removiendo la sartén donde preparaba la cena para esa noche.
    -He querido darte una sorpresa, ven…
    Elena rió, mientras apagaba el fuego y retiraba la sartén.
    -¿Dónde está Santiago?
    -Se ha dormido muy temprano, así que verás esta noche, no vamos a pegar ojo.
    -Perfecto. Ven entonces….
    -jajajaa… espera… qué haces….
    -… podemos estar solos un rato…. -Julián entraba en el dormitorio con Elena prendida por la cintura-. Ven aquí…

    Elena se dejó besar hasta que le hizo detenerse.
    -espera un poco… yo…. Es que… esta noche no puedo…
    Julián se detuvo un poco en sus achuchones.

    -…es que hoy me ha venido la regla.
    Elena lo miró sin saber qué cara poner. No estaba acostumbrada a hablar de estas cosas con un hombre. Y era su primera regla como esposa de Julián.

    -¿Es la primera vez desde que nació Santiago, verdad?
    Elena asintió. Por un momento el semblante le cambió. No había vuelto a menstruar desde que Santiago nació. El niño, ya casi con dos años, cada vez tomaba menos pecho y comía más con los adultos y Elena lo notó en su cuerpo. Su semblante se entristeció un poco: Santiago iba creciendo y cada día se alejaba un poquito más de ella.
    -Bueno. Pues nada…
    Julián respiró hondo unas cuantas veces.
    -Lo siento.
    -No pasa nada.

    Elena se quedó esperando mientras su marido volvía del baño y ella servía la cena en la mesa. Sintió el beso cariñoso de Julián cuando volvió, para luego sentarse con ella en la mesa. Elena se sintió poner colorada.
    -Toma.
    Sirvió el plato de Julián mientras intentaba que no le viera la cara.
    -Tendremos que tener cuidado a partir de ahora.
    -¿Cuidado?
    -Sí. Cuando estemos juntos.
    -¿Por qué dices que hay que tener cuidado? No entiendo…
    -Pues para que no te quedes otra vez embarazada.
    -Ah.

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  35. Elena se puso más colorada todavía y sin saber qué cara poner. Julián notó su nerviosismo.
    -¿No?
    -¿Y cómo se tiene cuidado para eso?

    LA carcajada de Julián hizo que Elena se pusiera aún más nerviosa.
    -Bueno, debes anotar el día exacto en que tienes tu periodo. Te ayudaré a controlar las fechas. ¿No sabes hacerlo?
    Elena negó con la cabeza. Era evidente que Julián, como médico, sabía mucho más que ella como mujer.
    -¿Es que no quieres que me quede embarazada?
    El silencio súbito que se hizo entre los dos hizo que Elena se mordiera la lengua. Julián le contestó con otra pregunta.
    -¿Lo quieres tú?
    -Yo…. Si tú lo quieres…
    -¿Tú quieres tener otro hijo, Elena?
    -Yo…. La verdad es que no lo había pensado.

    Santiago absorbía todo el tiempo y los pensamientos de Elena, quien no se había planteado traer otro bebé al mundo. Pero ahora tenía marido y eran una familia. Y ya tenía que pensar por varios y no solo por ella.
    -¿Tú quieres? –Elena le volvió a preguntar. Tal vez sintió el temor de que Julián hiciese como Alejandro, y huyese ante la responsabilidad de un hijo.
    -Nada me haría más feliz, mi vida, pero siempre que tú también lo quieras- dijo él cogiéndole de la mano. Un gesto de alivio se dejó ver en el semblante de Elena.
    -A mí… también me … yo… quiero decir…. Que también me pondría contenta si yo… bueno…

    Elena se dio cuenta de que si llegase a quedar embarazada, su nuevo estado sería motivo de alegría, y no de temor y angustia y vergüenza, como su primer embarazo. Se llevó la mano a la barriga. Seguramente experimentaría el embarazo con alegría, como siempre había soñado al ver a una mujer anunciando la buena noticia, y ver a las demás vecinas darle la enhorabuena. Ya no sería madre soltera.
    -… que sí me gustaría tener niños contigo. Sí, me gustaría. Me gustaría mucho.
    Elena se sorprendió a sí misma en esas palabras que acababa de pronunciar. Tal vez porque se hacía plenamente consciente de la familia que ya formaba con su marido. Tal vez porque suponía la paz y el regocijo que toda chica sueña cuando piensa en que algún día será madre… sí, la idea de traer un hermano a Santiago le causaba una mezcla de sentimientos nuevos para ella.

    Elena y Julián se fueron a la cama mientras Santiago seguía roncando a pierna suelta en su cuna. Luego el niño se despertó a las seis de la mañana y puso en planta a toda la casa.
    Lo normal.

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  36. CAPÍTULO 125 :

    Diciembre de 1.957.

    -Hoy vendré un poco más tarde- le había dicho Julián al salir esa mañana-. No me esperes a comer. Cuando salga del hospital me iré al Pozo. Estos días ha enfermado mucha gente y tendré trabajo allí.
    -Ten cuidado- le dijo ella como todas las mañanas antes de salir. Se despidieron con un beso. –Te quiero mucho.
    Julián la oyó por primera vez decirle esas palabras que tanto ansiaba oír desde que se casaron. Sintió ganas de estrecharla entre sus brazos y decirle que él también y mucho. Elena se quedaba en casa tras unos días felices de los dos esposos, en los que la idea de que podían ser padres hacía en Elena un ánimo especial. De este modo, los dos esposos habían tenido una notable actividad conyugal en los últimos días. Julián la ayudó con el calendario, aunque no ayudó mucho el controlar las fechas. El periodo de Elena era irregular.

    -No te pasa nada, no te preocupes. Es por la lactancia. Mientras Santiago siga con el pecho, podrás estar así, tal vez no tengas periodo durante dos o tres meses, sin que ello signifique que estás en estado.
    -¿Y cómo sabré si estoy o no embarazada?
    -Bueno, imagino que tú misma notarás cosas, ¿no?
    Elena no supo qué contestar. Su madre, como mujer, le sirvió de más ayuda:
    - Si te quedas lo notarás enseguida porque te cambiará el sabor de la leche y el niño lo notará. Seguramente eso hará que se destete de una vez.

    Elena se quedó en casa como de costumbre. Primero fue a casa de su suegra a ayudarla un poco y luego cogió el niño y se bajó a la portería a ayudar a su madre. Ahora Miriam estaba en la facultad y las manos de la mujer no alcanzaban para toda la escalera. A Elena no se le caían los anillos por ayudarle a fregar los rellanos de los pisos altos mientras Santiago se quedaba con Doña Carmen y su madre fregaba abajo. A la hora de comer comió con su suegra, como hacían siempre.

    -¿Hoy no viene?
    -No, me ha dicho que no lo esperemos a comer. Y que vendrá tarde.
    La tarde pasó plomiza como el cielo gris que se estaba cerrando sobre Madrid. Seguramente habría tormenta esa noche. Dieron las ocho. Y luego las nueve.
    -¿Aún no ha llegado Julián?
    Elena miró el reloj. Seguramente estaría al caer.
    Las dos mujeres dieron de cenar al niño y esperaron con la cena en la olla. Las diez. Julián no llegaba.
    -Anda hija, vamos a cenar nosotras y luego se la calentaremos.
    Cenaron. Fregaron los platos y Elena se fue a casa a acostar al niño. Las once. Doña Carmen llamó a su puerta.

    -¿Aún no ha llegado? ¿Y no ha llamado nadie?
    Elena negó. Se estaba empezando a asustar. Eran casi las doce menos cinco cuando las mujeres, a punto ya de salir a preguntar en hospitales y comisarías, oyeron sonar el teléfono.
    -¡Dígame!
    -¿Elena? ¿Con quién hablo? ¿Eres Elena, la mujer de Julián?
    -Sí, soy yo. ¿Y Julián? ¿Qué ha pasado?
    -Elena, soy Álvaro Iniesta. Han detenido a Julián cuando volvía a casa. Está en los calabozos de la DGS.

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