sábado, 25 de mayo de 2013

"Al atardecer"

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Relato de María E.P.
Todos los derechos reservados.
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Iré colgando los capítulos con una frecuencia diaria, o cada dos días, de Lunes a Viernes.
Muchas gracias por seguir el relato.
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Capítulo 1.
Madrid.  Noviembre de 1.955.


-Buenos días señor… ¿Me podría dar un vaso de agua, por favor?
Pelayo se quedó mirando a la chica que le suplicaba, mientras terminaba de secar con un paño uno de los platos. Manolita se acercó al ver la escena y reaccionó rápido.
-Claro que sí. Yo la atiendo, suegro.
La chica cogió el vaso con sus manos delgadas y temblorosas  y lo acercó a los labios, apurando su contenido. Pelayo se alejó unos pasos al otro lado de la barra, e hizo como que no la miraba, mientras disimulaba secando un vaso que había cogido.

Era la primera vez que la veían. Delgada, pálida, ojerosa, sus ojos negros y profundos acentuaban su cara de niña. Vestía una falda larga de vuelo un poco arrugada, de color marrón. Los calcetines le quedaban un poco raros con sus alpargatas de esparto, que denotaban su origen rural. Debía de llevar poco tiempo en Madrid, pues esos zapatos no se veían en la capital desde hacía mucho, y menos en invierno. Tenía una camisa que le quedaba estrecha, y se cruzaba una escasa rebeca con la que trataba de paliar el frío de la mañana.
 La muchacha apuró el vaso y lo soltó encima de la barra.
-Muchas gracias- musitó sin levantar la vista.
-¡Espera!
La muchacha paró.
-Toma. ¿no quieres un vasito de leche calentita?
La joven no sabía qué decir.
-Anda, toma… hace mucho frío esta mañana, y un poco de leche siempre viene bien.
-Muchas gracias señora …no hace falta.
Manolita insistió. Lo poco que la había visto ya sabía de qué pie cojeaba.
-Anda, ven- insistió.
-Es que… he olvidado el monedero en casa y no puedo pagarle... Otro día, gracias…
-Pero mujer, si no te hace falta ningún monedero, si yo te invito… ¿no ves que nos ha sobrado leche del desayuno?  Y no vamos a tirarla, venga, siéntate en esta mesa y no se hable más, te voy a poner un cuenco con leche.

La muchacha no podía decir que no. No había probado bocado desde el día anterior. El hambre pudo más que ella y se dejó llevar. Manolita le sirvió un cuenco de leche con azúcar, además de una buena tostada con mantequilla y confitura.
-Come mujer, come… yo me voy a hacer mis faenas. Y no te preocupes por nada, invita la casa.
Manolita cogió con cariño el brazo de la muchacha, que hizo que a esta le brillaran los ojos. Hacía tiempo que nadie tenía una muestra de cariño con ella. El olor de la leche caliente y el pan recién hecho le acrecentó el apetito y en pocos segundos daba buena cuenta del desayuno que le había servido Manolita. Pelayo miraba desde la barra, haciéndose el distraído, mientras la observaba de arriba abajo.
-Suegro…- Manolita le llamó la atención. Pelayo cambió de postura.
-Muchísimas gracias, señora. Está muy bueno todo. Cuando pueda se lo pagaré.
-Que no, mujer, que no hace falta… que ya te he dicho que invita la casa…

A la muchacha se le humedecían los ojos, cosa que trataba de disimular. Todavía su orgullo podía con su hambre.
-¿Cómo te llamas?
-Elena.
-Eres muy guapa, Elena. Y muy joven.
-Gracias señora. Usted es muy buena cocinera, yo…
La muchacha cayó en la cuenta de que acababa de meter la pata. Llevaba varios días hurgando en la basura del Asturiano  cuando cerraban por las noches, con el consiguiente escamamiento de su sagaz propietario Pelayo,  y con ese comentario se había delatado. Rápidamente, se apresuró a arreglarlo.
-Dicen en la plaza que cocina muy bien.
Manolita sonrió.
-¿No eres de Madrid, verdad?
La muchacha dijo que no con la cabeza. Era evidente que había llegado hacía poco tiempo a la capital, aunque lo suficiente como para llevar en su semblante reflejados la dureza de las calamidades que seguramente estaba pasando.

-Yo… quería preguntarle… ¿usted sabe si alguien en este barrio necesita una chica para servir?
-Pues ahora mismo no caigo. ¿Lo dices por ti?
-Si  señora. Estoy buscando casas para servir, ¿sabe usted? Soy muy trabajadora y sé hacer todo lo que me mandan, de verdad. Ya he servido en otra casa y estaban contentos conmigo.
-Mira, si me entero de alguna te aviso, ¿te parece? Dime donde puedo localizarte.
-Yo…  no… déjelo señora, yo… me pasaré en unos días.
-Como quieras.
La muchacha se fue del establecimiento caminando pesadamente. Manolita la miró con tristeza.
-¿qué me dice, suegro?
Pelayo se encogió de hombros.
-Pobre chica. Lo está pasando mal.
-Se ve que acaba de llegar a Madrid y necesita ganarse la vida. ¿Por qué habrá venido a parar aquí?
Pelayo y Manolita se imaginaban, cada cual de una manera, de qué o de quién vendría huyendo la chica.
-Si vuelve a venir le insistiré para que coma.


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41 comentarios:

  1. CAPÍTULO 2.
    Cinco meses antes. Julio de 1.955. Villamulas del Campo (Toledo).

    La joven se detiene un momento en el umbral de su casa para recuperar el resuello. Lleva todo el día en el campo ayudando en la siega y está exhausta. Se recompone su sombrero y se arregla las arrugadas ropas llenas de polvo y sudor después de todo un día de faena. Elena tiene los antebrazos ligeramente bronceados por el sol de Julio, y las mejillas coloradas por el esfuerzo. Se arregla un poco su mata de pelo negro recogido en una coleta, y sacando su pañuelo se frota los ojos , oscuros como el azabache.
    Franquea la entrada y coge el botijo que hay colgando de una alcayata, dispuesta a darle un buen trago. El agua está fresca y la joven parece reverdecer mientras la bebe. La humilde casa de pueblo estaba en poco apartada de las demás, en la esquina de una calle que no terminaba en ninguna parte. Tan solo unos vecinos lindaban pared con pared en el patio. Elena termina de beber y cruza el zaguán, para rápidamente dirigirse a la pila y lavarse las manos con presteza. Sabe que aún no han acabado sus responsabilidades: tiene que ayudar a su madre a terminar de preparar la cena y poner la mesa para la familia. Su padre estaba al llegar y no quería retrasos en las comidas. La mesa debía de estar bien servida a su llegada.
    -Mamá..
    La mujer estaba de espaldas y no se volvió, mientras seguía agitando con gesto mecánico la olla puesta en la chimenea.
    -¿Ya te has lavado las manos?
    -Sí mamá. ¿Ha llegado ya la Miriam?
    -Aún no. La he mandado a comer con Consuelo.
    Elena preguntaba por su hermana pequeña, de diez años, ocho menor que ella. Y la respuesta de su madre solo podía significar una cosa. Elena se detuvo en seco y miró a su madre, que aún mantenía la cara escondida. En dos pasos se acercó hasta ella y le volvió la cara que le ocultaba. Aquella situación ya le era familiar.
    -Hija, no…
    El pómulo violáceo de la mujer no dejaba dudas. Otra vez.
    -Mamá, no puede ser…
    -Hija, ha sido un tropiezo, con la puerta del…
    -Mamá por favor, no me engañes otra vez. Más no.
    La mujer bajó la cabeza nuevamente, contrayendo su mandíbula.
    -¿Te crees que no nos damos cuenta de lo que te hace papá?
    -Hija, tu padre es bueno, es solo que…
    -Sí mama, Padre es bueno cuando está dormido en la cama.
    -…es que tiene muy mal beber..
    -¡pues que no beba!
    -¡hija! … por favor… ¿qué puedo hacer yo? Si soy su mujer…
    Elena calló. En el fondo se arrepintió de sus palabras. No podía añadir el reproche de la hija al dolor de su madre. Calló y se maldijo interiormente por haber sido tan dura con ella.
    -Esta tarde no me moveré de aquí- dijo.
    Elena había pensado ir a la verbena un rato después de cenar.
    -No hija, ve… es una fiesta de todo el pueblo y..
    -No iré
    -Si tenías muchas ganas… iban a ir los romeros y los….
    -Ya habrá otras verbenas, mamá…
    -no hija, sal y diviértete…

    -¿y por qué no vas tú?
    Qué pregunta. La señora Dolores hacía muchos años que no salía a las fiestas por orden expresa de su marido. De nuevo Elena se arrepintió del impulso.
    -Perdona mamá, perdóname… ven….
    Dolores sollozaba en el hombro de su hija.
    -Esta tarde me quedaré aquí. Y la hermana también. Nos quedaremos las tres y dormiremos juntas. Así si viene borracho estaremos las tres. No te hará nada con nosotras allí.
    Dolores asintió, aunque no sabía que podía ser peor, si recibir a su marido en caliente, o recibirlo en frío con la frustración encima ahogada por el alcohol. La mujer ya estaba acostumbrada a esas costumbres.

    La puerta del patio retumbó. Las dos mujeres se separaron como movidas por un resorte, y se pusieron a sus quehaceres como si nada pasara. La madre a mover la olla, y la hija a terminar de poner la mesa.
    El padre había entrado en la casa.

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  2. CAPÍTULO 3.
    Al día siguiente.

    Era media tarde. Elena y su madre cosían una sábana mientras Miriam, la hermana pequeña, pelaba los guisantes echándolos a una fuente en la otra esquina de la cocina. La calima del mes de Julio se hacía notar con toda su intensidad afuera en los campos amarillos, y hacía apetecer el refugio al fresco de los muros de las casas.
    -Es para tu ajuar, ya casi lo tienes terminado.
    Elena sonrió.
    -Hija, ¿de verdad que no vas a ir a la verbena?
    -No mamá, ya he dicho que nos vamos a quedar aquí.
    -Siquiera para sacar a tu hermana… que disfrute del día
    -No, he dicho que nos quedamos y no se hable más. Además, mira como ella no se ha quejado.
    Miriam pelaba los guisantes diligentemente como si esa actividad llenase completamente su existencia. Elena miró a su madre. A sus 37 años la mujer aparentaba más edad de la que tenía. Casada y madre muy joven, las penalidades del matrimonio se reflejaban en su cara dándole un rictus de amargura. Dolores miró a su hija mayor y cambiando el tono de la anterior conversación, le preguntó:
    -¿y tú?
    -¿yo, mamá?
    -Me han dicho que el otro día te vieron con un chico nuevo.
    Elena se puso colorada y bajó la cabeza, disimulando con el pespunte del paño de cocina.
    -Es Alejandro, el hijo de los Sáez. Ha terminado el curso en Madrid y acaba de llegar al pueblo, va a pasar sus vacaciones aquí.
    De sobra conocía su madre quién eran los Sáez. Una de las pocas familias con posibles que vivían en el pueblo. Pasaban los inviernos en la capital y se venían en verano, aunque se mezclaban poco en la vida de la localidad. De otro nivel y posición social, su hijo menor estudiaba Ingeniería en Madrid y estaba a punto de terminar sus estudios y colocarse en alguna de las empresas de su padre. Su madre temía esa incipiente relación de su hija con, lo que se suele decir, un “señorito de la capital”.

    -¿Es decente?
    -Sí, mamá.
    -¿Habéis hecho algo juntos?
    -Mamá… que solo dimos un paseo… y ni siquiera estábamos solos.
    -Pero os vio todo el pueblo. Si no, no me habrían venido a mí con la diligencia. Contéstame, ¿os habéis quedado solos alguna vez?
    -No, mamá.
    -Está bien. No te quedes sola con ese chico. Ni con ninguno. Que luego si te he visto no me acuerdo. Y ya sabes cómo son en la ciudad, y cómo son en este pueblo.
    -Mamá….
    -Y no lo conocemos de nada. Escucha… si te pide volver a salir, dile que primero se presente a tus padres.
    -¡Mamá! ¡Pero si solo somos amigos!
    -Nada. Si ese chico tiene buenas intenciones, es lo primero que tendría que haber hecho. Como se entere tu padre, verás…
    La madre bajó la voz y miró alrededor como si hubiera dicho algo malo.
    -Como quieras mamá. Pero no pasará nada. De verdad. Vamos a recoger esto, ya está terminado. Y vamos a cenar pronto. Quiero que nos acostemos temprano.
    La madre y las hijas se dispusieron a cenar. Unas calles más allá, en la plaza Mayor, todo el pueblo estaba inmerso en la verbena.

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  3. Leído los 3 primeros capítulos...pinta bien la cosa pero no para la madre de Elena.

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Muy bueno el capitulo, refleja muy bien la situación de muchas mujeres en su vida marital, son las verdaderas heroínas del silencio y sufrimiento..



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  6. Luego me acusas a mí de inventar personajes trágicos. Mucho me temo que me superes, María.

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  7. Gracias por vuestra acogida chicas.
    Porfa, si no os importa, poned las opiniones en la otra página, justo arriba, donde dice TUS OPINIONES. TXANE la ha encontrado a la primera, jajaja muy bien Txane!

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  8. CAPÍTULO 4.

    -¿Dónde te metiste anteayer? Estuve esperándote toda la noche.
    -Lo siento. Ya te he dicho que no pude venir. Mi madre no se encontraba bien ,se puso enferma y tuve que estar con ella.

    Elena lo miró. Joven, bien proporcionado, de cabellos dorados y ojos color miel, familia bien que vivía en Madrid, futuro ingeniero y heredero de las tierras de los padres… Lo que se solía decir, un “buen partido”, como comentaban las chicas del pueblo en los corrillos que hacían tras su llegada. Elena no podía evitar sentirse un poco halagada por haber sido la depositaria de la atención de ese chico. Lo tenía todo y la había elegido a ella. En parte se sentía halagada y en parte sentía que podía confiar en ese chico con el que aparentemente congeniaba. A ella también le hubiese gustado ir a la verbena, pero no hubiese estado tranquila dejando a su madre y a su hermana solas en casa. Esa noche la madre se acostó en la cama de las hijas. Cuando llegó el padre a las tantas de la madrugada estaba tan borracho que se tiró en su cama sin más, sin reparar en que su mujer no estaba allí. A la mañana siguiente la resaca le hizo exigir su presencia de manera fulminante.
    -¡¡¡¡Doloresssss!!!!
    Pero Dolores ya había pasado la noche a salvo, durmiendo entre sus dos hijas. Esa noche durmió tranquila por primera vez en mucho tiempo.

    -¿Dónde vamos ahora?
    -Vamos a dar una vuelta, ven….
    Alejandro la cogió de la mano. Elena se estremecía cada vez que notaba el contacto de su piel con la suya, y se preguntaba si eso era estar enamorada.
    -Pero no nos vayamos muy lejos, no quiero que…
    -No temas, mujer, que no muerdo, jaja…
    La risa despreocupada del joven la atraía hacia sí. Andando, andando de la mano, llegaron hasta el paraje de las dos encinas, casi sin darse cuenta.
    -Estamos muy lejos- dijo ella mirando alrededor, yo…
    -Ven aquí, mujer… ¿me quieres?
    El joven la atrajo hacia sí y la cogió despacio por la cintura, acercándose cada vez más.
    -Ya te he dicho que sí…
    -Pues demuéstramelo.
    Elena lo vio acercarse hasta que cerró los ojos para sentir el roce de sus labios con los suyos. Le pareció una eternidad sentir el sabor de su boca y el olor de su cuello junto a ella, hasta que se separaron. El seguía agarrándola por la cintura. Elena intentaba controlar su respiración acelerada e hizo amago de separarse, pero él la tenía fuertemente sujeta.
    -Yo… debo irme… yo, no…
    El joven aflojó su mano y Elena salió corriendo hacia su casa, sin mirar atrás.

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  9. CAPÍTULO 5.

    La joven caminaba arribó a su calle con paso ligero. El nerviosismo le daba alas a sus pies y tardó menos y nada en avistar la chimenea de su casa. Tenía la extraña sensación de que Alejandro estaba detrás así que ni se atrevía a mirar atrás.
    -(qué tonta soy…vamos Elena, no ha pasado nada)
    Antes de entrar en el pueblo, se paró a recomponerse un poco. Tenía la sensación de que llevaba lo sucedido escrito en la frente, y cualquiera que la viese se iba a dar cuenta de la experiencia que acababa de vivir. Llevó despacio la mano a sus labios, como buscando la sensación del roce de sus labios con los suyos. Rápidamente se la llevó abajo para restregarla en su falda, y sacudió su cabeza.
    -Bueno, venga… ya está…

    El portón de su casa estaba cerrado por dentro. Cosa extraña, pues su madre sabía que ella estaba fuera. Un extraño presentimiento la invadió. De repente un sonido llamó su atención.
    -¡¡Sssss!! Elena ven aquí
    La vecina le chistaba desde la ventana de al lado. Elena se apresuró a llegar a su puerta.
    -¡Doña Consuelo!
    -Pasa dentro, niña, rápido, será lo mejor.

    Elena obedeció y se tropezó con la figura de su hermana Miriam sentada en la silla de anea, que levantaba la cabeza mirándola, como preguntándose por qué estaba pasando de nuevo lo de siempre.
    A Elena s ele contrajo la cara en un rictus de rabia.
    -Consuelo, tengo que ir con mi madre- dijo dándose la vuelta.
    -¿Estás loca? –Consuelo la contuvo-. Aún está dentro.
    -Pues por eso.. déjeme ir Consuelo, ¿no ve que algún día la va a matar?
    -Niña, espera, espera….
    La robusta mujer contuvo a Elena por un breve momento.
    -Espera un poco… vamos a asomarnos por el patio a ver qué pasa.
    Elena no sabía qué hacer, si era mejor o peor salir y liarse a dar golpes a la puerta hasta casi echarla abajo. Contó hasta tres y siguió a la mujer escaleras arriba. Miriam subió detrás de las dos a una distancia prudencial, pendiente de todo lo que decían.
    Descorriendo con sumo cuidado el visillo de la ventana, intentaron atisbar la esquina de patio que se veía desde la casa de la vecina.
    -No se ve nada.. ¿oyes algo?
    -No…
    Un ruido seco se oyó al otro lado de la calle. Elena pegó un respingo y salió escaleras abajo. Su hermana salió detrás de ella.
    -Niña, espera….

    El portón estaba abierto sin ningún cuidado, y la espalda de su padre desaparecía por la esquina de la calle arriba. Elena entró como una exhalación.
    -¡¡MAMÁ!!
    Miró en la cocina sin éxito. Luego en el salón y en el patio. Enseguida subió escaleras arriba.
    En el dormitorio, agazapada entre la cama y la cómoda, estaba la mujer con un hilo de sangre brotándole del labio y la ceja amoratada, doblándose de dolor.
    -Vamos, mamá… ya ha pasado todo….te curaré… y esta noche volvemos a dormir las tres juntas…

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  10. Capítulo 6


    La casa llevaba unos días tranquila. Elena aún tenía la zozobra de los días anteriores, cuando el padre llegaba tarde y cenaba a solas sin apenas cruzar palabra con nadie se iba al dormitorio con su madre detrás. Las noches las pasaba en vela esperando oir cualquier sonido que la alertase, hasta que le sueño la vencía y por la mañana comprobaba con alivio que esa noche no había pasado nada. Como era costumbre en él, después de un fuerte arrebato, las cosas permanecían más tranquilas durante un tiempo, al menos, mientras Dolores tuviera las manchas violáceas marcándole la cara.
    -Hija, cuando le conocí era muy bueno… es que la bebida le hace hacer esas cosas..
    Elena callaba ante las justificaciones de su madre. Dolores llevaba una semana sin pisar la calle. Una semana en la que la cara se le volvió morada, para luego pasar al negro y al amarillento. Casi sin querer, Elena posó la vista en la caja de polvos matarratas que asomaba en el suelo, en la esquina de la alacena. La madre se dio cuenta y de inmediato la cogió de la cara, quitándola de esa vista.
    -Elena…. No mires ahí, hija….- y Elena sacudía la cabeza asustada por el pensamiento que se le había cruzado por la cabeza, al igual que se le habría pasado a su madre quién sabe cuantas veces.

    Ahora Elena había cogido la costumbre de acercarse al río algunas tardes. Casi sin proponérselo, él también aparecía. Los tímidos besos del principio pronto fueron cada vez más intensos, y la joven gustaba de esa sensación que le recorría cuando estaba con él, cuando hablaban juntos de cosas comunes y cuando el joven la acariciaba.
    -¿te vas a pasar por mi casa a recogerme?- le dijo un día.
    La joven recordaba las palabras de su madre. Si era un chico con buenas intenciones, debía de hacer las cosas como estaba mandado. Además, no creía que a su padre le hiciera la menor gracia saber que se veían sin haberle pedido permiso. No garantizaba que se lo diera, pero si se enteraba por terceras personas de que se veían a solas, no quería ni imaginarse lo que podía pasar.
    -Tal vez…
    -¿tal vez? Y eso que significa ¿mañana?
    -Aún es muy pronto, mujer… ¿no estás bien así?
    -Si, pero…
    -Ven.
    La llevó junto a un remanso que hacía el agua y formaba una leve oquedad en la roca.
    -Te quiero mucho, ¿Sabes? Mucho…. Pronto hablaré con tus padres. ¿tú crees que mi padre me dará permiso para salir contigo?
    La joven sonrió mientras el otro la besaba. Despacio, la inclinó sobre el suelo hasta tumbarla.
    -Espera….
    -Bésame… te quiero….
    Los besos se tornaban cada vez más encendidos. Elena se dejaba llevar pensando que nunca llegarían a resbalar hasta el final, hasta que sintió la mano del joven subiendo por su pierna y levantando la falda.
    -Espera…. No…
    -Ssss…..¿no me quieres?
    -Sí, pero no…
    -Ssssss…..-Alejandro le tapo la boca con un beso, mientras subía por su muslo, y con la otra mano le desabrochaba los botones de su camisa. Pronto empezó a besarle la piel del pecho, buscando el suavidad de su piel joven y tibia.
    Elena se sorprendía por la mezcla de emociones nuevas que le iban viniendo, de ña contradicción entre dejarse llevar e intentar protegerse, y se intentó recomponer antes de que fuera demasiado tarde. Sentía que se estaba resbalando por el borde de un precipicio.
    -Espera, no sigas….
    Elena notó como buscaba sus bragas y empezaba a bajárselas.
    -No…. No quiero seguir con esto, yo….
    -Ssssss…..
    Elena sintió como apretaba su peso contra ella para impedir sus movimientos, abriéndole más las piernas.
    -Te quiero- decía él-, … ¿no me quieres tú?…solo será un momento…
    -Si, pero espera, para….me estás haciendo daño….por favor….ayyyy… me estás haciendo daño, párate…
    -Ssssss…. Tranquila… no pasa nada… es normal que al principio te duela, se pasará ….
    -Que pares, te digo, por favor… me haces daño….

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  11. CApítulo 6....... continuación.



    Elena se notó como si fuese otra mujer que no era ella, no quería ser eso que estaba sintiendo, su fuerza, sus manos crispadas sobre su cuerpo y sus empujones torpes apretándose contra ella. En medio del daño que le causaba, le vino una bocanada de asco que tuvo que controlar. Al fin, paró y se echó a un lado en el suelo, entre resoplidos y jadeos. La joven se quedó quieta con la mirada perdida. Luego volvió la cabeza hacia el otro lado. No entendía muy bien que había pasado, pero eso no era lo que ella quería. Eso no podía ser estar enamorada. Una sensación de rabia hacia sí misma la invadió y le hizo empezar a llorar.
    Tras un lapso de tiempo que le pareció eterno, él se incorporó, abrochándose los pantalones.

    -¿cómo estás?

    Elena se aguantaba las ganas de llorar y la indignación sin querer mirarle a la cara. Él se inclinó a besarle en la mejilla.

    -Te quiero. Esta semana iré a hablar con tus padres, TE LO PROMETO.
    Semejante anuncio no le produjo ninguna alegría, ni siquiera ningún efecto en Elena. Al contrario. Por lo vago y falso que le sonó.

    -Me has hecho mucho daño, ¿sabes?

    Él le hizo una caricia para evitar volver a agacharse a besarla. Ella le rechazó y se dio la vuelta, llevándose las manos al vientre. Alejandro se levantó y la miró mientras se terminaba de abrochar los pantalones. Elena había juntado las piernas y se había dado la vuelta, en posición fetal.

    -Me tengo que ir….
    Ella no contestó.

    -Lávate cuando llegues a tu casa.

    Elena lo escuchó darse la vuelta y largarse. Se volvió a encoger aún más sobre sí misma y comenzó a sollozar.

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  12. CAPÍTULO 7:
    Era ya de noche cuando Elena traspasó el umbral de su casa. Mecánicamente, la joven cerró el portón por dentro. Seguramente su padre se iba a enfadar, y mucho, por la hora en que había venido. En el camino había intentado lavarse en el río, procurando que el agua fría disimulara sus lágrimas y la suciedad que se le había pegado en el cuerpo. Con sigilo entró en la cocina donde su madre la estaba esperando sentada en la mesa, a la media luz de la bombilla. Tuvo suerte. Esa noche su padre no estaba. Estaría en la tabernilla, como de costumbre.
    -Buenas noches, madre.
    -Estaba preocupada.
    -Lo siento, no sabía qué hora era y…
    Elena no quería mirar a la cara a su madre. Pensaba que s la miraba adivinaría lo que estaba pasando por su mente. No hizo falta.
    Su madre se acercó. La joven se apretó la mano al pecho. Se sentó en una silla disimulando el dolor.
    -¿de dónde vienes?
    Elena calló. Su madre la cogió de la mano.
    -¿Has estado con él?
    -Hemos estado paseando, solo paseando, de verdad…
    -Contéstame. ¿Has estado con él sí o no?
    Elena bajó la cabeza avergonzada.
    -Yo no quería, madre. Se lo prometo…
    -no puede ser…
    -Me ha dicho que va a venir mañana o pasado a hablar con vosotros..
    -¡ja! Pero como ha podido pasar esto…
    -De verdad mamá, dice que me quiere… y va a venir…
    La madre se puso a rebuscar en la alacena para sacar una palangana, varios trapos y la botella de vinagre.
    -¡ven aquí! No podemos perder tiempo antes de que venga tu padre. Menos mal que tu hermana se ha dormido hace una hora.
    Cogió a Elena de la mano y la metió en la despensa, cerrando la cortinilla.
    -¡Lávate! Vamos.
    -Pero el barreño está en…
    -Esto no es un baño de placer, Elena. Lávate por fuera, vamos, mientras voy a por la esponja.

    Elena se lavó como pudo acurrucada en una esquina con la palangana que había traído su madre. En el fondo agradeció el olor a jabón y deseó restregarse así por todo el cuerpo. Pronto lo hizo de manera compulsiva.

    Su madre llegó con su ropa de cama, con y otra palangana más pequeña. Echó un chorreón de vinagre y mojó la esponja mientras Elena se ponía el camisón.
    -Ahora te lavas con vinagre por fuera. Y luego te pones esta empoja empapada. Tienes que estar con ella toda la noche.
    -Escuece…
    -Y más que te escocerá como te haya dejado preñada…. Vamos hija…
    Con una mueca de asco y dolor, Elena hizo lo que le decía su madre. Luego se fue a la cama de su hermana y se metió entre las sábanas con ella. El vinagre le escocía por dentro, pero debía aguantar.

    Esa noche su madre le puso una vela al santo que tenían en la tarima de la entrada.
    -Por favor… que a mi niña no le pase nada…

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  13. CAPÍTULO 8:

    Los días pasaban lentos durante Junio. El calor abotargaba a las gentes, y las calles del pueblo estaban desiertas durante la tarde. Elena pasaba las tardescosiendo encerrada con su madre y su hermana Miriam. Después de aquello no se había vuelto a salir a la calle, y menos a pasarse por el río. Un funesto presentimiento la embargaba, que se vio confirmado cuando un día se sintió mal y vomitó. Los pechos de la joven pronto se le quedaron chicos debajo de las enaguas.
    -¿Cuánto hace que no manchas los paños?- le preguntó su madre. ¿Cuándo te tocaba mancharlos?
    -Hace dos semanas…
    Las dos mujeres tragaban saliva a la vez. Ambas sabían lo que eso significaba.
    -¿has vuelto a saber de él?
    Elena negaba con la cabeza.
    En vano estuvo esperándo su visita. En vano se asomaba a la reja de su cuarto con la ilusión de verle aparecer por la puerta vestido con la ropa de los domingos para pedir permiso en su casa. Nadie se pasó por allí, excepto su amiga, que le traía las noticias.
    -
    -
    -Debes hablar con él antes de que sea más tarde- le dijo su madre.
    -No viene.
    -Pues búscale tú.

    Esa mañana Elena se puso la ropa más amplia que encontró y la blusa con mangas. Últimamente tenía un sentido del pudor sobre acentuado, y más si pensaba que le iba a volver a ver. La chica tenía una sensación extraña, sabía que tenía que verle, pero no deseaba encontrarse con él.
    Cogió su bolso y con paso ligero se encaminó hacia la higuera donde solían encontrarse para dar una vuelta por el río. Nadie.
    Encaminó sus pasos de nuevo hacia el pueblo. AL pasar por la cantina tuvo un presentimiento. Se cerró la camisa y se asomó a la puerta, en ese sitio no solían entrar las mujeres. No se equivocó. Ahí estaba, jugando al dominó con otros.

    Se asomó y sus miradas se cruzaron.
    -Esperad un momento- dijo él.
    -Tengo que hablar contigo.
    -Luego mujer, ¿no ves que estoy jugando una partida?
    -Bien. Esperaré aquí fuera.
    Él se volvió para adentro y Elena se sentó en el tranco encalado junto a la puerta. Más de media hora tardó él en asomar por la puerta.
    -¿qué quieres?
    -¿Por qué no has venido a verme? Te he estado esperando…
    -Mujer… tenía otras cosas más importantes que hacer.
    -Demos una vuelta, por favor…
    Ella se puso en pie esperando que él la siguiera. Se notaba que estaba incómodo a su lado, y Elena estaba muerta de miedo ante su reacción.
    EL trayecto hasta la higuera se le hizo eterno, y el aire se cortaba entre los dos.
    -Tenemos que hablar, yo…. Estoy embarazada.
    -…...

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  14. -¿no vas a decir nada?
    -¿y qué quieres qué diga?
    ¿cómo que… el niño es tuyo,
    -¿mío? Eso no lo sé…
    -¿Quééé? Vamos a ver….

    Elena se sentó en la piedra. Su respiración era agitada.
    -Creía que me querías. Eso me dijiste cuando me hiciste….
    -Y te quiero, mujer, te quiero…
    -Pues entonces. Mira, lo que ha sucedido me asusta tanto como a ti, pero no podemos darle la espalda a esto. Una criatura está en camino, y…
    -¿y me la vas a endosar a mí?
    -¿quéee?-…¡es tu hijo!
    Elena no daba crédito a lo que estaba escuchando.

    -Debes hablar con mi padre, debemos casarnos cuanto antes.
    -¿casarnos? Pero tú estás loca…
    Yo tengo una carrera en Madrid, un futuro… ¿quieres que me case contigo? ¿pero qué te has creído? Pero por dios…. Si no tienes donde caerte muerta…
    Los improperios salían por su boca mientras daba vueltas, enfurecido.
    -Pues eso no pensabas hace un mes cuando…

    -Pero por dios, como nos vamos a casar… ¿tú te has mirado? ¿sabes bien quién eres? ¿sabes quién soy yo? Me queda un año para ser ingeniero… No tienes ni idea de lo que dices…

    -¡pero voy a tener a tu hijo! ¿cómo puedes decir eso?
    -¿mi hijo? Y quien me dice a mí que no te has acostado con medio pueblo. Si me pusiste las cosas de lo más fácil y…

    El bofetón de Elena resonó en su cara. Por un momento la rabia se encendió en su rostro. Elena se quedó sorprendida de lo que había hecho, y pronto empezó a temblar, mientras sollozaba presa de un ataque de nervios. Se sentó de nuevo en la piedra y se abrazó las rodillas, entre sollozos y espasmos.

    -Yo no quería… tú me llevaste al río y me dijiste que tenía que hacerlo… yo no quería, yo te dije que parases… y tú me dijiste que no pasaba nada…. Tú me dijiste que si éramos novios tenía que obedecerte… y eso fue lo que hice… yo no quería….
    -Escucha… yo no quiero hacerte una desgraciada… hay una mujer en el pueblo de al lado, junto a la casa del molino, que dicen que…
    -¿Eso es lo que quieres qué haga?

    -¿qué hay de todo lo que me decías? ¿y las cosas que me decías?
    -Jajajajajajajaja- la sonora carcajada del muchacho le dolió más aún que su indiferencia-. ¿Pero cómo me voy yo a casar contigo? ¿Tú estás loca o qué? …. Casarme con una de Villamulas, jajajajaja…. Sería el hazmerreir de Madrid….


    ------------------------------------------
    Ya anocheciendo, Elena volvió cabizbaja a su casa. Su madre la miró a los ojos y sin decirle nada ya supo lo que había pasado.
    -Madre, esta noche no tengo ganas de cenar. Discúlpeme, voy a irme a la cama, no me encuentro muy bien.
    La hermana pequeña le pasaba el brazo.
    -¿Elena, qué te pasa?
    -No es nada, es que no me encuentro muy bien, pero se me pasará. Duérmete…
    Le dio un beso en la frente y la cogió de la mano.
    Agazapada entre las sábanas, la joven ahogaba en la rabia sus sollozos.


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  15. CAPÍTULO 9 :

    -Te mueves mucho Elena, me despiertas…- le dice su hermana. El rayo de sol entra por la ventana y sorprende a Elena ya despierta, pálida y ojerosa. Lleva ya tres días que apenas duerme, y si lo hace, no para de dar vueltas en la cama.
    Su madre las mira de reojo mientras meriendan. Sabe que la preocupación ronda la mente de su hija, y la suya también. Ambas tienen miedo de verbalizarlas cosas, como si el no hablar de ello pudiera evitar la tormenta que presienten está a punto de pasar.
    En vano ha estado Elena esperando alguna señal. En vano ha preguntado a una amiga suya, una de sus pocas amigas que estaba al tanto de sus paseos con Alejandro si lo había visto últimamente. En vano Elena esperó todas las tardes a que hubiera recapacitado y sonara la aldaba de la puerta anunciando la llegada de alguien para hablar con sus padres. Nadie acudió a la casa.
    El portazo resuena en la cocina y hace levantar la cabeza de las tres mujeres. Las tres conocen que cuando la puerta cierra con ese golpe, no trae nada bueno, y a la madre y la hija el corazón se les encoge por acto reflejo cada vez que oyen ese portazo. El padre hace su aparición en la puerta.
    -Miriam, vete a tu cuarto.
    La niña se queda parada a medio merendar, sin saber qué hacer…
    -¡¡Obedece!!
    La niña pega un repullo tras el manotazo en la mesa de su padre, y sale corriendo a su dormitorio. Se oye cerrar la puerta y un silencio gélido se extiende por la habitación. Casi se puede cortar el aire. La madre tiembla por dentro por su hija. Esta vez no la ha mandado a ella también al dormitorio.
    -¿Sabes qué dicen en la taberna?
    Silencio.
    -¿Sabes qué dicen en la taberna? Alejandro, el de los Sáez, que dice que ha estado contigo en las eras, eso dice. Dice que le insinuaste. Todos los mozos estaban allí bebiendo y riéndose con él. Y dice más cosas.
    Elena sintió que se ponía colorada hasta la raíz del pelo.
    -Dice que estás preñada y que lo quieres cazar con eso.
    La madre cerró los ojos con desesperación. Lo inevitable ya estaba pasando. El nuevo puñetazo le hizo abrirlos.
    -¿es verdad eso?
    -yo….
    -¿ES VERDAD, SÍ O NO?
    Sin atreverse a levantar la vista del suelo, Elena asiente.
    -¡MALDITA SEA!
    -¡Padre, le juro que yo no….!
    -¡no me llames padre, CÁLLATE, ZORRA!
    -Yo no quería, padre, él me llevó allí y….
    -No sé ni cómo tienes el valor de hablar. No sé ni cómo tienes el valor de seguir en esta casa.
    La madre levanta la mirada con dureza.
    -¡A ella no! ¡No te atrevas a tocar a mi hija!
    -Padre, yo no…
    Dos bofetones cruzan su cara y le hacen caerse de la silla al suelo. Ella se frota la mejilla mientras las lágrimas empiezan a asomar sin control.
    -Vamos.

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  16. Ramón coge de un puñado a su mujer y la zarandea al intentar interponerse delante de Elena. El bofetón suena en su cara y la hace temblar, momento que aprovecha él para arrastrarla hasta el piso de arriba y encerrarla en el dormitorio con la hija pequeña, cerrando la puerta con llave y haciendo oídos sordos a los gritos de la mujer.

    -¡¡¡No te atrevas a tocarla, ella no ha hecho nada!!! ¡¡¡ELENAAAAA!!!!

    El padre la coge sin miramientos por el brazo y la levanta como un fardo.
    -Fuera de aquí. Eres de la sangre de tu madre, ya no mereces llevar los apellidos de mi familia. Has deshonrado a esta casa.

    -Nooooo…¡¡¡madreeeeee!!!!!

    EL padre saca a rastras a la hija cogida del brazo. Elena tiembla y a duras penas lo sigue. Llora y no sabe qué va a hacer con ella.

    -¡¡¡MADREEEEEE…. ayúdeme!!! -grita mientras salen por la puerta de la calle.
    Elena oye los gritos desgarrados de su madre y su hermana, y las oye golpear la puerta de la habitación y luego asomarse a la ventana inútilmente. En su desgracia intenta componerse mientras su padre tira de ella y se siente observada por miles de ojos tras las puertas y las ventanas de las calles por donde pasan. Solo lleva la ropa encima y los zapatos de esparto de siempre. Por momentos pierde la noción del tiempo y del lugar donde están. Están llegando al apeadero del tren y la caseta que hace de guarda…

    -Aquí te quedas.
    Elena se aprieta contra la pared. El padre se busca en los bolsillos y saca un par de billetes. Su padre se los tira encima.
    -Toma, ni esto te mereces. Mucho que te doy esto.
    -Padre, no…..

    El padre escupe sobre su hija y se da la vuelta.

    -¡¡No eres mi hija!! ¡No lo has sido nunca y ahora menos! ¡Búscate la vida en otro sitio!

    Elena se queda sollozando tendida en el suelo, acurrucada en una esquina del apeadero y llamando a su madre.

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  17. -------------------------------------------------

    La noche ha sido fresca y Elena se ha tenido que refugiar en un rellano, encogida en posición fetal, apretándose la rebeca que lleva puesta. La joven no ha parado de llorar en toda la noche y tiene los ojos enrojecidos e hinchados. La cara le escuece de tanto pasar lágrimas en sus mejillas. Elena ha estado pensando qué hacer. La vida en un sitio desconocido le da pavor, pero sabe que tras esto, la vida en el pueblo le va a ser imposible. No tiene más familia, su padre no la va a dejar entrar en casa. Podía quedarse en los alrededores y está segura que su madre se las ingeniaría para llevarle comida y ropa, pero qué pasaría luego, cuando viniera el niño… Además, si el padre la descubre le daría otra paliza.

    Con rabia, recoge el dinero que su padre le ha tirado. Ahora no está como para rechazarlo. Se lo mete en el bolsillo de su rebeca. Oye pasos.
    Tres personas han llegado a la estación y pasean esperando el tren. Pero una voz familiar la llama.
    -Ssshhhhh…. Elena… ¿¿¿estás ahí???

    Elena rompe a llorar, es Consuelo, la vecina de al lado.
    -Ay mi niña, pero qué desgracia te ha caído…
    Consuelo la acuna mientras ella se desahoga. Rápidamente, trae le da el hatillo que lleva.
    -Toma hija, que no llevas ni equipaje, desde luego este hombre no tiene ni humanidad…
    La vecina Consuelo le ha preparado un hatillo con una rebeca gruesa, un par de camisas y pañuelos y una manta. Elena observa que hay un par de mudas que le son familiares.

    -Tu madre me los ha pasado por la reja de la ventana. Me ha dado lo que ha podido.
    Elena lo coge.
    -Toma…
    La mujer se echa la mano al bolsillo y saca la medallita de oro que le ha podido deslizar la madre desde la ventana. Luego echa la mano al bolso y saca dinero.

    -Por favor, no…
    -No seas tonta hija, que lo vas a pasar muy duro. Acéptalo, no es mucho, pero al menos tendrás para apañarte mientras encuentras algo.
    Elena lo coge con los ojos enrojecidos. Las lágrimas le desbordan.

    La vecina se echa la mano al cuello y se quita su medalla de oro, de la Virgen del Carmen.
    -Por favor, cógelo. Esto te protegerá. Y te dará un buen dinero si lo empeñas.
    La vecina se lo pone en la mano y se lo cierra, para que no lo rechace.
    -Te he preparado un par de bocadillos para el camino, y un trozo de bizcocho, y…. un poco de agua en esta botella.

    Elena se le abraza agradecida, mientras solloza de forma incontrolada. El tren se divisa al fondo. Las personas de la estación empiezan a moverse. La vecina reacciona, no pueden perder tiempo.

    -Toma hija, no pierdas esta dirección.
    Elena coge el papel que le da.
    -Es donde vive la Juani, la que se fue el año pasado a la capital. Aunque dicen que se fue a aprender a coser, es mentira, estaba como tú. No sé que ha sido de ella, pero búscala.
    Consuelo la abraza y la besa. Elena llora irremediablemente al sentir la separación definitiva de aquello que conoce, el lugar en el que ha pasado su vida y del que va a ser arrancada de cuajo para no volver jamás.
    -¿Qué va a ser de mí ahora, Consuelo?...

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  18. La vecina le hace la señal de la cruz en la frente, mientras le da instrucciones y consejos.

    -Lo mejor que puedes hacer es ir a una casa de buena posición, una que busquen chicas para servir. Busca casas donde servir, Elena. Ten cuidado con la gente y no te fíes de nadie, que en Madrid hay mucho aprovechado y tú eres una niña sola.

    El tren ha llegado y los viajeros están terminando de cargar las maletas. Elena se da prisa en cerrar el nudo del hatillo. Se mete las medallas y el dinero en el sostén y se restriega la cara para secarse las lágrimas.

    -Vamos hija, ahora tienes que ser fuerte que nunca.
    Elena se despide con un último abrazo antes de subir al tren.

    -Cuide de mi madre, por favor. Y de mi hermana. Dígales que las quiero mucho y que no…
    La mujer la besa y le vuelve a hacer la señal de la cruz en la frente. Elena termina de subir. El tren arranca.

    -¡Que Dios te bendiga, hija!- exclama Consuelo desde el andén.

    Elena se acomoda en la parte de atrás del vagón. Tan solo diez pasajeros han subido ese día. Vuelve la cabeza atrás para ver a la vecina que le dice adiós con la mano y fija la mirada en la suya hasta quedar convertida en un punto en la lejanía.

    Elena continúa mirando hacia atrás hasta que la silueta del pueblo se pierde en la lejanía. Ha dejado de llorar y ahora mira hacia adelante.

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  19. CAPÍTULO 10:

    Elena abre los ojos con el último pitido del tren al entrar en la estación. Las casi cuatro horas de viaje sentada en el vagón de tercera se le hicieron más llevaderas cuando ahogó su rabia en el gusanillo del hambre, y empezó a roer uno de los bizcochos que le había preparado la mujer. Con el estómago más templado, se fue quedando amodorrada con el hatillo aferrado en sus rodillas. Su madre le había conseguido dar cuatro o cinco mudas, varias camisas (todas las que había en el cuarto), una falda de vuelo, unos leotardos de su hermana, que seguramente le quedarían pequeños, y una toquilla. También arrancó la manta de la cama que estaba cuidadosamente doblada en el hatillo, así como sus dos camisones. Elena asomó lágrimas ante el futuro tan incierto que se le avecinaba.

    -¡¡MADRID!!

    El revisor anunció la llegada a la estación de Atocha, y los viajeros se apresuraron a salir. Elena puso el pie en tierra, un poco mareada ante la falta de costumbre. Solo recordaba una vez ese viaje, hacía varios años, con sus padres… ahora lo hacía ella sola y la estación se le antojaba como un decorado de ciencia-ficción. Parada en el andén sin saber qué hacer, recibió un par de empujones.

    -Perdón…
    -Niña, a ver si te quitas, que estás en medio…

    Elena salió despacio de la estación. Se sentía como una hormiga asfixiada en mitad de la nada. La ciudad de Madrid era inmensa.
    Tras un lapso de tiempo indefinido en el que simplemente se dejó llevar donde sus pies querían, Elena se sentó en un banco y acertó a sacar el papel que le había dado Consuelo, con la dirección de Juana. La Juani, otra chica como ella que un buen día cogió otro tren para venirse a servir a la capital, y nunca más se supo. Elena la leyó: Calle Atocha, número….

    Durante casi toda la mañana, Madrid fue testigo de una niña perdida, que andaba con un hatillo en un brazo y un papel arrugado en el otro, con zapatillas de esparto y falda de algodón basto, preguntándole a los viandantes por la calle Atocha. Al mediodía, con la rebeca y la mano y casi exhausta, Elena llegó a la dirección marcaba el papel.

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  20. CAPÍTULO 11:

    -¡¡PAM PAM PAM…!!
    La aldaba de hierro sonaba pesada en la puerta. Una mujer menuda respondió al otro lado de la mirilla con voz áspera.
    -¿¿quién??
    -Soy… me llamo Elena… busco a una amiga mía, me han dicho que vive aquí.
    La puerta se abrió. La mujer ni se inmutó al ver a la niña.
    -A quién buscas. Cómo se llama tu amiga.
    -Juani… Juana González.
    -¡¡Ja jajajajajajaja!!

    La escandalosa carcajada de la mujer a Elena le pareció hasta obscena.
    -Si… ánde estará ahora esa….- dijo mientras cerraba la puerta dejando a Elena petrificada.
    Primera decepción. Primera derrota. Pero Elena volvió a insistir y empuño de nuevo la aldaba.
    Ni caso.

    De nuevo insistió. Los pasos pasados se oyeron arrastrándose por el pasillo.
    -Mira niña, esa que dices ya no vive aquí, haz el favor de largarte o te desalojo yo de un escobazo.
    -Por favor…. Sólo quiero saber dónde está…
    -¿y yo qué sé? Fuera, fuera….

    Elena apretó el labio para no llorar de impotencia. Hacía más de dos años que la Juani había dejado el pueblo. Seguramente viviría en otro sitio, pero … ¿dónde? Su única referencia en Madrid se había volatilizado.
    Elena se dio la vuelta y empezó a andar por la calle, sin rumbo fijo. Estaba cansada. La noche en vela y el viaje hacían mella en ella. Eran casi las dos. Se sentó en un tranco que vio en una bocacalle de la esquina y se sacó uno de los cuatro bocadillos que Encarna le había preparado. EL otro se lo había comido a media mañana. Aún le quedaban dos.
    Reconfortada por el pan y el queso, la muchacha se detuvo en una fuente a beber agua. Entonces vio a la mujer que vendía peladillas. Quizás ella supiera algo.

    -Ah, si, una chica joven… hace mucho, casi ni la recuerdo… pregúntale al de la vaquería, allí en….
    Obediente, Elena se encaminó a todos los sitios donde la mandaban.
    -Hace mucho que no…. Por esta calle pasa mucha gente… pregunta en la tienda de ultramarinos…
    Elena ya estaba cansada de dar bandazos.
    -Ah, si… la Juani, le gustaban mucho los altramuces…
    -¡Sí, esa!
    -Pero hace muuucho que se fue de aquí… se “mudó” a otro barrio de más postín, jajaja
    -¿qué quiere decir?

    La mirada pícara del carnicero le escamaba.
    -Mira hija, yo no digo nada, pero esa chica ya no pasa por este barrio, y mejor ni la busques.
    -No, por favor, señor, tengo que encontrarla. Es muy urgente que la vea...
    -Tú verás. Pasa por la calle … allí te darán razón de ella.
    Elena dio las gracias, se acomodó el hatillo de nuevo en el brazo, y continuó su camino.

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  21. CAPÍTULO 12:

    Eran más de las tres cuando Elena arribó a la calle que le habían señalado. El bocadillo ya se le había bajado por el estómago, y Elena sentía el pinchazo del hambre de nuevo. Solo le quedaban dos bocadillos y un bizcocho, y mucho día por delante. Mejor esperar.

    -¿Oiga por favor, me puede decir si conoce a Juana González? La estoy buscando.
    -Ni idea. Pregunta a esa que está ahí apoyada.

    Elena ya empezaba a estar cansada de dar bandazos.
    -¿Juana qué? No, en esta calle no hay ninguna Juana.
    Otra vez… La desesperación empezaba a hacer mella en Elena.
    -Juana, de Villamulas del Campo …

    -Oye, aquí nadie sabe de dónde es cada cual, y así es mejor, créeme, jajajaja

    Elena se apoyó en la pared mirando a la nada, cabizbaja. Estaba sola, sola en la inmensidad de Madrid que se la estaba tragando.
    Un balcón se abrió y alguien salió a sacudir una almohada. No podía ser. Era ella.

    Elena corrió hacia el portal y pegó tres aldabonazos. No tardaron en abrir.

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  22. CAPÍTULO 13:

    La mirilla se entreabrió y se quedó un rato abierta mientras unos ojos desde dentro inspeccionaban a Elena. La puerta se abrió con sequedad.
    -Bunas tardes… me llamo Elena, y busco a Juana, sé que vive aquí.
    -¿Qué quieres de ella? ¿Para qué la buscas?
    -Soy una amiga suya del pueblo, quiero verla.
    La puerta se cerró para quitar la cadena y abrirse del todo.
    -Pasa.

    Elena obedeció. Su cuerpo agradeció el fresco del patio de entrada y la sombra.
    -Espérate ahí.
    Elena se sentó donde le indicaron. No tardó en aparecer…
    -¡¡Elena, dios mío!!
    Las dos mujeres se abrazaron, después de casi dos años sin saber la una de la otra.
    -Mi padre me echó de casa.

    Juana tocó con su mano la tripa aún plana de Elena.
    -¿No me digas que…?
    Elena asintió.
    -¿Quién es el padre?
    -Qué más da eso ahora…

    Las dos niñas se quedaron en silencio. Ambas habían llegado a Madrid en iguales condiciones. Juana hacía casi dos años. Elena lo acababa de hacer. Seguramente estaban pensando lo mismo la una de la otra: la una reconociéndose en la otra.
    -¿Cuándo has llegado a Madrid?
    -Hace unas horas, esta mañana. Cogí el autobús. Bueno… mi padre me…
    Elena se mordió el labio.
    -¿Qué vas a hacer?
    -No lo sé Juana. No tengo dónde ir, no sé qué hacer, no tengo nada…
    A Elena le brillaban los ojos. Aún le costaba hacerse la idea del brusco cambio que le había dado la vida.
    -Ayúdame, por favor…- musitó.
    Juana la miró.
    -¿Te quieres quedar a trabajar aquí?
    Elena la miró con ojos como platos.
    -¿Tú…?
    Su amiga asintió.

    -Qué más da… al final todo es igual… te tumbas, cierras los ojos y piensas en otra cosa. Entré a servir en varias casas, pero me echaron al ver mi embarazo. Luego tuve al niño y…
    Juana hacía pausas mientras hablaba, despacio.
    -¿ves todos estos que vienen aquí? Pues son señores felizmente casados con sus respetables esposas. Ellas creen que les son fieles. Si ellas supieran… jajajajs…. Al fin y al cabo, ¿qué hacemos? Cuantas mujeres hay que se han casado por dinero, por posición social… ellas no son más dignas que yo… no son dignas que cualquiera de las que estamos aquí trabajando…. y…aquí no se está tan mal. Ganas más y lo único que tienes que hacer es decir que sí a todo y cerrar los ojos, ya está….
    -¿Y el niño?

    El largo silencio le dijo a Elena que su amiga aún tenía la herida abierta de la separación.
    -Mi hijo… nunca olvidaré el día que traje a mi hijo al mundo… ¿Sabes? Los médicos me dejaron sola pensando que aún era el momento, y cuando estaba sola mi hijo salió. Lo pude tener en brazos unos minutos… puede olerle y tocarle su carita…era tan pequeño… tenía un pequeño lunar encima del labio, como yo…. –Juana sonrió al acordarse de ese detalle-. Pensé que seguramente lo podría reconocer por la calle, cuando se hiciese grande. Hice lo mejor para él, ¿sabes?… yo no podía darle nada… ahora tendrá una familia de posición, y tendrá estudios… Una mujer sola y soltera es una desgracia, Elena, no tiene nada qué hacer. No le dan trabajo, la echan de todos los sitios. No me juzgues, tal vez tú termines haciendo lo mismo.
    -No estoy en condiciones de juzgar a nadie, Juana, y menos a tí.
    Las dos amigas se abrazaron en silencio. Dos niñas convertidas en adultas a fuerza de golpes de la vida.

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  23. -Me han dicho que busque casas para servir.

    -Sí. Empieza por ahí. Ve a la calle Serrano, al barrio de Salamanca. Tienes que ir a sitios de gente de postín, para que te puedan tener de interna en su casa. Te pagan poco, pero al menos tienes techo y comida. Toma, te daré un par de direcciones para que preguntes si necesitan sirvienta. No se te ocurra decir que estás embarazada.

    Juana se fue a por papel y lápiz para escribir las direcciones.
    -¿y qué haré cuando se me note?

    -Bueno, espero que entonces te hayas convertido en una sirvienta imprescindible para la casa, y tal vez se apiaden de ti y te dejen estar con ellos. O tal vez no, y te echen, como me hicieron a mí. Por eso, intenta aguantar todo lo que puedas. ¿Tienes mareos?

    -No.
    -¿Y ganas de vomitar?
    -A veces, por las mañanas.
    -Pues que no se den cuenta. Ahora me tengo que ir, ya sabes, tengo que trabajar.

    Las dos amigas se abrazaron.
    -¡Mucha suerte, Elena!

    Juana vio alejarse a Elena por la calle abajo. Así legó ella a Madrid hacía ahora exactamente un año y cuatro meses.

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  24. CAPÍTULO 14:


    -¿Cómo has dicho que te llamas?
    -Elena. Elena Molina Pérez, para servirle.
    La señora de la casa la miró por encima de sus gafas.
    -A ver, las manos.
    Elena se sintió como un caballo en la feria de ganado, al enseñar sus manos y uñas limpias. Se había alojado en un hostal no muy caro en una pequeña callejuela, y se había dedicado a patearse todas las fincas, porterías y tiendas de las calles del centro, preguntando si necesitaban chica interna para servir. No le fue mal. Justo a los siete días, cuando terminaba la semana por adelantado que había pagado, le dieron la dirección de un piso muy señorial yn un edificio muy elegante.

    -No están mal. ¿De dónde vienes?
    -De Villamulas del Campo, señora-. “Llámale siempre señora”, le había dicho Juana.
    -¿Tienes referencias?
    -No señora, es mi primer trabajo, acabo de llegar a Madrid.
    -¿Y se puede saber por qué estás en Madrid?
    Elena bajó la cabeza más todavía. Ahora le tocaba mentir.
    -Hace falta dinero en casa, señora. La vida en el pueblo es dura y yo era una boca más.
    La señora pareció quedarse convencida con la explicación.

    -¿Sabes guisar?
    -Sí señora.
    -¿Y limpiar?
    -Si señora, por supuesto, todo lo que usted quiera.
    La señora de la casa se quedó contemplándola de arriba a abajo, como quien examina una mercancía a punto de ser adquirida.
    -Supongo que sabes las condiciones. Tienes cuarto y comida. Quiero las comidas puntuales y la casa limpia. A ver si te queda bien el uniforme de la antigua criada…

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  25. CAPÍTULO 15:


    Elena no tardó en acostumbrarse a la rígida disciplina de aquella casa. El marido militar, la señora de orden. Las comidas puntuales y ropa de plancha impecable. Por la mañana debía levantarse antes que todos e ir a la vaquería para servir la leche fresca en e l desayuno, después de hervirla, y tras haber aguantado tres ataques de naúseas y haber picoteado algo para no caerse al suelo. Luego turno de limpieza general de toda la casa, compra en el mercado, y preparar la comida. Los lunes colada y los miércoles plancha. Los jueves y domingos la señora recibía las visitas y todo debía estar impecable. Después de comer fregaba, servía el café, y estaba preparada para cuanto dispusieran los señores. Mientras, hacía cosas como bruñir los metales, limpiar la plata, etc… Por supuesto, la cocina como una patena. Cuando llegaba la noche, tras recoger la cena y fregar, Elena se lavaba en una jofaina y se metía en la cama harta de trabajar. Los Lunes por la tarde libraba. Las uñas cortadas, el pelo recogido, cofia y uniforme planchado.

    Elena pronto se hizo al barrio, tan distinto a lo que estaba acostumbrada. En el mercado conoció a otras chicas, internas todas ellas. Pronto aprendió a comprar en los puestos, y a estar atenta a las historias que oía sobre la vida en Madrid, historias que ella pensaba le vendría bien algún día. Direcciones, tiendas, casas de empeños, pensiones…. Todo se le iba quedando en su cabeza y lo que no lo apuntaba en una pequeña libreta.

    La señora le pagaba por semanas una pequeña cantidad, que ella guardaba casi toda. Apenas gastaba lo justo para su higiene y poco más. Desde que llegó a Madrid no gastó ni en una horquilla. Su obsesión era ahorrar, ahorrar y ahorrar, nunca sabía qué podía pasar mañana.

    Con el paso de los días, los mareos se le fueron pasando, su cuerpo empezó a redondearse con contundencia, y los senos se le escapaban por la sobria camisa del uniforme, a pesar de que se los vendaba todas las mañanas, las caderas le ensancharon, y la barriga le empezó a despuntar. Intentó fajársela, pero cada día tenía más tripa. Ella intentaba disimularla al andar, encogiendo la espalda, pasando con rapidez al lado de los señores cuando la llamaban, y poniéndose en posturas que no denotaran su estado. Casi siempre procuraba llevar algo por delante: el cesto de la compra, la cesta de la colada, la plancha.
    Una mañana, a solas en la cocina, sintió la primera patada del bebé. Emocionada, paró un momento de limpiar las lentejas y se pudo de pie, de perfil en la línea de la puerta entornada, acariciándose la barriga por encima del delantal. Una extraña sensación la invadió: por un lado la alegría de sentir la vida dentro de ella. Por otro, el temor ante lo desconocido.
    En su incipiente ilusión, no se percató de que la señora se había asomado a la puerta y la estaba mirando.

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  26. CAPÍTULO 16:

    -¿Estás preñada?
    Elena enrojeció hasta la raíz del cabello y cerró su boca. La señora se acercó y la cogió de la cara.
    -¡Mírame! Estás preñada, verdad?
    Elena asintió con la cabeza.

    -¡Lo sabía! Ya me estaba oliendo algo desde hacía varios días… ¿y quién es el padre? Porque tú no estás casada, ¿no?
    Elena tuvo la tentación de contar una trola y mentir diciendo que su marido estaba en el pueblo, o cualquier otra historia. Ella nunca había sido una persona mentirosa pero la tentación de contar otra cosa hizo que su respuesta se demorara unos segundos. Y Elena dijo la verdad.

    -No señora, no estoy casada. ¡Pero no soy ninguna perdida! Me engañó, soy una chica decente, se lo juro a usted, por…
    -¡Cállate! No digas más o será peor.
    -Por favor, señora, no me eche, no tengo ningún sitio a dónde ir. Él me engañó, yo no quería.
    -¡Cállate! Y prepara la cena. Ya veremos cuando llegue mi marido esta noche.

    Elena se acostó con el corazón en un puño. La mañana siguiente amaneció gris y plomiza. El invierno estaba llegando.

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  27. CAPÍTULO 17:

    Elena se levantó e hizo su rutina diaria en la casa, como todos los días. Esa mañana fue a vendarse la barriga y se detuvo, ya no tenía sentido fingir. Aunque la inercia de la vergüenza y el pudor pudieron con ella, como si su estado fuera algo malo y pecaminoso. Se volvió a fajar y volvió a encoger la tripa para ponerse el uniforme de criada.
    Sirvió el desayuno a los señores y se dio cuenta que habían hablado esa noches. El señor la estaba mirando para cerciorarse de que efectivamente y como decía su mujer, estaba embarazada. Elena se sintió observada como si fuera una apestada.
    Tras recoger el desayuno y fregar la señora la llamó.
    -Comprenderás que en tu estado no puedes quedarte. Esto es una casa respetable, mi marido y yo tenemos amistades de orden, sería un escándalo y un mal ejemplo para un hombre de su posición y con su responsabilidad….

    Las palabras de la señora le resonaron vacías y huecas en su cabeza. Elena ni siquiera se molestó en suplicar. Para qué… la dignidad era lo único que le quedaba y no quiso perderla arrastrándose. Pero no pudo evitar que se le llenaran los ojos de lágrimas.
    -Mira, no tenemos nada contra ti, estaba contenta contigo, guisas bien y dejabas la casa limpia, es verdad que en ese sentido no tenemos ninguna queja.
    Elena se enjugó una lágrima que le caía con el dorso de la mano. Ya le daba igual llorar, pero no quería mostrar debilidad ante la señora que la estaba echando por estar embarazada.
    -Pero comprenderás que alguien como tú no puede estar trabajando aquí. ¿Qué pensará la gente? Además, ¿qué vas a hacer cuando tengas al niño? Porque no te lo quedarás, ¿no?

    Elena se encendió por dentro. Tal posibilidad ni la había imaginado. En realidad, ni siquiera había pensado qué pasaría llegado el momento. El nacimiento del bebé era un acontecimiento que aún veía lejano. Tal vez la supervivencia le hacía únicamente plantearse el día a día , como los animales, y no complicarse más que con lo justo.
    -Toma, mi marido te ha dejado un buen finiquito.
    Elena cogió un sobre que le tendía. Ni siquiera lo abrió.
    -Gracias- dijo mecánicamente.
    -Y yo te he hecho esta carta de recomendación. Te servirá para trabajar cuando tengas al niño. También te he anotado la dirección de una congregación de religiosas que ayudan a las mujeres como tú.

    Aguantándose las ganas de llorar, Elena fue a su cuarto. Se desprendió de su uniforme y se puso su ropa de calle. La falda ya no la podía abrochar, y tuvo que dejarse la cremallera a medias y dejarse la camisa por fuera, sin meter. Se puso la rebeca y recogió sus escasos enseres en un hatillo. Cogió la bolsa con el escaso dinero que había ahorrado, las medallas de su madre y su vecina, y le dijo adiós a la señora.

    -Espera…- la señora le hizo volverse-. Toma, anda. He visto que no tienes abrigo y pronto te hará falta.
    Elena cogió el abrigo viejo que le ofrecía la señora por caridad. No estaba en disposición de rechazar nada. La señora tenía razón. Ya hacía frío en las calles de Madrid y ella no tenía nada para abrigarse.
    -Gracias- musitó.

    Bajó a la calle sin mirar atrás y sin fijarse en la gente. Tenía muchas ganas de llorar hasta no parar, pero no era el momento. En volandas, atravesó bocacalles buscando intimidad y un lugar seguro. Al llegar a una plaza resguardada, se metió en un retranco que hacía una escalera y se agazapó en una esquina sin que nadie la viera, agachada, mientras lloraba sin parar abrazándose las rodillas y pensando en su madre.

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  28. CAPÍTULO 18:

    Como todas las mañanas al despertarse, Elena abrió un poco la ventana para que entrase el aire puro de la mañana, a pesar del frío. El olor a humedad de la habitación era muy fuerte. Las últimas lluvias habían hecho crecer las goteras y las manchas de las paredes.
    Aquella corrala era de las más baratas que encontró. Acudió ahí al pescar al vuelo una conversación en el mercado, cuando aún trabajaba para los señores.
    -…ahí pasas la noche por tres perras, jaja, pero hay que tener valor…jajaja
    Y armándose de valor apareció allí. La dueña la miró de arriba a abajo y le exigió una semana por adelantado.
    -Y se paga puntual o te vas a la calle.

    Elena contó el dinero que llevaba y se lo dio. Tenía solo para tres semanas, eso sin contar que tenía que comer. Y comprarse ropa. El frío ya estaba llegando, y aunque la señora la dio una manta y una rebeca vieja más gruesa, lo notaba. Sus pies se quedaban helado en la calle con el calzado que trajo del pueblo. Un día no pudo más y se compró unos calcetines altos, de algodón.
    Había pateado casi todos los barrios de Madrid buscando trabajo. Siempre le decían lo mismo.
    -Pero hija, con esa barriga que tienes, ¿dónde vas a ir?
    Y Elena se daba la vuelta. Precisamente por eso es por lo que tenía que trabajar.

    Todas las noches daba mil vueltas contando el dinero que le quedaba, y apartando lo que necesitaba para el día siguiente. Cada vez tenía menos. Comía en una casa que daban guisos baratos. Uno de los días vio que le chistaba una de las vecinas de la corrala, una señora mayor.
    -Schhh….. niña….. ¿has traído hoy algo?
    Elena un poco asustada le enseñaba la coliflor medio pasada que había cogido entre las sobras del mercado aún sin saber porqué, pues su cuarto no tenía cocina, como otros.
    -Ven hija, ven. Aquí lo podrás guisar…
    Y vacilando un poco, entró en la oscura habitación de la anciana, para rehogar en un puchero los trozos de coliflor que se podían salvar y ser comestibles.

    Elena estuvo así varios días. Hacía su ronda por los mercados y tiendas de Madrid. Buscaba sobras. Pedía por las casas. Y con las escasas viandas que reunía, las llevaba a la anciana que no podía salir de allí, y compartían el guiso. Elena pronto cogió el trueque: tú me traes comida y yo te ofrezco la cocina para guisarla. Un día un arroz hervido. Otro día un guiso de patatas con zanahorias. Lentejas con cebolla otro día. El día que consiguió dos huevos, cenaron unas sopas de ajo que les supieron a las dos a gloria. Elena se preguntaba que sería de la suerte de aquella pobre mujer, que dependía de lo que le trajesen los demás por pura caridad, y se entristecía pensando que aún había ente más desamparada que ella. Pero uno de los días, a su vuelta, vio que la habitación de la pobre anciana se había quedado vacía.

    -Ha venido uno de sus sobrinos a llevársela. Lo he llamado yo, sabes, esa mujer ya estaba enferma…- dijo la casera, cuando le pregunto por la buena señora.

    De nuevo a Elena se le terminó el derecho a cocina, así que hubo de volver a las cantinas baratas, a rebuscar en la basura y a pedir sobras por caridad. Otras veces compraba fruta estropeada que le apartaban y esa era su única cena. Un día descubrió el Asturiano. Pelayo sacaba la basura con sumo cuidado de no manchar. Y ella tenía sumo cuidado en no hacerse notar. Pronto descubrió que las sobras de Manolita eran las mejores del barrio.

    Poco a poco Elena fue quedándose sin dinero. Primero empeñó la medallita de la vecina. Luego vino la medalla de su madre, y por último sus pendientes de oro. A la semana siguiente, la casera la puso en la calle por falta de pago.

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  29. CAPÍTULO 19 :

    Elena abrió los ojos con los primeros rayos de sol. Seguramente no se había movido en toda la noche, pues estaba en la misma posición en la que se echó a dormir: de medio lado, encogida, encima de un cartón, metida en un retranco que hacía una calle no muy transitada. Tenía frío y se volvió a encoger sobre sí misma, para darse calor. Había sido su primera noche en la calle y tenía una sensación rara en su cuerpo entumecido.
    Poco a poco terminó de espabilarse y se incorporó. Recogió sus escasas pertenencias en el hatillo que le había servido de almohada, y se dispuso a levantarse.
    ¿Y a dónde voy a ir?- pensó.

    De pie ante la calle, Madrid se le antojó enormemente grande, como cuando la miras por una de esas lupas que deforman la realidad. A partir de ahora no podía hacer otra cosa que ir de un lado a otro, sin sitio fijo. ¿Hasta cuándo soportaría esa situación? Un instinto de supervivencia le hacía no pensar nada más que en el presente más inmediato. No, no podía pensar en el futuro. Demasiado para ella. Echó un pie delante de otro y empezó a andar.

    Andar… Elena tenía la idea fija… hacia delante, no te pares… tal vez así se evitaba pensar demasiado. Y andando, andando, Elena preguntó en todos los portales del barrio de Salamanca si necesitaban chicas para servir, si necesitaban alguien para limpiarles las escaleras…. Alguna buena mujer que había en la portería se apiadaba de ella y le daba un cacho de bizcocho del desayuno, un vaso de leche o un trozo de pan. Andando, andando, Elena probó las sobras de casi todos los restaurantes y cantinas del barrio. Llegó un momento en que no le daba asco comer de la basura, siempre que no tuviera moscas. Cuando se cansaba buscaba algún parque para sentarse en un banco apartado donde la gente no la mirara mucho. Había algo a lo que aún no se había acostumbrado, y eran las miradas, mitad lástima y mitad desprecio, de la gente, que sin embargo no hacían mucho por ayudarla, aparte de tenerle compasión. Hubiera cambiado mil veces esa compasión por un plato de guiso caliente. Aún no se había atrevido a pedir, le daba vergüenza. Simplemente comía sobras y dormía donde podía, al abrigo de una esquina, donde nadie la pudiera ver.

    Por las noches buscaba sitios poco transitados, fuera del alcance de los serenos. Evitaba repetir más de tres o cuatro noches los mismos sitios, precisamente por eso. Una vez en unas escaleras abandonadas, otra vez tras unos cubos de basura, toda vez que ya habían pasado a recogerla (¿quién iba a mirar en unos cubos de basura?), y otras al abrigo de algún matorral de un parque. El invierno ya empezaba a notarse y Elena acusaba el frío nocturno, combatido únicamente por la manta vieja que llevaba. Se aseaba en las fuentes cuando nadie la veía, o en los servicios desvencijados de la estación, y se recogía el pelo en una cola para evitar parecer muy desaseada. Aún así, su aspecto empezó a deteriorarse. Lo notaba por la reacción de la gente cuando la mirada al cruzarse con ella por la calle: ya no podía ocultarlo, había caído en el abismo de los que no tienen nada, los que la gente evita, a pesar de usar su caridad con ellos.

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  31. CAPÍTULO 20:

    Llevaba sólo tres noches durmiendo allí, pero le habían sobrado dos. Los quejicosos vecinos de aquella finca habían avisado a las autoridades, y estas habían hecho acto de presencia.

    Elena encontró aquel sitio por casualidad. Era un portal de una casa de dos pisos, con dos puertas a la calle. Dentro de la segunda estaba la escalera con su ojo. Un inicio de escalera ancho, que escondía debajo un amplio espacio para guardar cosas, y que Elena hizo suyo tras llegar allí una noche que no paraba de llover. El invierno ya estaba en Madrid y Elena empezaba a calarse hasta los huesos. Si no encontraba un techo pronto, podía enfermar. Elena dio con ese portal, se acomodó debajo de la escalera sin hacer ruido, y rezó para que no la descubriese nadie y no hubiese ratas y no viniese nadie a echarla. No tardó en quedar dormida.

    A la mañana siguiente la vecina del segundo ya había hablado con todos los demás.. he visto una muchacha… está embarazada… estaba durmiendo en el portal… santo cielo… se la tienen que llevar… sí por supuesto… no es el sitio adecuado… el yerno de.. trabaja en la policía… lo llamaran… este barrio es un sitio de orden, no puede ser que…

    -¿Señorita?
    Elena los miraba, aún soñolienta y recién despierta, cruzándose la rebeca sobre el pecho en un gesto de buscar protección.

    -Acompáñenos.
    -Yo…. Yo no he hecho nada malo…
    -Nos tiene que acompañar.
    Sintiéndose desmayar, no sabía si por hambre o por los nervios, Elena intentó no caerse al suelo y aparentar normalidad al caminar entre los hombres que la cogían de los brazos como si fuera una delincuente. Toda la gente de la calle los miraba y Elena no sabía a dónde mirar ella para no tropezarse con sus miradas curiosas. En los cruces se pasaba el dorso de la mano para enjugarse las lágrimas. No quería que la vieran llorar.

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  32. CAPÍTULO 21:

    -¿Nombre?
    -Elena.
    -¿Apellidos?
    -Gutiérrez Molina.
    -Domicilio.
    -Calle Agua, sin número… en Villamulas del Campo.
    -¿Ahí vives ahora?
    -No…
    -¿Domicilio de Madrid?
    -…
    -¿Con quién vives en Madrid?
    -Con mi tía…
    -¡Amos niña, que no estamos pa perder el tiempo… ¡ Me vas a decir que con una tía en Madrid tú llevabas ya una semana durmiendo debajo de una escalera, sucia y con esa cara de muerta de hambre, amos anda.
    -¡no era una semana!
    -¡¡a callar!!...” sin domicilio conocido…”
    Elena bajó la cabeza.
    -¿Estás casada?
    -….
    -Madre soltera…- el policía que le tomaba los datos tecleaba a máquina de forma mecánica sin apenas mirarla.
    -¿y tus padres?
    -… no están
    -sin padres…. O te han echado de casa, si es que…
    Elena sintió que ardía por dentro, al tiempo que le enrojecía la punta de las orejas. Para qué iba a molestarse en explicarle al policía.
    -No soy una ladrona, no he hecho nada…
    El hatillo que llevaba fue puesto sobre el mostrador y abierto sin miramientos para su registro. Su contenido apareció a la vista de los presentes, la poca ropa, las mudas, sus papeletas de empeño, la carta de recomendación de la señora, un sobre que el policía cogió y se dispuso a abrir sin el menor respeto.
    -Eso es…
    -Ssssssss…

    El policía abrió el folio y lo leyó. Luego lo arrugó y lo tiró a la papelera ante el grito de Elena. Eran sus cosas.
    -Esto no te va a servir para nada ahora.
    -Por favor, no me tire eso, lo necesito para trabajar. Es una carta de recomendación, sin ella no me cogerá nadie…

    -¡¡cállate!! Llevadla abajo!!
    -Qué van a hacer conmigo… yo no he hecho nada malo…
    El policía la cogió el brazo y desapareció por la puerta.
    -A esta le aplicarán la “gandula”- comentó otro de los policías a un compañero, que festejó con una risotada abriendo su bigotuda boca, que por poco hace que se le caiga el puro.
    Se refería a la Ley de Vagos y Maleantes, mal llamada “gandula” en el argot del gremio.

    A rastras, a Elena la bajaron a los calabozos donde entró en la celda, donde ya había dos mujeres.
    -Os traigo compañía, hermosas. Hala, a disfrutar.
    -Vente tú aquí, moreno, que vamos a disfrutar contigoooo….. jajaja
    El policía cerró la puerta tras de sí .

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  33. CAPÍTULO 22:

    -¡No llores, hermosa, que a todo se acostumbra una!

    Apoyada contra la puerta recién cerrada, Elena observó a su alrededor cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra. No se atrevía a moverse. La celda, estrecha, al fondo con un cubo infecto tapado con una baldosa vieja. Una mesa con una palangana y una jofaina desconchadas. A ambos lados sendos camastros con unos colchones desvencijados y unas mantas raídas. Ambas prostitutas estaban sentadas holgazanas en ellos. Llevaban allí ya dos días, en espera de que las sacaran para llevarlas a prisión. No era la primera vez que las detenían y parecían conocer bien la mecánica de aquello. El colorete y el lápiz de ojos aún no se había borrado de sus caras macilentas.

    -Siéntate aquí al lao de la Paca, que no muerdo jajajaja
    Elena obedeció.
    -¿Cómo te llamas?
    -Elena.
    -Nos ha joío Elena, jajajaja…. Digo el nombre de guerra, moza.
    -Me llamo Elena, señora.
    -Déjala Paca, ¿no ves que esta no es puta? Esta es una infeliz, que la ha dejao preñá un señoritingo y luego la ha dejao tirá en la calle. ¿verdad bonita?
    Elena bajó la mirada. La prostituta la había calado a la primera.
    -¿Lo ves como he acertao? jajaja
    -¡Cierra la bocaza! Toma bonita, que te veo con cara de hambre, seguro que no has comío ná de ná esta mañana.

    La Paca le acercó la bandeja del desayuno donde había un mísero trozo de pan partido, sobra delo que habían comido ellas. A Elena le pudo el hambre, y pronto dio buena cuenta de ello. Al verla, la Paca se levantó y empezó a dar porrazos en la puerta.

    -¡¡A ver!!
    Después de estar un buen rato dando golpes, ante el asombro de Elena, la puerta de arriba se abrió.
    -A ver mozos, un café con leche, que la niña viene en ayunas…
    -¿Pero tú que te has creído, que estás en el Palace?
    -¿Pero no habéis visto la cara que tiene la criatura? Hombre por favor, que no ha desayunao ná y está preñá…. Que le va a salir el niño con una fresa en la cara por vuestra culpa…

    Elena miraba alucinada por el desparpajo de la mujer. No tardó en dar sus frutos: un poli joven (a quien llamaban Bonilla) trajo un vaso con un café con leche que se estaba empezando a quedar frío, y una rebanada de pan negro. Algo era algo. Elena lo despachó pronto.
    -Gracias- alcanzó a decir.
    Con la barriga caliente, la lengua se le soltó algo.
    -¿qué van a hacer conmigo?
    -Tú sabrás bonita, lo que has hecho.
    -No he hecho nada, lo juro. Solo estaba durmiendo en un portal…
    -Ah nena, ¿no tenías casa?
    -No. Se me acabó el dinero y me echaron de la pensión donde estaba.
    -¿Y tu familia?
    Elena calló.

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  34. -¿Entonces estabas vagabundeando por la calle? Pues te van a aplicar la “gandula”?
    -¿La qué?
    -La “Gandula”. La ley de Vagos y Maleantes.
    -Pero yo no soy una…
    -Mira bonita, a todo el que encuentran por la calle pidiendo, sin casa y sin nadie que le ayude, lo quitan de en medio. ¿No lo sabías?
    Elena movió la cabeza, negando.

    -Luego, pues cada uno pa un lao. A unos los meten en la cárcel, a otros los llevan a…
    Elena se estremeció solo de pensarlo.
    -Pero como tú estás preñada, lo más seguro es que te lleven con las monjas.
    -¿…?
    -Las monjitas. Allí llevan a todas las niñas que están como tú. Te tienen allí hasta que tengas al niño. Eso sí, te vas a hartar de rezar rosarios y de limpiar suelos jajajaja pero al menos comes caliente todos los días.
    La puerta de arriba interrumpió la charla.
    -Se acabó hermosas, vamos a dar un paseo.
    El policía venía a por las prostitutas. Las llevaban a prisión hasta el juicio.
    -¡¡Ponme un piso y verás el paseo que yo te doy, guapo!!…. El descaro de las mujeres asombraba a Elena.- Bueno moza, nos llevan al hotel. Que tengas mucha suerte. Y cuidado con la gente. Dile a tu amigo que no se pase con la chica, eh, que os conozco-. La Paca iba diciendo cosas al policía mientras subía las escaleras.

    Elena se quedó en silencio y cerró los ojos. Ahora sí que no podía hacer nada. Su futuro dependía enteramente de otros. Se echó en la cama en posición fetal y cerró los ojos. Al menos, por un rato, estaría a resguardo de la lluvia y del frío.

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  35. CAPÍTULO 23:

    Dos días. Dos días hace que Elena estaba en aquella celda ella sola. Tan solo habían traído un par de hombres a la celda contigua, pero mujeres ninguna. Los hombres ya se los habían llevado a otro sitio, y Elena había vuelto a quedarse sola en el sótano donde estaban ubicados los calabozos, comiendo el rancho carcelario que le obsequiaban y que le llegaba casi frío la mayoría de las veces. El menú diario variaba entre las sopas de arroz aguachinadas, o aquellas lentejas con patatas frías, pero que a ella le sabían a gloria después de vivir en la calle. Elena rezaba por no coger chinches, ni pulgas.

    Esa mañana Elena estaba semiincorporada en la cama, mirando a la pared de enfrente. Una sensación de fatalidad la recorrió, cuando de improviso oyó la llave de la puerta lentamente. El corpulento policía la ocupaba por entero. Elena se puso en alerta, aquello no le pareció normal porque no lo era.
    El policía cerró la puerta tras de sí y se sentó en la cama a su lado. Elena se retiró de inmediato.
    -Ven aquí… ahora vas a hacerme ascos…
    -No, por favor….

    Elena sintió las manos del policía atenazando sus pechos y luego agarrándola para que no se fuera, mientras ella intentaba zafarse. EL peso del policía la aplastaba mientras echaba luchaba por gritar y decir no.
    -Noooo….. déjeme….
    -Si todas sois iguales, vamos, que te va a gustar mucho….
    La puerta se abrió de una estampida y el policía joven irrumpió, cogiendo a su compañero y retirándolo.
    -Pero Martínez... se puede saber qué haces…. Vamos, vamos arriba….
    -Déjame niñato, qué sabrás tú…
    -Vamos arriba, he dicho, está a punto de llegar Pelaez…. Y tú, abróchate. Y por tu bien, aquí no ha pasado nada, ¿me oyes? ¿Me oyes he dicho?

    Elena asintió temblorosa, mientras se recomponía los pocos botones de la blusa que habían sobrevivido al asalto. Con asco, se levantó a lavarse a la jofaina mientras se restregaba la cara llorosa. EL olor del hombre se le había pegado y ella intentaba quitárselo desesperadamente.

    No mucho después la puerta volvió a abrirse.
    -Sal. Vamos. Te vas de aquí.
    -¿Estoy libre?
    -Más o menos. Te llevan con las monjas. Procura portarte bien y no dar motivos, o ya sabes lo que hay.
    El policía joven la subió arriba. Le mandaron firmar un papel, le dieron su hatillo y la subieron a uno de los coches, entre dos policías.


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  36. CAPÍTULO 24:

    El coche de la policía paró en la puerta del edificio. Un amplio caserón a las afueras de Madrid, entre jardines vallados, en una zona que Elena no conocía. La puerta se abrió y una monja apareció.
    -Hermana, le traemos otra.
    -Llevamos ya tres este mes… esto parece una epidemia. Venga guapa, pasa. A ver…
    La monja se quedó firmando el papel que le extendía el policía y departiendo con él mientras Elena entraba agarrada a su hatillo.
    -Por aquí.
    Elena fue conducida a una estancia.
    -Quítate la ropa y déjala aquí. Luego te das un baño y te restriegas bien.
    La monja le miró la cabeza.
    -Parece que no tienes piojos, menos mal, por si acaso …
    …Te traeré vinagre caliente, te das con él, te lías el pelo en una toalla y estás así diez minutos. Lávate bien o será la hermana Circuncisión la que entre restregarte personalmente.
    Elena obedeció presta. No tenía ninguna gana de que la restregase nadie, y menos una monja. Al quedarse desnuda por completo empezó a tomar conciencia de su embarazo. Hacía mucho tiempo que no se desnudaba, siempre se lavaba por partes en alguna fuente o lavabo públicos. Abrió el grifo de la ducha. Salía agua templada y Elena cerró los ojos… hacía mucho que no tenía semejante placer.

    Elena se puso la ropa que le habían dejado. Una amplia blusa y un mandil premamá, que aún le quedaba grande, pero que era el que le serviría en los sucesivos meses. Parecía un uniforme. Luego una sobria rebeca azul marino. Se terminó de secar el pelo con la toalla, escurriéndose lo más posible. Hacía mucho que no se aseaba de aquella manera, y agradeció la limpieza. Ahora olía a jabón lagarto.

    La monja cogió sus ropas y las metió en un saco.
    -Estás van a la lavandería. De todas formas, ya no te las puedes poner. ¿De cuánto estás?
    Elena no sabía si mentir. Un sexto sentido le hizo mentir sin saber muy bien por qué.
    -De unos cuatro meses, creo- mintió quitándose un mes.
    Pues se te ve más gorda. Está bien. Te enseñaré tu habitación.
    La monja le dio sus pocas cosas personales antes de desaparecer con la ropa sucia y el hatillo. Elena ocupó su habitación en la segunda planta, en un pasillo largo con el resto de habitaciones similares. Pronto se habituaría al funcionamiento de todo aquello.

    Una austera habitación. Una cama sencilla, con dos mantas, presidida por un crucifijo. Una cómoda de tres cajones, una mesilla de noche, una mesita y una silla. Un pequeño armario que Elena abrió. Un juego de sábanas limpias y dos mantas.
    Elena observó sus pertenencias y su mirada se iluminó. Arrugada, estaban las papeletas de empeño y la carta de recomendación. Sin duda algún policía, probablemente el que llamaban Bonilla, se había apiadado de ella y las había rescatado de la papelera de su compañero borde.
    Elena se tendió en la cama. Cerró los ojos y puso las manos en su barriga para sentir los primeros movimientos de su pequeño.


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  37. María, como no veo otra forma de contactarte, lo hago aquí.
    Quiero que sepas de mi aprecio.

    Muchos y sinceros besos.
    Elita

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  38. CAPÍTULO 25:

    Los días pasaban tranquilos en la casa de acogida. Las muchachas, todas embarazadas de más o menos tiempo, se ocupaban de mantenerlo todo limpio, bajo la supervisión de las hermanas. Las jóvenes amanecían temprano, y se iban a las duchas, antes de ir a la capilla a rezar y pedir a Dios por un buen parto. Luego desayunaban.

    La consigna de las hermanas era no mantenerse ociosas. Por las mañanas se ocupaban de la casa: limpieza, lavandería, cocina… con un paro a las doce para rezar el Ángelus. Almuerzo a la una y siesta. Por la tarde se dedicaban a hacer bordados que servían para mantener el convento y enseñarlas un oficio. Costura, bordados, y economía doméstica. Elena se extrañaba de que no les enseñasen puericultura, pero se abstenía de preguntar nada. De nuevo rezo para terminar el día, cena, y tiempo libre y de vuelta a las habitaciones. A las once estaban todas las luces apagadas. A Elena le sentó bien ese tiempo de rutina relativamente descansado, donde comía caliente y en abundancia, y descansaba entre sábanas limpias al abrigo de la calle. No fue consciente de lo maltrecho que estaba su cuerpo después de los días durmiendo en la calle, hasta que no descansó en una cama de verdad.

    Había un ala contigua a la que nunca accedían, pero que también tenía chicas embarazadas. Elena las veía de vez en cuando, en los jardines, de lejos.
    -Esas son las de pago.
    -¿Quién?
    -Las de pago. Las señoritas, mujer. Esas son como tú y como yo, pero como su familia tiene dineros, pues no tienen que hacer nada. Nosotras les lavamos sus ropas y les hacemos la comida.
    -Ah.
    Elena comprobó que en todas las clases sociales cocían habas. Solo que en este caso unas estaban al servicio de las otras. En este caso, a esas chicas la familia las había apartado provisionalmente en esa residencia hasta que tuvieran el niño, con el fin de no manchar el buen nombre de la familia.

    -¡Yo tammién voy a tener un niñooo!
    Elena le acarició la cara a Clara, la joven mongólica que lavaba la ropa con ella, y se preguntaba quién sería el sinvergüenza que había podido cometer semejante felonía. Clara era feliz en aquel ambiente, sin saber lo que se le avecinaba.



    Fue haciendo la masa para pestiños cuando pasó algo que cambiaría todo.
    -Ahhhh……
    Su compañera Pilar, embarazadísima de muchos meses, había roto aguas. No tardaron en venir varias monjas, que la bajaron abajo y la montaron en un coche, mientras todas sus compañeras se asomaban a despedirla y a desearle mucha suerte. Al día siguiente Elena observó que recogían todas las cosas de su habitación y la cerraban hasta nueva orden.

    -¿Qué ha tenido?
    No se sabía.
    -¿Cuándo va a volver?
    La pregunta fue celebrada por la sonora carcajada de su otra compañera.
    -Pero nena… no va a volver ya. Ha parido. Ya ha terminado.
    -¿Cómo? ¿Dónde está ella?
    -Y yo qué sé… se volverá a su pueblo… o volverá con su novio…
    -¿Y el niño?

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  39. De nuevo la carcajada.
    -El niño ya está en buenas manos.
    -Pero….
    -Las monjas le han buscado una familia.
    -¿Una familia? ¿Y su madre?
    -Ya tiene una madre y un padre, que le van a dar una familia.
    -¿Entonces al nacer te lo quitan?
    -Pues claro mujer. Ay nena, pero tú ¿cómo has venido aquí? Mira, aquí estamos hasta que parimos. Mientras, las monjas buscan familias decentes que no pueden tener hijos y que buscan uno. Luego se lo dan y listo, todos contentos. A nosotros, que nos quitan esta cruz de encima, y ellos, pues tienen su hijo. ¿Por qué, qué vida le espera a tu hijo?
    -Pero…. ¿Y si al tenerlo no quieres darlo?
    -Ay mujer, no te preocupes por eso, que ya se ocupan en el hospital de que no lo veas. Así no te puede encariñar con él.
    -ah…..
    Elena siguió haciendo pestiños mientras el corazón se le aceleraba y la cabeza le bullía a toda velocidad.

    -¿y si no quieres dárselo?
    -Pero eso no puede ser. ¿No ves que ya están pagando por ti? ¿Qué quieres, tú tienes dinero para pagar todo esto? ¿y el hospital?

    -Pero yo no quiero dárselo a nadie.
    -Pero vamos a ver… ¿Este niño tiene padre?
    Elena negó.
    -Y qué vida le quieres dar al niño, sabes que una madre soltera ya está proscrita de por vida? ¿Cómo va a encontrar un hombre que la quiera si va cargando con un niño?
    -Pero yo no… y qué pasa si yo no quiero dar al niño….
    -ay hija…. Pues yo qué sé… lo mismo te hacen pagar
    -¿Pagar?
    -Claro. La estancia. ¿quién te crees que está pagando esto? Los padres de la criatura, cuando se la des, ellos pagarán los gastos de la clínica y de esto.
    -Pero yo no he pedido nada, yo no sabía… a mí me han traído aquí… yo no….
    -Uy, como se enteren las monjas de que no quieres dar al niño, la vas a liar buena.
    -No… déjalo.
    Elena quiso ser prudente.
    -Yo es que creía que esto era otro sitio. No sabía que… bueno, olvídalo…


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  41. Pasamos los siguientes capítulos a la siguiente página:

    CAPS 26 AL 50.

    GRacias a todas por vuestros comentarios!

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